ELOGI DE LA INACTIVITAT

Sólo desde el silencio y la reflexión se puede pasar página al antropoceno, es decir, al momento histórico en el que la naturaleza ha quedado totalmente sometida a la acción humana

Ignasi Aragay

El amigo Àlex Susanna, este verano ha recomendado al grupo de amigos, un par de libros que también he recomendado a diferentes personas y, por supuesto, he leído. Habitar la Tierra, de Bruno Latour, y Vita contemplativa. Elogio de la inactividad, de Byung-Chul Han.

El principal problema que tenemos hoy en día, las emisiones de CO2, el calentamiento global, el cambio climático (Bruno Latour), son fruto de la actividad humana que se tiene que maximizar para incrementar “sin límites” la producción, en un mundo en el que el sistema capitalista, en su última versión, progresivamente dañina, más allá de dominar los mercados y la economía, pervierte la conducta humana, la forma de vivir y de relacionarse con los demás y con uno mismo.

Pese a la incomodidad que me provoca introducir la política en este post, la proximidad de las elecciones del 23J y las noticias que tarde o temprano llegan ―pese a evitar en la medida de lo posible lo que llaman “información” y/o actualidad, por considerarlo generalmente tóxico―, hacen evidente que este problema, absolutamente central para nuestras vidas, no está en las agendas para llegar a acuerdos entre los distintos partidos políticos, para formar gobierno. Y si se aborda, o cuando se aborda, se hace de forma superficial, marginal o populista. Para eso ya hay obras de teatro ad hoc como la Cumbre del Clima.

En ese contexto, tener la valentía de poner en valor la inactividad (Byung-Chul Han) resulta, de facto, una acción, antisistema. “Como entendemos la vida exclusivamente en términos de trabajo y rendimiento, concebimos la inactividad como una carencia que debe corregirse lo antes posible”, explica Biung-Chul Han.

En la lógica productiva y de consumo, la inactividad sólo puede ser concebida como “tiempo libre”, un tiempo muerto que, al no servir para producir y conduce al aburrimiento, es necesario matarlo, “matar el tiempo”, consumiendo o volviendo a trabajar.

Antes de seguir, considero oportuno mencionar algunas críticas al planteamiento de Han, que podrían relacionarse con las características de la pirámide de Maslow de distintos individuos. En términos prácticos: “Si conseguir llegar a fin de mes es una proeza,  y ni siquiera sé si tendré pensión de jubilación, todo esto me parece perfecto, pero ya me explicarás el futuro que me espera si mi objetivo es la inactividad”. Es decir, si mi problema es comer (base de la pirámide de Maslow), ¿cómo puedo plantearme la autorrealización, alcanzar metas superiores (pico de la pirámide de Maslow)?

En este punto, cabe recordar que, para Han, la inactividad no es lo contrario de la actividad, sino una actitud creativa vinculada a la ética del respeto. Respeto al hombre, a los demás y a uno mismo, y a la naturaleza. No se trata, por tanto, de “dejar de trabajar” para alcanzar la inactividad. Más bien transformar el “tiempo libre” en inactividad. Y si la posición es más o menos acomodada, reflexionar sobre la necesidad de acumular para consumir y vivir una vida, que si no tiene más contenido acaba siendo vacía o, alternativamente, vivir con menos capital y menos consumo, austeramente, y ganar tiempo para la inactividad y la contemplación desde el yo más humano y más auténtico, para poder reconciliarte con los hombres y con la naturaleza. Con el mundo.

El propio Han explica que “(…) la humanidad es capaz de permanecer contemplativa en intervalos de tiempo recurrentes periódicamente y, en este estado, acceder directamente a las realidades superiores en las que se basa su existencia”.

