JOSEP MOULINES

Hace ya semanas, por lo menos tres o cuatro, que he recuperado un aspecto concreto de la antigua normalidad. Desconectar de la (¿des?)información de lo que se llama “actualidad”. Todo lo que hago es escuchar un rato noticias de radio cuando me levanto y, a veces, mientras ceno y mirar esporádicamente los highlights que me entran en el móvil. Siempre he dicho que, como en cualquier ámbito, hay muy buenos profesionales entre los periodistas. Y estos días álgidos de la pandémia, que me ha tocado hablar con muchos de ellos/ellas, lo he podido constatar. Otra cosa es lo que les impongan sus empresas, que no es ajeno a lo que la gente quiere consumir, a menudo “amarillismo”, toxicidad y porquería.

De todo lo que escuché por diferentes vías, hace semanas, cuando lo peor de la pandemia me llevaba al difícil ejercicio de desgranar los contenidos “informativos”, apartando la basura y los fakes, para tratar de tener una idea lo menos distorsionada posible de lo que pasaba, de Pedro Sánchez, me quedó el concepto de “nueva normalidad” que, adaptado a mi manera de vivir, traduciría como “nuevo confinamiento”.

Ya he comentado en este blog que hace unos pocos años opté por un cierto confinamiento voluntario, eso sí, distinto al actual confinamiento. ¿Cuáles son las diferencias entre mi confinamiento y lo que ha provocado la COVID-19?

Diría que tres. La primera, la libertad de movimientos. Donde más he notado la afectación ha sido en la imposibilidad de ir en bicicleta por el Delta de l’Ebre que, creo que desde ayer -escribo en domingo 10 de mayo- o desde mañana lunes -seguro del todo no estoy- como en las Terres de l’Ebre hemos entrado en la fase 1, pienso que ya no me tiene que afectar. Tampoco lo sé muy bien. En segundo lugar, la pérdida de contacto físico con aquellas pocas personas con las que me relaciono porque me apetece. Incluyo algunas de las tiendas de comestibles a las que voy a comprar en el pueblo. Nos vemos con las respectivas mascarillas puestas y a más distancia de lo habitual o con mamparas de por medio y no es lo mismo. También incluyo al cura del pueblo, con quien mantengo buena relación. La tercera y última actividad que he echado de menos es ir algún día a comer o cenar fuera de casa, a uno de esos lugares agradables a los que voy, normalmente solo, sí, pero además de comer bien y diferente de lo que habitualmente me preparo en casa, hay restauradores y camareros amables que me conocen y nos contamos cosas. Normalmente cosas intrascendentes que, de todos modos, me acostumbran a interesar más que las conversaciones -a menudo demasiado estresadas- de trabajo o el intercambio de “neuras” fruto del espantoso ritmo de la “vida moderna”, más presente y amenazante en la ciudad que en estas tierras. Muchas de estas personas, puestas a hacer de ministros, creo que tendrían más sentido común que algunos de los que ostentan el cargo…

Las Terres de l’Ebre tienen pocos habitantes y se siguen despoblando. Esto, que daría mucho para debatir sobre el problema de la despoblación rural, ha permitido que haya habido muy pocos contagios y pocos muertos por COVID-19. Personalmente, y COVID-19 a parte, esta baja densidad me proporciona un espacio vital reconfortante. Aclaro rápidamente que valdría la pena invertir en infraestructuras muy básicas -por desgracia fallan incluso las más básicas- y otras no tan básicas para retener a la juventud de aquí en su tierra.

La tecnología me ha permitido mantenerme en contacto con mi familia, incluido mi nieto Claudi, nacido hoy hace un mes, con mis pocos buenos amigos y con todos los interlocutores habituales de trabajo menos uno que no se siente demasiado cómodo con ninguna comunicación que no sea cara a cara. He echado de menos las conversaciones con él porque, además, lo considero buen amigo y persona de confianza y mente abierta para poder hablar de todo y más.

