“Una casa hecha de libros”
José Saramago
Este es el nombre que José Saramago dio a su casa en Tías, localidad de la isla de Lanzarote. Creo que no me equivoco si lo traduzco al castellano como “LA CASA”. Y, personalmente, pondría el énfasis en ese “LA”. Entiendo que quería dejar claro que no es una casa cualquiera, no es —solo ni principalmente— “el lugar donde vivo”, no es un domicilio. Ni siquiera “donde trabajo”, porque trabajo desde ella. Es LA casa. Porque Saramago y Pilar eligieron el lugar compartiendo parcela con sus cuñados, que ya vivían allí, por haberla construido como quisieron, pero, sobre todo, porque después de diecisiete años viviendo allí y veinticinco libros escritos entre aquellas paredes y la biblioteca anexada, el alma del escritor, su presencia, aún se siente. Cabe decir que Pilar y el equipo de personas entusiastas y maravillosas que hoy trabajan allí han sido y son determinantes para lograr que el espíritu de Saramago se haga sentir con una potencia extraordinaria. Todos ellos —y, por supuesto, la impresionante obra de José— contribuyen de forma decisiva a que la vida que dio el gran portugués a esa casa que, por otro lado, es relativamente pequeña y nada ostentosa, se renueve con fuerza.
A Casa. Sí. Así se llama. No “la casa de Saramago”, ni “el museo Saramago”, ni “la fundación”. Simplemente “A Casa”. Una casa modesta y diáfana, bañada por la luz de Tías. Lejos del ruido y de la pretensión. Lejos de todo.
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Ayer tuve el privilegio de volver a visitar a Saramago —para mí, visitar A Casa es reencontrarme con él—por cuarta o quinta vez en mi vida, y pude constatar que lo que hacen las personas que trabajan allí es mucho más que un trabajo. La exbailarina de origen vasco Maite Gorritz, que ayer guió la visita y tuvo la deferencia de dedicarme un rato, además de descubrirme libros desconocidos para mí sobre Saramago, compartió —y coincidí con ella— su visión del hombre y del mundo hoy. Estoy seguro de que coincide con la de Saramago, que, en palabras de su viuda Pilar, “veía cómo el precipicio avanzaba hacia la humanidad o la humanidad hacia el precipicio”. Siempre me ha conmovido el amor y la admiración mutuos entre José y Pilar. Amor y admiración que, no hace falta decirlo, aún perduran (véase “Lanzarote no es mi tierra pero es tierra mía (José Saramago)”, del 6 de septiembre de 2015).
Sea como sea, en esta ocasión sentí como si A Casa se hubiera ido abriendo (también) para mí, como quien te permite entrar tras comprobar que —aunque las apariencias engañan— pareces ser digno de ello. Ya habían pasado 10 años de aquel 2015 en que, en el jardín de A Casa, terminé el trabajo comenzado en los primeros años del siglo XXI de redefinir —tal vez debería decir definir— mi propósito de vida. Este viaje, diez años después, tiene también un propósito, necesario y deliberado: el de “renovar los votos” hechos entonces. Y ayer volví a visitar ese templo.
El pasado 4 de julio escribí en “Habitarse para habitar y habitar para habitarse: aprendizajes de Lanzarote y algo más.” lo siguiente:
“¡Muchos días, muchos sentimientos, muchas vivencias en Lanzarote! No es extraño, pues, que haya decidido volver, y lo he hecho con una idea central clara: revivir a Saramago y volver a su casa, a partir de la idea que tengo de la relación entre creatividad y casas y parajes naturales. Casas ‘humanizadas’… (…) Me mueve revivir el dilema entre espacio interior y espacio exterior. Repasando los mencionados posts escritos desde y/o sobre Lanzarote, Saramago, su casa y su biblioteca, me doy cuenta de que quizá hay ‘vida interior’ ajena a cualquier espacio o entorno físico, pero que la creatividad que surge del interior hacia el exterior, que se comparte (como estoy haciendo yo ahora mismo mientras escribo desde un lugar para mí “mágico” en casa, en el Delta), no puede desvincularse de la energía que desprenden ciertos lugares (…) En la casa de Saramago (como en la de Neruda) sentí que, en origen, no era el espacio el que generaba la obra. Era la obra —la vida vivida con intensidad— la que impregnaba el espacio. El resultado final es un círculo virtuoso, una simbiosis, de modo que la escritura que surge desde dentro humaniza la casa a imagen y semejanza de quien escribe, y, por ello, ese espacio se convierte en una especie de musa inspiradora para el escritor. Se trata de una potenciación mutua.”
