Font: MARCA

Hacía días que sentía la necesidad de volver -ya lo he hecho en este blog y fuera de él- a escribir sobre el falso dilema comunismo/capitalismo o Estado/mercado. Sería más agradable seguir en la línea narrativa de los últimos posts. Pero la salida de la pandemia -espero que así sea y no tengamos sorpresas- ha dejado un panorama que puede suscitar todo tipo de reflexiones, y que a mí me lleva de nuevo a hablar de nuestro modelo global de organización social, económico y político, claramente en declive.

La invasión rusa en Ucrania, y a riesgo de poder parecer que mezclo churras con merinas, me ha incentivado la reflexión sobre este falso dilema Estado/mercado. En términos convencionales, clásicos, podría establecerse una relación entre ambas temáticas. En los análisis que hemos podido escuchar estos días, el argumento de la necesidad de Rusia de “protegerse” de Occidente podría rememorar los tiempos de la Guerra Fría, de los dos bloques, de la contraposición de modelos de todo tipo, también económicos, entre la Unión Soviética y Occidente. A efectos de lo que quiero compartir, Rusia, como China, están en el mismo bloque único del mundo globalizado del que forman también parte Europa o Estados Unidos. Fukuyama, con El fin de la historia, se equivocó pronosticando que no habría más guerras, pero no tanto en que el mundo, en su totalidad, se movería de acuerdo con la concepción capitalista de la economía de mercado. Desde esta perspectiva, hoy por hoy, y a pesar de que en estos días se está hablando de una posible guerra nuclear, las partes que se confrontarían, pertenecen al mismo bloque.

La guerra de Ucrania, evidentemente me provoca tristeza, impotencia, repugnancia, indignación, rechazo y, no me ayuda para nada, a reconciliarme con la naturaleza humana. Todo lo contrario. Es una señal, una más, un argumento más, para inquietarse por cómo va el mundo, por el porvenir de la humanidad. Un sin sentido que proyecta una gran sombra sobre la bondad humana, y hace pensar hasta dónde puede llegar el hombre en la peor de sus versiones.

Por otro lado, me llama la atención cómo esta guerra evidencia, de forma descarnada, que vivimos en un mundo de fake news. La crisis del periodismo no es menor, ni su credibilidad mayor, que la de los políticos. Del mismo modo, los intereses de la industria de los Media, como los de, pongamos por caso, la industria armamentista, hacen bueno el principio de que el fin justifica los medios. Esto no debe enturbiar, sin embargo, el reconocimiento sincero a los periodistas que están en el frente de guerra. Son las primeras víctimas de los intereses reales de sus propias empresas, sean públicas o privadas.

Yendo, sin embargo, al falso dilema comunismo/capitalismo o Estado/mercado, siento que ambos modelos han fracasado y que han quedado empaquetados en un único patrón de mercado global que está llevando a la humanidad al límite.

En nuestro contexto, en Occidente, la mayoría tenemos claro que el comunismo hace años que fracasó, si es que alguna vez llegó a tener un período mínimamente exitoso. Los Estados comunistas eran corruptos, y lo único que consiguieron fue igualar a la baja la calidad de vida y el bienestar de los ciudadanos, colectivizando la pobreza y repartiendo la miseria antes de quebrar. Por otro lado, existe consenso suficiente en torno a que entre el final de la II Guerra Mundial y la crisis del petróleo de 1973, el capitalismo sustentado políticamente en la democracia cristiana y la socialdemocracia, y también en el liberalismo, aportó valor social y económico a la sociedad, destacando entre los beneficios, las prestaciones del Estado del bienestar. Pero ya hace años que comenzó la decadencia del capitalismo (para muchos desde su nacimiento) y hoy llega a extremos preocupantes y tremendamente nocivos para las personas. Señalo las desigualdades socioeconómicas

JACK MA
Font: LIBRE MERCADO

crecientes y, en algunos casos, escandalosas como una de las consecuencias más perversas del capitalismo. Nefasta ya que, además del empobrecimiento económico, comporta decadencia social y degradación personal.

