21 de julio de 2025. Lanzarote dos años después (o nueve años después, según se mire)

El pasado 4 de julio escribí Habitarse para habitar y habitar para habitarse: aprendizajes de Lanzarote y alguna cosa más. Allí repaso los principales posts del blog escritos desde Lanzarote o que hablan sobre la isla. No menciono Lanzarote siete años después del 25 de julio de 2023.

Existe una primera etapa de posts sobre Lanzarote en el blog —de hecho el primero, de 2015, es Lanzarote no es mi tierra pero es tierra mía (José Saramago), claramente vinculado a la actualización de mi propósito de vida en aquel entonces. Tras años en los que vivir fue reemplazado por trabajar, sentí que esa inercia, iniciada en mi juventud sin planificación alguna más allá de la ambición profesional, ya no me servía como “despropósito de vida”.

En el post del 4 de julio me refería a que, al menos en mi caso, alcanzar un verdadero propósito de vida no es independiente del entorno exterior, del lugar donde vives. Hablaba del dilema entre espacio interior y espacio exterior —en realidad un falso dilema— y concluía que hace falta una simbiosis entre ambos, y que esa simbiosis debería producirse, en mi caso, alrededor de la escritura. En mi propósito de vida, la escritura ocupa un espacio central. Decía concretamente —y aquí ya aparecía el recuerdo de Lanzarote, además del de Chile:

En la casa de Saramago (como en la de Neruda) sentí que en el origen, lo que generaba la obra, no era el espacio exterior, el lugar físico donde se vive. Era la obra —entendida como ‘la forma’ de vivir con intensidad— la que impregnaba el entorno en el que vives. El resultado es un círculo virtuoso, una simbiosis: la escritura que surge desde dentro humaniza la casa a imagen y semejanza de quien escribe, y ese espacio se convierte en musa inspiradora para el escritor.

La vida en sociedad y la convivencia resultan del impacto de lo que llevamos dentro. Si predominara la paz en el alma colectiva de la humanidad, no habría guerras.

Al final, ese dilema entre espacio interior y exterior no es un dilema, sino un diálogo. Una correspondencia recíproca constante.

En los años 2015 y 2016, escribí sobre cómo esta tierra canaria me conectaba conmigo mismo, me remitía a mi centro, y sentía que la expresión escrita de los sentimientos que me provocaba la singular belleza del paisaje le devolvía algo al mismo (y ahora mismo, escribiendo estas líneas aquí en Lanzarote, lo estoy haciendo). La conexión fue absoluta. Descubrí un territorio volcánico, despojado de excesos, donde el negro de la tierra contrasta con el blanco de las edificaciones, y la austeridad revela una belleza casi sagrada. Es un paisaje mineral, silencioso y primitivo, con higos chumbos, viñas plantadas en suelos volcánicos protegidas por bancales de piedra seca para que crezcan milagrosamente, agaves resistentes, alguna palmera solitaria que rompe el horizonte. Cactus y matojos bajos adaptados al viento y la sequía. Cada planta parece ganarse el derecho a crecer, arraigando con tenacidad en un entorno duro pero lleno de significado, mostrando su capacidad de mantener la vida en la aridez y resistir, mostrando una belleza austera que florece entre rocas negras. Un paisaje que parece hablar con voz antigua, capaz de poner orden al caos interior y despertar una escritura arraigada y sincera. Un escenario donde naturaleza y espíritu dialogan profundamente, abriendo espacio a una forma de estar en el mundo que no necesita de ornamentación. Apela a la humildad y la modestia.

Por cosas de la vida —de aquellas que, lejos de planificarse, emergen desde algún lugar desconocido y acaban revelándose como inevitables— esta simbiosis entre el mundo interior y el exterior, este diálogo sutil entre el paisaje que alimenta el alma y el alma que, escribiendo, vuelve a humanizar un paisaje ya de por sí casi divino, acabó trasladándose al Delta. Ambos paisajes, el de Lanzarote y el del Delta del Ebro, comparten una cualidad esencial: la capacidad de hacer posible la vida en entornos aparentemente hostiles. Muestran una belleza austera, dura, pero llena de sentido.

El Delta del Ebro, que a primera vista puede parecer más fértil, es también una tierra conquistada a la dificultad. Allí, la vida vegetal se debate entre el agua dulce y la salinidad, entre las inundaciones y la sequía, entre el barro y el viento. Arrozales, carrizales, juncales, salicornias, tarayes, álamos y adelfas sobreviven en un equilibrio precario, frágil, constantemente amenazado por el cambio climático, la regresión del suelo o la mano destructiva del ser humano. Pero como en Lanzarote, la vegetación del Delta resiste y se mantiene, en una lucha silenciosa y persistente.