Antes de hablar de la nueva normalidad en general y de mi nuevo confinamiento en particular, tal vez merece la pena detenerse en algunos aspectos del presente.

Hace pocos días, mi buen amigo Joan Oliveras hacía una reflexión escrita, creo que en Facebook, donde, entre muchas consideraciones interesantes, hablaba de “la revolución digital que ya hacía tiempo que transformaba nuestras vidas” como una oportunidad. El texto es interesante y bonito, porque se centra en las oportunidades que pueden salir de esta crisis.

La revolución digital, supongo que para los babyboomers como yo, presenta dificultades más importantes que, por ejemplo, para mis hijos. Verdaderamente, hay gente de mi generación que domina mucho estas tecnologías. Yo no soy de los que más, ni mucho menos, pero, en cualquier caso, lo suficiente para poder trabajar sin problemas. Durante estas semanas, la cantidad de trabajo ha sido ingente, agotadora, y durante jornadas de hasta 14 o 15 horas he podido hacer todo lo que tenía que hacer desde el Delta de l’Ebre hacia cualquier punto del mundo.

Estas tecnologías me han permitido y me permiten, además de mantener la relación con familiares y amigos, descubrir personas nuevas y llegar -al menos esta es la sensación que, no oculto, aunque sea por el factor generacional, precisaré corroborar personalmente, in vivo– a grados de conocimiento y confianza insospechados. Diría, y lo digo con la boca pequeña, que el acceso a algunas personas, se produce de forma más rápida y con menos barreras que en el mundo de relaciones presenciales convencionales.

No cabe duda de que el confinamiento ha perfilado lo que pueden ser nuevas formas de relación. Yo sé de un par parejas que han decidido separarse, sin por ahora decírselo, por lo insoportable que podría resultar tener que seguir viviendo con esta decisión comunicada y confinados no se sabe cuánto tiempo. En cualquier caso ya se lo comunicarán -o no, no conocemos aún los efectos del desconfinamiento- cuando puedan campar a sus anchas. También se han formado durante el confinamiento nuevas parejas, y muchos amantes se han desesperado por no poder mantener sus encuentros furtivos y clandestinos. Han emergido relaciones muy innovadoras y alternativas. Yo mismo he celebrado con cava, vía “vídeo WhatsApp”, el nacimiento de mi nieto en Santiago de Chile.

Lo que quiero decir es que, ya ahora, siento que mi manera de trabajar y de relacionarme, ha cambiado, tal vez definitivamente. A partir de ahora, seguiré viviendo solo y aislado territorialmente en el Delta, pero yo y casi todas las personas con las que me relaciono, tenemos más claro que antes que es posible compatibilizar esta situación con la socialización obligatoria en el caso del trabajo, y con la que sentimos como necesaria para hacer realidad que, a pesar del predominio de la soledad deseada, los humanos seguimos siendo seres sociales.

¿A partir de ahora, todo será desastroso? No lo creo. Veremos si hemos aprendido algo o preferimos seguir viviendo sumidos en la estupidez de las últimas décadas. Algunos aspectos del presente, no me hacen ser optimista. Me sorprende que la mayoría de los que todavía salen a aplaudir a mis compañeros sanitarios, no se hayan dado cuenta aún de que, los que los han cuidado y los seguirán cuidando en el futuro, ya empiezan a estar -yo también- un poco hartos de tanto aplauso. Salir irresponsablemente a la calle en grupo y sin mascarillas, sin guardar las distancias de seguridad, es una falta de respeto imperdonable a todos los sanitarios a los que aplauden. ¿De qué sirve aplaudir a unos “mártires” mal pagados que se la juegan, ellos y sus familias, si con las conductas individuales se están creando las condiciones para liarla parda otra vez? ¿De verdad esta gente cree que unos sanitarios cansados ​​física, psicológica y sentimentalmente, tendrán fuerza y ​​suficiente buen humor para aguantar según qué posible rebrote? Reflexión de presente.

