“Los tiempos que nos tocan vivir son de crisis y traumas, pero son relativamente benignos si se comparan con el horror planetario de otras épocas, como la II Guerra Mundial, por poner un ejemplo.

Pero son también tiempos de esperanza, en los que millones y millones de personas de buena voluntad luchan por un mundo mejor y son cada vez más conscientes de que el apego, el egoismo y la violencia- que no necesariamente es física, sino que puede ser verbal o incluso de pensamiento- son un camino seguro al desastre.”

Me complace poderos presentar mi blog que, en primera instancia, se podría ubicar en el campo de la política sanitaria. Pero no sólo eso, porque la sanidad y la salud no se pueden aislar de la sociedad, su valores predominantes, las instituciones, las organizaciones sociales, los partidos políticos, la baja calidad de nuestra democracia, el rol de los medios de comunicación y tantas otras cosas, como el contexto nacional catalán y, evidentemente, la crisis. La crisis económica y su causa: la crisis de valores.
El año 2009 publiqué un libro que llevaba por título ‘La sanidad catalana desde otra perspectiva’ y cuyo subtítulo era ‘La salud y la felicidad de las personas’. Reproduzco un fragmento de este libro para incidir en aquello que más que me interesa y me motiva:

“Siempre he estado convencido de que la sanidad no tiene mucho sentido si no está al servicio de la salud y, en última instancia, de la felicidad de las personas. Añadiría que a pesar de este hecho, no siento que el sistema sanitario esté muy orientado hacia la salud de las personas. Está más encaminado hacia la enfermedad que hacia la salud. De hecho, hacia donde está más orientado es a la obtención de recursos, de dinero, para hacer funcionar la costosa máquina de la enfermedad que a veces no se sabe muy bien hacia donde está orientada…

…Si nos adentramos en el sistema sanitario, vemos que el síndrome del desgaste profesional y del estrés patológico afecta a una gran cantidad de médicos y profesionales de la salud. Incluso se ha incorporado al argot el término ‘burn-out’ (‘estar quemado’), para describir el fenómeno.

Los gestores del sistema, como tantos otros profesionales del mundo de hoy, viven estresados, atareados, duermen poco, consumen diferentes tipos de sustancias estimulantes y de drogas (varios estudios hablan del incremento del consumo de psicotrópicos, del consumo de alcohol y otras drogas en la población, así como entre los médicos y los profesionales de la salud). Sufren síndromes como por ejemplo el síndrome postvacacional y todo tipo de síndromes aparecidos últimamente que, en conjunto, conforman un gran espejo en el que se refleja la patología social colectiva que nos domina.

Los rectores políticos del sistema sanitario (y otros), demasiado a menudo dan la impresión de no ser ellos mismos. Con frecuencia parecen actores representando una obra de teatro sin interrupciones.

Se los ve tan concentrados en su juego de rol, tan alejados de sí mismos como personas, como parecen estarlo de la esencia del sistema sanitario (y de la del sistema democrático) y de las personas a las que dicen querer servir. No son bastante creíbles cuando expresan sus preocupaciones.

Gestores, políticos, médicos, profesionales y muchas personas en general compartimos un estilo de vida poco saludable en un mundo en el cual a menudo las energías se ponen al servicio de la imagen, la apariencia y el rol que se lleva a cabo. Todo pasa lejos de la naturaleza real, de la esencia de la persona. Nos explicamos por lo que hacemos, en vez de hacerlo por lo que somos. Además, a menudo cuesta encontrar la coherencia mínima entre lo que hacemos y lo que decimos, pensamos, sentimos y somos.”

Esto lo escribía en 2009. En febrero de 2011 fui nombrado presidente del Parc de Salut Mar de Barcelona, lo que significó entrar en contacto con el día a día del sistema sanitario catalán del que, con algunos cortos intervalos, me había marchado en 1994. Lo encontré malogrado, desfigurado, bastante desconocido. A pesar de que las caras de los protagonistas eran y son en gran parte las mismas, la involución respeto el modelo sanitario catalán formal, más que aplicado, durante los años 80 y 90 del siglo pasado, era y es aterradora.

La burocracia, en el peor sentido de la palabra, es el poder de las élites funcionariales por encima del de los políticos. La coincidencia de intereses entre lo peor de la administración pública, los partidos políticos, los sindicatos y los medios de comunicación, ha conseguido generar un clima en el que se puede llegar a creer que el modelo sanitario catalán fue concebido para fomentar la corrupción. Esta idea se ha inducido asimilando la gestión eficiente empresarial a una privatización orientada a desmantelar el Estado del Bienestar. Resulta fácil manipular la legítima indignación de la población derivada de los recortes para acobardar a algunos responsables políticos, que siempre han temido a los titulares, y que ahora ven más condicionada que nunca su actuación por los media.

En julio pasado, se produjo un hecho que no tiene precedentes. En medio de un clima contaminado por supuestos casos de corrupción y denuncias de falta de transparencia, el Departamento de Salud de la Generalitat hizo públicos los datos de la Central de Balances. ¡Sólo un medio se hizo repercusión! Y ninguno de ellos, ni uno, las ha analizado.

Si se analizan, se hacen evidentes las bondades del modelo sanitario catalán: “Las empresas públicas y los consorcios sanitarios: la triste imagen de una administración enmohecida”. Artículo publicado en la revista de La Unión Catalana de Hospitales.
Adjunto en esta presentación la entrevista hecha en La Contra de ‘La Vanguardia’ el día 16 de noviembre de 2012. El entrevistado dice: “Habría que preguntarse por la democracia o la falta de democracia interna de los (…) partidos, pero sobre todo si esta deficiencia refleja la mentalidad de los ciudadanos”.

“No hablo de debates mediáticos en los que todos son abiertos, razonables y políticamente correctos”. Y añade, refiriéndose en España: ”Hablo de las convicciones íntimas de los ciudadanos. No se busca a un líder para obedecerlo, sino (…) para tener un responsable al que criticar y en quien descargar las propias culpas. Quizás tenemos una cultura política adicta a la crítica y a alérgica a la autocrítica”. “El principio de poder no descansa sobre responsabilidades compartidas, como en democracias maduras y avanzadas, sino sobre la negación de los errores propios”.