Jueves, 9 de octubre de 2025. “Sostenella y no enmendalla”
Detecto cierto nerviosismo entre los militantes de izquierda cercanos a los Comunes, Podemos, incluso a la CUP (personas que, a mi modo de entender, practican una especie de “supremacismo” moral, convencidos de la superioridad de sus ideas). Hay un mecanismo que les ha funcionado muy bien y que empieza a fallarles. Conseguían aniquilar la discrepancia contestando argumentos elaborados y bien fundamentados con un simple: “usted es un racista”, o “un machista”, o “un supremacista”, o directamente “un fascista”.
Esta mañana he enviado el artículo “Aliança Catalana, la opinión de Daniel Vázquez Sallés” (LUpiZBLfH3KsGI0gM) a varios amigos, entre ellos algunos próximos a las tesis de lo que pretendían los del 15M antes de estrellarse patéticamente contra la realidad y sus propias miserias. Una amiga, muy dedicada al tema de la inmigración, no ha aguantado ni tres WhatsApp antes de sacar el “neocolonialismo” y (sic) “igual que la Alemania de Hitler”. ¡Ya está! ¡El sabiondo progresista ya ha sentenciado!. Ya podemos callar todos. La verdad absoluta desde la superioridad moral izquierdosa ya se ha expresado. Amén. Callemos todos los que no estamos dispuestos a tragarnos el despropósito de los “papeles para todos”. Da igual los argumentos y las razones que tengamos. Simplemente estamos equivocados. Los pontífices de la Verdad Absoluta nos han sentenciado.
Bien, ¿qué dice el artículo? Os recomiendo que lo leáis. Pero intento reproducir algún fragmento para sintetizar la idea, para mí central: en nuestra sociedad hay una serie de realidades diferentes que, no por el hecho de no gustarnos, dejan de estar presentes y de ir a más. Y alguna, en concreto aquella a la que se refiere el artículo, irá imparablemente a más, y la tensión social no dejará de crecer. Bajar un poco el volumen del discurso del supremacismo moral de los progres quizá ayudaría a frenar el impulso imparable que le están dando a lo que llaman ultraderecha.
Se refieren a opciones políticas que, en origen, fueron de ultraderecha y que tienen militantes y simpatizantes ultraderechistas, pero que están recogiendo, más que simpatía, la consideración de “mal menor”, para expresar la impotencia y el descontento de mucha gente, también de izquierdas, que han votado opciones de izquierda, típicas del discurso y la pontificación progre.
“Una cena con amigos y conocidos. Es sábado y el ambiente es distendido y se habla de política relajadamente (…) Los acontecimientos que alimentan la conversación son los imaginables: Gaza, la Flotilla, Donald Trump, los partidos del procés, los del 155, Collboni, la inmigración y el 30% de deducción fiscal a los dueños de mascotas en Andalucía, que se suman a los 100 euros deducidos a cada ciudadano andaluz que se apunte a un gimnasio (…) Y mientras hablamos, dos de esos amigos y conocidos dicen, sin avergonzarse, que en las próximas elecciones a la Generalitat votarán a Aliança Catalana. Uno de ellos (…) que no habla de moros para justificar su futura decisión electoral, fue votante de ICV, de ERC, incluso votó a Ada Colau en las elecciones municipales que la convirtieron en alcaldesa por primera vez. Pero ya está harta de medias verdades y mentiras y, empujada por un voto de enfado, ha decidido protestar entregando su voto a una política que transmite, al menos, fanfarronería. ‘Sabéis, he tenido que cambiar a mi hijo de escuela y llevarlo a un centro concertado’. El meollo del problema es que, siendo catalanoparlante y estando bautizada con un nombre muy andaluz, el hijo estaba dejando de hablar catalán por culpa de una escuela pública incapaz de integrar una inmigración.”
