Salgo del hospital tenso y pensando en el estudio del impacto de la COVID-19 sobre la salud mental de los profesionales sanitarios. Ansiedad, depresión, ideas suicidas… Estamos muy agotados y, de hecho, es pronto para saber cuál será el impacto real, en todas las dimensiones de nuestras vidas, que tendrá esta pandemia.
Respiro hasta el fondo y parece que eso me ayuda a darme cuenta que el atardecer es precioso. Ya tengo ganas de llegar a mi refugio. De mar a mar, de Mediterráneo a Mediterráneo. Soy afortunado por trabajar en un hospital que mira al mar. Pero mi pequeña atalaya, situada en una colina que también mira el mismo mar, igual, pero más al sur, muy diferente, me aporta paz. La casa, aislada de todo y de todos, sencilla y austera, en medio de un jardín, es un rincón secreto y mágico.
Como siempre, aparco el coche y, saliendo del garaje, cuando empiezo a disfrutar del aire húmedo, mezcla de mar y de vegetación del jardín, tengo una sensación extraña. Algo es diferente. De repente, me doy cuenta de que la sirena de la alarma ha sido arrancada de la pared. Todavía se ven las señales de lo que ha sucedido.
Ya ha oscurecido. Giro la cabeza y veo la contraventana de madera de la ventana del baño entreabierta. Una parte está destrozada y tirada por el suelo. Me acerco nervioso a la ventana. El corazón me late muy deprisa. Noto el cuerpo empapado por un sudor frío. Intento abrir la ventana corredera y… ¡¡¡se abre!!! Han forzado el cierre. “¿Estarán todavía dentro?”, me pregunto. Sin pensar, entro en casa y me doy cuenta de que todo está destrozado y patas arriba. Grito. Nadie responde. Avanzo lentamente, recorro toda la casa encendiendo luces a medida que me acerco a los diferentes interruptores. Voy dándome la vuelta y mirando hacia todos los lados, temeroso de que pueda salir a saber quién, vete a saber de dónde. ¡Quiero comprobar que no haya nadie o… que sí! Sin pretenderlo, me doy cuenta de que el televisor no está. El ordenador y la impresora, tampoco. Ni el microondas. Ni el cuadro de Guinovart. Evidentemente, ya se han ido…
Empiezo a correr de un lado a otro, ahora sí, para hacerme una idea de la magnitud de la tragedia. La central de la alarma está destrozada a golpes, y los armarios, revueltos. Me invade la idea de que buscaban algo concreto… ¡¡¡No puedo más!!! Llamo con la voz temblorosa a la policía y me dejo caer al suelo, llorando amargamente con la cabeza entre las manos.
La noche se me hace larga. Me sorprendo con una sucesión de pensamientos inesperados: “¿Unos ladrones de televisores, saben distinguir un Guinovart?”. Cuando llega la policía, me siento aliviado y confiado, en no sé muy bien qué. Pronto me doy cuenta de que su actuación es rutinaria, la indiferencia y la falta de empatía, patentes, y que de poco servirá. De repente, la imagen se congela y me imagino a esos mismos policías, unas horas antes, entrando a robar en casa.
-Doctor, doctor. ¿Está bien? ¿Le pasa algo? Tendría que firmar la denuncia.
-Perdón?… No, no… Supongo que estoy impactado por…
No sé qué hora es. El miedo ha dado paso al agotamiento. La cama está deshecha, y las almohadas y la funda nórdica, aún tiradas por el suelo. Me quito la ropa, me acuesto, me tapo de cualquier manera estirando sábanas y colcha, y me adentro en un sueño profundo.
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Al día siguiente es sábado, y ver desde la cama cómo en el horizonte, detrás del mar, el sol nace a cámara lenta, me reconecta con la paz habitual que experimento en esa casa, en ese espacio delicadamente bello. Decido ignorar los destrozos e ir al exterior de la casa, donde todo sigue igual que siempre.
