Viernes, 3 de octubre de 2025. La flotilla y Donald Trump, cuestión de egos

Ayer, la flotilla rumbo a Gaza ocupó todos los titulares. Las detenciones, las pancartas, los gritos y los rostros indignados recorrieron las redes en forma de oleada. A primera vista parecía que el mundo volvía a despertar, pero tras la superficie emotiva latía, predominantemente, un desfile de egos disfrazado de humanitarismo.

Los protagonistas —desde Greta Thunberg hasta Ada Colau, pasando por, por citar alguno más, por Mariana Mortágua, Susan Sarandon, Mandla Mandela, Thiago Ávila, Nadir Al-Nuri, Rima Hassan y más de 400 personajes de una cuarentena de países—, en conjunto, lejos de representar una ruptura con el sistema, encarnan una versión bastante sofisticada de éste, motivada por la estética —la estética los pierde— y por el impacto mediático. Por mucho que les pese, hacen lo mismo que Donald Trump: son producto del mismo mecanismo, el que convierte cualquier causa en un escenario para proyectar la propia imagen.

Cuando observo todo esto, desde la quietud del Delta, siento que Gaza les queda entre lejos y lejísimos. En eso, tampoco se diferencian de Trump. Navegando entre la épica de la redención o el ansia y los beneficios del poder, todos comparten la misma sed de alimentar el propio ego. En la flotilla, ninguna sorpresa. La ayuda humanitaria como decorado, el discurso sobre la paz como un mantra repetido de oficio, las cámaras siempre preparadas para la propaganda burda, los tuits de indignación, la detención esperada como objetivo final. Nada era improvisado. Todos sabíamos que ningún suministro llegaría a las víctimas. Se trataba de conseguir la fotografía que inmortalizara la gesta.

No me parece tanto una cuestión de maldad como de narcisismo incontenible. El mismo impulso que empuja a Trump a querer forzar la paz entre Netanyahu y Hamás. No se trata de convicción ni de compasión, sino de hacer lo que sea necesario para añadir el Premio Nobel de la Paz a su inventario de trofeos. Unos y otros, cada cual a su manera, buscan lo mismo: el foco mediático. “Salvemos el mundo” (pero, por encima de todo, no desaparezcamos del escenario).

Cuando ayer los de la flotilla fueron detenidos, el guion se desplegó como siempre: declaraciones, entrevistas, hashtags, una ola de indignación planificada. Pero esta vez, el relato se tambaleó. Alguien se atrevió a decir que todo aquello parecía más una performance de la gauche caviar que una acción de resistencia real. ¡Lo que fueron a decir! Esas voces activaron el resorte de la “superioridad moral de los paladines del progresismo”. Ya sabemos que cuando eso pasa, les basta con una frase: diciendo “eres un racista”, “eres un machista”, “eres un supremacista”, “eres un neoliberal” o directamente “un fascista”… según el caso. Están acostumbrados a que, por ahora, cualquier eslogan de esos les haya servido para descalificar y, si pueden, estigmatizar al discrepante.

Ayer, cuando muchos denunciaron la farsa, los autoproclamados activistas callaron sobre Gaza y demonizaron a quienes se atrevieron a cuestionarlos, tildándolos de “activistas de sofá”. Ni de sofá ni activistas: ciudadanos que ven las cosas de otro modo y que se sienten “estupidizados” por tanta farsa. Puede parecer paradójico que quienes predican la libertad sean totalmente intolerantes con cualquier mirada crítica. Pero no lo es. Se llenan la boca con la palabra democracia para practicar el totalitarismo sin matices contra quien discrepa y/o los critica por protagonizar desenfrenadamente farsas morales. Pero han tensado tanto la cuerda que han quedado completamente desenmascarados. Han conseguido provocar una reacción —valga la redundancia— reaccionaria, y tendrán que pasar una larga temporada en los cuarteles de invierno.

Y en medio de toda esta comedia, la ironía llegó en forma de tuit. Trump, fiel a su instinto para detectar situaciones favorables al protagonismo, anunciaba que estaba negociando con Netanyahu la oferta de un acuerdo de paz a Hamás. En pocos minutos les había robado el foco, borrado sus titulares y convertido la gesta de los progres en una nota a pie de página. La paz —aunque fuera de papel y pendiente de concreción, que nunca se sabe— se había convertido en un galardón más de su colección personal. Y los redentores oportunistas descubrieron que hay egos que siempre navegan más rápido.

