Hay una contradicción enorme entre la tangibilidad del individuo concreto y bien geolocalizado, obligado a trabajar para vivir y dar vida al sistema y la intangibilidad de la gestión planetaria del mercado mundial.
La economía productiva ha sido sustituida por una economía financiera globalizada y difusa, que determina el funcionamiento del mundo a partir de unas transacciones difíciles de relacionar con la economía real, con las empresas, con las fábricas y, en último término, con las personas.
Por esta razón lo sacrificios que se piden a personas concretas para hacer frente a la crisis de un sistema económico global y abstracto, sin rostro, son difíciles de entender y, en el caso de los que más sufren, provocan reacciones más o menos agrias, más o menos agresivas.
En realidad la relación se puede entrever. El ahorro privado, familiar –pagar una hipoteca, en la medida que se presuponía que el valor de los activos crecería sin parar, era una forma de ahorro-, alimenta la economía financiera. Economía que crece a base de provocar endeudamiento, aproximando la deuda privada a la deuda pública, transformando de hecho el endeudamiento en el verdadero motor de la economía. Por ello hay quien defiende que más que hablar de una economía real desligada de la economía financiera, debemos hablar de una economía del endeudamiento.
El mismo mercado que para funcionar necesita que la gente consuma, estimulando el malgasto y el endeudamiento, ha provocado que a la vez se pida a los mismos actores/trabajadores o parados/consumidores/endeudados, austeridad, ahorros y renuncias.
Este hecho ha tenido traducciones políticas diversas, según las diferentes tradiciones socioculturales y la intensidad de la crisis. Des de reacciones xenófobas como es el caso del Frente Nacional en Francia y otros movimientos similares centroeuropeos, hasta fenómenos de raíz comunista como Syriza o Podemos, o anarquista como la CUP. En Cataluña, históricamente, buena parte de la reacción a los excesos del establishment ha sido de tipo anarquista.
La crisis económica, ya lo he escrito otras veces, en realidad es una crisis de valores, de fundamentos. Y las crisis o se afrontan o pasan factura. De hecho lo estamos viendo. Los poderes políticos, más que afrontar la crisis, han puesto parches, escondiendo la cabeza bajo el ala, sin la valentía de situar sobre la mesa la realidad del problema con toda su crudeza.
Cabe reconocer que los partidos antisistema, con más o menos conocimiento real del problema, con más o menos demagogia, han hablado claramente. Sin que sea el propósito de este post centrarme en los llamados “nuevos” partidos (de nuevos nada ya que Alejandro Lerroux o Primo de Rivera, entre otros, hicieron afirmaciones calcadas a las que hoy hace Podemos. Ver post de 29 de diciembre de 2014 Podemos: déjà vu versión n.0, quiero dejar claro que discrepo con ellos en la estrategia revolucionaria, probablemente más teórica que real. También discrepo, y me preocupa, de que la sensibilidad hacia el sufrimiento de los más afectados por el modelo económico dominante se traduzca en odio, rencor y espíritu de venganza de los “campeones de la pureza” contra los que llaman casta, hasta que algún asesor les debe haber recomendado archivar este calificativo. Sobre estos fundamentos, no se puede construir ninguna alternativa útil.
Como que las “revoluciones” hoy y aquí acostumbran a ser cosméticas y acaban en esperpentos revanchistas, confío más en las estrategias reformistas llevadas a cabo con ritmos adecuados. Es evidente que los problemas son suficientemente graves como para que no haya todo el tiempo del mundo para reformar el sistema.
Tal vez el egoísmo o el instinto de supervivencia pueden conducir a una revisión del modelo, si no por convicción, por necesidad. Se empieza a percibir, por ejemplo, que el calentamiento del planeta y la contaminación resultante de un modelo de sociedad basado en el crecimiento económico sostenido, pueden ser una amenaza real para la especie humana. No obstante, es necesario lamentar que el compromiso de la última cumbre de París no haya sido mayor y la agenda más exigente por lo que respecta a las medidas y los plazos. En este caso, el ritmo de la reforma no es el adecuado. Al igual que en el ejemplo anterior, el egoísmo puede luchar contra las desigualdades crecientes –provocadas por un sistema que, con la caída del Muro de Berlín, se “descaró” del todo-, por el miedo a que se conviertan en fuente de inseguridad para los más beneficiados por el modelo capitalista.
Más allá de entrar en la naturaleza de las motivaciones, lo cierto es que la respuesta es la búsqueda de valores más humanizadores invocando una necesidad de cambio, más de la laicidad y el post ateísmo que desde el cristianismo que no deja de ser, además de una religión, el gran determinante cultural de nuestro entorno.
Walter Benjamin ya estableció una relación entre cristianismo y capitalismo, calificando este último de religión. Según él, el capitalismo se desarrolló en Occidente parasitando el cristianismo de tal manera que su historia acaba siendo la de su parásito: el capitalismo.
