JORDI RIBERA I BERGÓS

“Tengo una amiga que está vaciando el piso de su hermano, que murió hace casi dos años, y tiene un montón de libros, CDs, vinilos… para dar. Si os interesa, me lo decís”. Era un WhatsApp enviado por Maria Àngels, a un grupo que tenemos con algunos compañeros del colegio.

Ricard fue el primero de nosotros en ir y fue obsequiado con unos cuarenta CDs y cuatro libros que eligió. Ricard, hombre con una curiosidad intelectual infinita, es un destinatario óptimo, pensando en aprovechar estas piezas que han quedado sin dueño. Nos animó a ir.

Maria Àngels me acompañó y cuando llegamos a la entrada del edificio, me di cuenta de que era un lugar que ya había visitado. Hacía años. Allí vivió Agustí Montal, quien fue presidente del FC Barcelona, y recordaba haber sido invitado a cenar y haberle visitado en alguna ocasión más.

Mercè nos recibió con una camiseta que me gustó mucho —la de la máscara de la libertad de expresión— y unos guantes. De repente, me di cuenta de que había olvidado la recomendación de Maria Àngels de llevar una camiseta, unos guantes y una mascarilla para evitar los inconvenientes provocados por el polvo.

Cuando miré a mi alrededor la sensación fue estremecedora. Pensé: “Los restos de un imperio”. “Cuando te mueres no te llevas nada”. “Vaya trabajazo para los que se quedan…”, y cosas de este tipo. Pero sólo fue una primera impresión.

—¿Cuánto tiempo llevas desmontando todo? —le pregunté a Mercè.

—Hace ocho meses, pero no vengo todos los días. Sólo algunas mañanas —me respondió.

Está claro que ha hecho un trabajo de selección y que alguna inquietud noble la mueve. Todos sabemos que hay modos expeditivos de vaciar una casa, sin miramientos… La mujer estaba ocupada con unos evaluadores o tasadores.

—Eso puede que les interese a los de Mercantic —dijo uno de ellos.

Mercè, bastante ocupada con aquellos hombres, a pesar de la ayuda de su marido, no podía prestarnos toda la atención que, diría, le habría gustado poder dispensarnos. Maria Àngels, perfectamente consciente de la situación, se hizo cargo de llevarme donde estaban los CDs. Una mesa grande, muy grande, ¿quizá de seis u ocho metros?, con montones de CDs encima.

—Aquí había un piano de cola, que ya se han llevado, me dijo, señalando un espacio vacío, mientras nos dirigíamos hacia la recopilación musical.

Vi partituras y había muchos CDs de ópera.

El mismo día, por la noche, hice un trayecto en coche de unos veinte minutos junto a mi amiga Laura Puerto, una de las intérpretes de música antigua más destacadas de España. Una música renacentista, con una sensibilidad exquisita que puede tocar con arpa piezas concebidas para piano y otros instrumentos. Además, lo hace con arpa de dos órdenes, de doble fila de cuerdas, instrumento usado durante el siglo XVII y parte del XVIII. Una persona implicada, con un reputado constructor de arpas, en la reproducción de un arpa renacentista de dos filas. También toca el clavicémbalo y otros teclados. En fin, no sabría decir dónde empieza Laura y dónde termina la música barroca, antigua, renacentista.

Lo que vi en la casa inesperadamente visitada, me llevó a querer saber quién era el último habitante que tuvo, Jordi Ribera i Bergós. Lo que vi fue suficiente para saber que, para aquel hombre, la literatura, la poesía, el ensayo, la música, la ópera en particular, la pintura, el arte, me atrevería a decir que el conocimiento, el afán de saber y la sensibilidad, marcaron su vida. No era cuestión de agobiar en ese momento a la hermana del difunto, Mercè, a la que habría acribillado a preguntas. De modo que cuando acabó la apasionante visita, en cuando pude, busqué información.

Licenciado en Historia del Arte, había revisado y adaptado el libro Instrumentos musicales, y se había dedicado a la historia de la música publicando una biografía sobre Bruckner, estudiando y traduciendo diversas óperas como Anna Bolena, Macbeth, La Gioconda y haciendo críticas musicales en varias revistas, entre ellas Scherzo.

