¿Y si hablamos claro?

Escucho que, un año más, por Navidad, en la plaza de Sant Jaume de Barcelona, en lugar del pesebre pondrán algo que un portavoz del ayuntamiento ha calificado de “original y creativo” o algo similar. No tengo nada contra la creatividad ni contra ser original. Al contrario. Ahora bien, cuando la originalidad se convierte en un fin en sí mismo y no aporta ningún valor añadido, cuando cae en el autocomplaciente y absurdo «¡qué original soy!», muchos de los que lo observamos sentimos un cansancio creciente y una vergüenza ajena cada vez más honda. La misma que provoca buena parte del ruido que nos llega del estamento político. Desde ese ámbito, que incluye también a los medios —es decir, el mundo político-mediático— cada día resulta más difícil debatir sobre nada.

Una parte de la sociedad ya ha desconectado de ese gallinero. Quienes aún, por la razón que sea, continúan enganchados al universo caótico que nos llega a través de los medios, también forman parte de ello. De una sociedad enferma, con apariencia de final de época. De era, dicen algunos. De extinción no muy lejana de la especie humana, según pronostica, ni más ni menos, Eudald Carbonell.

Tanto los politizados como quienes no lo están vivimos muy presionados por una manera de vivir dominada por el estrés. Vamos deprisa, no tenemos tiempo —a menudo ni para los amigos ni para las personas queridas—, y cuando dedicamos un rato a alguien solemos hablar más que escuchar. Lo que flota en el ambiente empuja hacia posiciones cerradas, hacia la poca receptividad, hacia el anclaje en las propias convicciones. Incluso se hace difícil convivir con la discrepancia, como si fuera un ataque personal que irrita. En este ambiente, el debate público sobre cualquier tema es cada vez más complicado. Incluso en ámbitos pequeños y privados.

Este blog, con entradas en formato de dietario o no, me permite abordar aquello que, por una razón u otra, me ronda por la cabeza. Una de las cuestiones que desde hace días me ocupa es la de los vasos comunicantes entre desnacionalización, deterioro e insuficiencia creciente de las prestaciones del Estado del bienestar e inmigración. Ya os podéis imaginar la bomba que representaría este debate en un entorno político o mediático.

La idea de “papeles para todos” no puede ser. Ni para los más desgraciados que huyen de la pobreza, ni para los más privilegiados, los llamados ex-pats. Tampoco podemos mantener permanentemente abierta la llave a tantos turistas como quieran venir, especialmente los del colectivo de «chancla destartalada», que complican la vida cotidiana en Barcelona y, cada vez más, en otras ciudades. No solo Girona. No puede ser. Ya basta. Barcelona hace tiempo que empezó a expulsar a su gente, y esta centrifugadora de barceloneses gira cada día más deprisa.

Ciertamente, no hay corruptos sin corruptores, pero el resultado es que hay corrupción. Del mismo modo, no hay extranjeros que apuesten por la precariedad laboral, las condiciones inhumanas y los salarios de miseria sin una oferta que genere esta demanda creciente. En detrimento de todos. También de los jóvenes —y no tan jóvenes— de nuestro país, bien formados, más allá del tópico de que “los nuestros no quieren hacer según qué trabajos”, o no aceptan trabajar por esos sueldos perversamente reventados o…

Los ex-pats, muchos con ingresos muy superiores a los de la media del país, disfrutan de tener su base operativa en Barcelona, teletrabajando y viajando cuando es necesario allá donde sea. Ciertamente, la situación vergonzosa que, con nocturnidad, alevosía y mala intención política, impide que Barcelona disponga de un aeropuerto intercontinental de primera división es un inconveniente. Pero las ventajas que encuentran aquí compensan de sobra dicho inconveniente. Hay quien lleva cinco, seis o siete años viviendo aquí y no habla ni una palabra de catalán ni de castellano. No les hace falta. Hemos decidido ser esclavos de esta nueva élite, aunque sea al precio de poner en riesgo extremo nuestra lengua y acabar siendo extranjeros en nuestra propia casa. Cuando recurro al refrán «de fuera vendrán que de casa te echarán», no tengo la sensación de exagerar en absoluto. Les ponemos la alfombra roja, permitiendo que contribuyan al encarecimiento de la vida. En el caso de la vivienda, la influencia es más que perversa. El problema es multifactorial y más complejo que reducirlo solo a este factor, pero el impacto es innegable. Los extranjeros ricos disparan los precios por las nubes; los pobres realizan los trabajos más duros y desagradecidos por cuatro céntimos y contribuyen a bajar los salarios. El cóctel es explosivo.

