QUEEN ELISABETH
FUENTE: Harper’s Bazaar

En Cataluña, independencia y república se consideran tan indisociables que se han llegado a usar indistintamente. En Escocia, pude constatar lo que ya sabíamos por las encuestas: una mayoría de independentistas apuestan por la monarquía o al menos apostaban por la reina Elisabeth II. El destino quiso —o quizá ella decidió (?)— morir en Escocia y, que yo sepa, su féretro no fue cubierto con la bandera británica hasta que cruzó los Borders. Además de detenerse en el Palacio de Holyrood antes de llegar al de Buckingham y en la catedral de Edinburgh, antes de Westminster. (Al presidente Pujol, en algún momento se le pasó por la cabeza proponer la transformación de España en una confederación de naciones, en igualdad de condiciones entre ellas, unidas por el rey como jefe de Estado de todas ellas).

Mi idea es que de Isabel II se sabe poco, lo que quizás lleva a hablar más de la cuenta o distorsionar hechos más o menos conocidos como, por ejemplo, la compleja relación de Lady Di con la familia real. De Juan Carlos I, en cambio, sabemos demasiado. Las imágenes pueden no corresponderse a la realidad. Pero, más allá de lo que se pueda pensar de una institución tan desfasada —a saber si la reina Elisabeth ha sido el pilar que ha aguantado las monarquías en el mundo llamado desarrollado—, la monarca británica desprendía profesionalidad. De hecho, poco se le ha conocido como persona y muchos de los pocos aspectos que han trascendido de tipo familiar, por ejemplo, casi siempre tenían relación con su sentido del deber como monarca, que llegaba a llevarla a reprimir la expresión de sus sentimientos. Criticable si se quiere, pero esta forma de entender el sentido del deber fue el motor de su vida. Elisabeth II “fue” reina (autenticidad), Juan Carlos I, a ratos “hizo” de rey (juego de rol) y el resto del tiempo se reía de todos nosotros.

Este verano, llegué a Escocia unos veinte días antes de que la reina muriera en Balmoral. El hecho antes mencionado, la sorpresa por la valoración que hacían la mayoría de independentistas —también conocí a detractores y vi, una vez muerta, episodios como la pancarta “Fuck the Crown” en el campo del Celtic de Glasgow—, me motivó a mirar si existía una buena biografía de la reina, que permitiera hacerse una idea objetiva de cómo era como persona, ¡si es que la persona llegó a mostrarse! Diría que tal obra no existe. Al menos no ha tenido un biógrafo oficial, y parece que Robert Hardman, periodista del Daily Mail, y Robert Lacey, historiador, serían quienes más se han aproximado. Lacey asesoró a Peter Morgan, el creador de la serie The Crown.

El debate sobre el rigor de la serie con la realidad es infinito. Me quedo con dos ideas. La frase de Peter Morgan diciendo que “a veces tienes que renunciar a la precisión, pero nunca a la verdad” y el hecho de que Morgan pidió a Lacey que determinara qué era verdad y qué no en los guiones, antes de que se rodara la serie. Robert Lacey ha publicado dos libros al respecto.
Con todo esto, y sin descartar la lectura de las obras de Hardman y de Lacey, empecé a ver la serie estando todavía en Escocia y la terminé cuando volví a Barcelona. Durante este período, murió la reina.

Antes de seguir, no puedo dejar de referirme a algo que siempre me ha intrigado y que, pese a obedecer a un objetivo utópico, no ha cesado de rondarme por la cabeza mientras he visto la serie.

Según Howard Gardner, “una mala persona no llega nunca a ser buen profesional” (ver “¿Por qué una mala persona no puede ser un buen profesional? O la ficción de separar lo personal de lo profesional” del 14 de abril del 2016). En el mismo post decía que varios años antes, el Dr. Ciril Rozman había afirmado que “para ser un buen médico se debe ser una buena persona”. Y seguro que encontraríamos más referencias en la misma línea, con la que, personalmente, estoy de acuerdo. No hay dudas de que Elisabeth II fue una gran profesional. ¿Fue una buena persona? ¿Funciona la premisa en este caso?