Curiosamente, mi relación con Laura Puerto se produce en torno a tres hechos (por este orden): la enfermedad grave —y cómo aprender a abrazarla con confianza—, la música barroca con todo lo que supone y la muerte —y cómo aprender a sobrellevarlo con esperanza—. Después de muchas conversaciones telefónicas, nos vimos por primera vez en Madrid. Poco después de despedirnos me envió un mensaje en el que decía:

“(…) hablando de la muerte y de cosas inconclusas, acabo de enterarme de que ha muerto mi director de tesis (…)”.

Hace pocos días me comunicó la muerte de otro amigo y la misma noche del día que estuve en la casa del difunto Jordi Ribera, Laura, durante el trayecto en coche, me explicó que el amigo fallecido recientemente era Eduardo Torrico, referente, atención, del periodismo deportivo y de la crítica musical. Sí, sí. No se trata de un error. Alguien que lideró programas deportivos en Onda Cero, Antena 3 Radio, que escribió crónicas en periódicos como AS o El Independiente, el mismo que fue la mano derecha de José María García en las épocas de máxima tensión con José Ramón de la Morena, fue redactor jefe de la revista Scherzo. Una de las revistas españolas más prestigiosas en el campo de la música clásica, en las que Jordi Ribera había publicado críticas musicales. “¡Qué pequeño es el mundo!”, pensé.

Enseguida di prioridad a los libros sobre los CDs. Había libros por diferentes lugares de la casa. Pero yo me concentré en dos habitaciones.

Aunque se veía que varias personas habían pasado ya a recoger libros, se podía observar un orden que, estoy seguro, era estricto en vida de Jordi Ribera. Poesía catalana. Espriu. Muchos libros de Manuel de Pedrolo, Maria de la Pau Jané, Valentí Puig, Josep Ma. de Segarra, Narcís Oller, Vázquez Montalbán, Llorenç Villalonga, Muñoz Molina, Javier Marías, José Saramago, Borges, García Márquez. No vi a Josep Pla…

Mucha obra de Delibes, Camilo José Cela, Valle Inclán, de autores de la generación del 98.

Muchos libros, comprados en edición de bolsillo y/o tapa blanda, estaban perfectamente encuadernados con tapa dura y el título del libro y del autor, en el lomo y en la portada. La mayoría llevan el nombre, Jordi Ribera, en la primera página, y una fecha. Supongo que la de adquisición. Y en algún caso alguna información adicional. Algunos tienen notas manuscritas dentro o postales, felicitaciones navideñas, panfletos de propaganda… Las postales navideñas y algún otro detalle me han hecho pensar en adscripción católica. No sé si de Jordi, pero sí —diría— de la tradición familiar.

Hay personas a las que nos gusta vivir entre libros. Vamos a menudo a librerías, algunas de ellas nos gustan mucho y nos sentimos a gusto —en mi caso la librería Ona, por ejemplo—. Cuando voy de viaje, siempre busco librerías con encanto, en las que me entusiasma perderme un buen rato. Compramos muchos libros, algunos o muchos de los cuales nunca leeremos. Porque ni siquiera tendremos el tiempo para hacerlo. ¡Pero nos gusta tenerlos, mirarlos, tocarlos, consultarlos e incluso leerlos! Ahora mismo, mientras escribo, veo a Miguel Delibes mirándome. Al lado de su cara se puede leer “He dicho”. Este es uno de los libros que fue de, el para mí nunca conocido, Jordi Ribera que, después de muerto y sin saberlo, está regalando libros a alguien desconocido…

Miro el rostro de Delibes, en el libro de Jordi y lo veo escribiendo en el café Lion d’Or en la Plaza Mayor de Valladolid. Me gustaba verlo con sombrero y capa castellana. Revivo toda una época y las emociones, de todo tipo, de cuando viví en esa ciudad. Delibes y su obra, era de las pocas cosas que me reconciliaban con aquella tierra castellana, árida y dura en lo que respecta a su paisaje geográfico y humano.

Me llevo libros que ya tengo, como Demian. Pero lo tengo en Barcelona, no en el Delta, y más de una vez he querido releer las emociones vividas por Emil Sinclair, gracias a Demian y Frau Eva y como al final del libro se esboza el inicio de lo que ha sido el más grande de los horrores humanos: la II Guerra Mundial, que aparece en medio de aquel Nirvana…

Me llevo libros que tuve, pero que dejé y nunca volvieron, como Mecanoscrit del segon origen. Y recuerdo aquella noche de verano, empezando el libro ya en la cama, con la intención de leer un rato antes de dormirme y… ¡no dormirme! Leer, leer y leer, sin poder parar, hasta terminarlo cuando el día amanecía, con los ojos llenos de lágrimas. ¿Existe algo comparable a provocar la exaltación de la sensibilidad y las emociones más nobles, a través de la capacidad creativa, a través del arte? ¿Por qué, si no, toda la vida he querido ser escritor? Porque escribir —como leer— es vivir, compartir y exaltar el valor de la vida.