Maite Gorritz me descubrió José y Pilar, de Miguel Gonçalves Mendes (que hizo posible primero el documental del mismo nombre, también desconocido para mí), y la obra El cuaderno del año del Nobel, compuesta por los libros Un país levantado en alegría, de Ricardo Viel, y —a raíz de un hallazgo fortuito en los archivos de Saramago— el diario póstumo El cuaderno del año del Nobel, que transcurre durante ese año, 1998, y completa los dos volúmenes de diarios Cuadernos de Lanzarote, que van de 1993 a 1994 como tales y tienen continuación con otros volúmenes hasta 1997. Debo destacar, sin embargo, que me presentó La intuición de la isla. Los días de José Saramago en Lanzarote, de Pilar del Río. Lo estoy leyendo, lo estoy disfrutando y me emociona. No sé si calificar a Pilar de periodista o de escritora. Pero —si como creo cabe hacerlo de periodista— es una periodista que escribe muy bien y que remueve emociones. En el libro que ha escrito, ella se diluye, no aparece. Permanece
discretamente en la retaguardia. Como si no existiera. Y eso, considerando que sin Pilar, José seguramente habría sido un gran escritor, pero no aquella persona que escribió como escribió gracias a ella.
Me sorprendió y emocionó cuando encontré resuelto mi dilema/simbiosis interior-exterior, alma-paisaje, con una sencillez extraordinaria. Fernando Gómez Aguilera, en el prólogo, reproduce unos versos de Roberto Juarroz que dicen:
“¿Tal vez nos define, / como la luz del día, / no tener lugar en ningún sitio. / Pero también nos define que podemos / crear un lugar. // Y solo se encuentra algo / en un lugar que se crea. / Hasta se encuentra uno a sí mismo, / si es posible encontrarse.”
“18 de junio en Lanzarote
El día no nació para que la muerte se instalara en él, pero la muerte llegó. Lo hizo sin sobresaltos y sin dolor, con la extraña serenidad de los momentos que se suceden uno tras otro. Así fue: un momento antes estaba, después ya no; solo quedó en el ambiente un sentimiento de gratitud: la vida fue buena, que prevalezca esa percepción. José Saramago fue generoso con la vida, no le quitó ni un instante, fue siempre consciente de que vivir es un don que hay que aprovechar y tal vez por eso la vida lo abrazó; y cuando hubo que entregarlo, lo hizo con amor. No hubo tragedia en A Casa el 18 de junio de 2010, sí un íntimo y profundo duelo que se transmitía apenas con miradas, apenas con el silencio (…)”
La intuición de la isla. Los días de José Saramago en Lanzarote
Pilar del Río
La habitación en la que murió José Saramago, el 18 de junio de 2010 alrededor de las 11:30 de la mañana, se ve desde la galería que hay en la entrada y hace de distribuidor de las diferentes estancias de la casa. Llama la atención la luz natural que entra por una abertura practicada en el techo; también lo que Saramago llamaba “alfombra de piedra volcánica”, incrustada en el suelo; y un cuadro muy grande —quizá de dos por dos metros aproximadamente— del pintor mallorquín Joan Miquel Ramírez, que, pintado con los colores de la isla, define la personalidad de la casa: creatividad imbricada en la tierra y profundo respeto por la misma, por su naturaleza, su estética resultado de erupciones volcánicas, del fuego explosivo que, desde las entrañas de la tierra, hizo estallar el suelo de la isla, transformándolo en ríos de lava solidificada.
Aquél 18 de junio, Saramago tenía una cita médica en el Centro de Salud a las 10:30. Después de desayunar, se tumbó en esa cama matrimonial de estrechez propia de la época —como mínimo de la que conocieron mis abuelos y mis padres cuando eran jóvenes—. Ya desde la entrada, girando un poco la cabeza a la izquierda, vi aquella cama y —como ya me había ocurrido en ocasiones anteriores— me estremecí. Pilar del Río había escrito: “A esa hora, sin agonía, sin dolores, sin lamentos ni llantos, con la misma naturalidad con que había vivido, trabajado y amado, con la sencillez con que había sido, cerró los ojos y dejó que la vida se le fuera o él se fue yendo de la vida, rodeado, querido, oyendo decir su nombre, como el mayor elogio, la mayor declaración: José, José, José. Está todo bien.” Supongo que era Pilar, con todo el amor que sentía por él, quien se lo decía.
Ella misma describe lo que puede verse en esa pequeña y sencilla habitación: un dibujo de Rafael Alberti, unos grabados que encontró en una tienda de antigüedades en Budapest, un sillón para recogerse cuando el ruido se dejaba notar, algunos libros, unas fotos y poco más.
La forma en que Pilar describe el momento del fallecimiento del escritor me recuerda la frase del paliativista mallorquín Enric Benito (véase Carta a Carme Alcoriza pocos días después de su muerte, del 21 de noviembre de 2022) que afirma:
“Cada cual muere como ha vivido. Morir se construye durante toda la vida y no hay una forma correcta o incorrecta de hacerlo. Además, la casa de la muerte tiene mil puertas para que cada uno encuentre la
suya. Pero, en general, si una persona ha vivido con plenitud, ha amado, querido y perdonado, cuando llega la muerte hay certeza de que la vida no es solo lo que parece sino mucho más. En ese momento puedes soltarte más fácilmente.”