Después de leer los dos libros mencionados, Habitar la Terra y Vita contemplativa. Elogio de la inactividad, me he dado cuenta de que, de forma entre reactiva e intuitiva, me sitúo en el colectivo de los que hemos hecho grandes esfuerzos, y seguimos haciéndolos, para “comprar tiempo”, para canjear rentas del trabajo, capital y capacidad de consumo, por inactividad. Esto, al menos en mi caso, ha supuesto emprender a long and winding road, nada fácil, pero necesario para irme aproximando a comprender lo que de verdad es importante en la vida.

Cuando publiqué el post “Lanzarote siete años después”, el pasado 25 de julio, no había leído ninguno de estos dos libros, y el 9 de agosto, cuando colgué en mi blog el post “La lentitud y otras digresiones de un día de verano”, había leído el de Bruno Latour, pero no el de Byung-Chul Han. Una vez leídos, siento, en gran medida, que estructuran el camino recorrido, visto retrospectivamente, y ayudan a conceptualizar e interpretar decisiones tomadas. Para ser preciso, estas decisiones las he visualizado como tales, después de ser adoptadas. El camino lo haces caminando, guiándote por lo que vas intuyendo, por lo que vas sintiendo que necesitas.

Durante el cambio de siglo, en los años 1999-2001, mirando por el retrovisor de la vida, el paisaje que veía no acababa de agradarme. En ese momento empezaba a costarme encontrar sentido al gran esfuerzo hecho desde que era estudiante hasta entonces. Me centraba mucho en el ámbito académico y profesional. Lo veía como una carrera tan exitosa a los ojos de de los demás, como, en cierto sentido ―y es importante subrayarlo― poco satisfactoria para mí. Cuando intentaba compartirlo con mis amigos y algunos de los colaboradores de las diferentes etapas profesionales, sentía que, con muy pocas excepciones, la mayoría no me entendía o cuestionaba mis argumentos. Entre estas personas, muchas de las que formaron parte de equipos profesionales que tuve el privilegio de coordinar, y con las que colectivamente, conseguimos resultados relevantes. Como ejemplo, todo el trabajo creativo realizado en el sistema sanitario. Aún hoy, funciona con contenidos, con herramientas que creamos nosotros y que deberían estar en un museo de reliquias del pasado, pero que, a falta de innovación, oxidadas y chirriando siguen usándose en un sistema de salud gravemente enfermo y desfasado, desde el punto de vista organizativo, no clínico y de investigación…

Que en un momento determinado de tu vida, te cuestiones aspectos del pasado, no invalida el valor añadido de todo lo que has hecho. El resultado, objetivamente, puede ser bueno. Y la modelización del sistema sanitario catalán ―desde hace años en proceso de destrucción, y ahora especialmente― supuso algo positivo. Otra cosa es cómo evalúe uno a posteriori, si este era el camino que debía seguir y, sobre todo, si la forma en que lo hizo estaba en consonancia con lo que he llamado “lo realmente importante” en la vida de una persona. Sin embargo,

Fuente: INFOEMPLEO

acepto los errores que he cometido, porque no puedo volver atrás y porque, como todos, soy el resultado de todo lo que he vivido.

Respeto cualquier punto de vista. El mío fue variando con el cambio de siglo y llegué a la conclusión de que, en términos comunes y corrientes, producimos mucho, fuimos competitivos y ambiciosos y, sin duda, líderes en el Estado español porque nos dejamos la piel. Pero no sabíamos, al menos yo no era del todo consciente, que este tipo de esfuerzos vienen determinados por un sistema que, si entonces no, hoy está claro que está llevando al hombre y a la sociedad a una situación límite.

Ahora puedo decir ―hablo por mí― que experimenté, no el morir de éxito, pero sí el inicio de un final de vida que, si no hubiera hecho un cambio de rumbo, me habría llevado a morir de éxito. Todo esto, entonces, yo no lo había elaborado en estos términos. Sólo sé que sentía una incomodidad, un malestar creciente que fue a más a partir del año 2000.