Esto era en 1921 y, volviendo a la economía del endeudamiento, según algunos autores fue profético al relacionar la deuda (economía) con la culpa (cristianismo). Como decía antes, la economía del endeudamiento estimuló el malgasto y el consumo (deuda) y la respuesta ha sido la austeridad (expiación de la falta cometida, de la culpa). Benjamin, Nietzsche, Marx y Freud unen deuda y culpa en la palabra Schuld que tiene ambos significados.
Siguiendo esta línea de pensamiento, tal vez más en boga en otros tiempos, hay quien describe el cristianismo como la religión que ha radicalizado la condición de endeudamiento hasta afirmar que la experiencia del pecado, base del cristianismos, se convierte plenamente en la experiencia de una deuda que, gracias al regalo de la gracia, nunca se ha de liquidar, sino que como tal, se tiene que administrar como posibilidad de inversión (por ejemplo, paquetes de productos financieros “basura”). Según esta visión, la gratuidad magnánima y la administración económica no se contraponen, sino que están interrelacionadas en la experiencia de una insolvencia radical que no se ha de corregir. Intelectualmente resulta estimulante, pero a mi modo de ver es tendencioso.
Benjamin evolucionó de una inclinación inicial al misticismo judío, hacia –en su etapa madura- la aportación de una perspectiva original a la filosofía marxista. Su pensamiento fue complejo, cambiante e interpretable hasta el punto de que muchos lo han querido utilizar para sustentar modelos antitéticos. Sartre era ateo y Nietzsche, al igual que Sartre, al considerar que “Dios ha muerto2, concluían que los valores desaparecían, que todo estaba permitido y que se tenían que crear nuevos. Comparto parte del análisis de estos autores e incluso algunas conclusiones, pero no tanto las alternativas que proponían.
Aceptando que el “todo vale” ha hecho del capitalismo un modelo globalizado y peligroso que fomenta el pensamiento –y el comportamiento- único (advertencia lanzada por Nietzsche en Zaratustra, como consecuencia de las dificultades para llegar a su superhombre), el proyecto que surge sigue siendo el de reconstruir valores. Volviendo a la relación entre capitalismo y cristianismo –o las formas diversas de intentar humanizar el mundo frente a la decadencia-, ésta no tiene porqué ser, ni es bueno que sea, la antes expuesta de Walter Benjamin.
La relación entre el cristianismo y la cultura europea se utiliza, pues, desde perspectivas diferentes para explicar el origen de la modernidad. En nexo entre capitalismo y cristianismo de Benjamin no deja de ser una expresión de ello. No se puede negar la contribución del mensaje cristiano al desarrollo de la sociedad y de la cultura europea. Lo que ocurre es que la apuesta formal era por la progresiva liberación de la condición humana bajo el signo de una autonomía responsable. No por una autonomía interpretada bajo un relativismo creciente en el que todo está permitido.
Personalmente valor mucho el esfuerzo del Papa Francisco por presentar una vinculación diferente entre capitalismo y cristianismo. Es cierto que predominan las interpretaciones socioculturales que excluyen el cristianismo de la modernidad y lo sitúan cerca de su fin. La comprensión del mundo, de la vida y aún menos del capitalismo, no requiere la existencia de Dios. Pero a pesar de la indiferencia religiosa y post atea, la visión decadente del homo economicus lleva cada día a más gente a buscar valores humanizadores. A menudo a través de la espiritualidad y al margen de las religiones. Francisco tiene claro que la contribución del cristianismo a este anhelo creciente exige reelaborar el enfoque del propio cristianismo y de la Iglesia, partiendo de la empatía cultural.
Refiriéndose al Concilio Vaticano II, el Papa declaró a La Repubblica que “los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes.
Después de aquello, se hizo muy poco en esta dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de quererlo hacer”. Es suficiente con leer las encíclicas Laudato SI y Evangelii gaudium para comprobar ese esfuerzo.
Deja claro que la fe no es una ideología. No se puede comparar ni contraponer a ellas. No se trata de una alternativa a ningún programa político, ya sea conservador, reformista o revolucionario. No es eso. Francisco intenta adecuar los valores del Evangelio al deseo del hombre de construir un mundo más humano, más convivencial y mejor.
En este mundo poco preparado aún para repensar el capitalismo tal como es hoy, el mundo del consumo, de la desigualdad, del calentamiento letal del planeta… En este mundo, independientemente de si se es creyente o no, vale la pena aceptar la oferta de diálogo que hace el Papa Francisco.
El diàleg sempre és positiu.La manca de diàleg porta a l’individualisme i,en certs moments, a la violència egoista.
Gràcies Josep Maria per despertar la consciència i la conciliació.
Gràcies pel comentari Montse
Josep Maria,
complementària a la visió de Benjamin, però en paral•lel, trobaríem “L’ètica protestant i l’esperit del capitalisme” (1904-5) de Max Weber. És clar que en cap cas podríem parlar del que jo consideraria cristianisme pròpiament dit, sinó, més aviat de derivacions més o menys desvirtuades.