Hace tiempo que siento que el modelo capitalista, el motor de nuestra organización social y de la manera que tenemos de vivir, evoluciona peligrosamente, no responde a las verdaderas necesidades humanas de la mayoría y se debate sobre la necesidad de reformarlo. Hay quien piensa que no basta con una reforma y que habría que recambiarlo, sustituirlo. Sinceramente, no sé lo suficiente para continuar analizando esta opción. Siento que se necesitan cambios, que cada vez son más urgentes, pero desconozco si una eventual dinámica de acciones destinada a mitigar los riesgos reales derivados de nuestro sistema, sería suficiente.

Más allá de los posibles lectores que entre rabiosos y sarcásticos piensen “chico, vas tarde, ¿eh?”, siento la necesidad de empezar con unas aclaraciones.

En primer lugar, no soy un experto. En segundo lugar, no se me escapa la complejidad de entrar en este berenjenal, por la dificultad de segregar el componente ideológico, político. Hace tiempo que mi desafección hacia la política es creciente y, ahora mismo, altísima. Está claro que esto no quiere decir que no tenga pensamiento político. En cualquier caso, mi pretensión es escribir desde el sentimiento, desde la preocupación, desde la buena voluntad. Conscientemente no tengo ninguna pretensión política, ni objetivo ideológico.

Finalmente, se trata de una reflexión “en voz alta” desde la conciencia de que soy el primero que necesita mejorar predicando con el ejemplo. Que me dé cuenta de los riesgos que supone para nosotros, los humanos, la evolución demasiado poco controlada del capitalismo y todo lo que conlleva, no quiere decir que el hecho de haber vivido demasiado acríticamente durante años con este sistema, no me tenga atrapado. Basta con decir que no hace mucho que empecé a hilar más fino con la separación de residuos, avergonzado por el comentario de un hijo mío.

Con la caída del Muro de Berlín, y el final del comunismo soviético, quedó el terreno libre para la expansión del capitalismo, con pocos cortafuegos. El mundo comunista, la Unión Soviética y los países del Pacto de Varsovia, globalmente, eran la viva imagen del fracaso, especialmente del fracaso humano. Pero tuvieron efectos positivos, una especie de contrapeso, sobre el capitalismo. Al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los años 80, época en la que los valores socialdemócratas y, en especial, el desarrollo del Estado del Bienestar y las medidas redistributivas, mostraron la mejor cara del modelo capitalista.

La disolución del bloque soviético, la globalización y la forma con la que ha evolucionado el capitalismo, han creado problemas graves para la humanidad que muchos resumen refiriéndose al aumento de la desigualdad hasta extremos muy preocupantes y a la destrucción del planeta por los efectos devastadores sobre la naturaleza, el medio ambiente y directamente sobre los humanos (véase “Verano entre islas”, del 16 de agosto de 2015). Hay que decir que no soy el único que no habiendo militado en movimientos antisistema o anticapitalistas, estoy preocupado por los efectos de esta deriva del modelo capitalista.

El pasado domingo, Francesc Cabana manifestaba en “Nació Digital” lo siguiente:

“Creo que Karl Marx tenía razón cuando decía que el capitalismo va de crisis en crisis y cada vez será peor, con una redistribución nefasta de la riqueza. ¿Cuándo se hicieron cambios sociales importantes? Después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Pero hace falta que haya una conflagración para que se hagan cambios necesarios? El modelo está muy agotado. La producción se basa en el capital y el trabajo. Pero el capitalismo ha dado demasiada fuerza al capital y se tiene que revisar. Los sindicatos también se tienen que interesar por los beneficios de la empresa. Creo que llegará un momento en que la humanidad reaccionará”.

De vez en cuando leemos o escuchamos noticias del tipo:

“El Informe sobre el desarrollo humano de la ONU más reciente, señala que la riqueza global de los primeros 358 ‘multimillonarios globales’ equivale a la suma de ingresos de los 2.300 millones de personas más pobres… Si (como dijo un crítico norteamericano) los 358 decidieran quedarse con cinco millones de dólares cada uno para poder mantenerse y regalaran el resto, casi se duplicarían los ingresos anuales de la mitad de población de la Tierra” (Zygmunt Bauman, 2015).