Eso no impedirá que completen el guion. Ahora, cuando queden en libertad, contarán que los han maltratado, quizá torturado o violado, e intentarán acumular puntos para su martirologio programado e interesado. Y los Media —siempre allí donde hay marro, atentos a lo que vende, más allá de cualquier otra consideración— les servirán de altavoz. Pero su farsa se irá diluyendo, las conversaciones de paz —si no se interrumpen, que todo es posible— se llevarán el protagonismo y tal vez —está por ver— tendrán que contemplar cómo un producto de su forma globalizada de actuar, Donald Trump, recibe el Premio Nobel de la Paz. O no. Pero ocupará todo el escenario. Monstruos como él son el resultado de las gilipolleces del progresismo rococó.

Desde aquí, entre los arrozales ya medio segados y los cañaverales que tiemblan con el viento, todo esto adquiere otra dimensión. Unos viajan en barco y otros en el Air Force One o en jet privado, pero todos flotan sobre las mismas aguas de la vanidad. Unos hablan de justicia social, los otros de la magnanimidad derivada de la grandeza de la “verdad absoluta”, pero el motor, la necesidad de hacerse ver, de ser admirados, de sentirse imprescindibles, siempre es el mismo.

La flotilla y Trump forman parte del mismo ecosistema: una industria global del “yo”. Y tras cada bandera, cada consigna, cada discurso inflamado, hay un desierto moral inmenso donde la vanidad florece mejor que la compasión.

Mientras tanto, Gaza sigue sufriendo, detrás del estrepitoso ruido del mundo. Y yo pienso que quizás el drama más grande no sea su tragedia —que lo es, y mucho—, sino nuestra incapacidad para mirar, en lugar de limitarnos a querer ser vistos.

Aquí, en el Delta, el viento no tiene cámaras, la luz no pide espectadores y el salario en especies no se paga con likes. El agua refleja lo que somos, sin filtros. Y lo que veo, a veces, me duele.

Jueves, 2 de octubre, y sábado, 4 de octubre de 2025

El jueves caminé. El sábado pedaleé. Dos paseos, dos formas de estar en el mundo, dos maneras de reencontrarme con la naturaleza, con el cuerpo y con el silencio más profundo. Ya sea al ritmo de los pasos o al de los pedales, se trata de permitir que la vida fluya al ritmo del viento y de la luz.

Salí el jueves desde el Poble Nou del Delta, aún con el fresco amable de una mañana de otoño recién estrenado. La luz, más baja, más suave, teñía los campos de arroz de un verde que ya se apagaba, entre el amarillo maduro y los reflejos metálicos del agua. Algunos arrozales ya segados, otros todavía esperando al hombre y a la máquina. El agua quieta servía de espejo al cielo, y el cielo, con nubes deshilachadas, jugaba a reflejarse dentro del agua. Todo en armonía de tonos, de silencios y de vida.

El camino hasta la Casa de Fusta es breve. Cuando llego, siempre me viene a la mente el pensamiento sobre el origen de esta casa singular. Mandada construir por unos cazadores de Barcelona a principios del siglo XX, traída pieza por pieza desde Canadá, es un símbolo de aquella época en que la burguesía urbana acomodada descubría el valor de las aves de aquella tierra, para cazarlas. El Delta era ya tierra pobre —más que ahora—, dura, ganada al mar. Aquellos señores de Barcelona venían a cazar patos, a buscar una especie de belleza salvaje que quizás ni ellos mismos acababan de entender. Hoy, en cambio, muchos venimos a buscar silencio, lentitud, reencuentro.

Desde la Casa de Fusta inicié la vuelta completa a la laguna de l’Encanyissada. Doce kilómetros de calma absoluta. El camino avanza entre los cañaverales, la mirada se abre a la inmensidad del agua y un silencio líquido lo envuelve todo. En el horizonte, las cimas lejanas del Montsià parecen un recuerdo de otro mundo. De vez en cuando, un vuelo de patos, el grito agudo de una gaviota, un leve rumor de agua. Y yo, caminando sin prisa, dejando que el pensamiento se disuelva como el reflejo de una nube dentro de la laguna.

El verano ya nos dejó. El sol ya no quema, sólo acaricia. Se nota en la piel, en la luz, en la manera en que respira el aire. El cambio es claro, limpio, casi ceremonial. Este año, después de un estío demasiado largo y caluroso, la frontera entre estaciones se ha hecho visible, tangible, amable. El Delta parece respirar mejor, como si todo el paisaje hubiera esperado este momento para librarse del bochorno y recuperar su esencia.

Cuando completé la vuelta y regresé al Poble Nou, almorcé en el Pati de l’Agustí. Un arroz de la tierra, cocinado con esa sencillez que sólo puede nacer del respeto al producto. La comida, como el paseo, era también un acto de gratitud.