Los servicios sociales, infradotados desde mucho antes de que fuéramos ocho millones, no dan abasto. La situación en las escuelas empieza a percibirse como insostenible y genera tensiones objetivas. Y la gente, poco a poco, se da cuenta de que el aumento de las listas de espera para ser atendido en el sistema sanitario coincide con la avalancha creciente de inmigrantes que, antes de saber decir “buenos días”, ya disponen de tarjeta sanitaria. Mientras tanto, tenemos que escuchar insensatos —por no decir descerebrados— que hacen apología de los “10 millones”. Más allá de opiniones, ideologías o valores, hay datos y estudios objetivos. Cuando en una sociedad el porcentaje de población extranjera se aproxima al 15 o 17%, las tensiones se hacen palpables. Si llega al 30%, el racismo deviene una realidad.

¿Es esto lo que queremos? ¿Papeles para todos, sin más? ¿De verdad? Daos cuenta de que, más allá de la voluntad —que no sé medir, pero tampoco tengo clara— del Govern de la Generalitat de garantizar que en Cataluña se pueda vivir en catalán, Salvador Illa ha sido el primer president de la Generalitat en asistir a la celebración del desastre vergonzoso llamado fiesta de la hispanidad. Mientras tanto, cualquier juez de barrio dicta sin rubor sentencias destinadas a aniquilar el catalán. ¿De verdad hemos de pagar con dinero público compañías de teatro argentinas que actúan con más dureza que el dictador Franco contra nuestra lengua?

¿Alguien cree sinceramente que la calma chicha aparente tras la decepción del resultado del 1 de octubre —y, sobre todo, la frivolidad de los políticos que lo hicieron tan mal— quedará reprimida para siempre? ¿Que la gente seguirá callando y, con la cola entre las piernas, se tragará todos los ataques sociales, económicos, culturales y lingüísticos que padecemos? ¿Tan mansos somos? No lo creo.

Más bien pienso que las condiciones para una explosión social ya están todas sobre la mesa. Somos muchos los que estamos hartos de consignas utópicas, de sandeces políticamente correctas y de discursos que predican la paz en el mundo mientras hacen lo imposible para que aquí acabemos a bofetadas. Somos muchos los que ya no soportamos más la tomadura de pelo que es hoy la política, los partidos y los políticos. A mí no me representan. Ninguno de ellos. Ni uno solo. Personalmente, ya he pasado página del régimen del 78 que, si alguna vez llegó a ser democrático, hoy desprende un hedor a podrido insoportable.


Hablemos de libertad                                                                                                                                             

—¿Eres de motos?
—Toda la vida. Desde los dieciséis años. He hecho viajes largos, sin prisas, con el viento como compañero.
—Sensación de libertad, supongo.
—Muy grande (…) Aquí en el Delta también me siento libre. Sí, en realidad me siento libre.

“La libertad es una ilusión. No existe”, dice mi interlocutor, y me quedo en silencio, dejando que la frase se deslice sin necesidad de rechazarla, pero sí de meditarla. Escribir después es recuperar el oxígeno que no sabía que me había faltado, y en ese gesto siento que la libertad más profunda es la que se construye con cada decisión propia.

Hay palabras que el mundo ha desgastado de tanto pronunciarlas. Libertad es una de ellas. Se ha convertido en consigna y reclamo, pero la libertad de verdad habita en el silencio y en la intimidad donde todo se desnuda, donde uno puede reconocerse como agente de su propia vida. Me gusta mucho la idea de Charles Taylor cuando asimila la libertad a la capacidad de ser autor de la propia existencia, de mantener un centro moral propio en medio del ruido del mundo. Esta autonomía no depende de tener muchas opciones abiertas ni de gozar de un gran abanico de posibilidades. Estar ante un escaparate lleno de ofertas o sentado viendo anuncios y más anuncios por televisión puede dar la falsa ilusión de libertad. ¡La libertad de elección que te proporciona ser esclavo del mercado! Pero la libertad auténtica va mucho más allá de un abanico de opciones. Pasa por la autoría, por la capacidad de ser autor de la propia vida con cierta coherencia y responsabilidad sobre la propia trayectoria.

En mi caso, esto no es un concepto abstracto. La decisión de venir a vivir al Delta, la manera de vivir que he elegido —lenta, discreta, a contracorriente, muy alejada de la que llevaba antes de venir, con horarios y ritmos muy determinados —obviamente no del todo— por mí mismo, la siento obra mía y me devuelve, día tras día, una sensación de libertad que ninguna opinión ni imposición legal altera demasiado. No es grandilocuente ni heroica. Es solo la constatación de vivir según las propias convicciones, sin ceder a la presión de lo que se considera normal o correcto. Esta vida, con todos sus ritmos, silencios y escenas cotidianas, es la manifestación concreta de la autonomía que describe Taylor.

