Miércoles 24 de septiembre de 2025. En Barcelona es Fiesta Mayor
Aquí no. Aquí el mistral ha soplado fuerte durante casi dos días. Llegó con el otoño. Tormentas localmente intensas en el Baix Ebre, en las horas en que el verano daba paso al otoño. Temperaturas anormalmente bajas para la época. Colores impresionantes. Colores de otoño y clima de otoño-inicio de invierno. Al mediodía el sol acaricia dulcemente y invita a dejarse llevar…
Mar más azul que verde. La arena de la punta del Fangar se ve dorada. Cielo de color azul celeste intenso, blanquecino. El verde de la vegetación se hace notar con fuerza. La naturaleza sigue su curso, ajena a las cuitas humanas. Siento muy especialmente su fuerza. Astenia otoñal. Conexión con esa energía inmaterial que se percibe por todas partes. Estos últimos meses la cabeza y el cuerpo, el cuerpo y la cabeza, están doloridos y lo hacen notar. ¿Será que, a pesar de todo, la energía otoñal empuja hacia el recogimiento? No es una energía primaveral explosiva. Pero es una energía que conduce hacia la quietud, la calma y la reflexión. Preludio del invierno. Recogimiento agradable. Sí, el otoño ha llegado. Este año, por ahora, el cambio estacional está bien definido.
Viernes 26 de septiembre de 2025. El faro se mueve
Camina que caminarás. Una hora de ida y una de vuelta. El paso entre el rompeolas rocoso y el restaurante “Els Bascos”, en la parte más estrecha, no tiene más de 3 o 4 metros. Años atrás estaba separado del mar por unos 300 metros. El Gloria lo golpeó con fuerza. Las dunas del Fangar se amontonan casi a ras del mar. La “barrera” de hilo atado a palos clavados en la arena, que pretende proteger las zonas de nidificación de aves, en consecuencia también está cerca del mar. A pesar de los carteles que indican que los perros deben ir atados, la mayoría campan a su aire, con el consiguiente riesgo para la procreación de las aves. El paso hacia el faro se estrecha. A medida que caminas, parece que alguien vaya retirando el faro, que se aleje del punto en el que te encuentras, aunque tú avances. Un cangrejo azul muerto, una lubina de un par o tres kilos también muerta, un enorme tronco de madera y una gran tabla, también de madera, escupidos por el mar a la tierra, servirán de hitos para tener una idea imprecisa, durante la vuelta, del tiempo que falta para llegar. Salomé hace algunas fotos. Espero que le sirvan para pintar algún cuadro. Me gustan sus cuadros. Alain carga una bolsa con los utensilios considerados necesarios para la pequeña excursión. Entre ellos, una pieza de tela grande, una especie de manta o toalla con textura de pañuelo, que, al llegar al faro y después de tocarlo y hacer las fotos de rigor, nos sirve para tumbarnos plácidamente un rato en el suelo. Silencio mejorado por el suave sonido del viento y de las olas del mar. Sol agradable de otoño: como las estufas catalíticas, calienta pero no quema. Caminamos, charlamos, disfrutamos del momento, compartimos. Ellos vienen de Sant Feliu de Guíxols. Qué diferente es este paraje del de la Costa Brava. Vemos L’Ampolla y el hotel Les Oliveres. Adivinamos la cala La Buena, y el Morro de Gos y el chiringuito de Josep. ¡Buenas sardinas a la brasa en el chiringuito de Josep! Vemos el color característico de la roca bajo los pinos del camino de ronda de L’Ampolla a L’Ametlla de Mar. Adivinamos Sant Jordi d’Alfama y Calafat. Vemos la central nuclear y los molinos de viento que producen electricidad. Recordamos que, junto con la petroquímica y las industrias que dificultan la vida de los sedimentos que bajan por el río, son el blanco de
las reivindicaciones y protestas de los ecologistas. Hace tiempo que tengo claro que esta tierra está dejada de la mano de Dios, a pesar de no tener nada en contra de las nucleares ni de los molinos de viento. Se adivina L’Hospitalet de l’Infant y, en el horizonte norte, vemos el cabo de Salou, que cierra la enorme —digamos— bahía, que por el sur termina aquí, en el Delta. El hombre que vimos sentado impertérrito bajo una sombrilla vigilando dos cañas de pescar que había clavado en la tierra frente a él, a la ida, sigue allí a la vuelta. Igual de impertérrito. Salomé y Alain, con sus compañeros de piragüismo de Sant Feliu de Guíxols, mañana harán un descenso por el río desde Móra hasta Tortosa. La caminata termina y vamos a comer a Els Bascos. Tostadas de anguila ahumada, ortigas de mar y navajas de primero. Paella de arroz con cangrejo azul como plato fuerte y menjar blanc y helados de postre. Alain prueba el licor de arroz. Siesta sobre la arena en la playa de la Marquesa. Sol amable y agradable. Un día bonito.