La clave está en aceptar que “el voto a la formación de Sílvia Orriols está teñido de cansancio, enfado y cotidianidad mal gestionada. Enfado por los 9 segundos de República, enfado por las mentiras procesistas, enfado por el espíritu que todavía impera del 155, enfado por la infrafinanciación cronificada, enfado por el vasallaje cobarde de la Generalitat de Cataluña hacia las instituciones españolas, enfado por la lenta defunción de las raíces identitarias, enfado por la catalanofobia desacomplejada que vomitan las derechas y las izquierdas peninsulares (…) los días posteriores al 1 de octubre murió la ilusión; después vino la deserción en forma de abstencionismo, cuando se supo la magnitud de la mentira, y ahora, el voto a Aliança Catalana también es la crónica de una desilusión digerida en forma de vómito.” 
Reproduzco dos opiniones más de personas que no se atreven a expresarlas en grupo para evitar el acoso del discurso progre. Dicen lo siguiente respecto al contenido del artículo:
“Termómetro de la situación, más claro imposible. En catalán siempre hemos dicho moros, o también sarracenos más antiguamente. Espero que nadie me corrija y me prohíba hablar catalán. La situación en las escuelas es explosiva y en la sanidad ayer 4 horas de espera en urgencias por un familiar.”
Y el otro dice: “Alguien que se atreve a decir las cosas tal y como son.”
La represión de facto que supone el discurso progre pronunciado desde la superioridad moral se les está volviendo en contra y no lo quieren aceptar… Está por ver hasta dónde llegará la tensión y/o la agresividad que, con toda la razón del mundo pero con poca habilidad, denuncian.
Viernes, 10 de noviembre de 2025. La generación T (boomers), una generación privilegiada
Me gusta su manera de pensar y cómo lo expresa sin tapujos Josep Sala i Cullell. Un gerundense de 47 años que ajusta cuentas con los de mi generación. Le entiendo y estoy bastante de acuerdo con él en muchas cosas. Yo no soy Carles Francino —soy mucho más anónimo—, pero me alegro de que Francino, de mi generación, le diera voz, emocionado, en la radio.
Más allá de la tentación de decir “¿y yo y mis coetáneos, qué culpa tenemos de vivir tantos años y ocupar todos los lugares relevantes ‘eternamente’, bloqueándolos a los que vienen detrás?”, estoy muy de acuerdo con él cuando dice que ocupar puestos de poder político, económico, mediático y profesional desde la transición democrática ha hecho que legisláramos e implantáramos usos y costumbres destinados a perpetuarnos en esos lugares. Así, las generaciones que vienen detrás —la suya, la X, y aún más la Z— ven limitadas sus posibilidades.
Tiene razón cuando dice:
“Cuando las fuerzas capitalistas deciden que hay que reducir la masa salarial, los sindicatos deben decidir si todos los trabajadores se bajan un poco el sueldo o hacen que los jóvenes que entren cobren la mitad y los mayores lo mantengan. Y eso hicieron. Eso es el conflicto entre generaciones. Con el visto bueno de los sindicatos mayoritarios y los votos de los trabajadores se crea la doble escala salarial: los jóvenes cobran la mitad haciendo el mismo trabajo que los mayores. Pero al final acaba habiendo la transferencia intergeneracional de manera informal. El padre acoge a los hijos en casa, porque no pueden ganarse la vida fuera.”
“Tengo cuarenta y siete años, y estoy harto del moralismo de la generación anterior, culpable de un descalabro nacional y de prosperidad evidente. Yo también deseo que se acaben los conflictos del mundo, que eliminemos el hambre y la pobreza, y hermanos, démonos las manos, señal de amor, señal de paz. Pero eso no pasará. Toca cambiar de discurso y que los catalanes nos centremos en lo que más nos conviene según nuestros intereses. Como, por otra parte, hacen todas las naciones maduras.”