Los sábados siempre desayuno en el porche, el altar mayor de la casa, perfectamente orientado hacia el sureste, ante la inmensidad del mar y de la vida. La vieja mesa de madera, las sillas, los sofás, la mesita, allí están, ajenos a todo lo sucedido en la casa adosada a poniente del porche, siniestrada la noche anterior.
Me siento, contemplo el mar, sin prisa y en sintonía con aquel mobiliario antiguo y, no desprovisto de una larga vida silente, respiro pausada y profundamente alargando la magia del momento.
Disfruto del paisaje mientras voy tomando el zumo de naranja, los kiwis y las tostadas con pan con tomate y paté de aceituna, y café a raudales. El jardín en primera instancia, a continuación más espacios verdes verdes y, al final, el azul del mar, todo envuelto por los rayos de un sol radiante, brillando en un cielo azul clarísimo.
“Soy afortunado. ¡Cuántas personas he visto morir en la soledad impuesta por la COVID-19 estos últimos meses en el hospital! Se iban y todo lo que tenían, fuera lo que fuera, quedaba aquí, en el lado de los vivos. Estoy vivo. Me doy cuenta de que ayer sentí miedo, inquietud, pero ninguna gran preocupación, ni por los bienes perdidos ni por los destrozos. Seguro que todo lo que me ha tocado vivir estos meses, me ha ayudado. Cuanto más esclavo de los bienes materiales, menos libre, y debería tener más que suficiente con estar bien conmigo mismo. Sí, lo que he vivido me ha hecho darme cuenta de que lo que soy en realidad es ajeno a lo que tengo. Visto así, no me han robado tanto. No necesito mucho más y cuando me apetezca, ya reordenaré y repondré los objetos robados y las cosas rotas. No es agradable lo que ha pasado, pero no me han roto ni me han robado la paz”.
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El teléfono sonando me devuelve al tipo de tiempo que transcurre pero, al cabo de unos segundos, el tiempo se detiene de nuevo y revivo una escena similar, desayunando en ese mismo porche, unos años antes. ¡En aquella ocasión, la llamada inesperada me sobresaltó y me hizo aterrizar de golpe no sé qué tipo de realidad incómoda, cuando tendría que haber sido placentero!
“Hola, Paula … Entonces, ¿vienes hoy? ¡Ah! Sí, sí, lo recordaba perfectamente, pero ahora… Por supuesto, por supuesto. ¿Llegas en dos horas? ¡Fantástico! Qué ilusión, después de tanto tiempo. Hasta ahora, entonces”.
¡Osras! ¿Paula? ¿Que viene a comer a mi casa? Pero si no me había dicho nada. Me acordaría. ¡Me está tomando el pelo, pero es la mejor tomadura de pelo que me han hecho nunca! ¡Paula! ¡Por Dios! Ya me puedo espabilar. Se acabó el desayuno. A recogerlo todo. ¿Qué debo de tener en la nevera? ¿El mantel azul claro está limpio? ¿Y vino? No tendré tiempo de cocinar dos platos. Compraré un primero, hecho a base de verduras. Ella siempre hace dieta. Nunca he entendido por qué, pero siempre está a dieta. ¿Quizás pescado de segundo? Postre, mejor no si no se quiere “engordar”. Pero si no acabo con postre, quedaré mal. Compro, aunque no nos lo comamos. Bueno, tengo que organizarme. ¿Tengo gasolina en el coche para ir al pueblo a comprar?… Tan tranquilo que estaba. Mira que me gusta su compañía. Pero así, tan inesperado. Yo creo que no me había dicho nada. En fin… Tengo que ponerme las pilas.
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Igual que años atrás, descuelgo el teléfono, esta vez sin ningún sobresalto e, ironías del destino… ¡¡¡Paula!!!
-¿Cómo está mi doctor favorito?
-¡No puede ser! ¿Cómo estás, Paula?
-Estoy muy bien y, como habíamos quedado para comer en tu casa… (La risa le cortó el habla y después continuó).
-Te llamo para concretar la hora, qué quieres que lleve y (más risas) todo esto (carcajadas).
Le explico lo que había sucedido la noche anterior y que no sé cómo debe estar la casa.
