El desarrollo del proyecto “Ciudades que cuidan” -Fundación Mémora- está en buena parte inspirado, en su origen, por una aportación muy interesante y valiosa de Victoria Camps. Un documento titulado “Sociedades que cuidan”.
Victoria Camps nos describe una sociedad moderna en la que el cuidado de los demás, en especial niños, enfermos, personas discapacitadas, mayores… recaía -y aún recae en gran parte- en las mujeres. Es interesante ver cómo lo que llamamos “progreso”, “modernidad”, se ha acompañado de una “desresponsabilización” de cuidar a los demás. La autora reclama que este “cuidar” se recupere como responsabilidad cívica -tanto para los hombres, como para las mujeres- y se convierta en un deber político y moral, es decir, un deber ciudadano, privado y, también, una responsabilidad política, pública.
Victoria Camps introduce la necesidad de tomarse muy en serio el cuidado del prójimo, no solo a partir de la necesidad de contar con sociedades más justas, que también, sino reclamando una moralidad relacionada con la capacidad de responder a la interpretación de quien pide ayuda o reconocimiento. Por lo tanto, además de hablar de justicia, hay que hacerlo sobre los cuidados.
La actitud cuidadora es una predisposición que se activa cuando algo dentro de nosotros, nos dice que lo que estamos viendo, viviendo, no está bien y no debería ser así.
Pero en nuestras sociedades se ha normalizado un lenguaje, unas formas de vida, unas actitudes, unas situaciones que no están bien y que habría que corregir. Aquella disposición interna que nos llevaría a reaccionar contra lo que no está bien, queda desactivada o “deformada”. Así pues, acaba siendo normal que los ancianos vivan y muera en soledad o que las residencias se consideren a todos los efectos -o como mínimo se promueva esta idea-, hábitats naturales comparables al propio hogar.
Paradójica y tristemente, uno de los pilares esenciales de la sociedad de nuestro siglo, es una ficción. La ficción de la autosuficiencia. En este marco, nada que no sea cuidar de uno mismo tiene difícil cabida. Se ignora la vulnerabilidad.
José Laguna en “Vulnerables. El cuidado como horizonte político” (Cristianisme i Justícia, cuaderno 219), escribe:
“El ideal de hombre occidental es el de un individuo soberano absoluto de su vida y sus bienes (…). En el paradigma de la autosuficiencia, creer o madurar serán sinónimos de ir ampliando ámbitos y momentos de independencia. Infancia, vejez o enfermedad se considerarán momentos deficitarios a superar y combatir porque suponen situaciones vitales de especial vulnerabilidad y dependencia de otros; mientras que, paradójicamente, los escasos instantes biográficos en que fantaseamos y deseamos no necesitar nada ni nadie se propondrán como modelo ideal de una vida autorrealizada”.
El autor se pregunta -dado que la confrontación del relato de la autosuficiencia con la realidad pone de manifiesto de forma palmaria su inconsistencia-: “¿Cómo puede ser que un fundamento tan frágil y discutible haya llegado a convertirse en el relato hegemónico de esto que hemos llamado cultural occidental? (…). ¿Por qué la evidencia y universalidad de la vulnerabilidad, interdependencia y necesidad de cuidados no aparece en los relatos fundacionales de nuestras instituciones sociales? El cuidado no ha formado parte del discurso político occidental”.
A partir de aquí, reclama incorporar en la agenda política pública lo que denomina paradigma emergente -vulnerabilidad, interdependencia, responsabilidad y cuidado- para que el cuidado incida en la esfera política como principio estructurador de las instituciones sociales y se convierta en un derecho exigible. A día de hoy, forma parte de la voluntad de cada individuo. En el mundo de la autosuficiencia “ninguna institución puede obligarme a cuidar de la otra persona, ni ningún ‘otro’ puede exigirme que lo cuide”.
Coincide con la reflexión de Victoria Camps cuando propone que la evidencia de la vulnerabilidad sitúe en el centro de la praxis social la exigencia ética de la responsabilidad (esfera privada) y la reivindicación política del cuidado (esfera pública).
En los últimos tiempos, desde que la pandemia ocasionada por el coronavirus nos ha cambiado la vida, muchos nos hemos preguntado hasta qué punto la conciencia de vulnerabilidad se ha vuelto más prevalente, si ha incrementado la sensación de interdependencia, de responsabilidad y empatía hacia los demás, si ha estimulado la necesidad de cuidar de los demás. ¿Qué ha cambiado en realidad, en la esfera de la responsabilidad privada y del mundo de la política, como consecuencia de este gran problema de salud, social y económico?
