1. 1. theeconomist_bull2[1][1] (1)Me enteré del episodio del ébola de Madrid en un aeropuerto. Ironías de la vida, mientras veía la noticia en un monitor, sobre la mesa que tenía delante había una revista con una referencia a la iniciativa institucional “Marca España”.

Ahora que han pasado unos días doy la razón al presidente de la Comunidad de Madrid con respecto a la valoración que hizo de la actuación de su Consejero de Sanidad, el Dr. Javier Rodríguez. El Dr. Rodríguez ha sido muy desafortunado con Teresa Romero, la auxiliar de clínica infectada por el virus del Ébola, hasta el extremo de culpabilizarla y derivar la propia responsabilidad hacia el eslabón más débil de la cadena. Javier Rodríguez ni ha dimitido ni lo han cesado.

La Ministra de Sanidad, Ana Mato, tampoco. En la rueda de prensa en la que comunicó el contagio de Teresa, lejos de transmitir confianza lo que provocó fue inquietud.

En definitiva, ni se ha admitido ningún tipo de responsabilidad, ni se han producido ceses, ni dimisión alguna. Simplemente se han derivado responsabilidades hacia terceros, se ha buscado un chivo expiatorio, en este caso el más débil, la propia víctima.

Me cuesta imaginar una gestión comparable de una situación similar en países de nuestro entorno. De hecho en Texas ha pasado lo mismo y las autoridades del Estado y las federales han sido claras en la exposición de la situación y han admitido la responsabilidad sobre los errores en el cumplimiento del protocolo. Hasta donde yo sé, institucionalmente no hay una “Marca Estados Unidos”. No es necesario. Simplemente se trata de hacer las cosas bien.

Conozco a grandes profesionales españoles, empresarios, gestores que admiro, trabajar con ellos es motivo de orgullo. A estas personas y a la mayoría de los españoles comunes y corrientes me veo incapaz de identificarlos con una “Marca España” institucional, que si se analiza a fondo se puede observar que no hace más que alimentar el crecimiento de fenómenos como el de Podemos.

Simultáneamente también ha sido noticia el modo de resolver el contrato de “Castor” y las tarjetas de crédito de Bankia. Estas formas de proceder se perciben como un favoritismo sin disimulo de “la casta” a costa de los “desgraciados” que pagaremos el trato de favor que reciben con nuestra factura del gas o simplemente pagando unos impuestos que ellos, los de “la casta”, no pagan en la cuantía que les correspondería, o que simplemente no pagan. Pablo Iglesias no necesita hacer campaña. Se la hacen los mismos que promueven el concepto “Marca España”.

La transición democrática significó mucho, tanto internamente como en términos de homologación internacional. Personalmente no hubiera imaginado entonces -y creo que no soy el único- que aquel proceso acabaría dando el resultado que ha dado.

Desgraciadamente para todos, la corrupción, la incompetencia, la frivolidad y la dejadez en el ejercicio de las responsabilidades públicas determinan demasiado la imagen de España. Y pagan justos por pecadores porque, más allá de la oficialidad, lo que se acaba escondiendo detrás de iniciativas como la de la “Marca España” son los análogos intereses de los mismos de siempre. Y con estas “élites” cuesta hacer creíble la calidad democrática de España.

La transición nos obligó a todos -incluidas estas “élites” extractivas- a disimular, y esto provocó un espejismo. Venir de la oscura noche del franquismo para subir al tren del mundo civilizado, obligaba a disimular. El espejismo resistió el 23-F. Para conseguir que “lo esencial no cambiara” había que actuar con más sutilidad y hacer creer al mundo que en el fondo España no era tan diferente del Reino Unido, Suecia u Holanda. Pero no es así. Y si “la casta” no apuesta por terceras vías (no sólo en los conflictos territoriales, sino también en los sociales), por la regeneración de verdad, la alternativa acabará pareciéndose a una especie de régimen bolivariano.

La casta existe y actúa sin demasiadas contemplaciones desde mucho antes que Podemos pusiera de moda el término. En este mismo blog, el 2 de marzo de 2014 (“Mi visión de España y de las élites españolas“) citaba a Manuel Azaña y a Jaume Vicens Vives para describir el establishment extractivo madrileño. Azaña, se refería a ellos diciendo: “LLevan siglos acampados sobre el Estado“.

López Burniol, refiriéndose al control del poder en España, explica: “El poder ha sido detentado desde siempre, en España, por un núcleo (hoy político-financiero-funcionarial-mediático), que tiene por objetivo prioritario el control del Estado, instrumentalizándolo al servicio de sus negocios privados, envolviéndose en la bandera del nacionalismo español más hirsuto. A este núcleo, tradicionalmente conocido como ‘Madrid’, se le llama ahora minoría extractiva. Es un auténtico tumor cancerígeno”.

Y añadía algo que comparto: a pequeña escala y en proporciones variables, este modelo se ha reproducido en las Comunidades Autónomas. Un invento innecesario con el que se pretendía resolver lo que no se ha resuelto: el encaje en España de Cataluña y el País Vasco.

El modelo democrático que hace 40 años nos ilusionó a muchos, hoy hace agua y ningún estamento se escapa.

El Rey Juan Carlos de Borbón, que hizo posible la transición hacia la democracia y parece que la salvó el 23-F, terminó salpicado por el caso Nóos y abdicó de forma aparentemente precipitada, con una imagen asociada a la cacería de elefantes en Bostwana.

El Felipe González de Suresness (y Alfonso Guerra que, no olvidemos, continua sentado en el Congreso, a pesar de que uno de los primeros casos de corrupción que salieron a la luz pública lo protagonizaron él y su hermano) acabaría siendo el de los casos Roldan, Filesa, Flick, el citado caso Guerra y el de los GAL. Y sus sucesores, los de los EREs de Andalucía o el caso Mercurio.