O bien:

“La ratio entre la retribución de un director ejecutivo y la de un trabajador medio en EEUU se solía mover alrededor del 30-40 /1, en la década de 1960-80. Desde comienzos de la década de 1980 ha aumentado a gran velocidad, y a principios de la década de 1990 era de 100/1 y en la década de 2000 era de 300-400 /1… En 2005, los directores ejecutivos de Suiza y Alemania cobraban respectivamente el 64% y el 55% de sus homólogos norteamericanos. A los suecos y holandeses solo se les pagaba alrededor del 44-40% de la retribución de los estadounidenses, y a los japoneses, un miserable 25%… (Por otro lado), tanto en Japón como en Europa, los salarios están esencialmente al mismo nivel que en EEUU” (Ha-Joon Chang, 2012).

¿Nos hemos acostumbrado e inmunizado a estas noticias? ¿Somos incrédulos, escépticos o indiferentes?

Para poder mantener este sistema, hace falta un crecimiento económico continuado, en un mundo globalizado. Un crecimiento que, a toda costa, debe “tender al infinito”, porque se ha asociado a una idea, muy desafortunada, de progreso y de felicidad, que hemos ido interiorizando cada vez más y más. Probablemente la interiorización colectiva de este sistema y del estilo de vida que conlleva, pueden explicar en la práctica, la reacción de ignorar o negar estos “mensajes incómodos”.

Mientras tanto los efectos nocivos de este modelo de crecimiento económico, que precisa ser exponencial, además de incidir directamente sobre la salud física y mental de las personas, va configurando una sociedad cada vez más “enferma”. Todos sabemos que este modelo productivo impacta sobre el medio ambiente y el clima, cada vez conocemos más los efectos del nivel actual de emisiones de CO2, y cada día son más los que se preocupan sobre el futuro del planeta. Hay quien se pregunta, desde el conocimiento y la investigación, si ya es demasiado tarde. Ojalá que no. Pero no estoy seguro.

La crisis económica de 2008, suponía una gran oportunidad para repensar el modelo. ¡Pero no! Hemos salido adelante -¿¿¿hemos salido de verdad de la crisis o es un maquillaje???- a base de “más de lo mismo”, de continuar buscando el crecimiento ilimitado. A costa de las personas y del futuro del planeta. Me cuesta imaginar qué tiene que pasar para que la respuesta sea la adecuada.

El sábado pasado, Paul Krugman -Premio Nobel de Economía- escribía en el “Ara” -o este

EL MAR S’HA MENJAT EL DELTA DE L’EBRE

periódico reproducía- lo siguiente:

“En un mundo racional, los incendios de Australia serían un punto de inflexión histórico. Al fin y al cabo, es exactamente el tipo de catástrofe que los científicos del clima nos habían anunciado si no tomábamos medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. De hecho, un informe de 2008 encargado por el gobierno australiano preveía que el calentamiento global provocaría que las temporadas de incendios del país comenzaran antes, acabaran más tarde y fueran más intensas a partir de 2020. Además, aunque decirlo pueda parecer cruel, este desastre es insólitamente fotogénico. No hace falta leer detenidamente gráficos y tablas estadísticas; es una historia terrorífica explicada por muros de fuego y refugiados aterrados que se agolpan en las playas. (…) Pero si un país en llamas no es suficiente para crear un consenso que lleve a actuar, si ni siquiera es suficiente para que la posición antiecologista se modere, ¿qué podemos esperar? La experiencia de Australia indica que el negacionismo climático persistirá llueva o nieve, es decir, aunque haya olas de calor devastadoras y tormentas catastróficas”.

Mientras escribo este post, el temporal Gloria, entre los múltiples estragos que está causando, se está comiendo el Delta de l’Ebre. Las olas del mar han llegado a los 10 metros y han inundado 3.000 hectáreas de arrozales, la Punta de la Banya ha desaparecido bajo el mar, el viento y el agua han arrancado árboles, los ríos, los barrancos y los arroyos se han desbordado, en algunas poblaciones la gente está confinada en casa, sin electricidad (problema endémico en aquella tierra), sin calefacción… Los científicos -los estoy escuchando por la radio- se desesperan impotentes para hacer entender que estamos en una situación de emergencia climática. Ahora bien, si un continente en llamas, no hace efecto, no sé -aunque solo sea por la proximidad- si estas catástrofes cercanas nos ayudan a tomar conciencia de que muchas cosas no se pueden seguir haciendo como hace demasiados años se hacen.