Otra consideración de presente. No soy economista, pero me parece interesante que desde Guillem López Casasnovas, hasta Xavier Sala Martín, pasando por Antón Costas, Niño Becerra y no sé quién más, rompiendo toda la supuesta ortodoxia, expliquen que la máquina de fabricar billetes, se tiene que poner en marcha para que el dinero corra y se reactive la economía, sin pensar en mucho más. ¡Ya lo devolveremos no sé cuándo!

¿De verdad que esto no se entiende? ¿Ahora resulta que nos empezará a preocupar lo que dejaremos como legado vergonzoso a nuestros hijos y nietos, cuando hasta ahora nos ha resultado del todo indiferente? Hasta ahora no hemos tenido ningún escrúpulo en dejarlos lastres de todo tipo, económicos, medioambientales y una sociedad, más que líquida, gaseosa. Entretanto, muchas familias la pasan mal, muchos trabajadores acogidos a ERTEs aún no han cobrado un euro desde marzo y la situación se vuelve cada día más difícil. ¿El Estado no debe de endeudarse para afrontar este desastre?

El futuro es incierto y ningún humano en el mundo tiene la receta de qué hacer ni sabe qué pasará en el futuro. Cuando a nivel individual lo que preocupa es una muerte inminente, nadie piensa en el dinero. Cuando los sanitarios pensamos en términos de salud comunitaria y no de salud individual, interpretamos -quizás de forma poco matizada- que la lógica debería ser la misma y, por tanto, el endeudamiento que sea necesario. ¿¿¿De verdad tenemos que poner en situación ultra límite a los médicos y enfermeras que más necesitamos para seguir vivos por la dichosa economía??? ¡¡¡Los americanos, a pesar del incalificable Trump, ya hace días que han puesto en marcha la máquina de fabricar billetes verdes!!! ¿Y Europa? ¿A qué está esperando Europa, esta patética estructura burocrática que cada día cuesta más saber para qué sirve? ¿A que el personal sanitario se plante si no aparece dinero o a que los trabajadores que hace dos meses largos que no cobran salgan a asaltar los supermercados?

Si alguien está pensando en precipitar el desconfinamiento por razones económicas es que en su ignorancia, en la ruleta rusa en la que nos encontramos, cree que la situación ya está bastante controlada. De lo contrario, nadie estaría pensando en poner en riesgo la salud pública y las vidas humanas en nombre de la necesidad económica, como nadie que sabe que se está muriendo piensa en el dinero. ¡No aprendemos! ¡La estupidez humana parece no tener límites!

Hoy día 10 de mayo, la vida tal y como era en febrero parece un recuerdo del paleolítico superior. Han pasado cosas magníficas. Ha disminuido la contaminación ambiental, también la contaminación acústica, las playas están limpias, muchos animales que normalmente no se atreven a aparecer por miedo a los depredadores humanos, han vuelto a salir, el mar es más transparente y, en muchos casos, las relaciones humanas han mejorado. Cuando estamos cagados de miedo, nos convertimos en mejores personas…

Estos días de convivencia intensa forzada en espacios a menudo reducidos, han hecho redescubrir el sentido de muchas relaciones humanas. ¿Era necesaria la pandemia para poner las cosas blanco sobre negro, para intensificar los vínculos con familiares y amigos y establecer relaciones insospechadas durante el confinamiento?

La COVID-19 ha favorecido la solidaridad, la empatía, el compartir emociones y estrechar lazos entre los profesionales sanitarios, aunque, previsiblemente, con el agotamiento de todo tipo sufrido, cuando recuperen la conciencia de cómo se les trata desde hace años, si no se reacciona rápido por parte de las administraciones, la tensión se pueda intensificar. Y quizás las amistades se enfriarán de nuevo, las nuevas relaciones establecidas, perderán interés fuera del confinamiento y aquellos que se querían divorciar olviden la idea cuando queden liberados de tener que soportar a la pareja 24 horas al día, 7 días a la semana. No lo sabemos. De momento, sin embargo, estos activos han marcado el confinamiento positivamente. Y si, por decir lo primero que se me pasa por la cabeza, ¿es el momento de relocalizar industrias que hace décadas han ido a buscar regiones planetarias en las que la mano de obra es barata y las condiciones sociales precarias? No lo sabemos. No sabemos nada. Nadie sabe nada. Ni los economistas que nunca han acertado ninguna previsión, en ninguna gran crisis.

