Cuando empecé esta serie de posts, quería escribir cuatro seguidos, pero tuve que detenerme después de publicar el segundo. Una serie de viajes en las últimas semanas han hecho que haya pasado un mes desde la última publicación, y demasiadas cosas como para que el hilo que retomo ahora, a pesar de ser el mismo que cogí para los dos primeros posts, quizás me lleven a seguirlo de una forma distinta.
El tercer post de la serie, este, iba y sigue yendo en torno a la presentación del libro del presidente Pujol, el pasado 8 de febrero, una reedición de Des dels turons a l’altra banda del riu. Y el cuarto, sobre el libro de la periodista Núria Orriols, Convergència: metamorfosi o extinció, el día siguiente, el día 9 de febrero.
De hecho, empecé a escribir un borrador de este post a mediados de febrero, que decía:
“Si me pierdo en un pueblo o ciudad que tenga librería, buscadme allí.
Si venís a verme al Delta, puede que me encontréis leyendo en el porche de casa, en alguna calita o en la terraza de cualquier bar. O escribiendo. Normalmente en casa.
En Barcelona, la librería Ona, situada a cinco minutos a pie de donde me alojo cuando voy, es como mi segunda casa en la ciudad. El pasado día 8, aunque Jordi Pujol no hubiera presentado su libro, —que leí, y me conmocionó, a principios de los años 80 del siglo pasado—, habría podido estar perfectamente en la librería Ona. Aquel día, sin embargo, estaba porque soy convergente y quería estar allí…”.
Bueno, aquí cambio un poco la cosa, teniendo en cuenta lo que ha ido pasando y sigue y seguirá pasando, parece que cada vez más, con Pujol y Convergència…
Sé que voy contracorriente y que casi nadie me va a creer. Pero…
Decía en el post “Semana del 6/2/23 al 13/2/2023. Hechos públicos, sensaciones íntimas (1)” del 13 de febrero de 2023, refiriéndome a la interpretación hecha por un periodista de un comentario mío:
“(…) A partir de ahí, el riesgo de que cualquier cosa que diga, interpretada desde maneras de ver la realidad, que nada tienen que ver conmigo y con mi forma de vivir y de pensar actual, o retorcida hasta poder usarla para apoyar sus tesis (en ocasiones preconcebidas, manías), en la medida en que, particularmente, la actualidad, ni me entusiasma, ni la sigo con mucho detalle, el resultado puede ser una manipulación de mis palabras, más o menos intencionada”.
Una compañera, Helena Ris, cuando Pujol sacaba mayorías absolutas con Convergència y muchos, hasta entonces autoproclamados de “izquierdas”, iban mutando hacia Convergència, por aquello de acercarse al “sol que más calienta”, o porque todo el mundo tiene derecho a cambiar, me decía: “Hay que admitir que, desde que te conozco, nunca te has movido de tus posicionamientos políticos. Quizás se ha movido Convergència, pero tú no”.
Y creo que tenía razón. Comprenderéis que presumir de “inmovilista”, no tiene por qué resultar demasiado “sexy”. Ahora bien, cuando quien, sin que te hayas movido, insiste en que sí que te has movido, para poder tachar el movimiento de incoherente y el supuesto posicionamiento personal —que no es tal— lo extrapola a un partido, que se llama Junts per Catalunya, que no es el mío (yo soy de Convergència), pues…
Si por un momento tengo que salir de mi retiro del Delta, donde ni mi vida, ni mis intereses, habitualmente, tienen que ver con la política, la actualidad, el periodismo “creativo” que la deforma… pues bueno, en ese caso, temporalmente, recupero mi uniforme de urbanita barcelonés, y me sitúo en el manicomio urbano del que he huido. Me empiezan a hablar de violaciones, violaciones infantiles, crímenes machistas, humo, contaminación, ruido, individualismo, egoísmo, soledad no deseada, metaverso, inteligencia artificial (¿estupidez natural?) y también de música urbana, exposiciones, conciertos, inmigración, movimiento LGTBI, beneficios bancarios, poliamor, supermanzanas, política, políticos, y turistas e indígenas locales que se mean por la calle. Cuando todo esto ocurre, entonces me pongo en modo convergente.