En Lanzarote, la roca abrasa y la vida florece sorprendentemente. En el Delta, el agua lo empapa todo, pero nada está garantizado. En ambos territorios, el paisaje es testigo de una resistencia sin épica, arraigada al territorio, capaz de transformar la dureza en forma y silencio. Dos espacios aparentemente opuestos —uno de piedra y secarrales, el otro de barro— que comparten una misma fuerza elemental: la capacidad de

FAMARA

sostener vida en condiciones extremas y de despertar, por eso mismo, una escritura honesta, desnuda, fiel a la tierra y a su misterio. Finalmente no es tanto una cuestión de ubicación geográfica sino de reconocimiento íntimo e identificación: encontrar ese lugar que te reconoce a ti, que te deja ser y te empuja a escribir como forma de vida, como manera de armonizar lo que soy con lo que me rodea, como un propósito vital que da sentido a cada día sin necesidad de más justificación. Por eso escribir se convierte en una manera de habitar plenamente el tiempo y el espacio.


El caserío de Mozaga

EL CASERÍO DE MOZAGA

A veces, el alma humana se ve sacudida por acontecimientos imprevistos, como si una mano invisible irrumpiera en el curso de los días y rompiera la línea trazada. No son catástrofes, ni siquiera dramas evidentes. Son movimientos internos, desconciertos sutiles, desajustes que obligan a repensar, a volver atrás no por nostalgia, sino para recuperar el hilo. Y así fue como, casi sin buscarlo, volví a Lanzarote. No había ningún gran plan. Solo la intuición de que para rehacer el camino era necesario volver a poner los pies en el lugar donde empezó todo. Fue en el año 2015 cuando este paisaje desértico, de lava y viento, de cactus solitarios y viñas imposibles, me habló por primera vez con una voz amorosa y serena. Y es desde 2018, en el Delta, que esa voz ha tenido continuidad. Pero ahora, algo me pedía volver a la fuente.

En este contexto, visitar de nuevo la casa -A Casa- y la biblioteca de José Saramago no es una forma de turismo cultural, ni siquiera un homenaje literario. Es una manera discreta y profunda de reconectar con el origen de un propósito de vida. Porque allí, entre libros y ventanas abiertas a la lava, pude confirmar que escribir no es solo contar, narrar, sino que también es resistir. Más allá de relatar, que también, es una forma de anclarse.

El Caserío de Mozaga (como la casa Akarwangui en Tomaren u otras casas en las que me he alojado en Yaiza, en Haría o en Punta Mujeres) sintetiza aquel descubrimiento primero: austeridad, silencio, arraigo, resistencia. Como las otras, es una casa de muros gruesos, que no presume de nada y, sin embargo, lo dice todo. He reencontrado no solo la estética volcánica de la isla, sino también la esencia misma de aquello que, sin saberlo, empecé a buscar hace diez años: la capacidad de vivir a contracorriente, con sobriedad y firmeza, dejando que el paisaje modelara el alma y que el alma encontrara en el paisaje una razón para persistir.

El Caserío de Mozaga es un testimonio vivo de la historia austera de Lanzarote, construido con piedra volcánica que ha resistido el paso del tiempo y la dureza extremadamente bella del paisaje. Este lugar simboliza una cultura que ha aprendido a adaptarse con sencillez y fortaleza, encontrando la plenitud en la austeridad.

La pecera de casa en el Delta y Mozaga, pese a la distancia física, comparten un alma común: son espacios donde la naturaleza y el interior se entrelazan y se nutren mutuamente. En Mozaga, la piedra habla de resistencia; en la pecera, los cristales abren paso a un paisaje vivo de cactus, palmeras y dunas, estableciendo un diálogo íntimo entre interior y exterior que impulsa la creación.

Mozaga y la pecera no son solo lugares físicos, sino símbolos profundos: representan la conexión entre el

EL CASERÍO DE MOZAGA

alma y el paisaje, la persistencia de un propósito que se mantiene vivo a pesar de las adversidades. Son espacios donde la voz interior encuentra fuerza e inspiración, alimentada por entornos que exigen adaptación, respeto y humildad. Allí, en medio de un paisaje que resiste y perdura, simplemente se puede ser, escribir y habitar la vida con autenticidad, sin máscaras.


Playa Honda, 22 de julio de 2025

SERGIO GARCIA TEJADA

Lo que da sentido a la vida de Sergio García (el “flaquillo”) es acompañar a los moribundos en su final de vida, en el momento del tránsito hacia donde sea que lleve la muerte (ver su obra Acompañar. Un paseo por mi trastienda).