En el mismo periódico que publicaba Krugman -que, por cierto, dedicaba un monográfico al problema de la desigualdad- también escribía Marina Subirats, vecina del Eixample barcelonés como yo mismo. Decía:

“El sueño de una burguesía que quiso dejar una huella duradera en este rincón del mundo, y expresó su locura en rosas de piedra, en tribunas como cajitas encantadas, en estas cariátides pacientes que cada mañana me anuncian el color del día. Un pedazo de ciudad para vivir en la poesía, en la magia, en el imperio de la imaginación y la trascendencia. Un auténtico regalo de nuestros predecesores barceloneses”.

Sí señora: una maravilla, un privilegio. Pero… como bien dice ella misma:

“Hace tiempo que me planteo huir, y si no lo he hecho es porque el esfuerzo de un cambio me supera económicamente y emocionalmente. ¿Por qué me quiero ir? Muy sencillo, porque sé y siento que vivir donde vivo me está matando, de una muerte lenta, sí, pero segura. Salgo a la calle e inconscientemente dejo de respirar, por un instante, claro; enseguida sigo aspirando ese aire maloliente de partículas diversas, con olor y sabor a veneno. Me encantaría sentarme un rato a ras de calle, tomar el sol y observar los balcones retorcidos, las fachadas barrocas, las vidrieras de colores, este intento de lujo de los sentidos. ¿Pero cómo hacerlo, con el aliento que me llega, con el ruido espantoso de este motorista que cree que tiene derecho a embadurnar el espacio sonoro común, simplemente para demostrar que hace lo que quiere y que es muy hombre?”.

Yo he huido en parte. No del todo, porque no me lo puedo permitir todavía. Los lectores del blog sabéis que paso todo el tiempo que puedo en las Terres de l’Ebre, donde esa sensación horrible que experimentamos al respirar el aire del Eixample, no la tenemos. Pero… esperemos a ver el balance definitivo del Gloria… De momento las imágenes que llegan son estremecedoras.

El modelo de crecimiento actual, requiere de un consumismo que llega a extremos irracionales. En una sociedad en la que predomina el “tanto tienes, tanto vales”, la acumulación de bienes materiales hace crecer el “yo” frente a los “yo” de los demás. Y esto entronca con y fomenta el individualismo característico de nuestro mundo. Para que “yo” individuo pueda destacar sobre los demás tengo que consumir, poseer y acumular más que los demás y cuanto más poseo, más me realizo y más feliz soy. ¡Un círculo diabólico! Competición y no colaboración… Obvio diréis quizás, ¿no? Seguramente, pero…

Este individualismo enemigo del ser relacional que es el hombre por naturaleza, es un individualismo hedonista, que sintetizo a través de una hipérbole deliberadamente simplista:

“Yo por encima de todo. Mi éxito profesional, además de rellenar mi vacío personal, me permite destacar sobre los demás. Y ganar dinero y consumir y tener más que los demás y ser un triunfador. No tengo tiempo para nada ni para nadie, más allá de trabajar, ir al gimnasio, muscular, comer bien para tener salud y no ser dependiente, además de conservar una buena presencia y, triunfar aún más. No puedo perder el tiempo para dedicarlo a nada que no sea producir y consumir, ni a nadie. Si los hijos, la pareja, los padres, los amigos, los compañeros, quien sea, necesita algo, ya lo contrataré. Para eso trabajo, consumo, contamino y contribuyo al desastre climático y a poner en riesgo el planeta”.

Quizás sí que haría falta una revolución, pero me conformo pudiendo intentar mantener una actitud de “radicalismo selectivo”, es decir, tratar de aprovechar las oportunidades que se presentan en el entorno inmediato, en las pequeñas parcelas personales y profesionales.

Si ahora hablo de Responsabilidad Social Corporativa (RSC), de Responsabilidad Empresarial, a alguien le parecerá que este final no está a la altura del sentimiento real de tristeza y preocupación expresado en relación a la deriva del sistema capitalista. En realidad, todavía son muchas las empresas completamente involucradas con lo peor del capitalismo que, directamente o a través de fundaciones, desarrollan programas -algunos incluso importantes y bien dotados de recursos- de RSC. Pero también hay cada vez más, un número creciente de empresarios, de directivos, de accionistas, de trabajadores que apuestan decididamente por la sostenibilidad -muchos jóvenes, si pueden, rechazan trabajar en empresas que no hagan esta apuesta-, por el impacto social de su producto o servicio, para asegurarse de que sus proveedores no tienen nada que ver con el trabajo infantil, que evalúan la satisfacción de todos sus stakeholders, que apuestan por la transparencia, que tienen claro que ha de haber un sistema impositivo justo y ser consecuente con el mismo, que no hay alternativa a una mejor distribución de la riqueza.