Volviendo a Juan Carlos I, tengo la impresión de que la premisa funciona. No hace falta visionar Salvar al rey —no aguanté ni el primer capítulo entero—, para descubrir la poca ejemplaridad como persona del Borbón. Los ratos que ejercía el rol de rey… Valga como ejemplo -uno de tantos- los lapsus del discurso que balbuceó Juan Carlos con motivo de la Pascua Militar, el 6 de enero del 2014. No respondían a una enajenación mental transitoria. O quizás sí, pero en tal caso provocada por la resaca de la celebración de su cumpleaños en Londres, con Corinna Larsen, durante la noche anterior. No creo que el comportamiento personal pueda separarse del profesional. La persona es una.

Cuando conoces a la persona y sabes cómo es, la reconoces o no en su práctica profesional. Es más fácil saber si “es (auténtico)”, o si “hace de (juego de rol)”.

Desde la perspectiva de diferenciar autenticidad e interpretación de roles, lástima que el capítulo 7 de la temporada 3 de The Crown, titulado “Polvo lunar” (quizás un título más propio de Salvar al rey, pero no, es de The Crown), no se ajuste por completo a cómo se produjeron los hechos. Es un buen ejemplo de lo que expresó Peter Morgan sobre la necesidad de alterar la precisión para dotar de fuerza al guión y la serie. Sin embargo, no deja de basarse en hechos reales. Morgan nos presenta a un príncipe de Edinburgh obsesivamente fascinado por la llegada del hombre a la luna. El consorte de la reina, piloto apasionado, admiraba, por encima de cualquier otro aspecto, la heroicidad de los pilotos convertidos en astronautas Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins. Luego iré al contenido de “Polvo lunar”. Pero siguiendo con la autenticidad y los juegos de rol, con el ser y con el hacer, detengámonos un momento en estos tres hombres a los que la misión espacial Apolo XI marcaría un antes y un después en sus vidas.

Un amigo y compañero de escuela aficionado a la aviación y todo lo que la rodea, incluida la militar, persona curiosa, lector infatigable, bien documentado, me hablaba de los tripulantes del Apolo XI. Hay que decir que en este caso hay más información objetivable sobre estos hombres, y que resulta más fácil conocer un poco a las personas auténticas escondidas detrás de los astronautas, que la que hay detrás de la reina de Inglaterra si, como he dicho, quedó algo.

Por lo que me ha contado mi amigo y por lo que he leído, me he hecho una idea de Neil Armstrong como una persona auténtica, rigurosa, responsable y discreta, que fue un gran piloto y un gran astronauta. Sin embargo, parece que no pudo calibrar las repercusiones de todo tipo, también las personales, que tendría el hecho de ser el primer ser humano en pisar la luna antes de cumplir los 40 años. ¡Y vivió 82! Cuando asumes grandes responsabilidades, como mucho imaginas qué pueden comportar pero, de hecho, nunca lo sabes hasta que te encuentras en la situación. Cuando, además, la proeza que haces nunca la ha hecho nadie, eres el pionero, pues aún más. No sería fácil para alguien amante de pasar desapercibido verse calificado constantemente de héroe. Él respondía convencido de que simplemente había hecho bien lo que tenía que hacer, es decir, se había limitado a cumplir con su obligación. Si ni cuando fue piloto militar en la guerra de Corea —atrevido y valiente según explican sus compañeros— se consideró un héroe, ¿cómo podía entrar en este juego por haber sido astronauta? A diferencia de la mayor parte de reyes —hay que decir que no fue exactamente el caso ni de Elisabeth II, ni de Juan Carlos I— que los preparan para serlo desde que nacen, nadie preparó al gran piloto y astronauta Armstrong para las consecuencias de ser el primer terrícola en pisar la luna. Desconozco si entendía o no que no se aceptara bien su resistencia a exhibirse mediáticamente o que los responsables de los partidos demócrata y republicano que le ofrecieron posiciones políticas codiciadas, encajaran bien su rechazo. Cuando supo que se comerciaba con sus autógrafos, no firmó ninguno más. Después de pisar la luna, no volvió a pilotar. Se compró una granja en Ohio y fue profesor de ingeniería aeroespacial en la Universidad de Cincinnati. Colaboró discretamente con la NASA en la investigación de los accidentes del Apolo XIII y del Challenger en 1986. Pero ese gran piloto, tras pisar la luna, siguió “siendo” persona, y una gran persona, pero dejó, más que de ser piloto, de pilotar. Su compañero Michael Collins, en el libro Carying the Fire, cuando Armstrong fue a vivir a la granja y a trabajar de profesor, dijo que era como si se hubiera retirado a su castillo y levantado el puente levadizo. Qué difícil puede llegar a ser, en ocasiones, no prestarse a los juegos de rol —con más razón cuando el público te los exige— y querer mantener la autenticidad. El precio a pagar puede ser elevado… en ambos casos.