Aunque el PP sea el resultado directo de la Alianza Popular creada por un hombre, Manuel Fraga, con su propio pasado, los casos Bárcenas, Gürtel, Fabra, Palma Arena o el del lino en Castilla-La Mancha, a estas alturas sorprenden tanto -o tan poco- como los que afectan al resto de partidos.

Tampoco hubiéramos imaginado que el catalanismo político -que hasta su expulsión del mapa por el españolismo más miope, ha sido garante de la estabilidad política en momentos difíciles tanto para la UCD, como para PSOE y PP-, acabaría relacionándose con los casos Millet, Pallerols o ITV o con los negocios de Jordi Pujol Junior, hasta el extremo de comprometer al Presidente Pujol.

Si a todo ello añadimos la crisis y el sufrimiento social, la aparición de Podemos como expresión de rabia y desprecio hacia políticos y otros “poderosos”, no puede sorprender a nadie. Y de hecho, sorprende a pocos.

Tampoco debería sorprender -creo que más que sorprender fastidia a muchos españoles y a unos pocos catalanes- la aparición de la Asamblea Nacional Catalana (ANC).

Parece que la respuesta inteligente a todos estos problemas debería ser del tipo “regenérate antes de que te regeneren”. Pero no. La cosa no va por ahí.

Rajoy continua alimentando “la casta extractiva de Madrid” en detrimento de quienes más sufren la crisis.  Los “Florentinos” que se benefician de los múltiples “Castores”, no deben sufrir. Cuando se encuentren en el palco del Santiago Bernabéu podrán seguir repartiéndose el pastel. Y tampoco deben preocuparse por los gastos de bolsillo. Quienes pagamos impuestos les seguiremos financiando -a la fuerza- diferentes formas de “tarjeta de crédito”. Que no sufran. Hoy por hoy, todavía no hay ningún riesgo. De hecho, estos “empresarios” trabajan con poco riesgo. Se han beneficiado de las privatizaciones de los grandes monopolios más rentables del Estado. Y si los dividendos no son los esperados siempre encontrarán a un Ministro como José Montilla (a quien el concepto de riesgo le resulta tan extraño como a estos “empresarios”) dispuesto a firmar cláusulas que, como la que se ha hecho efectiva ahora en el caso “Castor”, los beneficiarán a costa de todos. Incluidos los afectados por los terremotos que provocan con su actividad y los que pasan frío porque no pueden pagar el gas. Estos personajes conforman la parte social de la “Marca España”.

Rajoy seguirá actuando así porque sabe que si en la actualidad tiene difícil, probablemente, renovar la mayoría absoluta, cerrándose en banda con las reivindicaciones de Cataluña puede ganar las elecciones. No necesita ni al ejército. La “colega” Merkel no lo entendería. Pero resulta que con el Tribunal Constitucional ya le basta. Al menos para llegar a las elecciones con posibilidades de ganarlas. No en vano el actual presidente del Tribunal Constitucional, el Sr. Pérez de los Cobos, militó en el PP entre 2008 y 2011. Es como si en un Madrid-Barça el árbitro lo designara Florentino de entre los socios del Real Madrid. No pasa nada. ¡Y todavía gracias que no te prohíben jugar al fútbol!

El profundo malestar social hará irrumpir con fuerza a Podemos en el Parlamento español. Alguno de estos votos y sobre todo la abstención pueden hacer perder la mayoría absoluta al PP. Pero actuar como un “destroyer” con Cataluña le puede dar la mayoría necesaria. Muchos votantes del PP se mueven por la unidad indisoluble de la patria como valor a preservar por encima de cualquier otra consideración. El “no, no y no” a cualquier propuesta que venga de Cataluña, le puede dar a Rajoy la mayoría necesaria para conservar el poder.

Por otra parte, el PSOE “se marca solo”. Quizás Pedro Sánchez no podrá superar a Zapatero en ineptitud. Pero de momento apunta maneras: además de no saber cómo disputar el terreno a IU y, aún menos, a Podemos, se alinea con el PP a la hora de negar el derecho a decidir de los catalanes, olvidando que quien más capitalizará tal actitud en España será Rajoy y que, al contrario que el PP, el PSOE nunca ganará unas elecciones si no obtiene un buen resultado en Cataluña donde, de momento, lo único que debe procurar es no hacer el ridículo.

Hay que reconocer que la experiencia demuestra que el Sr. Rajoy tiene una flor donde termina el espinazo. De los “hilillos de plastilina” del Prestige salió indemne y quizás logrará sortear el tema del ébola. Pero lo que en Madrid llaman el “problema catalán” para referirse a lo que en realidad es un gran problema español, suceda lo que suceda o no suceda el 9N, alerta. Quizás tendrán que adelantar las elecciones generales y hacerlas coincidir con las municipales, para evitar sorpresas mayores.

Más allá de la coyuntura, único terreno en el que se sabe mover Rajoy -y cabe decir que la mayoría de los políticos-, los diferentes Podemos seguirán avanzando. Y la ANC seguirá sumando independentistas. Si alguien cree que esta reacción me gusta, la respuesta es rotundamente no. Preferiría, por una parte, que la distribución más equitativa de la riqueza y el reconocimiento del derecho a decidir de los catalanes, por otra, lo hicieran innecesario.

Pero es que la “Marca España” y los intereses que representa en realidad, no son nuevos sino seculares y esto supone que, todavía hoy, la necesidad de regenerar el sistema político y la parte del sistema social, que como decía Azaña “llevan siglos acampados sobre el Estado“, no haya sido asumida por quienes deberían hacerlo. Ellos solos no se harán el haraquiri. Confiemos que si no por convicción, sí por pragmatismo, entren de una vez en razón.

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