Con 23 años llegó a esta isla proveniente de Gran Canaria y Tenerife y me cuenta que cuando necesita reconectar se va a dormir a su caravana en Famara, después de ver la puesta de sol, o va hacia Arrieta a ver cómo el astro rey emerge en el horizonte atlántico. Cuando no coge la mochila, viaja a la India, al Nepal o a algún país asiático, se mete en los hospitales públicos y ayuda a morir a la gente pobre que muere en esos hospitales, en aquellos países.

Es humilde, es modesto, es austero y no le interesan en absoluto el dinero ni los bienes materiales. En la isla lo conoce todo el mundo —eso también hace que de vez en cuando sienta la necesidad de marcharse para descomprimir—. Es admirado por muchos y marginado por algunos pocos. Su radicalidad ética y el mostrarse tal como es incomoda a muchos —ya sabemos que no gusta verse en según qué espejos— y sospecho que hay quienes deben temerle. Hay grandes profesionales de los cuidados paliativos. Él es un “sacerdote” que se entrega a los moribundos. Alguien que no tiene ningún problema en decir en público y en privado que le resulta más comprensible el idioma de los gestos, las miradas amorosas, el contacto corporal que le permite comunicarse con moribundos que hablan lenguas que desconoce, que una conversación en castellano con un político al uso…

Todo lo que ha ido apareciendo a lo largo de este post también estuvo presente en la comida y la larguísima sobremesa que me ofreció Sergio: vivir con propósito, el verdadero sentido de la vida, transformar el trabajo en una entrega al prójimo, diálogo entre alma y paisaje, resistencia, humanizar el mundo a partir de humanizar el entorno inmediato, austeridad y arraigo en un entorno rudo, modestia, humildad —que implica reconocer las limitaciones, pero también las virtudes sin hacer ostentación—, vivir a contracorriente, con sobriedad y firmeza, habitar la vida con autenticidad, sin máscaras… Y abrazar la muerte.


Ahora no es mañana, pero…

JOSÉ SARAMAGO Y PILAR DEL RÍO

Mañana tengo una —¡una más!— visita concertada a la casa de José Saramago, A Casa, y a su biblioteca con más de 16.000 volúmenes. Espero ver a su viuda Pilar del Río.

No me adelanto. Supongo que la visita ya se reflejará en otro post. Pero, aprovechando que estos días el diálogo interior-exterior, alma-naturaleza, se está viendo enriquecido con la relectura del dietario de Saramago titulado Cuadernos de Lanzarote, reproduzco dos fragmentos del volumen II (1996-1997) para concluir armónicamente este post:

1 de enero de 1996

Frente a casa hay un morro a cuya cima se llega por una cuesta suave, pero que, del otro lado, baja abruptamente sobre la planicie que se extiende hasta el mar. Es el Pico de Tejada, que de pico solo tiene el nombre, tal vez resto de épocas más altivas. En tiempos pasados hubo allí un caserío, unas pocas viviendas toscas rodeadas de cactus, con sus dulcísimos higos chumbos, algún molino de viento, una tierra pedregosa, descolorida, como huesos viejos que el sol tarda en deshacer. En general, el paisaje que hoy se ve desde allí es oscuro, con el suelo cubierto de trozos de lava triturada por las estaciones, una vegetación rala y poco crecida, amarillenta, de lejos casi invisible, continuamente sacudida por el viento (…)

20 de enero                                                                                                                                                                         

 Cristina Durán vino a Lanzarote para hacerme una entrevista destinada al Periódico O Estado de São Paulo, del que es corresponsal en Portugal. La llevé a Timanfaya, mucho más sorprendido viajero yo que ella, a la vista de una isla que apenas podía reconocer, toda cubierta de verde gracias a las lluvias que han caído, verde como nunca la vi desde que aquí estoy. Me acordé entonces del poeta brasileño Ribeiro Couzo, leído hace muchos y muchos años, y que la memoria, vaya usted a saber por qué, guardó el poema que comienza con estas palabras: ‘Llueve, Cuando llueve es que el tiempo es bueno’. No necesitan decirme que no es así en todos los lugares, pero en Lanzarote solo lo puede saber verdaderamente quien aquí vive.”

Alma y paisaje…

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2 thoughts on “LANZAROTE: ALMA Y PAISAJE

  1. Sergio Garcia (Flakito) dice:

    Abrazo inmenso amigo 🙏

    1. josepmariavia dice:

      Muchas gracias! De nuevo, un placer haber vivido tan de cerca tu excepcional calidad humana! Un abrazo!

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