En cuanto a las personas, a los ciudadanos, a la esfera privada de la responsabilidad individual, no tengo una opinión claramente formada. Observo a personas responsables y perfectamente conscientes de su vulnerabilidad y a otras que la ignoran, mientras pueden. Entre ellas algunos negacionistas. He visto también a ciudadanos inconscientes practicando conductas de riesgo para ellos y para los demás, y he tenido la sensación global durante el verano, desde el desconfinamiento, a pesar de comprender el sufrimiento de muchos, el agotamiento de todos y la necesidad de esparcimiento, que los comportamientos poco responsables han predominado.
En ocasiones, me ha costado mucho ante la desesperación de amigos y conocidos del sector de la restauración y de otros, ante tanta gente incluida en ERTEs o directamente abocados a la miseria, mantener el único discurso posible, en mi opinión, en esta situación: la salud va por delante de la economía. Cuando la velocidad de propagación del virus se multiplica, como ahora, no es fácil encontrar el camino intermedio que permita contener la expansión de la infección y, a la vez, proteger la economía. Solo los países que han sido contundentes con las medidas de protección de la salud y en los que la actitud mayoritaria de la ciudadanía ha sido responsable y cívica, han conseguido disminuir, más o menos, la crisis económica.
Desgraciadamente, los responsables de tomar estas decisiones, con las excepciones que confirman la regla como, por ejemplo, los dirigentes neozelandeses, han puesto de manifiesto un grado de incompetencia preocupante, además de ignorar que la salud de la economía, ordinalmente, va por detrás de la salud de las personas.
Cuando se intentó cuidar el sector financiero -incluidas, por ejemplo, entidades bancarias que durante años no habían hecho las cosas bien- la preocupación de los gobiernos por la economía no fue la misma que se tuvo por los cientos de miles de personas que acabaron en la miseria. Ahora tampoco. La preocupación por la salud y la vida la tienen, porque ven la economía peligrar. En el “sistema”, lo que permite hacer real el espejismo del ideal de autosuficiencia, es el dinero, no la conciencia de vulnerabilidad, en este caso a la enfermedad, al sufrimiento y a la muerte. No será fácil incorporar en la agenda y en la acción política algo tan básico como la necesidad de cuidar a las personas (hablo de la agenda y de la acción política, no del discurso).
Alguien dirá que este planteamiento es inconsistente, porque la economía proporciona la posibilidad “de alimentarse” -o de evitar el suicidio por desesperación-, y, por tanto, la vida de las personas. Cierto. Pero no es esa la preocupación real de los dirigentes políticos del capitalismo. El acriticismo de la coalición político-económica que gobierna el mundo, respecto a un sistema que, desde ser cada día más incapaz de redistribuir razonablemente la riqueza, hasta poner en riesgo la vida en el planeta, no proporciona la sensibilidad humana necesaria para gobernar pensando en las personas. En este contexto, se hace difícil hacer entender que no hay solución para la economía si no se toman todas las medidas necesarias, todas, para frenar la pandemia. Las del “camino del medio” no resolverán ni la problemática de salud ni la económica.
Pronto tendremos ocasión de ver si la incompetencia demostrada a la hora de aplicar las medidas de prevención de la pandemia, se mantiene o no cuando se trate de paliar las consecuencias sociales y económicas derivadas de dichas medidas preventivas de la infección, gestionando de forma eficiente, inteligente y humana -con ganas reales de cuidar a los que han sufrido y sufren- los 140.000 millones de euros que llegarán de la Unión Europea.
En la medida en que ese dinero, sumado al endeudamiento actual de España, hipotecará aún más la vida de varias generaciones de descendientes nuestros, sería exigible que el uso del mismo estuviera ya ahora, muy bien pensado. Aparte de dotar adecuadamente el sistema sanitario -y retribuir decentemente a unos profesionales que eran aplaudidos por quienes ahora, con su comportamiento irresponsable, los volverán a someter a una presión inhumana- deberían tener bien definidas y planificadas políticas de estímulo y reparación a fondo perdido, destinadas a empresas, familias y personas.