Hay momentos, sin embargo, en que la libertad se deja sentir de manera tangible, casi física. La carretera solitaria se estira bajo la moto y el viento se convierte en aire que dispersa los miedos y las presiones. La falta de aliento al llegar a la cima tras una ascensión larga, el silencio que lo acompaña, la vela que se hincha y el mar que empuja la embarcación. En estos instantes, cuerpo y mente se expanden a la vez, todo encaja y uno se siente completamente vivo, libre de manera inmediata, sin necesidad de más razonamiento ni justificación. Es una libertad que no depende del centro racional ni de la coherencia moral, sino de la conexión con el mundo y con uno mismo.

Junto a esta libertad. más de sensaciones corporales, hay una libertad más sutil y silenciosa, que ni el miedo ni los constructos pueden robar. Nace de la lucidez y del conocimiento de lo esencial, de la confianza en las propias decisiones, de sostener aquello que vale la pena y soltar lo que nos pesa. Esta libertad permite atravesar los días sin depender de la aceptación de los demás, sin que el juicio externo determine los pasos ni el ritmo. Es la libertad que se construye poco a poco, en la cotidianidad, y que se mantiene porque el alma ha elegido su centro y lo ha defendido silenciosamente.

Escribir condensa todas estas libertades. Cada palabra es una línea trazada en la propia vida, cada frase un acto de responsabilidad y de presencia. Escribir es reconocerse como autor, asentarse en el propio centro, respirar y dejar que todo fluya: el Delta, el viento, la montaña, la carretera, la vela, y yo que observo y decido hasta donde puedo. Escribir es un acto de libertad en su forma más pura, que permite hacer tangible lo que solo la conciencia sabía.

En este hilo que atraviesa el día a día, en el contacto con el cuerpo, con la naturaleza y con el propio relato, reside una verdad sencilla pero profunda: la libertad no se proclama ni se demuestra, se vive. Es la vida que uno ha escrito con atención y convicción, que se despliega en cada respiración, en cada decisión y en cada silencio, y que solo puede reconocerse siendo su testigo íntimo, con el corazón y la mente presentes. Con consciencia.


Finales de octubre

Siento que el otoño no acaba de llegar del todo. El calendario lo promete, pero el aire duda, el cielo juega a engañarnos, y ni siquiera los meteorólogos se atreven a asegurar qué tiempo hará mañana. Es como si la naturaleza reflejara la misma incertidumbre que arrastra la gente. Demasiada gente tiene demasiadas pocas ideas claras. Vivimos en un tiempo confuso, cambiante, en el que la previsión del tiempo y de la vida se ha convertido en un ejercicio de fe.

Camino. Me alejo del pueblo y sigo el trazo irregular de la costa. Los pequeños acantilados se alzan como heridas antiguas en la piel del litoral. El mar late con calma, pero detrás de esa quietud hay algo inquietante, como si el silencio del mundo estuviera a punto de decirnos una verdad que no queremos escuchar. Hago fotografías a la espuma del mar, a la luz que se filtra entre nubes, a la textura de la piedra. Las envío a amigos lejanos. Me responden sorprendidos por la belleza del lugar. Yo también me sorprendo, cada vez que camino por aquí. Cada día es diferente. Yo mismo no soy el mismo hoy que el último día que paseé por aquí. Este aquí, ahora, ya no es aquel allí, entonces.

Camino, respiro, siento más que pienso. Veo en el mar y en el cielo rostros y siluetas de personas que quiero, de parejas que parecen felices. Pienso, ahora sí, en amigos que buscan paz y no terminan de encontrarla. Me viene a la cabeza una persona concreta de las muchas que dicen sentirse solas. Tiene todas las horas llenas, la vida ocupada hasta el último minuto. Trabaja sin descanso, como si el trabajo fuera la única manera de no mirarse por dentro. Dice que lo hace por dinero, pero de dinero no le falta. Lo que le falta es aire, compañía, ternura, dejarse llevar, amar. Y sin embargo, no sabe cómo abrir espacio para todo eso.

Pienso en cómo a menudo hacemos discursos bonitos, llenos de palabras aprendidas, de valores heredados, pero vacíos de experiencia vivida. Repetimos que lo más importante es amar, compartir, cuidarnos, y a la vez vivimos atrapados en una rueda que nos impide hacerlo. El mundo gira demasiado deprisa porque lo aceleramos sin piedad. Cada vez más gente confunde la velocidad con la vida. Nos estresa la lentitud, nos incomoda el silencio, nos asusta detenernos y ver qué hay dentro.