El contrato social se ha roto, tanto donde la economía la controlaba el Estado exclusivamente, como donde estaba en manos de la competencia de los mercados con un rol regulador, más o menos desarrollado según el caso, del Estado. En el primer caso, porque la pobreza se generalizó quedando la riqueza concentrada en unas pocas manos vinculadas o cercanas al aparato del Estado y la corrupción. En el segundo caso, la existencia de una clase media educada y mayoritaria, garantizó un contrato social aceptable durante años, hasta que el modelo también evolucionó hacia la concentración de la riqueza en unas pocas manos -que, como las élites comunistas, tampoco eran ajenas a la corrupción- y la extensión del empobrecimiento creciente hacia estas clases medias que van desapareciendo.

Sea China o Estados Unidos, por poner dos ejemplos paradigmáticos, el objetivo es perpetuar un sistema económico extractivo, basado en el principio del crecimiento ilimitado, que separa, que diferencia, de forma artificial, la naturaleza y el individuo. A base de negar cualquier alternativa al sistema productivo que se pretende que crezca infinitamente, el mundo globalizado -y, por tanto, no solo el Occidental- para garantizar este crecimiento constante, de facto, ha explotado la naturaleza como si fuera una fuente inagotable de recursos y, pese a situar a los ecosistemas en el límite, ha logrado instaurar la ficción de que la vida del individuo es una variable independiente de otras, como las agresiones al medio o el cambio climático. Querer a los hijos y nietos, paradójicamente no se correlaciona con el impacto de estos destrozos sobre las posibilidades de supervivencia de las generaciones futuras o, como mínimo, sobre su calidad de vida.

La guerra de Putin contra Ucrania, aparte de todas las consideraciones que escuchamos estos días, obvias la mayoría, más allá de los más que probables problemas de salud mental del abominable mandatario ruso, y más allá de los egos personales y colectivos ataviados con el traje del patriotismo, puede resultar engañosa en cuanto a la globalización. Esta guerra no se lleva a cabo para defender modelos políticos, ni económicos, ni sistemas de valores, contrapuestos. Es una guerra de poder, de egos personales y colectivos. Se ansía el poder por el poder para, con toda seguridad, seguir haciendo un mal uso de él. Fomentar la gran Rusia al estilo imperio de los Zares o Unión Soviética, no obedece a ningún deseo de diferenciarse social, política y, menos aún, económicamente de Europa (es posible que alguien crea en este espejismo). Ambos modelos forman parte de un único sistema global que, con o sin guerra nuclear, es una amenaza para el planeta y para la humanidad. Obvio entrar en presuntos “aspectos diferenciales” tipo “preservación de la libertad”, la que sea, o de los “derechos humanos” o los “derechos fundamentales”. Las diferencias pueden parecer obvias según sea el nivel de análisis. Pero lo son menos cuando se varía la perspectiva de este análisis y se considera el valor real de los, valga la redundancia, valores empleados para realizar este análisis.

En ese mundo global, la única libertad que cuenta es la individual. La del individuo que solo puede alcanzar el éxito y sublimar el yo, compitiendo contra todo y contra todos con un talante que, con demasiada frecuencia, en lugar de basarse en la ambición sana, se fundamenta en el individualismo que niega el valor comunitario. Cuenta el yo más que el nosotros. La libertad, por tanto, es la mía, no la nuestra, ya que, en el fondo, nadie debe decirme lo que tengo que hacer. Al fin y al cabo, el marco legal permite sumir a la mayoría en la pobreza y destruir el planeta, y el margen de maniobra con seguridad jurídica es suficientemente amplio y solo está limitado por las leyes que hacen quienes legislan, en connivencia -o formando parte- de los intereses impuestos por las minorías que controlan el mercado.