Me llevo libros que son grandes clásicos en ediciones originales o peculiares por diferentes motivos. Encuentro El Aleph de Jorge Luis Borges

EL CERCLE DEL LICEU

editado en 1971 por Alianza Editorial, conjuntamente con Emecé Editores de Buenos Aires. ¡Madre mía!

¡Cómo marcaron mi vida de adolescente los libros de la colección “El Libro de Bolsillo. Alianza Editorial” que por unas pocas pesetas te ofrecía obras maestras de grandes autores! Me viene a la cabeza El árbol de la ciencia. El pobre Andrés, un médico incómodo con la medicina desde que era estudiante y más preocupado por los problemas sociales y políticos de finales del siglo XIX, por la literatura y la filosofía que por los virus y las bacterias. ¡Como yo mismo! ¡Y como el tío Iturrioz, también médico mal adaptado al arte de curar que, a propósito de la muerte de un sobrino, diserta sobre la vida y la ciencia, desde una perspectiva existencialista!

Recuerdo mis excursiones a la librería Paideia de mi pueblo, Sant Cugat, a comprar libros. Era jovencísimo. Neus, la librera, me caló, y cada vez hacía mejores recomendaciones. Yo la miraba con veneración. No hace mucho fui a la Paideia —ahora ubicada en otro lugar igualmente emblemático del pueblo— y ¡Neus todavía estaba allí! Y la vi de edad similar a la mía. Más mayor que yo, pero no mucho. Cómo cambia la perspectiva de la diferencia de edad con los años. ¡Gran decepción cuando me dijo que no se acordaba de mí! Yo había soñado con ella, muchas veces. Fue como esos momentos en los que uno de los miles “amores de tu vida”, te ignora con indiferencia. ¡Terrible! Todos estos recuerdos y más, circulaban a toda velocidad por mi cerebro, en esa casa, en proceso de liquidación, de aquel hombre muerto, que nunca conocí, rodeado de libros llenos de polvo y arte en distintas materializaciones.

Pero volvamos al Aleph, todo un tributo a la intelectualidad y una glosa a una de las manías del gran porteño: el infinito. El libro me trae recuerdos de Buenos Aires, una ciudad con la que tengo una conexión especial. Muy especial (ver “Otoño-invierno austral”, del 30 junio de 2016). Y me recuerda una frase de Borges que tengo grabada en la memoria: “Quizás haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones”. Y la recuerdo porque cuando la leí por primera vez pensé: “Cuánta razón tiene. Si no es así, no se evoluciona”. Ya sea en sentido vital, filosófico o científico: el ensayo-error. Al fin y al cabo, la sabiduría llega después de infinidad de ensayos que permiten corregir y avanzar.

Este libro de tapa cubierta blanda, está perfectamente encuadernado con tapa muy dura y en el lomo se puede leer “El Aleph Borges”. Lo demás todo es de color negro. Lo abro y veo tamponado “Magdalena Ribera i Bergós. Ferran Agulló 18. BARCELONA”. Debajo, escrito a lápiz, un resumen estilístico de la obra… Imagino que es o era una hermana del difunto y de Mercè que, o bien era muy aficionada a la literatura o bien tenía una formación y/o profesión literaria-humanista.

Mientras miraba libros y libros y descubría estos detalles, y Maria Àngels daba vueltas por la casa y Mercè seguía ocupada con los tasadores/liquidadores de tesoros, yo me encontraba ya en el espacio sideral. En un mundo maravilloso. Cada vez tenía más ganas de conocer a Jordi Ribera, algo imposible. En algún momento de la estancia, Mercè me comentó que en aquel piso de muchos metros cuadrados llegaron a vivir trece personas, no sé si de dos o tres generaciones.