Cuando me llevan a ese terreno, que normalmente no forma parte de mi vida, ni de mi pensamiento, porque expresamente he querido abandonar el territorio del delirio, entonces explico que siempre he sido y soy convergente y que no importa que —en mi opinión, de forma absurda — decidieran eliminar Convergència.
Los convergentes seguimos existiendo sin Convergencia. Y como esto cabrea mucho a bastantes personas, dicen que quizás sí, pero que hasta ahora hemos estado escondidos y ahora tenemos “el morro de salir del armario”. Incluso estoy dispuesto a admitir que, afortunadamente, paso la mayor parte de mi tiempo “dentro del armario”, pero cuando me encuentro en esta selva, si es necesario, salgo del armario, sin ningún problema. Y si encima me encuentro a un periodista de esos que viven de interpretar, retorcer, manipular y adaptar a su antojo la realidad, entonces, si hace falta, exagero la nota. Entiendo que se cabreen…
—¡Ah! ¿Pero tú, que estabas subido a la parra del independentismo selvático, ahora apoyas a Trias? —dice, intentando hacer evidente un síndrome esquizoide.
—Sí —contesto, viendo cómo se le pone cara de: “¡Ah! ¡Ya tengo la noticia!”. “Si esto es noticia”, pienso yo.
—¡Pero tú eres de Junts per Catalunya!
—No. Yo no soy de Junts per Catalunya. Soy de Convergència.
—Venga, no me marees, que tú tienes orgasmos con Puigdemont.
—No. No tengo ningún orgasmo con Puigdemont. Pero le aprecio y me cae muy bien desde que, estando en la ejecutiva de la Joventut Nacionalista de Catalunya (soy uno de los fundadores), hicimos militante a Carles. Él, como yo, siempre ha sido independentista.
—Pero él es ahora de Junts.
—Sí, eso parece, más o menos. Él, tal vez sí. Pero yo no.
—Eres amigo de Puigdemont y nunca has criticado a Pujol, que no es independentista.
—Aprecio a Puigdemont y admiro a Pujol, que ni es, ni nunca ha sido independentista —al menos no lo ha manifestado—, pero como yo, es convergente.
—Y amigo de Trias y ahora le apoyas, cuando tampoco es independentista.
—Nunca he hablado con Trias sobre independencia. Durante años hablé de sanidad y de otros temas. Ahora de Barcelona. Y también del Barça y de los nietos. Me da igual si es independentista o no lo es. Echo de menos al alcalde Maragall que nos hizo sentir orgullosos de Barcelona. Ahora Barcelona me da pena y no veo a nadie, aparte de Trias, que me garantice que la alcaldesa que aceptó los votos de Manel Valls, para serlo, pase a ser más emérita que el sucesor de Franco y deje de destrozar la ciudad.
—¡Ah! ¡Ahora lo entiendo! Tú estás por la sociovergencia.
—Todos los que esgrimís este recurso, estáis por el tripartito. Me parece que tenéis un relato predefinido y queréis que la realidad se adapte a la crónica que ya tenéis escrita. Tenéis un tripartito tácito en Madrid y en el Ayuntamiento de Barcelona. El presupuesto de la Generalitat se ha aprobado gracias al tripartito (afortunadamente, ¿eh?, porque la prórroga habría sido catastrófica) y los convergentes, aquí en medio, estorbamos. Solo os faltaba que Pujol tuviera la osadía de volver a asomarse —¡qué sinvergüenza!— y que de repente, nada menos que la siempre obediente La Vanguardia, el conde de Godó, vaya poniendo las cosas en su sitio. Qué raro, ¿verdad?… ¿Qué estará pasando entre las fuerzas vivas de Madrid, para que La Vanguardia explique la verdad de la Operación Catalunya, del caso Pujol y otros?