En el caso de Buzz Aldrin, los jardineros provocaron desde el principio —o al menos contribuyeron— que el árbol creciera torcido. Su padre,

PRINCE PHILIP
FUENTE: Infobae

militar y piloto durante la I Guerra Mundial, le educó para ser el mejor en todo lo que hiciera. Era de esos padres severos que si el chico llegaba a casa con una calificación de 9 en una asignatura, le preguntaba con tono elevado por qué no había logrado sacar el 10. No se podía creer que había sido el segundo hombre en pisar la luna (!!!) y siempre le pareció injusto que el protagonismo se lo llevara Armstrong. Al fin y al cabo, él también pilotó cazas durante la guerra de Corea y, además, se formó en la Academia Militar de West Point (ya sabéis lo del “señor, sí señor”), siendo el primero de su promoción. Sin olvidar su doctorado en Astronáutica en el mítico Massachussetts Institute of Technology (MIT). Que se hablara “del primer hombre que pisó la luna, en lugar de los primeros hombres que pisaron la luna” lo consumía. ¿Cómo hubiera sido la vida de Aldrin si no hubiera ido a la luna a los 39 años? A saber. En cualquier caso, después de la efeméride, los juegos de rol se sucedieron. Al contrario de Armstrong, se ha sentido cómodo asumiendo el rol de héroe y desde dar clases en la universidad hasta vender coches usados, pasando por multiplicarse pronunciando conferencias y promocionando el turismo espacial, especialmente en Marte, ha hecho muchas cosas y diferentes. Su vida ha estado marcada por la depresión, el alcoholismo y la necesidad de protagonismo, ya sea apareciendo en fiestas lujosas con personajes como George Clooney, apoyando políticamente a los Bush, o siendo la persona de más edad que ha visitado el Polo Sur con 86 años, cuando ya había visitado el Polo Norte dieciocho años antes. En fin, en su vida tampoco han faltado peleas a puñetazos o demandas contra sus hijos… Definitivamente, Aldrin “hizo” muchas cosas. La dimensión del “ser”, digamos que noaparece de forma tan clara…

Michael Collins orbitó en solitario treinta veces la luna, pilotando el módulo de mando Columbia, sin saber si sus compañeros Armstrong y Aldrin lograrían llegar y volver de la superficie lunar. ¡Podemos imaginar cómo se hubiese sentido Aldrin si se hubiera visto “relegado a tan triste papel”! También abandonó su carrera de astronauta tras la misión del Apolo XI. Lo describen como una persona sencilla, cordial, risueña, con sentido del humor y bastante humilde. Lejos de la necesidad de Armstrong de “hacerse invisible” y de la necesidad de protagonismo de Aldrin, coincidía con el primero en que en la sociedad hay héroes, pero que los astronautas no forman parte de este colectivo. En su libro, ya mencionado, Carryng the Fire, decía: “Nosotros éramos buenos y trabajábamos bien, hicimos nuestro trabajo casi a la perfección, pero era nuestro deber. No fue heroísmo”. Los que entienden dicen que, más allá de lo que pueda parecer un comentario obligatorio, “compasivo”, la labor de Collins era fundamental y el éxito de la operación dependía de, como fue el caso, hacerla de manera excelente. Después de pisar la luna, la vida no puede ser igual. Ahora bien, después de pasar un día entero solo en el espacio, viendo la tierra cuando miras a un lado y la luna cuando miras a otro, el impacto no debe de ser menor. Desde su posición, la sensación que le provocaba la visión del globo terráqueo entero, era de fragilidad. La primera vez que leí su relativización —y todavía ahora cuando pienso en ella— se me pone la piel de gallina y pienso: “¿Cómo puede ser igual la vida antes y después de una experiencia de esa magnitud? ¡Imposible!”. Collins fue un buen piloto y un buen astronauta, y su vida no se caracterizó por los juegos de rol. Consiguió vivir con suficiente autenticidad y sencillez los 52 años que pasaron entre la aventura lunar y el momento de su muerte.