Sábado 28 de septiembre de 2025. Valores sólidos, vidas bonitas
Cristina Grau celebró ayer su cumpleaños —con unas semanas de retraso— y tuvo la amabilidad de invitarme. En total, fuimos 7 los invitados. Lo preparó todo con una ilusión, unas ganas, una bondad que, personalmente, valoro mucho. Cristina es una de las —no tantas— personas que aún me hacen creer en la humanidad. Aparentemente —seguramente en parte realmente, pero no estoy seguro y, si es así, me resulta secundario— discrepamos en algunas cuestiones como su visión del feminismo o de la inmigración o de la catalanidad (digo bien catalanidad y no catalanismo, ni nacionalismo ni… similar). Esto que digo, para mí, es importante porque me demuestra que cuando las convicciones son profundas, arraigadas en la bondad y la buena fe y respetuosas con la discrepancia, en este mundo de crispación y tensiones, se puede convivir sin problemas desde esa discrepancia. Los presentes coincidieron en que, en los pueblos, el cotilleo, controlar a los vecinos, meterse en la vida de los demás, criticar, podía resultar cargante. Me sentí en ventaja, porque yo —como otro de los invitados, nacido en Lima y llegado al Bajo Ebro desde Madrid— vengo de Barcelona y solo hace 8 años que estoy aquí. En primer lugar, me conoce todavía poca gente —seguramente más de la que creo y seguramente alguien que desconozco puede que haya comentado algo de mí— y, en segundo lugar, al menos por ahora, siento que me da igual si alguna vez soy objeto de ese control social, crítica…
La vista desde el balcón de casa de Cristina, sobre el puerto de L’Ampolla, el mar y el Fangar, es extraordinaria. Vista agradable del atardecer dando paso a la noche. Un velero de buena envergadura y muy bonito, amarrado a una boya a pocos metros de la costa. Mar en calma. Colores preciosos. Una de las personas presentes me cuenta unos hechos tristes que inevitablemente me evocan cosas vividas muy, muy de cerca: cómo los problemas de salud mental pueden afectar las relaciones entre personas que se aman. En este caso, la pareja se amaba y se ama. Son de esas personas que creen en el amor para siempre y así ha sido durante 23 años. Y así es. Ahora bien… Una ludopatía grave lo ha puesto todo en cuestión. Cuando se ha visto amenazado todo el patrimonio familiar, vivienda incluida, y el miembro de la pareja afectado no puede de ninguna manera desprenderse de la adicción, la continuidad de la convivencia se ha vuelto imposible. ¡Cuánta impotencia, cuánto sufrir, qué difícil a veces aceptar los designios del universo!
Constatación de soledades no deseadas. De la dificultad de alcanzar cierto tipo de relaciones aparentemente deseadas, pero, incluso creyendo en la autenticidad del deseo, misteriosamente inalcanzables o casi, en la práctica. Sensación de que la dinámica social arrastra a la gente hacia modos de vida que entran en conflicto con sus valores básicos. Llama la atención la cantidad de gente que asegura desear un tipo de relaciones que la práctica demuestra que la apisonadora del trabajar, trabajar y trabajar, para producir, producir y producir, para consumir, consumir y consumir, impide la conexión con uno mismo y con los demás. Y solo queda el discurso, que se vuelve nostálgico de un mundo que no parece que vaya a volver.