Des dels turons a l’altra banda del riu, lo leí antes de cumplir 30 años, en Canadá. Me impresionó la crudeza con la que trataba Jordi Pujol a la generación anterior. Por tanto, no fui a la librería Ona para que me presentaran un libro que había leído hace más de cuarenta años. Debo decir que empaticé con la joven periodista de 25 años, Montserrat Dameson, que se mostró tan sorprendida como sorprendido me quedé yo, cuando tenía su edad, por la recriminación despiadada de Pujol hacia las generaciones precedentes. He intentado hablar con ella, porque me interesaba mucho saber de primera mano, escuchar en sus palabras, los matices de aquella sensación. No lo he logrado. Se lo he pedido, pero no he obtenido respuesta…
¿Por qué fui?, diréis quienes no compráis el relato del odio. Los que tachan a Pujol de mafioso, ya no preguntan. Dan por supuesto que quienes fuimos somos tan execrables como él. Pero dejemos a estos…
Fui porque considero que uno de los mayores estadistas de la España del siglo XX, si no el mayor, ha sido Jordi Pujol.
Nunca fui “pujolista”, ni “roquista” (como se me había atribuido durante años) ni “triista”. Era simplemente convergente, como ahora. He respetado mucho, siempre, a Miquel Roca, a quien aprecio. Quizás no acabo de entender su evolución. Pero mis amigos tampoco entienden del todo cómo han cambiado las prioridades en mi vida, respecto a la época de la que hablo.
Xavier Trias es un amigo querido y Jordi Pujol ha sido un gran político, un estadista, considero que fue una suerte poder trabajar con él y desde la percepción personal que tengo, no desde lo que se ha explicado, modestamente, haré lo poco que esté en mis manos, por no mezclar churras con merinas, y contribuir a que este hombre sea reconocido como el que fue en realidad. El hecho de haber defraudado a la hacienda pública, como reconoció él mismo, no le ayudará. A quien conozca de primera mano el desinterés absoluto de Jordi Pujol por el dinero, este hecho le puede sorprender aún más. En cualquier caso, tan evidente es que el dinero nunca le importó lo más mínimo, como lo es que defraudó a hacienda, antes de regularizar la situación.
Muchos se decepcionarían si supieran que el eventual castigo potencial que le desean, más allá del mediático, para él nunca será superior al castigo que supone, probablemente, morir sin el reconocimiento que hubiera tenido, si esa situación irregular no se hubiera producido.
Nunca tuve una relación personal fluida, ni fácil, con el presidente Pujol. Trabajé allí tiempo y pasé horas a solas con él, despachando, normalmente a altas horas de la noche, en la Casa dels Canonges. Para mí nunca fue fácil el trato con él. Ni él fue especialmente cordial conmigo. Pero, más allá de la difícil “química personal”, siempre le respeté y admiré, y nunca he dejado de hacerlo. Gozar de su conocimiento enciclopédico y de su visión de la política y del mundo, reducen a la categoría de anécdota, la difícil relación personal. Que, dicho sea de paso, siempre quise mejorar y pienso que con los años lo he conseguido y me he sentido correspondido.
El día 8 de febrero, fui a rendir homenaje público “en petit comité”, el posible dadas las circunstancias, a ese gran político. El azar hizo que sentado a mi lado tuviera un buen amigo, apreciado, con el que hace bastantes años codirigimos un seminario sobre política en el CCCB, cuando era director Josep Ramoneda. El grupo era muy transversal: Margarita Robles, Rosa Cullell, Miquel Puig, Xavier Escribano, Joan Cornudella, Alfred Bosch, Xavier Marcet, diría que Joan Coscubiela… Hablo de Jordi Sànchez, independentista como yo, pero no convergente. Y, por encima de todo, amigo. Curiosamente, al día siguiente coincidiríamos de nuevo uno al lado del otro, en la presentación del libro de Núria Orriols.
También vi a Joaquim Nadal, a Carles Campuzano, a Santi Vila, a Miquel Roca, a Joan Gaspar, a Antoni Vilà-Casas, entre muchos otros. Me hizo mucha ilusión encontrarme al joven escritor de la órbita “cupera” y amigo de mi hijo Pau —que no sé si estaba por razones profesionales, por curiosidad u otras— Pep Antoni Roig (ver post “Semana del 6/2/23 al 13/2/2023. Hechos públicos, sensaciones íntimas (2). Pep Antoni Roig (Josep Maria Espinàs y Josep Pla)” del 19 de febrero de 2023).
Al finalizar el acto, fui a comprar el libro. Aparte de que era una reedición con aportaciones de Joan Safont, el mío, el original de hacía cuarenta años, a pesar de estar dedicado por el presidente Pujol, lo regalé. “¡Qué mala educación!”, estaréis pensando.