Bueno, vuelvo al capítulo “Polvo lunar” de The Crown. Nos muestra a un príncipe de Edinburgh maravillado por la llegada del hombre a la luna y más concretamente por el heroísmo de los astronautas. Todo esto coincidiendo —siempre según la serie— con una midlife crisis, concretamente con una crisis de fe. Durante aquellos días, Philip de Edinburgh conoce al nuevo decano de la capilla de Saint Georges de Windsor, el Dean Robin Woods, obispo de la Iglesia Anglicana. Este pide al príncipe un espacio para crear un centro de crecimiento personal y espiritual. Cuando Felipe le pregunta “¿por qué esto?”, le recuerda —como poniéndole un espejo para que se mire— que “cuando se llega a cierta edad uno se topa con un techo, una crisis, se queda bloqueado”. Piensa en los sacerdotes en crisis. Cuando Philip le pregunta por la metodología de trabajo, Dean responde: “Hablar, leer y pensar”. El consorte le replica que la mejora no llega hablando, ni pensando, sino mediante la acción, el hacer. Pone el ejemplo de los astronautas en contraste con los “curas fracasados que se miran el ombligo mientras se contagian unos a otros su perdición”.

A continuación, la reina le comenta a su marido que los tres astronautas les visitarán en el palacio de Buckingham, dentro de la gira que realizan por 24 países en 37 días (!). El tono de la reina es el propio de “una visita más”, pero dejando vislumbrar que ella sabe que para su marido es mucho más que eso. El príncipe pide una reunión privada, a solas, con Armstrong, Aldrin y Collins. Se prepara meticulosamente unas preguntas trascendentes. Desde su sentimiento de vida vacía, quiere saber qué emociones sintieron los astronautas durante la misión. Cuando, visiblemente desconcertados, le contestan que las obligaciones de cumplir con todos los protocolos del plan de vuelo, el cansancio y las ganas de dormir no dejaban mucho tiempo para nada más, el príncipe, que había proyectado todos sus anhelos de superación en aquellos “héroes”, se desencanta y no continúa con las preguntas que había preparado. Su decepción se multiplica cuando los astronautas le piden permiso para hacer ellos preguntas y aquellos jóvenes americanos de 39 años, fascinados como típicos americanos de clase media por las cosas antiguas de Europa, quieren saber cómo es la vida en un palacio como aquel, con mil habitaciones y… ¡Lo que para el príncipe a menudo es una cárcel de oro, para los astronautas es un sueño dorado! El mutuo deseo de cambio de roles, aunque sea por un momento, caracteriza magistralmente la condición humana.

Philip le explica a la reina su decepción con aquellos astronautas que había sublimado y en los que se había proyectado. La reina le responde con una clara dosis de proyección personal: “No es su culpa (de los astronautas), no querían ser figuras públicas. Y ahora por una sola misión lo serán para siempre”. Ella tampoco deseaba ser reina —o al menos, no esperaba serlo— y por la abdicación de su tío lo fue para siempre. Y añade: “Vivirán toda la vida como en una pecera. Con miedo a abrir la boca, sabiendo que esto revelaría cómo son de verdad y que inevitablemente decepcionaban. Solo por eso merecen nuestra compasión” … Lo dice alguien que no ha emitido, puede decirse que nunca, una sola opinión política, ni de casi nada. Una gran desconocida.

El episodio termina con una reunión del príncipe con el Dean y su grupo de sacerdotes en crisis, ante los que “se confiesa”. Manifiesta su “incapacidad para encontrar calma, satisfacción. Por no hablar de casi una celosa fascinación por los logros de aquellos jóvenes astronautas. Un ejercicio compulsivo, una incapacidad para encontrar calma, o satisfacción o realización”. Confiesa estar en una crisis de fe. “La he perdido (la fe) y sin ella ¿qué nos queda? La soledad y el vacío y la decepción de ir hasta la luna para encontrar solo una terrible desolación, un silencio aterrador, oscuridad. Esto significa no tener fe. La solución a nuestros problemas no está en la ciencia o la tecnología. Ni siquiera en la valentía. La respuesta está en la fe”. Se disculpa con el Dean delante de todos por haberlo ridiculizado, confiesa que siente respeto, admiración y bastante desesperación y les pide ayuda.