¡Cuesta creer, sin embargo, en la capacidad de planificación y gestión política, cuando mucha gente en situación crítica, todavía no ha cobrado ni un euro de los ERTE de marzo y posteriores. Y cuando han intentado llamar a todos los teléfonos “de atención al ciudadano” que han encontrado, no han conseguido nada más que escuchar una musiquita o que los dirigiesen a una web, que tampoco era resolutiva! Los bancos -no entremos ahora en cómo- ya fueron rescatados. Ahora toca rescatar a las personas, muchas de ellas arruinadas ya en aquel rescate financiero.
(Mientras escribo escucho por la radio a Isabel Díaz Ayuso decir: “Para nosotros lo más importante es que la economía no sufra más”).
El estado de ánimo hacia los políticos es lo que llevó a una revista médica, nada menos que la “New England Journal of Medicine” de este mes -un referente para los médicos de todo el mundo-, a dedicar su editorial a hacer una crítica descarnada, sobre todo de Trump, pero en general de los políticos americanos, pero claramente extensiva a los de muchos otros países.
Describe cómo la crisis causada por la COVID-19 en todo el mundo, ha provocado inesperadamente un test de liderazgo por todas partes, que en Estados Unidos los líderes han suspendido, transformando lo que era una crisis en una tragedia.
Tras analizar minuciosamente las decisiones desastrosas -o la falta de decisiones- en cada etapa de la pandemia, denuncia a los políticos por haber ignorado sistemáticamente, cuando no denigrado, a los expertos y aunque deja claro que no se puede hacer una proyección de los americanos muertos por COVID-19 que no hubieran muerto si las políticas hubieran sido las adecuadas, afirma que como mínimo son decenas de miles, en una pandemia que ha matado a más estadounidenses que cualquier otro conflicto desde la Segunda Guerra Mundial.
Concluye que los políticos en esta crisis han demostrado que son “peligrosamente incompetentes”.
La “New England” no ha sido la única revista médica de primer nivel mundial que ha alertado sobre el peligro que representa estar gobernados por incompetentes. Richard Horton, editor y director de “The Lancet”, declaró el pasado 22 de octubre que “la gestión española de la COVID-19 ha sido un desastre” (España es el sexto país del mundo en número de casos confirmados de coronavirus). Comentaba la editorial que la revista dedicó el pasado 16 de octubre a la COVID-19 en España.
Reproduzco el título de la editorial, “COVID-19 en España: ¿una tormenta predecible?”, y el último párrafo, redactado para -como se hace a menudo cuando has sido duro en la crítica- “poner una nota de optimismo para el futuro“. Decía así:
“Si los líderes políticos españoles son capaces de extraer algunas lecciones de la respuesta ‘sub-óptima’ dada a la COVID-19, el país está muy bien situado para ofrecer a su población un futuro brillante y saludable”. Non comment!
Tenemos demasiado responsables políticos -no todos- que integrados como están en nuestro mundo, han olvidado la condición de vulnerables -no lo pueden aceptar, no pueden admitir ningún error, ningún fallo- y su preocupación real no son las personas a las que -más que nadie- tendrían que cuidar. Y tenemos una ciudadanía -no olvidemos que, al fin y al cabo, los dirigentes políticos son una muestra, tal vez no representativa por sesgos de selección de candidatos, pero una muestra, al fin y al cabo, de la ciudadanía que les ha elegido- somos unos ciudadanos que deberíamos recuperar la
motivación de cuidar como elemento que da sentido a nuestras vidas. Por lo tanto, queda mucho trabajo por hacer en la esfera pública y en la privada.
El proyecto de la Fundación Mémora “Ciudades que cuidan” es un ejemplo, nos da la oportunidad de -a pesar de las dificultades- continuar actuando para contribuir a este objetivo. El hecho de que nos planteemos trabajar desde el ámbito municipal, me parece ventajoso. En la medida en que es el ámbito político más cercano al ciudadano, los esfuerzos de sensibilización de todos los ciudadanos y equipos municipales, puede ser sinérgico. En cualquier caso, no nos podemos quedar solo con la denuncia. Debemos actuar.
Molt bó Josep Maria!
Una abraçada
Moltes gràcies Salomé. Una abraçada!
Una reflexió molt encertada. Em sento totalment identificat.
Gràcies Josep Maria
Moltes gràcies Guillermo!