Hay un ruido de fondo constante, visible e invisible a la vez. Ruido de pantallas, de noticias, de opiniones, de prisas. Un ruido que impide escuchar, ni a los otros ni a nosotros mismos. Nos hemos vuelto expertos en hablar sin decir nada, en llenar los vacíos con más vacío. Quizá por eso la gente está sola. Sola en pareja, sola en familia, sola rodeada de compañía, también sola sin nadie más.

No es que falten personas, es que falta presencia. Falta tiempo compartido sin objetivos, falta la mirada que no juzga, la conversación sin urgencia, el silencio en compañía que es otra manera de hablar. Nos hemos olvidado de la lentitud del afecto.

Pienso que quizá el gran problema de nuestro tiempo no es la soledad, sino el miedo a amar. Amar implica desarmarse, renunciar al control, dar espacio al otro. Y vivimos en un mundo que nos enseña a defendernos, a protegernos de todo, incluso del amor. Nos hemos vuelto reservados incluso con nuestra propia alma.

Cuando el sol baja detrás de los acantilados y la luz se apaga lentamente, siento que el otoño, en realidad, no es una estación, sino un estado de conciencia. Es ese momento en que te das cuenta de que nada es seguro, de que el tiempo pasa y que hay que aprender a vivir con incertidumbre. Que no hace falta esperar el clima perfecto para caminar ni la persona ideal para amar. Que la vida, como el mar, solo pide atención y presencia.

Me detengo unos minutos. Miro el horizonte y pienso que quizá amar es eso: saber mirar, saber estar, saber escuchar. No ocuparse, sino acompañar. Quizá el sentido de vivir no es hacer mucho, sino estar, con uno mismo, con los demás, con el mundo.

Cuando vuelvo a casa, la luz ya es suave y los pájaros callan. El aire tiene ese olor indefinido de final de octubre, cuando el verano ya no está y el otoño aún se está gestando. Y pienso que, a pesar de todo, es un buen tiempo para vivir. Un tiempo para recordar que, incluso en la confusión, la belleza persiste. Y que quizá, solo quizá, la única manera de no estar solo es aprender a amar de verdad.

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2 thoughts on “OCTUBRE 2025 SE ESCURRE ENTRE EL VIENTO Y LA LLÚVIA

  1. josep capdevila i vila dice:

    Meravellós article Josep Maria, ens fas viure el “moment present, tant dificil de viure´l avui dia”, i caminant al teu costat m’adono que ” poc és molt”, l’aire, els camins, les plantes que vas trobant, els penyassegats, el vent, el sol, el cel, la solitud,; tot això està a l’abast de tothom i dona pau i tranquilitat a l’ànima tant necessària per tots. Quan estic a la meva finca també dit tros d’olivers a la Quadra de Mas Déu , tot arrivant des de Llorenç de Rocafort començo a veure el groc escandalós dels codonyers, gràcies a les pluges carregats de codonys, un fruit en altre temps molt valorat i ara com que ja no tenim temps per fer codonyac dons es perden i cauen en l’oblit, però en temps de tardor et fan companyia, com el fullam d’una Servus Domèstica (servera) és una meravella i si tenen fruit quedes bocabadat a mig setembre donç un regal més, ara ja s’on de color marron, eren fruits molt valorats fa 50 anys a l’ Urgell, calia una sobre maduració al damunt d’un jas de palla un cop a les golfes, i anaven maduran a poc a poc a les botigues no venien fruita, just començaven a arribar algun iogurt, però les families que es veien obligades a ser previsores guardan figues seques, nous, ametlles, panses, que servirien com a postres. Assegut per descansar i dinar a sota un oliver, contemples l’mpli ventall cromàtic de les olives arbequines, enguany negres abans d’hora. També sens el crit dun aguila perdiuera demanant que els seus col.legues respectin el seu entorn, de bon mati dona més que pau escoltar fer el niu a un ametller per un picot vert o negre, si et veu arrenca el vol, i om pot veure que el forat no es triangular, ni trapezoidal, ni quadrat, sempre es rodó, l’ ocell abans de començar s’assegura que el tronc on comença a picar com una ametralladora, serà suficient perquè hi capiga tota la seva llocada. Admirable del tot i aqui ho deixo, passar tot el dia enmig dels olivers o ametllers respiran el vent de serè als matins i la marinada a les tardes és tot un regal, és el que tant senzillament ens ha narrat el Dr. Via. Més que agraït Josep Maria.

  2. San dice:

    Molt interessant article com sempre. Com a immigrant i 14 anys aquí en aquesta terra que considero la meva llar des del primer dia, el tema de “papers per a tots” no estic d’acord i referent a parlar català quan vulguis practiquem! una salutació.

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