La mayor parte de mi generación, la generación T o Tap (Tapón) en terminología de Sala i Cullell, compramos la transición democrática y la España de las autonomías que nos vendieron. Veníamos de donde veníamos y más valía “pájaro en mano que ciento volando”. Lo encuentro comprensible. Ahora bien, no acertamos, nos equivocamos y ahora (algunos) vemos las consecuencias. Lo que tenía que ser una democratización (concepto en crisis en el mundo de hoy por otras razones) acabó siendo “el régimen del 78”, que ha terminado naturalizando demasiados aspectos del régimen franquista, empezando por el Borbón puesto a dedo por Franco, hasta que la desmesura del individuo ha hecho evidente “la marca de la casa”. Somos cómplices de la aberración que fue apostar por olvidar la memoria histórica y cerrar en falso los horrores de la Guerra Civil y la dictadura —con connotaciones específicas y especialmente graves en el caso catalán—, legitimando una democracia de bajísima calidad y una autonomía de chichinabo.
Ciertamente, muchos de los protagonistas de todo aquello continúan y, desde sus atalayas de poder en los ámbitos político, económico, social y cultural, su core business es defender el estatus personal y generacional, con todos los privilegios asociados, sin abrir paso suficiente a la regeneración y renovación y habiendo renunciado a cualquier autocrítica que amenace el estatus alcanzado.
Sala i Cullell se refiere a un joven Quim Nadal, alcalde de su Girona natal en la treintena, que hasta hace cuatro días todavía era consejero y, como tantos otros —no es cuestión personal, es un ejemplo más— sigue manejando el cotarro. Cuesta dejar sillones, privilegios y salarios muy superiores a los que perciben quienes nos siguen.
Personalmente considero que tuve la suerte, con 30 años, de poder contribuir decisivamente al diseño de un modelo sanitario catalán, moderno e innovador. A los 33 años era Director General en el Servei Català de la Salut; con 38 estuve a punto de ser Conseller de Salut; y a los 39 fui nombrado Secretario del Gobierno y de Relaciones con el Parlamento. El 31 de diciembre de 1999, con 41 años —seis menos de los que tiene Sala i Cullell— dejé para siempre el Gobierno y la Administración Pública. El bagaje adquirido me permitió ganarme bien la vida en el sector privado y planificar una forma de vivir según mis deseos.
No he tenido problemas de vivienda ni de trabajo. Nunca me he sentido mal retribuido y, desde mi posición periférica respecto al poder, puedo explicar lo que vivimos de forma muy diferente al relato oficial. Como no tengo el culo atado, puedo decir abiertamente que entiendo lo que dice Sala i Cullell, sin necesidad de flagelarme. Pero reconozco que no hemos sabido apartarnos a tiempo y dar paso a los más jóvenes. No hemos dedicado tiempo al relevo generacional.
En términos de España, lo que tenía que ser una democracia homologable ha acabado siendo un sucedáneo de muy baja calidad. Muchos de mis coetáneos, si conservaran intactos los valores de cuando éramos jóvenes, no tolerarían la farsa que estamos viviendo. Los sillones son cómodos y los honores y reconocimientos, aparte de los ingresos, nada despreciables, también. Lo mismo puedo decir en términos de Cataluña. No nos atrevimos a pegarle una patada que pusiera fín a esta autonomía de tercera que parece más una descentralización administrativa que una respuesta a las aspiraciones nacionales catalanas. De nuevo mis coetáneos, en este caso protagonizando la dimisión nacional, vendidos por un plato de langosta y caviar, que con el plato de lentejas no hacen.