Saramago fue un hombre complejo. Profundo. Exigente. Y, al mismo tiempo, sencillo. Radicalmente sencillo. Que amaba la palabra, el amor, la justicia, el silencio, y que vivió con plenitud, amó, perdonó y amó a Pilar con una fuerza que aún atraviesa las paredes de la casa.
“La casa de Lanzarote no puede cerrarse
¿Y si A Casa no se cerrara? ¿Y si se dejara abierta para compartir con los lectores de José Saramago lo que aquí ha ocurrido a lo largo de diecisiete años de vida y veinticinco libros escritos, entre novelas, teatro, diarios y cuentos? ¿Y si…? Entonces, como en el proceso de escritura de José Saramago, se pusieron en marcha los mecanismos necesarios para que no se perdiera ese lugar en el mundo que es Lanzarote para Saramago; al contrario, que desplegara sus alas para acoger y ser un sitio de encuentro en mitad del mar, entre continentes, culturas y sensibilidades (…) Hay mañanas en que se observa cierto movimiento de luz en la rotonda José Saramago: es que en ese momento alguien está continuando la tarea de escribir para que la literatura y la pasión no terminen y con ellas termine la vida (…)”
Mil gracias, Pilar, por esta visión, esta pasión, esta determinación y este amor a la literatura, es decir —como bien escribes— a la vida. Me siento privilegiado de haber podido conectar desde el alma con lo que te movió a adoptar esta iniciativa, y agradecido, muy agradecido, infinitamente agradecido por cómo he sido recibido, siempre, siempre, en A Casa. Soy afortunado, pero mi fortuna la has hecho posible tú, gracias a él… Déjame decirte que vuestro amor me conmueve profundamente!
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Epílogo
Ahora me queda leer El Evangelio según Jesucristo. Maite Gorritz me lo recomendó. Aparte, cabe destacar que, si José no hubiera escrito esta obra, probablemente no habría ido a Lanzarote, y A Casa no existiría, porque ni Saramago se habría arraigado a la tierra volcánica de Lanzarote, ni Lanzarote se habría enriquecido con la energía del gran escritor. Y quizá lo que habría ocurrido habría sido maravilloso, pero es imposible saberlo y… no tengo ninguna gana de imaginar una alternativa a esta opción cargada de belleza y de poesía.
El gobierno de Cavaco Silva, con argumentos inquisitoriales y atribuyéndose la capacidad de ejercer la (pseudo)crítica literaria —función que, además de ser impropia del gobierno y que no suele formar —ni debe formar— parte de sus competencias—, prohibió que esta obra representara la literatura portuguesa en Europa (a propuesta, además, no de una, sino de tres instituciones culturales) porque “ofendía al pueblo portugués” (que debía considerarse de un catolicismo dogmático), porque Saramago era comunista y porque el libro “estaba mal escrito”. Eso sucedió en 1992, por lo tanto, dieciocho años después de la Revolución de los Claveles, que puso fin a 48 años de dictadura.
El sentimiento de Saramago fue de vergüenza. No de su país, sino de aquellos gobernantes, y… Pilar del Río dice que preguntó, se preguntó, le preguntó: “¿Y si nos fuéramos a vivir a Lanzarote?”. Y de ese autoexilio basado en valores, en principios, en vergüenza y en mucha tristeza, surgió una historia maravillosa que yo he procurado vivir con toda la intensidad de la que he sido capaz desde hace años…
Tengo pendiente hacer un “viaje saramaguiano” a Portugal, buscando el equivalente —si esta es la palabra— del tesoro que he encontrado siguiendo su rastro en Lanzarote. No sin saber que este tipo de ideas, según cómo, es mejor olvidarlas y quedarte con lo que tienes, que es uno de los grandes regalos que me ha dado la vida.


on dia! Tens tota la raó, els espais o són salut, alegria de viure… o tristesa, avorriment…
Quan no estàs bé en una casa penso que t’afecta en moltes coses i també el context en que s’hi troba immensa.
Al pis on visc està en una gran plaça que trobaré molt a faltar, quan hagi de marxar. Sortir al carrer i veure llum, amplitud, bon ambient… dona molt bon rotllo. És molt diferent a si estigués en un carrer fosc i estret.
Abans no n’era conscient, però ara cada vegada li dono més valor.
Tens tota la raó, els espais o són salut, alegria de viure… o tristesa, avorriment…
Quan no estàs bé en una casa penso que t’afecta en moltes coses i també el context en que s’hi troba immensa.
Al pis on visc està en una gran plaça que trobaré molt a faltar, quan hagi de marxar. Sortir al carrer i veure llum, amplitud, bon ambient… dona molt bon rotllo. És molt diferent a si estigués en un carrer fosc i estret.
Abans no n’era conscient, però ara cada vegada li dono més valor.
Gràcies pel comentari, Cinta. Penso que sí. Que hi ha travassament d’energía creuada entre els espais que habites i l’ànima o alló més immaterial de l’home.