Cuando Han se refiere a la competencia desenfrenada, el rendimiento y el éxito como formas de “supervivencia”, remarca que vivir consiste, desgraciadamente ―situados en este paradigma― en sólo “sobrevivir”. Y esto es lo que fui sintiendo que había hecho, y la perspectiva de “sobrevivir”, en lugar de vivir, es decepcionante y había que cambiarla.

Mi actividad profesional me ha permitido vivir de cerca cómo el esfuerzo realizado para alargar la esperanza de vida, no ha sido proporcional al resultado obtenido en términos de calidad de vida, en especial en los últimos años de la vida de muchos de nuestros padres y abuelos. Demasiadas personas mayores viven (?) en la tristeza de la soledad no deseada. En realidad, no viven. “Sobreviven”, sin que muchos de ellos ―demencias seniles aparte― y de los demás encuentren, encontremos, el sentido. No hemos venido a este mundo para “sobrevivir”. Pero, como indica Han, en esa sociedad nuestra, vivir implica una confrontación con el sistema, que no resulta fácil. Por eso la mayoría de jóvenes y mayores “sobreviven”.

Aún hoy, muchos colegas valoran positivamente la biografía que tengo colgada en LinkedIn ―que ni está actualizada, ni tengo previsto actualizar. LinkedIn se ha convertido para mí en un espacio de difusión de mis puntos de vista y también de los posts de este blog―, cuando para mí, es el retrato perfecto de lo que fue una vida activa, que ahora siento excesivamente vacía. Vacía, especialmente, de la inactividad que necesitaba, pero que era difícil de alcanzar, en la medida en que formaba parte de uno de los múltiples núcleos de reproducción y perpetuación del sistema, del modelo que puede llevar a nuestra civilización al colapso.

Queriendo cambiar, queriendo ganar lo que yo llamaba tiempo para mí y para dedicar a mis hijos, por tanto, con la mejor intención, pero con la actitud vanidosa del que conseguido cierto reconocimiento profesional, sobrevaloré mi experiencia y lo que pensaba que sería una opción laboral compatible con ir realizando cambios de fondo en mi vida, me llevó a una de las peores situaciones que recuerdo, con dilemas éticos corrosivos, que acabó resultando muy dura. A menudo, los humanos necesitamos llegar a situaciones límite para reaccionar.

En 2007 concluí que, en lugar de vivir ―y quizás no sabía exactamente cuál podría ser para mí el significado de “vivir” ―, sólo había trabajado. Y decidí iniciar la inversión de la situación, es decir, minimizar el tiempo dedicado al trabajo, hasta reducirlo a la marginalidad en mi escala de prioridades, y así poder empezar a vivir. En términos de Han, apostar decididamente por la inactividad. En el post “Lanzarote siete años después”, del pasado 25 de julio, lo expreso en los siguientes términos:

“Sentía la necesidad de alejarme de Barcelona. Esto creía, hasta que poco a poco, me fui dando cuenta de que Barcelona era sólo una expresión, bastante cosmopolita, eso sí, de cómo vivimos en el siglo XXI. En realidad, sentía la necesidad de alejarme de la forma de vivir actual. La idea empezó a rondarme por la cabeza en 2009-2010. Siempre imaginaba un lugar tranquilo, con poca gente y lo más cercano al mar posible. Supe antes que quería ‘irme’, que por qué quería irme”. Y es que los lugares tranquilos cerca del mar, facilitan introducirse en la vida contemplativa. A “acceder directamente a las realidades superiores en las que se basa la (…) existencia”.