En cuanto al modelo sanitario catalán, hoy estamos en las antípodas de lo que concebimos con convicción y entusiasmo. Lo peor es que un porcentaje elevadísimo de los que ya estaban hace 35-40 años ¡siguen allí! Y desde sus eternos lugares de responsabilidad, no solo toleran pasivamente el desastre, sino que lo justifican para no perder comba. Inventan discursos para hacer creer que, aunque son protagonistas de lo contrario de lo que predicaron y concibieron, siguen trabajando “de otra manera” por el mismo modelo. ¡Qué cinismo y qué poca vergüenza! Sería divertido, si no fuera patético, ver cómo se repiten las excusas de mal pagador para intentar tranquilizar sus conciencias. Siento vergüenza ajena cuando vividores profesionales del régimen del 78 siguen afilando las neuronas para seguir haciendo propuestas de mejora del financiamiento sanitario y autonómico, con los pantalones y los calzoncillos a la altura de los tobillos. Y lo mejor es que pontifican desde atalayas cuidadosamente construidas, han hecho y hacen la pelota a todos los que han mandado y mandan desde hace cuatro décadas, siempre adaptando el discurso a las circunstancias. Estos fatuos con egos monstruosos, además, aleccionan y reparten carnés de ciudadanía a los que como ellos hacen el juego al sistema y condenan al ostracismo a los indeseables que denuncian (que denunciamos) la obra de teatro que tanto les reconoce y recompensa. ¡Ridículo y penoso!
A tenor de esta realidad, y a pesar de la dureza de Sala i Cullell, este colaboracionismo incondicional con los desechos de lo que sea a cambio de mantener el estatus hace comprensible que Josep Sala pueda decir cosas del tipo:
“Generación Tap (Tapón), generación de la transición. Son los boomers americanos, en Occidente. En España son los que en los años ochenta tenían treinta años, y ya son catedráticos de universidad, alcaldes, ministros y dirigen los programas de la mañana en la radio. Se colocan allí y se quedan. Hace treinta años, cuarenta, que están. Están mucho menos preparados que los que suben, y su gran objetivo es que nadie pueda hacerles sombra. No son los líderes y ya está, es la generación entera. Ninguna generación cobrará las pensiones que cobrarán ellos, una pensión más alta que los sueldos de sus hijos y de sus nietos. Para saber quiénes son solo hace falta encender la televisión y leer los periódicos (…) Cuando escribí la entrada en el blog, en 2013, la generación T estaba en su apogeo. Ahora colocan a sus sucesores a dedo. Son los clones. Casado, Sánchez, Iglesias. Repiten el discurso. En la universidad también tienen a los herederos, porque la generación T tiene una gran inquietud por el legado. Quieren pasar a la historia. Y que dentro de cien años digamos todos que fueron fantásticos y trajeron la democracia, la modernidad y hicieron la revolución. Y colocan a los acólitos para que les escriban hagiografías. Pues que tengan muy claro, todos, que pasarán a la historia como lo que son: una generación catastrófica para la humanidad. Y dentro de treinta años, los libros sobre la transición española estarán en los sótanos acumulando polvo. Cuando desaparezcan, recordaremos a la generación Tap como una plaga de langostas. Como una gente que nos dejó una herencia fatal.”
Quizá no hemos sido “catastróficos para la humanidad”, entre otras cosas, por falta de capacidad aunque nos lo hubiéramos propuesto. Pero el tiempo nos situará en el lugar que merecemos, haciendo evidente que fomentamos, quizá sin ser conscientes, pero activamente, una especie de neofranquismo, una dictadura 2.0 bajo la apariencia de régimen democrático. Sin nuestra dejadez, cobardía y traición en muchos casos, quizá tendríamos un Estado en lugar de la nación en vías de descomposición que dejaremos a las generaciones
futuras. Hemos sido una generación privilegiada, si la comparamos con las anteriores y posteriores, y en lugar de aprovechar la ocasión pensando en un bien superior, nos hemos aprovechado de la ocasión y no hemos dejado gran cosa a los que vienen detrás.
Ánimo a los de la generación X, a los milenials, a los de la generación Z y las que vengan detrás, a pasar del discurso de la queja a la acción. Que de forma decidida y sin muchos miramientos, empiecen a desparasitar sillones, a jubilarnos de una vez y a conseguir un relevo generacional que permita retomar el proyecto nacional catalán y expulsar a los instalados y su tibieza ante el fraude que suponen la totalidad de instituciones del Estado español y, por extensión, las catalanas.

Tu manera de escribir demuestra que la inteligencia no solo se piensa, sino que también se siente.
Admiro las mentes brillantes.
Muchas felicidades!
Moltes gràcies, Snaly!