Saber que el abuelo de Jordi, de Mercè y supongo que de Magdalena, fue el arquitecto modernista Joan Bergós, amigo de Antoni Gaudí que le influyó mucho en su obra, aumentó mi curiosidad. Recurrí un momento a “Mr. Google” en la pantalla del teléfono para aprender que, sí, que fue un arquitecto modernista con influencias del novecentismo. Dedicado además a las bellas artes, ensayista, con múltiples publicaciones sobre materiales y técnicas constructivas y, lo más impactante para mí, cosas personales, en 1929 dirigió las obras del Pabellón de Alemania en la Exposición Internacional de Barcelona, proyectado por Ludwig Mies van der Rohe. Esta es la parte que, por razones que tardaría mucho en explicar, me “vincula mediante un hilo invisible”, con este arquitecto que, evidentemente no conocí, abuelo del también para mí desconocido Jordi Ribera, que me ha regalado libros después de muerto.

Viendo que existía una autobiografía o unas notas autobiográficas, se las pedí a Mercè. Me envió el documento autobiográfico de su hermano complementado con aportaciones de sí misma.

Así he sabido que Jordi Ribera Bergós nació tres años después que yo y murió con sesenta años. Más allá del arquitecto Bergós, la madre de Jordi era ceramista y la familia aficionada al arte y, especialmente, a la música. A los 12 años se aficionó a la ópera y su padre, a los 13 años, le abonó al Liceo, donde siguió yendo hasta que la enfermedad se lo permitió, así como también al Palau de la Música Catalana y al Auditori de Barcelona. También le gustaba el cine, pero especialmente el teatro. Evidentemente, todo lo que vi en aquella casa —muebles, pinturas, cerámicas, esculturas, elementos decorativos diversos, vajillas, juegos de café…— a pesar del aire fantasmagórico del momento de desmontaje de ese “centro de arte y cultura”, denotaba una sensibilidad, una creatividad, una inquietud por el saber, un sentido de la estética, una espiritualidad, me atrevería a decir, perfectamente descriptibles. ¿Dónde iría a parar todo aquello?

Según relata él en su autobiografía:

“(…) estudia simultáneamente Arte Dramático (Escenografía), en el Institut del Teatre, y Geografía e Historia en la Universidad de Barcelona, (…) se decanta por la Historia del Arte.

Tesis de Licenciatura: ‘La Escenografía en Barcelona de 1700 a 1714’, dirigida por Santiago Alcolea.

Tesis doctoral ‘El escenógrafo Maurici Vilomara’.

En 1988 hace la primera aportación dedicada a unos artistas plásticos catalán y valenciano: los capítulos dedicados a Elies Rogent y Joaquim Sorolla en la obra colectiva ‘La nostra gent’ (Barcelona, Plaza & Janés). Tres años después, Francesc Fontbona le confía el catálogo razonado de pintura y escultura en la obra también colectiva dirigida por él mismo ‘El Círculo del Liceo. Historia, Arte, Cultura’ (Barcelona, Edicions Catalanes). En aquella época, ya tenía claro qué personalidad desearía estudiar: un pintor escenógrafo que bien podría ser lejano pariente suyo, Maurici Vilomara i Virgili, artista a caballo de los siglos XIX y XX. Tiene claro también la persona que le podría hacer de ponente: Mireia Freixa, antigua profesora suya de las asignaturas de Arte Catalán II y Arte del siglo XIX.

Al inicio de la década de 2000, Francesc Fontbona le encarga la redacción del capítulo ‘La escenografía durante el Modernismo’ en la monumental obra colectiva El Modernismo (editorial L’Isard).

Paralelamente se dedica a la labor de recuperación de la figura de su abuelo, Joan Bergós i Massó, arquitecto, historiador del arte y discípulo de Gaudí, sobre todo a partir de la realización del folleto Centenario Joan Bergós, conmemoración del centenario de su nacimiento (1894-1994) y de la doble exposición celebrada en Lleida poco antes (Joan Bergós Massó arquitecto) comisariada junto a su hermana Mercè.

Asimismo revisa —y según el caso prologa— diversas reediciones de ‘Gaudí, el hombre y la obra’, del mencionado Bergós, sobre todo las publicadas a cargo de Lunwerg (1999 y 2011). Y, con ocasión del año Gaudí, el artículo ‘Joan Bergós, arquitecto polifacético’, (en el catálogo de la exposición Los arquitectos de Gaudí, Barcelona, Colegio de Arquitectos de Cataluña).

Colaboró en las revistas Serra d´Or, Assaig de teatre y sobre todo en Revista de Catalunya, y en castellano en Sirga. En esta última lengua realizó una larga labor como musicógrafo en el campo de la música clásica y de la ópera (…)”.