Quizás los objetivos humanos se seguirán centrando en ganar dinero a cualquier precio, acabar de arruinar a las clases medias y sumir al planeta en la pobreza, manteniendo la riqueza en unas pocas manos. Quizás se continuará creyendo que lo que da sentido a la vida es consumir, contaminar, ensuciar. Que la especulación y la economía financiera seguirán ganando terreno a la economía real, productiva. Que se seguirá fomentando o tolerando el trabajo y la explotación infantil y en Navidad todos seguiremos haciendo ver que nos queremos mucho. Quizás sí…

Me quiero dar la oportunidad, sin embargo, de confiar -¿ingenuamente?- en que algo aprenderemos de esta crisis -al menos algunos- y que vivir se pueda aproximar un poco más a un ejercicio basado en lo mejor de las personas. Estaría bien que la nueva normalidad tuviera algo de eso. En tal caso, tal vez mi nuevo confinamiento podría evolucionar hacia un cierto desconfinamiento…

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6 thoughts on “LA VIDA EN CONFINAMIENTO (4). “LA NUEVA NORMALIDAD”, EL NUEVO CONFINAMIENTO

  1. Montse Grau dice:

    Estic molt d’acord amb tot el que descrius Josep Maria. Un escrit excel·lent. Moltes gràcies per compartir-ho!

    1. josepmariavia dice:

      Gràcies a tu, Montse. Celebro que t’hagi interessat!

  2. Montserrat dice:

    Enhorabona per l’esperit crític, digne només d’alguns “atrevits i molt intel·ligents”. Des de la segona línia i fins al final del post ens deixes un munt de temes per reflexionar i mirar de fit a fit. M’ha agradat, perquè els vas deixant caure un darrera l’altre, sense deixar escapar pel mig una pinzellada romàntica que segurament servirà d’inspiració per alguna novel·la en temps de confinament… La cirereta, com és d’esperar, és al final, i al respecte et diré que tant de bo el teu “nou confinament” evolucioni a “un cert desconfinament”, voldria dir que d’aquesta pandèmia n’ha resorgit un món millor. Et continuaré llegint i fins i tot, algun dia m’agradaria poder contrastar alguna reflexió plegats.

    1. josepmariavia dice:

      Moltes gràcies pel comentari Montserrat! Què curiós. En una ocasió vaig dir que al llarg de la meva vida professional, massa gent m’havia fet “la rosca” i els únics crítics amb mi, eren els mes atrevits i intel·ligents… Pel que fa a la novel.la, ja l’he començat a escriure. El confinament ha donat i està donant per molt i tant de bo ens deixi un món millor, almenys en alguna parcel.la. Certament, de ser així el meu “nou confinament”, la meva “nova normalitat”, em permetria “un cert desconfinament”. Sigui com sigui, encantat de compartir reflexions plegats. Gràcies de nou!