Pero en mi caso el detonante fue la inquietud por el medio ambiente, por el cambio climático, que los veía indisociables de la irracionalidad del estilo de vida consumista y productivo indispensables para mantener el crecimiento económico y provocar que la naturaleza se convierta en depredadora, para defenderse de la humanidad que la agrede. No me veía capaz de alcanzar la inactividad ansiada en un entorno en el que la gente vive dominada por la prisa por hacer cosas de las que, en el fondo, desconoce la utilidad o por alcanzar objetivos valorados, pero en el fondo irrelevantes, sin más sentido que el simple hecho de llegar a conseguirlos. Necesitaba encontrar un lugar en el que fuera posible que el recuerdo que comento de Lanzarote en el post citado, “(…) recuerdo cómo la simbiosis entre la tierra, el mar, el paisaje y mi alma era total” fuera real la mayor parte del tiempo. No fue Lanzarote ―podía haberlo sido perfectamente―, fueron las Terres de l’Ebre.

En cuanto al otro post mencionado, “La lentitud y otras digresiones de un día de verano” del pasado 9 de agosto, me doy cuenta de que la lentitud apunta directamente hacia la inactividad y la contemplación. Este post comienza de la siguiente manera:

“A medida que vas cumpliendo años, se incrementa lo que podríamos llamar ‘la paradoja del paso del tiempo’. Por un lado, sientes que el tiempo, considerado al ‘por mayor’, pasa muy rápido, cada vez más rápido, lo que no se contradice con que, en el día a día, transcurra lentamente. Esa lentitud, no suele dejar indiferente. Para algunas personas, especialmente las que, viviendo solas o no, se sienten solas, esas horas que parece que no tengan que terminar nunca, esos minutos que se hacen eternos, acaban exasperando. Otros aprecian la lentitud, el no ir rápido, el no tener que correr y poder saborear cada instante de la vida”.

Cuando sientes que ves pasar el tiempo de forma exasperante, en especial cuando eres mayor y si te sientes solo, estás en la peor de las situaciones: la vida, la sociedad, tu incapacidad funcional te han expulsado de la actividad, te han condenado a tener sólo “tiempo libre”. Ya no tienes fuerzas ni recursos para “matar el tiempo”. Si en esta situación no reaccionas y te permites vivir en la contemplación desde la inactividad (nunca es tarde), o bien “matas tu propia vida” o lo único que te queda es “sobrevivir para malvivir”. En este estado, todo pierde el sentido y el lento y exasperante paso del tiempo te araña y hiere el alma sin piedad. Y esa vivencia, cada vez más, no conoce de edades. No hace falta ser anciano para experimentarla, y la tasa creciente de suicidio juvenil así lo demuestra.

Alcanzar espacios de inactividad consciente, darse la oportunidad de contemplar la naturaleza, también la humana, incluida la propia (forman un todo único), esforzarse por saborear cada instante, desterrar la soledad y evitar ser asediado por la terrible obligación de

Fuente: INFOEMPLEO

“malvivir matando el tiempo”, es un objetivo primordial. Y hay que mantener la confianza para poder alcanzarlo.

“(…) La esperanza es necesaria. No tenerla es una forma de rendición. No se trata de ser complaciente y creer sin más que todo irá bien, pero tenemos el deber de seguir intentando hacer del mundo un lugar mejor. De eso va la vida”.

Henry Marsh. (Neurocirujano británico, enfermo de cáncer).

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2 thoughts on “¿VIVIR O SIMPLEMENTE SOBREVIVIR?

  1. Anna dice:

    Una sort disposar de la clarividència de pensadors com Byung-Chul-Han, que ens ajuden a ser més conscients del món actual. I a partir d’aquí, com fas, poder reflexionar sobre l’ètica del respecte, o de l’accés a realitats superiors…
    Nuccio Ordine també té apunts molt interessants sobre aquests aspectes, quan ens convida a gaudir dels sabers que no necessàriament produeixen un benefici econòmic, i que acaben siguent una forma de resistència a les lleis del mercat . Sempre és un plaer poder divagar sobre aquests temes: hi ha tant a dir i tant a aprendre…!

    1. josepmariavia dice:

      Gràcies pel teu comentari Anna, que comparteixo!
      Buscaré obra de Nucció Ordine

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