Los biógrafos de la Familia Real no pueden confirmar que sucediera nada de esto. La visita de los astronautas se produjo, pero no el encuentro a solas con Philip. Estaban resfriados. Más allá de que pueda resultar incómodo ir estornudando mientras te recibe la reina de Inglaterra, ¡está claro que ni los “héroes” escapan a los virus! También es cierto que, durante la recepción, el “pobre” Collins, casi rueda escaleras abajo cuando se dio cuenta de que sin querer estaba dando la espalda a la reina y se dio la vuelta rápido para evitarlo. Probablemente alguien les había facilitado algún minimanual de protocolo que con su agenda colapsada, con suerte habrían tenido un momento para echarle un vistazo. Por otro lado, estos grandes pilotos y grandes astronautas, como la mayoría de americanos bien formados, sentían cierta fascinación, quizás un poco infantil, naive, de cuento de hadas, por la vieja Europa, la monarquía británica y los palacios y castillos, que no disimularon.

Si el príncipe de Edinburgh tuvo una midlife crisis o una crisis de fe, no lo sabemos. Sí se conoce que, en ocasiones, la vida de consorte le cansaba. No debe de ser fácil para quien protagonizó hazañas bélicas remarcables como oficial de la Marina Real británica durante la II Guerra Mundial, dedicarse a ir tres pasos por detrás de la reina, como le exigía el protocolo. Casarse con un miembro de una familia real no era ninguna novedad para alguien que también lo era. Lo que no preveía era acabar casado con una reina que, además, tenía tan interiorizado el sentido del deber que no dejaba demasiado espacio para las concesiones familiares.

También es verdad que hizo una gran amistad, de por vida, con el Dean Robin Woods y que estaba muy orgulloso de haber colaborado con él en la creación del centro Saint George’s House, reconocido por el estudio de la fe y la filosofía.

Al final, al capítulo de The Crown “Polvo lunar” le ocurriría aquello de que si non e vero e ben trovato o en palabras del director Peter Morgan, “a veces tienes que renunciar a la precisión, pero nunca a la verdad”. Para mí es una fábula excelente, que no está montada sobre la nada, tiene una base real, nos muestra la condición humana, los juegos de rol, el “ser” o simplemente el “hacer”, los anhelos cruzados y que, se mire como se mire, ni yendo a la luna, ni siendo la reina de Inglaterra, si tienes la cabeza en su sitio, no deberías perder de vista la

ARMSTRONG,ALDRIN Y COLLINS
FUENTE: La Vanguardia

insignificancia humana, como bien expresa Philip ante el Dean, al menos en “la fábula”.

Personalmente, The Crown, dicho sea con la prudencia derivada de las excepciones hechas, me ha ayudado a entender por qué una mayoría de independentistas escoceses hubieran apostado por Elisabeth II como jefe de Estado de una Escocia independiente. Quizás las apariencias de autenticidad engañan. En el caso de los Borbones, es lo que parece: ¡no sirven ni para los juegos de rol!

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3 thoughts on “JUEGOS DE ROL Y AUTENTICIDAD (O NO)

  1. Xavier Ranera dice:

    Molt bo!
    Molt interessant i distret.
    Respecte a U.K. la discusió es el concepte “Monarquía”. La reina es una figura neutra, un concepte … sigui historic, filosofic, literari, religiós de perruqueria, etc
    Respecte a Epaña son els Borbons. La Monarquia equival a la colla de Borbons, imposada per l’exercit…

    1. josepmariavia dice:

      Està clar que les situacions no són comparables!
      Gràcies pel comentari, Xavier

  2. josepmariavia dice:

    L’amic que em va proporcionar info sobre els astronautes de l’apol.lo XI, em ve a dir que, en el cas d’Aldrin, la cosa va per on apunto al post, però potser una mica menys. En qualsevol cas, i pel que fa als problemes judicials amb els seus fills, sembla que les demandes són dels fills conta ell, amb un propòsit bastant evident d’aconseguir inhabilitar-lo per disposar del que quedava de la seva petita fortuna…

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