Individualismo, soledad, aislamiento social, pobreza… son el resultado del modelo en todas partes. Y el modelo, como todos, cumple ese principio de las organizaciones según el cual la primera prioridad es perpetuarse. A partir de aquí, los cambios que deberían introducirse -más allá de la dificultad de definirlos, priorizarlos, adoptarlos con suficiente consenso para que tengan futuro- no son fáciles de implantar. Si los expertos en los efectos de las emisiones lesivas para el medio ambiente, nos dicen que ya hemos llegado tarde, o casi, a la hora de tomar las medidas necesarias, me cuesta imaginar un hecho o una cadena de eventos que consoliden la conciencia de que es necesario cambiar el modelo social predominante en el mundo y llevar a cabo este cambio.

ROMÁN ABRAMÓVICH
Font: 101 NOTICIAS

El análisis, se haga desde el ámbito sectorial que sea, lleva al mismo punto: el de una sociedad organizada para preservar el modelo. La enseñanza, por ejemplo. La educación, la formación, la de los jóvenes, sobre todo, se concibe desde el sistema y se estructura en función de las necesidades del mundo único globalizado. Basta recordar la reciente propuesta española de eliminar la Filosofía del currículum escolar. Si el reto es tan grande que, idealmente, comportaría objetivos tan ambiciosos como pasar del consumismo enfermizo y de la abundancia mal repartida a la sociedad de la austeridad saludable y la disminución de las desigualdades, cuestionar el valor de la filosofía, destinada a buscar respuestas a cuestiones fundamentales para el hombre… Cuesta imaginar cómo maestros formados en nuestra sociedad individualista, la mayoría muy capaces de transmitir conocimientos de valor instrumental, más allá de esta función, dispongan de las herramientas para preparar a seres humanos para formas de vida relacional y con sentido comunitario. No estoy nada seguro de que la escuela actual esté mayoritariamente orientada hacia esa dirección. ¿Formamos jóvenes con capacidad de pensar y decidir o seres clónicos moldeados en función de las necesidades de un sistema basado, al menos en lo esencial, en el pensamiento único y en estilos de vida estandarizados?

Esta es una visión desde un aspecto muy concreto del sistema educativo. Pero el resultado es similar se mire por donde se mire, y la conclusión es que la crisis es estructural y global.

¿Qué se puede hacer? ¿Tiene solución? Seguro que es necesario hacer algo. Tan seguro como seguro es que no existen soluciones fáciles ni milagrosas. “La solución” no existe. Pero, sin embargo, es necesario actuar.

Considero que aproximarse a cualquier línea de solución exige distanciarse un poco para adquirir plena conciencia del problema. Estar perdido en medio de árboles y árboles, no permite ver el bosque. El declive es evidente. Estamos bajo mínimos, y eso lo ve más gente de la que parece. Aunque sea a ratos, porque una característica humana es ignorar lo que nos resulta incómodo. Por tanto, el primer requisito es el de tomar conciencia plena del punto al que hemos llegado y, sin rasgarse teatralmente las vestiduras, vivir desde la realidad de la crisis que sufrimos y la conciencia plena de que no es accidental ni circunstancial. Es estructural y va a más.

A partir de ahí, mucha humildad y confianza en la suma de pequeños esfuerzos que pueden acabar confluyendo y propagándose, como lo ha hecho la decadencia: globalmente. Confiar en que, como decía el “Capità Enciam”, “los pequeños cambios sean poderosos”, o que “el aleteo de las alas de una sola mariposa pueda provocar un tsunami en el otro extremo del mundo”.
Hablar de la necesidad de liderazgos potentes, pero ejercidos desde la humildad y con orientación comunitaria, puede resultar agotador porque -como refleja el título de este post– reiterar la evidencia, en un momento en que es necesario actuar y contrarrestar el desastre, puede resultar cansino. Pero hay que seguir hablando, aunque sea pesado. Más pesado y más tóxico es oír hablar todo el día de Putin, o de los “Putines” de turno que lideran la sociedad, la economía y la política, sin poder escapar fácilmente de esta propaganda venenosa.

