“Ya sabes que casi nunca puedo cogerme vacaciones. La restauración es un negocio esclavo. El confinamiento se convirtió, en parte, en un período de vacaciones inesperadas. Parar repentinamenter, descansar. Olvidar una realidad que a ratos resulta asfixiante y no deja vivir. Me has dicho más de una vez que me he pasado 20 años encerrada en un restaurante… Tienes bastante razón. Tenía 20 años, ahora tengo 40. ¡Nunca había estado dos meses seguidos fuera de aquel lugar!
De vez en cuando, mi inquietud de fondo rompía la paz de aquellas extrañas y, por supuesto, falsas, vacaciones. No sabía qué pasaría con el restaurante, si aguantaríamos -no sabía tampoco cuántos meses- sin ingresar prácticamente nada. No era el mejor comienzo de la década en la que yo confiaba ahorrar algo para el futuro. Ni lo era, claro, para los trabajadores de los restaurante que después de más de dos meses de estar con el ERTE, aún no han cobrado nada. Siempre los he considerado compañeros y sufro por ellos.
Con el inicio del desconfinamiento, ha terminado el paréntesis y vuelvo a pasarme el día, hasta bien entrada la noche, en el restaurante. Los días se me hacen largos. No hay nadie dentro del local donde espero servir algún ‘take away‘ o a algún cliente de la terraza. No sé qué significará económicamente atender a estos pocos clientes. Asumimos el trabajo mi socia y yo. Acabamos agotadas cada noche Mil preguntas se me pasan por la cabeza a lo largo del día. Miro al exterior y el ambiente es raro… No sé cómo será la nueva normalidad, ni qué significará… La vida siempre es incierta, pero ahora…
Una de las mejores cosas del desconfinamiento fue la visita de Christian al restaurante. No me sorprendió. Sabía que tarde o temprano vendría. Quería cenar y no sabía muy bien cómo iba eso de las fases y si podía, no podía, si tenía que cenar en la terraza… Siempre me ha parecido atractivo este hombre y cuando lo veo no puedo disimular una alegría que me delata. Siempre ha sido un ejercicio difícil integrar en la misma persona a un ‘hombre 30 años mayor que yo‘ y a aquel que al cabo de un rato de hablar con él, siento que me atrae y que a menudo he deseado olvidando cualquier consideración de edad o del tipo que sea… En mi vida, sin embargo, no es fácil encontrar un espacio para un hombre…
Le acomodé en la entrada que hace de transición entre la calle y la puerta del restaurante. No es terraza, tampoco interior. Es un espacio ambiguo, ambigüedad que aprovechamos.
Una lluvia de mayo hizo que refrescara y que fuera acogedor aquel día de principios de junio. La luz era de junio y cuando Christian comenzó a tomar algo para matar el hambre, era tarde, pero aún había algo de luz de día, a pesar del color agrisado del cielo. En la terraza quedaban los últimos clientes y él me esperó para cenar.
Nos sentamos en la mesita que hay en esta entrada especial y abierta. Él, me pareció tan atractivo…
-Hace 20 años que te conozco. Solo te he visto dos o tres veces fuera del restaurante. No sabría verte en ningún otro lugar. ¿Cómo estás?
-Bien. Me encanta que hayas venido. Efectivamente, hace 20 años que nos conocemos sin conocernos.
-Sí… Siempre me ha parecido que en este restaurante has vivido el mundo entero. Me parece, por lo que me has dicho, que las parejas que has tenido las has conocido aquí –¿dónde si no?-, pero hasta el momento nada ha cuajado. No sé si querías tener hijos, quizás empieza a ser tarde si fuera el caso…
-No, no quiero tener hijos. Por otro lado, he llegado a la conclusión de que estoy bien sola. Soy optimista e incluso, como ahora, cuando nada es fácil, lucho para mantener la moral alta.
-¿Seguro que quieres estar sola? ¿No será que tu día a día es bastante difícil como para que alguien sepa encontrar un espacio para compartir? En cuanto a los hijos… No sé, a lo mejor no has podido encontrar el momento ni las condiciones. No sé…
La gente se ha ido definitivamente, sigue lloviendo. Casi es medianoche y las calles en desconfinamiento incipiente y remojadas, están vacías. Estamos solos. Christian se acerca, cambia de silla y se sitúa a mi lado en la banqueta. Sabe interpretar mi deseo. Ya tiene una edad y muchas batallas vividas. Sabe cómo conectar con mi feminidad y yo sé cómo… provocarlo. Tenemos ganas de abrazarnos, de acariciarnos, de tocarnos. Nuestras manos se pierden por encima y por debajo de la ropa… No sé hasta dónde llega el erotismo, hasta dónde llegan otras cosas. ¿El amor? No creo que ninguno de los dos se atreva a introducir esta palabra en un contexto difícil para concretarla. Christian me hace una observación.
-¿Sabes? Me sorprende la distancia entre tu discurso frío, duro, tu inexpresión sentimental, la dureza con la que explicas lo que os ha tocado vivir a muchos de tu generación y cómo te dejas querer, cómo cierras los ojos y pareces querer clamar que nadie te robe ese momento, esporádico, furtivo, extraño, de felicidad.
-Tienes experiencia Christian, y me sabes interpretar. Por otra parte, ni pides nada, ni tienes urgencias. Seguramente sabes disfrutar de esos momentos inesperados, como lo hago yo. Sin demasiadas preguntas. Seguramente no habría respuestas y romperíamos la magia del momento.