También me llevé el libro de Antonio Skáreta El cartero de Neruda. Quienes han seguido el blog, saben cómo me ha marcado Pablo Neruda (ver “Isla Negra” del 17 de febrero de 2022, “La Chascona” del 3 de febrero de 2018, “Cuento reeescrito” del 27 de mayo de 2021, entre otros). La historia en sí misma, no tiene más. Cuando Neruda se instaló en la inequívocamente nerudiana casa de Isla Negra, en la que está enterrado junto a su esposa, Matilde Urrutia, recibía tantísima correspondencia que le asignaron un cartero sólo para él. Mario, un chico romántico y soñador que no quería ser pescador como el resto de hombres del pueblecito situado en el Pacífico. Más interesante que la historia de ese chico de pueblo, es la amistad que se estableció entre él y el poeta. También me llevé sus memorias Confieso que he vivido, a pesar de tener la edición publicada por Seix Barral que compré en La Chascona, la casa de Neruda en Santiago, el 25 de enero de 2018, el día que se cumplían 136 años del nacimiento de Virginia Wolff.

Mientras miraba estos dos libros, cerré los ojos y vi imágenes de La Chascona, de La Sebastiana —casas de Neruda en Santiago y Valparaíso, respectivamente— y de la casa de Isla Negra. He tenido la suerte de visitar las tres en distintas ocasiones, especialmente La Chascona. No necesito saber mucho para imaginar que la familia Ribera Bergós no tiene nada que ver con Pablo Neruda, que los tiempos son otros y que no es —supongo— imaginable pensar en una Fundación que recogiera toda la magia, el alimento para el espíritu contenido en esa casa.

Burguesía catalana de la que hace sentirse orgulloso de pertenecer a nuestro país. Personas austeras, discretas, sensibles, amantes del arte, de la cultura, de la lengua y del país que han ayudado a ser y que a que puedan seguir siendo. ¿Mecenas? No lo sé, en este caso, pero no me extrañaría. La forma de desmontar el piso que veo que ha seguido Mercè, me hace pensar en un cierto tipo de mecenazgo. Me explicaré.

Cuando ves horas y horas de elección, de selección, para que, de una forma u otra, el legado no se pierda… En cada uno de los libros que me dio grabó la rúbrica de Jordi Ribera Bergós, con la palabra “legado” debajo. Este detalle me emocionó especialmente. Le envié un mensaje, garantizándole que los libros serían custodiados, cuidados y valorados, como cuido todos mis libros. Que en mi caso haría uso y buen uso y le

LEGADO RIBERA BERGÓS

expresé el agradecimiento profundo que sentía. Ya están depositados en las estanterías de la biblioteca de la casa del Delta y, la iniciativa del sello poniendo en valor el legado, he decidido que la voy a adoptar.

En las próximas semanas buscaré a alguien que me haga un sello parecido y pediré a mis hijos que hagan todo lo que puedan para que cuando yo ya no esté, mis libros —entre los que estarán los regalados por Jordi Ribera i Bergós— vayan a parar a personas y/o instituciones que puedan sacarle el máximo partido. ¡Que sigan alimentando espíritus y dando vida a las personas que puedan leerlos!

¡Gracias, Mercè, por tu generosidad y la de tu familia!

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2 thoughts on “FAMÍLIA RIBERA BERGÓS: DONACIÓN DE UN LEGADO

  1. Montserrat dice:

    He entrat a la teva pàgina després de veure el missatge de la Mercè, companya d’escola (Sant Gregori), dient: Jordi fa dos anys que vas marxar.
    He buscat i si, era el seu germà. El 1 de juliol va fer 2 anys que la meva germana va morir. Tot santgregorians.
    Però la raó per la que escric és en referència a Neruda: la chascona, que no conec, la va projectar amb el poeta en Germán Rodríguez Arias.
    Vaig tenir la sort de berenar més d’un cop amb ell, ho feia tot sovint amb el seu germà el psiquiatre Belarmino…

    1. josepmariavia dice:

      Gràcies Montserrat! A banda d’expressar-te la meva simpatia, empatia pels “gregorians” i lamentar aquestes morts properes, dir-te que el meu interès per tot el que envolta Neruda és gran.
      Et convido -si t’interessa- a posar el seu nom al cercador del bloc i veuràs que hi dedico uns quants posts!

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