En la vida cotidiana, personal, también se necesita esta responsabilidad social, como en la empresa. La lista no es más corta: el respeto por el medio, la austeridad, la ponderación a la hora de consumir, la mejora de la calidad de las relaciones en esta sociedad individualista…

Entretanto el temporal Gloria continúa haciendo estragos, Trump predica en Davos y no sé si aquel primo de Rajoy que era catedrático de Física de la Universidad de Sevilla, negacionista del cambio climático, ya se ha jubilado…

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5 thoughts on “UNA MIRADA SOCIAL AL ​​CAPITALISMO DEL SIGLO XXI

  1. Christian dice:

    Josep, creo que en lo que has escrito, pones en palabras correctas sensaciones y conclusiones que se perciben cada vez más claramente a nivel global. Quizás el mayor espejismo actual es el modelo mental que avala el crecimiento infinito…
    Ese es, en mi opinión, el más peligroso dogma del sistema, que hace supuestamente “viable”¿? que los accionistas tradicionales apuesten a aquellos que prometen este imposible crecimiento (y para lograrlo caen en la tentación maquiavélica de hacerlo sin importar los medios…o el planeta). Quizás educando podamos convencer a cierta masa crítica que sirva para cambiar esto dentro de las organizaciones.
    Me gustó mucho el artículo Josep. Felicitaciones! Hay que animarse a tratar estos temas sin prisa pero sin pausa.

    1. josepmariavia dice:

      Muchas gracias por tu comentario Christian!
      En efecto, la voracidad de demasiados accionistas se circunscribe, a la vez que consolida, ese marco mental del “crecimiento infinito”. Eso situa a los directivos en el tremendo dilema de o “hacerles el juego” o … ya sabes!!!
      Al menos cada vez más, laa escuelas de negocios, forman en la buena dirección.
      En otro orden de cosas ya hay fondos que no prestan a iniciativas que no cumplan ciertos estándares sociales,medioambientales o jóvenes-que si se lo pueden permitir, esta es otra, rechazan ofertas en ese tipo de empresas.
      Gracias de nuevo por tu contribución!

  2. PATRÍCIA G. dice:

    colpidor!cada frase ressona com una gran veritat. Hem creat un estil de vida que mata, com el tabac,quan es va posar de moda sense saber-ne els efectes secundàris.

    1. josepmariavia dice:

      Gràcies Patricia, pel comentari!
      Si…
      Ens estem carregant el Planeta, les relacions personals són virtuals. No tenim gaire temps per res que no sigui treballar, massa sovint de forma autodestructiva…
      Qui enten de veritat el món i la vida, sap que en el fons tot és més senzill…

  3. Maite Huizar dice:

    El capitalismo del siglo XXI conforma un nuevo proyecto que desmantela los minimos democraticos en el marco del gobierno de hecho de las empresas transnacionales A la vez, se impulsa un relato cultural que cierra el circulo del proyecto. Frente a la deslegitimacion de la agenda de colores neoliberal, que pretendia trasladar una mirada progresista y universalista sobre la globalizacion, se va posicionando otro imaginario mas acorde con la realidad de violencia y exclusion generalizada. Gana espacio pues un discurso de fascismo social, de miedo y confrontacion con el otro que, incluso manteniendo cierto pluralismo politico, preconiza la ley del mas fuerte. Ya parece que no hay sitio para todos y todas, y que solo algunas vidas son vivibles. Y se abunda en la guerra con el otro, con lo diferente, desde sentidos comunes explicitamente reaccionarios. A su vez, como referencia normativa se proyecta un individualismo extremo, moderno, conectado y con acceso a todo —como puede ejemplificarse en algunos casos de la “economia colaborativa”— que invisibiliza, en el voluminoso iceberg oculto bajo el agua, una realidad de servidumbre e hipersegmentacion a costa del individualismo de la clase privilegiada.

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