  3. Helena R. dice:

    hi ha una cosa que dius que em fa pensar que sí que hi ha coses que els de la “nostra” edat veiem estranyes malgrat el bon entrenament tecnològic que tenim i que serveixen per segmentar les generacions. La meva filla té , a través de les xarxes basades en interessos comuns dels participants (llibres, pel·lis, aficions,….), una bon aplec d’amics i amigues de tot el mon . No es coneixen en persona i a banda de xats i trobades virtuals, amb alguns desenvolupa una amistat més profunda que després pot, o no, assegurar amb trobades posteriors (quan viatjàvem). La darrera vegada va viatjar a Califòrnia convidada per una amiga a la qual li agrada molt com escriu.
    A mi no em surt, mira! M’encanta utilitzar la tecnologia per treballar, enraonar o fer el vermut amb els amics i amigues o veure els fills i els nets, però per fer amics nous…
    En referència a la “nova normalitat”, tant de bo siguem una mica diferents quan anem sortint d’aquesta situació estranya que genera el confinament i l’ensurt de la pandèmia. Potser alguns, pocs o molts, individus que seran capaços de generar un canvi social en la manera de mirar-nos les coses, la vida, el planeta, les prioritats,…Potser.
    Deu ser un paradís això del Delta.

    1. josepmariavia dice:

      Gràcies pel comentari Helena. Està clar que els nostres fills, han nascut i/o han crescut en un món digitalitzat i nosaltres no. A partir d’aquí la seva capacitat de fer-ho quasi tot a través de les xarxes, fins i tot desenvolupar amistats de les de veritat, és superior a la nostra. De tota manera, t’he de dir, que cada vegada més, conec coetanis de les generacions del babyboom que s’incorporen a “aquest club”. Per altra banda, confesso que per a mi, l’ús de la tecnologia m’ha permès treballar amb normalitat (ho dic bé, amb normalitat, cal dir que soc assessor, no faig de cirurgià!) i mantenir relacions amb familiars i amics i també descobrir persones que no coneixia que m’han aportat moltíssim. Jo sí que he fet amics nous. Suposo que, a diferència de la teva filla, la idea del desconfinament em provoca certa recança sobre la solidesa d’aquesta amistat i, probablement també a diferència d’ella -malgrat el viatge a Califòrnia- necessitaré comprovar “in vivo” la continuïtat de l’amistat en la “nova normalitat”.
      Pel que fa a aquesta “nova normalitat”, no oblidem que l’antiga -la del mes de febrer!!!- estava formada per gent insensible a la destrucció del planeta, a la contaminació, a la competitivitat deshumanitzadora, al treball i l’explotació infantil, a la pobresa de la major part de la població mundial, al foment de guerres per vendre armes, a viure amb molt estres, agressivitat i ansietat, a identificar felicitat amb consum, a oblidar que el del costat te sentiments, a dormir malament… Tu saps que, en termes de salut, ja quan vàrem fer el primer Pla de Salut de Catalunya, a principi dels 90, estimàvem que 4 de cada 10 persones tenien un problema de salut mental. T’imagines avui quants deuen ser?!!! Una societat que s’ha deixat perdre -on hi era- l’Estat del Benestar i que ha anat pervertint i corcant la veritable democràcia -l’evolució de les llibertats fa pena- fins a posar en els llocs de domini polític del món, personatges com Trump o Putin…
      Vols dir que no hauria de ser gaire difícil que qualsevol nova normalitat, fos una mica millor que aquella del febrer? Certament, en algun tema professional, tu i jo (i molts col·legues) vàrem constatar, que tot era susceptible d’empitjorar!!! De moment, aposto per l’optimisme, que al desastre sempre soc a temps d’arribar-hi!
      Com deia en el post anterior (crec), la normalitat la defineix la majoria. És normal considerar normal el que considera normal la majoria. Si la majoria estan “tarats”, la normalitat és un concepte patològic.
      Al Delta d’entrada hi ha poca gent i on visc jo, ningú. Per a mi el confinament m’ha permès allunyar-me de zones metropolitanes, en les que al haver-hi més població, que a més a més, viu de forma molt menys sana -és la meva opinió- que al món rural, quan me n’allunyo, se que el manicomi existeix, però almenys no hi soc dins! Treballar des d’aquí i relacionar-me amb els amics, familiars i persones que estimo, per les xarxes, em dona pau. Cal no oblidar que tinc un fill, una jove i un net a Xile i que durant temps he tingut els dos fills a l’estranger. Estic entrenat a viure els afectes a través de les xarxes!

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