Miércoles 1 de octubre de 2025. Hoy hace 8 años 
Os recomiendo la lectura del relato “De Pearl Harbour a Portbou: La vida de mi familia en un campo de concentración japonés”, de la periodista Elianne Ros (https://www.lavanguardia.com/internacional/20250928/11097024/pearl-harbor-portbou-vida-mi-familia-campo-concentracion-japones.html
No quisiera estar en ningún campo de concentración. Ahora mismo me sale decir que aún menos quisiera estar en un campo de concentración japonés.
El relato de Elianne me ha impactado. He estado en Japón un par de veces. A pesar de haber estado allí y haber tratado profesionalmente con japoneses —siempre difícil sacar conclusiones claras— no tengo una opinión sólida formada sobre ese pueblo, más allá de los tópicos y las apariencias. Reconozco, sin embargo, cierta desconfianza respecto a lo que puedan ocultar.
Difícil imaginar los efectos postraumáticos colectivos de la masacre nuclear de Hiroshima y Nagasaki. Sea como sea, puedo imaginar perfectamente al ejército japonés torturando, brutalizando y asesinando neerlandeses en los campos de concentración de Indonesia. La Segunda Guerra Mundial fue una carnicería horrible. Siempre tenemos más presentes los escenarios bélicos y de terror del continente europeo. Pero la guerra, como su nombre indica, fue mundial. Que nadie se extrañe si, hablando con un holandés que vivió aquellas atrocidades, descubre que este puede mostrarse más o menos ambivalente a la hora de expresar sus sentimientos reales sobre el bombardeo nuclear… ¡El cerebro y el alma humana son intrincados y complejos! Más allá de lo políticamente correcto…
Jueves 2 de octubre de 2025. Cuando la vida parece más larga que la eternidad…
“Esta noche, mientras volvía a casa (a las dos), caminando contra la tramontana fortísima, pensaba que, a veces, la vida parece más larga que la eternidad.”
“Paso todo el día en la cama (…) Por la ventana, veo que el día es gris, bajo y triste —sin viento. El alcohol de ayer me ha hecho pasar una noche de excitación sensual y mental. A las siete de la tarde, entro en la fatiga y en la cama siento una sensación paradisíaca. Paso la noche durmiendo y escribiendo.”
“El cansancio de escribir para los diarios llegará un momento en que será insoportable. Cuando veo que afuera hace tan buen día y yo estoy amarrado, como un presidiario, a esta mesa de la chimenea, me desespero.”
“En casa de Miquel encuentro a Sagrera, con Pepet Gilet, que vienen de comer en Fitor, con mucho alcohol. Por el horror que me provocan los borrachos, me doy cuenta del horror que debo causar a la gente cuando me emborracho. Vuelvo a las dos.”
“Día muerto y opaco, no me muevo del mas. He traducido el Corpus, que quizá ha quedado bien —quizá. En esta casa, estoy bien y trabajo. Tengo algunos libros a mano, debería casarme con una mujer joven, con un cuerpo bonito, y no moverme nunca más de esta casa. ¡Pero ya soy tan viejo y tan arraigado!”
“El insomnio me produce los mismos efectos que el alcohol: taquicardia, malestar en el corazón, como un espesamiento de sangre.”
“Estar tantas horas solo es agradable, fascinante, pero a la larga es insoportable.”
“Mal humor a primeras horas de la tarde, al levantarme. No me habría levantado, pero tengo que escribir para Destino. Qué vida aburrida y extraña. Es un suicidio lento pero asegurado. Fiesta mayor de Regencós: recuerdo cuando era joven, que iba allí a merendar. Entonces ya me emborrachaba. El alcohol me ha hecho mucho daño —y aún suerte que, de joven, el alcohol era filtrable. Pero era fatal: a los solitarios, el alcohol nos excita la sociabilidad, nos da lo que nos falta.”
Fragmentos de La vida lenta de Josep Pla. ¡Y es que las cosas no siempre son como parecen!