-Yo tengo la vida hecha. Pero tú no. ¡¡¡Vende esto y empieza a vivir!!!
-No, ahora no tengo ganas de hablar de eso. Déjame disfrutar de ti y del momento. ¡En cualquier caso, si esto es el desconfinamiento, que se pare el mundo y vivamos intensamente el momento, pero en silencio, sin comentarios y, sobre todo, sin preguntas de difícil repuesta! Después…“.
Aparte de esta pareja y por lo que a mí respecta, durante el confinamiento me acostumbré a estar en casa. Salir me daba miedo. Hoy, en mi territorio entramos en fase 3. Durante la fase 2, empecé a disfrutar de algún pequeño placer. Tras 82 días de desayuno, almuerzo y cena en casa, solo, y lo que es peor, teniendo que comerme “el rancho” que cocinaba yo mismo (!), poder simplemente ir a comer a la terraza de un restaurante en el que me siento muy bien, fue todo un acontecimiento. Como un volver a vivir y darme cuenta de que me había acostumbrado al confinamiento. ¡Me costó decidirme a disfrutar de las posibilidades de la fase 2! No sé por qué tardé 17 días en ir a comer a una terraza de un restaurante. Definitivamente me había acostumbrado a estar en casa y la calle me parecía un lugar extraño y hostil.
Parece mentira, sin embargo, que ir al restaurante, fuera un acontecimiento liberador. Fue realmente un placer. De nuevo comida diferente a como la preparas en casa, disfrutar del buen tiempo, de las vistas… Aparté la mesa unos 50 centímetros de la mesa vecina para situarme a dos metros y después de aguantar con las manos la carta de siempre, de papel plastificado, no adaptada a normas, me puse hidrogel de un dispensador que había en la terraza del mismo restaurante. De repente me di cuenta de que hacía días que había caído en la monotonía. Estoy acostumbrado a estar solo, pero no a que la vida sea monótona. Estoy acostumbrado a trabajar en el despacho de la casa del Delta, pero es que durante estos meses, más allá del despacho, mi casa se ha transformado en una oficina. Esta casa no había sido pensada como lugar de trabajo. Una cosa es atender llamadas de trabajo o preparar documentos durante fines de semana largos como había hecho siempre. ¡¡¡La otra es trabajar a un ritmo trepidante hasta transformar todas las mesas de la casa (cocina, comedor, porche, además de la del despacho, claro) en una oficina!!!
¡Cuando volví del restaurante a casa, recuperé las buenas sensaciones que siempre me ha provocado este espacio y me apresuré a liberar toda la vivienda -excepto el despacho- de cualquier vestigio de nada que tuviera que ver con el trabajo!
La manera de teletrabajar de estos meses ha sido y es caótica. Reuniones para todo, a cualquier hora, han dificultado adoptar rutinas que permitieran contrarrestar los efectos insanos del confinamiento y del desconfinamiento. Se habla, con razón, de los efectos sobre la salud mental. En mi último post(ver “Escritos del desconfinamiento (1). Cuando lo peor ha pasado (de momento)” del 30 de mayo de 2020) hablaba de reacciones diversas (del personal sanitario, de familiares de enfermos y personas que han muerto, de la judicialización de la sanidad…) que para mí ya dejan entrever consecuencias psicológicas del confinamiento, preocupantes. Efectos tóxicos del confinamiento.
Durante el confinamiento hablé bastante en este blog de los efectos positivos del mismo, de saber encontrar lo positivo que sin duda tuvo. No sé si es necesario que repita que, para los que enfermaron, los que murieron y los que se han visto arrastrados a la miseria, seguramente tuvo poco de positivo. Pero es innegable que tuvo sus aspectos positivos. Nos preguntábamos cómo sería la nueva normalidad y las opiniones se dividían entre los que pensaban que se habría reflexionado sobre los aspectos más nocivos de “la vida moderna”, sobre los humanos, sobre la deteriorada salud mental de la mayoría, la que, irónicamente, define “la normalidad”, y los que opinaban que no habría nueva normalidad y que la gente lo que querría sería volver a la normalidad de siempre. Es decir, a seguir igual y no modificar demasiado la normalidad conocida antes de la COVID-19, definida por una sociedad decadente y suicida que no escatima ningún esfuerzo para destruir el planeta y para autodestruirse.
De momento diría que, con el inicio del desconfinamiento, está pasando esto. En China ya vuelven a tener los niveles de contaminación ambiental de hace un año y aquí me he hartado de ver terrazas de bares y restaurantes con gente amontonada, sin respetar la distancia de seguridad y deseando -esto me parece bien, si se ha sacado algún aprendizaje y me parecería mejor si se respetaran las normas- poder disfrutar de los placeres de comer y beber como antes.
Sinceramente, no sé cómo será la nueva normalidad, aunque no parece que vaya a ser demasiado nueva… Sí que he podido constatar sin embargo, que hay quien sabe hacer frente a las adversidades del desconfinamiento y a la incertidumbre de lo que nos espera… Envidio a aquella pareja que no se atrevía a proyectar más allá su amor, limitándolo a unas sensaciones maravillosas de un día lluvioso de junio que parecía de mayo, en el que el tiempo se detuvo en un espacio que se volvió mágico…