-¿Pero no estás allí? ¿No sabes cómo ha quedado?
-He decidido olvidarme, al menos por hoy, y si vienes tú, aún más. No sé qué comeremos, pero algo encontraremos por la nevera…
-No te preocupes. La otra vez tú pusiste el porche y la comida. Ahora con el porche ya hay suficiente. La comida la traigo yo.
-Qué bien. Esta vez, por lo menos, comeremos bien.
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La comida, que se prolongó hasta que la luz del día se terminó, fue muy agradable. Paula accedió al porche por el jardín. No hacía falta revivir con ella el episodio del día anterior. Previamente, puse la mesa y saqué todo lo necesario para evitar, dentro de lo posible, entrar en casa.
Disfruté mirándola, contemplándola, escuchándola… Habían pasado los años para ambos, pero su belleza genuina persistía. Su inteligencia era la de siempre y su sabiduría había aumentado de forma llamativa.
En el encuentro de años atrás, no fue necesario entrar en casa para ir a la habitación. Ahora tampoco, pero por razones distintas. Entonces, yo no me atreví porque determinados “no” me hacían sentir mal. Ahora pienso que, en realidad, me daban miedo. Ahora ya no tenía miedo, pero los dos estuvimos muy serenos y agradablemente felices, hablando de cosas varias, sin más. Muchos tabúes, muchas barreras, muchas necesidades de aparentar lo que no eres o de ocultar los aspectos que no gustan de uno mismo, habían caído. Las conversaciones de tú a tú sinceras, mostrando cómo eres, aproximan y facilitan el cariño cuando hay feeling.
Todo era más sencillo. Compartir ratos, paseos, conversaciones y cosas de la vida, podía hacer que una relación fuera completa, sin necesidad de muchos más propósitos, ni preguntas, ni cuestionar demasiadas cosas.
Cuando ya estaba oscureciendo, fuimos a caminar un rato por la playa. La vista aún se podía acomodar a la luz escasa con ciertas garantías.
-Me gusta el hospital, pero este año de COVID-19, me ha hecho volver a pensar en retrasar la jubilación. No lo haré.
-¿Vendrás a vivir aquí?
-Supongo que sí. Se está bien. Y mira, he pensado que…
Y la conversación continuó animadamente un buen rato. Cuando nos despedimos quedamos para el fin de semana siguiente. ¡Pero en su casa! Al día siguiente puse orden dentro de casa, hice inventario y la lista de lo que había que comprar –mucho menos de lo que tenía antes del robo– y de qué había que reparar.
El lunes, cuando volvía hacia el hospital, decidí que, al llegar, iría a recursos humanos para iniciar los trámites para jubilarme y seguir disfrutando de la vida, pero de otro modo. No sabía exactamente cual, pero sin duda otro.
Atrapada fins al final i si, es necessiten poques coses materials per ser feliç 🌹
Moltes gràcies Montse. El tema COVID…
A tu no et calia però, per saber el que de veritat és important! Abraçada
Bell escrit i excel-lent reflexió sobre les prioritats vtals. Enhorabona per la decissió pressa. Salut!
Jordi Serra
Moltes gràcies Jordi! Sense oblidar que. malgrat les decisions presses, el que vius, penses, sents, impacta en el que escrius, la imaginació i els fets no reals, també hi juguen…
Si la vida té un significat, precisament és que és procés marcat per adaptacions diligents i acceptació dels canvis. Ni foto fixa, ni expectatives rígides. Un bon relat sobre tot això. En unes poques paraules, un aprenentatge de vida. Molt maco!
Gràcies per la valoració del relat Isabel. Altra cosa és que, com deia en un comentari anterior, és això, un relat. A mi em queda molt per arribar al que expressa el protagonista del relat!
Josep M. Un relat magnífic sobre la capacitat de resiliència i reconnexió amb el valor transcendent de l’aquí i l’ara.
Moltes gràcies Maria! Mira-t’ho com l’expressió d’un que s’esforça per aconseguir aquesta capacitat tan difícil d’aconseguir en la práctica, com fàcil de narrar en un relat!