El sábado, hoy, he cambiado los pasos por las ruedas. Desde casa hasta l’Ampolla, siguiendo la costa hacia les Olles y de allí hasta el puerto de las mejilloneras, avanzando después hasta la playa de la Marquesa. El paisaje es el mismo, el Delta, pero visto desde otro plano, con otra energía. El norte y el sur del río son matizadamente diferentes: el Baix Ebre y el Montsià. Pedalear es una forma distinta de fundirse con el espacio. El viento se siente con más fuerza en la cara, el cuerpo se activa y el movimiento te lleva más lejos, pero sin romper la calma.

La ruta se abre entre arrozales, canales, caminos de grava y tramos costeros donde el mar, cerrado por el Delta, parece un lago y juega con la luz. Los flamencos, en una gran colonia, ponen un toque de belleza irreal al paisaje. Verlos alzar el vuelo, con ese rosa que sólo parece existir en el Delta, es como ver cómo la naturaleza escribe poesía con alas. Los tractores de los campesinos rompen el silencio con su zumbido metálico, pero no desentonan: forman parte de la música del lugar, de su armonía.

Cuando he llegado a la Marquesa, me he dejado caer en la arena. El mar frente a mí, el viento, el sol acercándose a la vertical. He cerrado los ojos y he sentido que todo se detenía: el tiempo, el pensamiento, la inquietud. Baño de sol, baño de mar. Una forma de estar en el mundo más limpia, más simple, más esencial.

El camino de regreso, desviándome por Camarles, ha sido como un epílogo de serenidad. El cuerpo cansado, pero ligero. Cuarenta kilómetros, ejercicio físico pausado con la mente desconectada del cuerpo o conectada desde el inconsciente.

Caminando o pedaleando, sientes que la tierra y el agua todavía se hablan, que el viento sigue escribiendo historias sobre las cañas, que la luz cambia pero no desaparece. Te sientes parte del paisaje, no como espectador, sino como fragmento vivo de un todo inmenso y delicado.

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4 thoughts on “EGOS Y POSTALES DE OTOÑO 2025

  1. Carolina Claveria Galve dice:

    Actualment treballo com a infermera quirurgica al hospital del Mar, cirurgia urológica i cirurgia bariatrica esencialment.
    El sindrome “burn out” es real i no marxara fins que infermeria pugui accedir a fer mes treball intelectual i no estar constanent en primeria linea de “foc”.
    En el caso dels metges quan deixin de fer guardies de 24 hores.
    M’ha agradat molt trobar el teu blog… seguire llegint-lo.
    Comparteixo la opinio sobre “ flotilla Gaza.”

    1. josepmariavia dice:

      Gràcies pel comentari i pel tu interès pel bloc, Carolina.
      Bon record de l’Hospital del Mar, al qual vaig dedicar uns anyets de la meva vida. Gran hospital i una plantilla de persones excepcionals.
      Segur que el “burn out” és un problema central i que cal empendre moltes mesures, entre elles un reenfocament intel.ligent del rol de l’infermeria.
      Al bloc -que ja té 13 anys de vida- hi ha molts posts dedicats al sistema sanitari i a l’organització de la prestació de serveis de salut. Fa temps que no toco gaire el tema. Les meves prioritats són altres, ara mateix. Però com que malauradament massa problemes són els mateixos des de fa anys i les propostes de millora no han canviat tant -la majoria no s’han aplicat, continuen pendents, i es continua escaltant la seva recomenació-, els pots llegir i molts seran actuals (posa salut a “categories” i en principi et sortiran). També hi trobaràs els que vaig escriure el 2014, amb motiu del centenari del nostre estimat hospital.
      De la “Flotilla”… “Lo dicho”. I de la bellesa del Delta, també.

      1. Carolina Claveria Galve dice:

        Estic convençuda que ens “mata” la repetició sistemàtica de les mateixes cirurgies cinc dies a la setmana més alguna guardia, i aixis ha de ser.. és important que tot es fagi sempre igual per limitar els errors humans
        El ésser humà ha de equilibrar-se constantment per no tornar-se desgastat i cremat.
        Infermeria ha de tenir temps d’aturar-se i estudiar, investigar, continuar aprenent..
        Acabem tan cansats que al arribar a casa no volem sentir parlar d’hospitals i sanitat.
        Però existeix l’esperança sempre i espero que els joves puguin canviar això.

        1. josepmariavia dice:

          En la meva manera de veure, Carol, una sort que almenys, quan arribeu a casa, desconnecteu!!!

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