En este mismo blog y fuera de él, me he referido a menudo a la idea de “radicalismo selectivo” para expresar la importancia de ser radical con acciones bien elegidas y dirigidas en la buena dirección, por pequeñas que sean. Es necesario partir desde la posición personal y desde el radio de acción de cada uno de nosotros para sumar. Construir vínculos sociales que fomenten el sentido comunitario, la convivencia, la empatía. Hay quien nos habla de fomento del decrecimiento por oposición al crecimiento salvaje y destructivo o de frugalidad frente a la sociedad consumista, de modo que las personas encuentren su felicidad en bienes relacionales, más que en bienes materiales. Sea esto o sea lo que sea, no será ni fácil, ni cómodo. ¡Nadie había dicho que empezar a dar pasos para revertir el desastre, fuera fácil! ¿Utópico? Quizás sí. Pero es mejor que intentemos pensar que no, porque la alternativa es el harakiri colectivo.

Hay muchas personas, grupos, asociaciones, movimientos, que realizan un buen trabajo en la dirección adecuada. Son a menudo personas u organizaciones anónimas y, la mayor parte de las más o menos conocidas, normalmente tienen poco acceso a los Media. Cáritas, por citar un ejemplo, puede ser noticia un día. Y aparentemente lo es por su labor, pero en realidad lo que interesa es la desgracia, el morbo que hay detrás. Lo mismo si pensamos estos días en las noticias de la guerra de Ucrania. La mayor parte de la “información” tiene que ver con la política, la economía, la seguridad, entendidas desde el punto de vista de la lógica descrita a lo largo del post. Cuando entrevistan a gente en situaciones inhumanas o tocan el drama de los refugiados o, como ha sucedido hoy, nos muestran imágenes de una criatura de dieciocho meses asesinada por los rusos, el móvil es el sensacionalismo y la sangre que siempre vende. Incluso se manipulan valores humanos como la empatía o la solidaridad real, para alimentar en la opinión pública aquellos “valores del mundo occidental”, es decir, global, que son precisamente los que lo ponen en riesgo.

El radicalismo selectivo, aprovechar los pequeños espacios anónimos del entorno de cada uno para contribuir a construir ambientes realmente humanos, cálidos, a cuidar los unos de los otros y de paso del planeta, se basa en el compromiso. El compromiso real, humilde, que más allá de dar sentido a la propia existencia -que también, y es legítimo- sobrepase el interés individual. Si algún día todos los Media

ELON MUSK
Font:HIPERTEXTUAL

y las redes sociales dedicaran unas horas a poner en valor estas pequeñas, o no tan pequeñas, iniciativas, nos sorprenderíamos y la esperanza colectiva de que un mundo mejor es posible, se multiplicaría. Mientras tanto, el único camino es continuar “currándoselo”, y mantener el compromiso sin sucumbir a la dinámica social del mundo globalizado. Cuando intentas escapar de un alud sacando lo mejor de ti mismo, no puedes entretenerte parándote a mirar la inmensa bola de nieve que tienes a tus espaldas. Hay que mirar hacia adelante y trabajar para evitar más aludes.

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2 thoughts on “LA NECESIDAD DE REITERAR LO OBVIO

  1. Helena+R. dice:

    totalment d’acord amb l’anàlisi. No tinc ni idea del què hem de fer per aturar la bola de neu. Tot allò que semblava que no ens tornaria a passar ens està tornant a passar i va a més. Costa molt veure brots verds en algun punt. El cert és que, malgrat tot, com soc optimista de caràcter confio, en el fons, en què la naturalesa humana que és capaç de fer coses extraordinàries en positiu, ens permetrà albirar un mon millor. Però el moment és terrible, i no només per la guerra d’Ucrània. No soc capaç de veure cap brot verd.

  2. administrador dice:

    Prova al comentari del blog

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