Viajé por primera vez a Quebec en 1980, después de haberse celebrado el primer referéndum de autodeterminación. Entonces conocí a Louise Harel, vicepresidenta del Parti Québecois en Montreal, que ocuparía diferentes ministerios con René Lévesque y Jacques Parizeau, y a Jean-Yves Duthel, originario de Alsacia, que ocupó diferentes cargos. En ese momento creo recordar que era responsable de comunicación de Lévesque.
Posteriormente, cuando ya estaba estudiando en Montreal, fui a una conferencia de René Lévesque, invitado por Louise Harel, con quien había mantenido el contacto, y entonces ya no era ministra, era diputada en el Parlamento. René Lévesque perdió las elecciones de 1985 frente a Robert Bourassa, del Parti Liberal.
Fui a la conferencia con dos libros. La pasión du Québec de René Lévesque y… Des dels turons a l’altra banda del riu de Jordi Pujol.
Louise Harel sabía que quería que me dedicara su libro el líder quebequés, y me lo presentó.
Yo tenía 28 años y me impresionó bastante poder hablar unos minutos con el hombre que había hecho posible el referéndum de autodeterminación de Quebec, de mayo de 1980, a pesar de perderlo. Me lo dedicó y yo le regalé mi libro Des dels turons a l’altra banda del riu, como he dicho, dedicado por el presidente Pujol. Lévesque acababa de perder las elecciones y la etapa de mayoría independentista había terminado. El mundo al revés, Pujol hacía dos años que había sacado su primera mayoría absoluta.
Lévesque, pese a no conocer personalmente a Pujol, sabía perfectamente quién era y conocía bien la situación de Catalunya dentro de España. Recuerdo que cuando nos despedimos me dijo: “Bon séjour chez nous. Je vous souhaite que la Catalogne arrive au but, tel que le Québec le fera, sans doute, dans l’avenir“ (que tengas una buena estancia con nosotros. Les deseo que Cataluña alcance la meta, como sin duda lo hará Quebec en el futuro). Lo recuerdo, porque me anoté la frase bajo la dedicatoria de Lévesque, en el libro que todavía conservo. De momento, ni ellos, ni nosotros lo hemos logrado. ¡A ellos les fue del 0,5% de los votos en el segundo referéndum de 1995! ¡No hace falta decir que con el 50% más 0,5%, en Canadá, nadie exigió más, para retener Quebec dentro de la federación !
Mi libro dedicado por Jordi Pujol, debe estar en alguna estantería de la biblioteca de la Fundación René Lévesque, en Montreal.
Para completar la anécdota recordaré que Lévesque, fumador empedernido, murió de un infarto, el día de Todos los Santos de 1987, con solo 65 años. Con unos compañeros de la universidad, intentamos ir al funeral, pero no pudimos ni acercarnos al cordón de seguridad. Miles y miles de personas llenaban las calles adyacentes. Todas las banderas a media asta. No recuerdo los días decretados de luto nacional. En fin… ¿De nuevo el mundo al revés? Aún no lo sabemos, pero…
Mientras hacía cola para comprar el libro reeditado, y así recuperarlo para mi biblioteca, envié fotografías del acto a una persona muy querida que hubiera querido estar allí, y con la que, por razones muy particulares, me hubiera gustado compartir el acto. Pero estaba en México, y no fue posible.
A diferencia de mi primer ejemplar, este segundo, de momento, no está dedicado. Al acabar el acto, aparte de que no era el momento, ni era
oportuno, la muchedumbre tampoco me habría permitido acercarme al presidente. Esto no será obstáculo para, sin duda, volvérmelo a leer, cuarenta años después.
Al salir, hacía fresco y decidí ir a caminar un rato. Y a darme un tiempo para el recuerdo, antes de volver a encerrarme en el armario.
Acabo recordando que esta serie de posts, en principio ha de concluir con un cuarto, a propósito del libro de la joven periodista Núria Orriols -una gran profesional- Convergència: metamorfosi o extinció. Extinción seguro que no. Metamorfosis? Adelanto -es solo una opinión- que, en cualquier caso, más aparente y formal, que real.