Comienzo el libro de José Antonio Marina “Tratado de filosofía zoom” y encuentro la siguiente cita de Aldous Huxley:
“Trabajando sobre los datos inmediatos de la realidad, nuestra conciencia elabora el universo en el que vivimos realmente”.
Previamente se refiere a la inteligencia como una gigantesca máquina de asociar y advierte:
“(…) Deben acostumbrarse a buscar relaciones muy lejanas, pero pertinentes, porque así funciona nuestra inteligencia cuando trabaja a pleno rendimiento. Recuerdo que esa genial conversadora que era Carmen Martín Gaite, me decía: ‘La gente critica el irse por las ramas. ¿Y si lo interesante estuviera en las ramas?’”.
Con la inteligencia transformamos los múltiples estímulos que recibimos del entorno en significados y de esta manera acabamos construyendo nuestro mundo que… no necesariamente es el de nadie más…
Marina habla de las “filosofías subjetivas” y cita a Ortega y Gasset: “El punto de vista individual, me parece el único punto de vista desde el cual puede mirarse el mundo en su verdad. Dónde está mi pupila no está otra”.
Y señala los riesgos de estas posiciones:
“(…) Esas ‘verdades’ pertenecientes a un mundo personal son privadas, y mantenerse en ellas conduce a la incomunicación de egos hipertrofiados”.
Marina atribuye a la filosofía la tarea de explicar la “cosmogonía personal” o formación de mundos personales y facilitar la posibilidad de que éstos se comuniquen.
Mundo personal, visión individual, individualidad… Yo añadiría soledad, aislamiento…
Veo el mundo, mi sociedad, Barcelona, como una agregación de individualidades aisladas que se comunican poco y de forma más bien superficial. Me relaciono con muchas personas que están solas y/o aisladas o en proceso de aislamiento creciente, algunas de las cuales viven solas y otras no. Personas que viven o vivimos inmersas en nuestra visión individual. Que circulan o circulamos por la calle con aire poco empático, desprendiendo desconfianza, con tensión patente en sus rostros y que cada día reaccionan con más agresividad defensiva ante los miedos propios de esta sociedad líquida del recientemente desaparecido Zygmun Bauman. Están “a la que saltan”.
Me apresuro a hacer mención a las excepciones que confirman la regla, para tratar de ser empático y ponerme en la piel de los que desde su mundo, desde su visión individual, personal e intransferible de la realidad, perciben la misma realidad de forma diferente u opuesta a la mía. ¡A partir de aquí podemos intentar conciliar “cosmogonías personales”!
Vuelvo al riesgo de soledad extrema, aislamiento, incomunicación e hipertrofia de egos personales. Y lo hago reproduciendo un fragmento de la crítica literaria de Eva Piquer en el periódico “ARA” del sábado 14 de enero.
Refiriéndose a la escritora Katherine Mansfield -me parece genial su cita, usada por Eva Piquer como subtítulo, que dice: “¡En mi cabeza escribo maravillas, pero cuando trato de anotarlas no lo consigo!” – Piquer escribe que Somerset Maugham dijo de ella: “Mansfield era una mujer solitaria, sensible, neurótica y enferma, que nunca se sintió cómoda en la Europa que escogió para vivir”. ¡¡¡Uff!!! Ahora mismo podría escribir otro post sobre los sensibles solitarios -y quizás también neuróticos y enfermos- que no estamos cómodos en esta Europa que, además, en nuestro caso, ¡¡¡ni siquiera hemos escogido para vivir!!! (Véase el post “Recuerdos del mar de Tasmania”, del 7 de diciembre de 2016). Pero sigo con Eva Piquer que habla de “cuando la soledad es una espada protectora que te corta por dentro” para añadir:
“Que una escritora sea solitaria, más que una rareza es una tautología. ‘En el trabajo que hago la soledad es una circunstancia inevitable -admite Haruki Murakami en “De qué hablo cuando hablo de correr”-. A veces, sin embargo, esta sensación de aislamiento te puede roer el corazón e írtelo disolviendo como si fuera una gota de ácido que se ha vertido de una botella. También se puede ver como una espada de doble filo que te protege pero que a la vez te puede cortar por dentro’”.
Aislamiento que protege, pero que roe el corazón y corta por dentro, soledad no deseada pero inevitable por incapacidad de conectar “cosmogonías personales”, incomunicación e hipertrofia de egos, necesidad de protegerse de miedos y de preocupaciones o simplemente del mundo resultante de la suma de mundos individuales…
Los periódicos, los mismos que tanto critico porque pretenden acercarnos -con bastante éxito, por cierto- a una de las peores drogas de nuestros días, “la actualidad” convenientemente “cocinada”, tienen -unos más que otros- buenos artículos. Uno de ellos -publicado en el mismo periódico “ARA” mencionado antes- me permite en este momento, dirigirme a algún optimista que leyendo el post pueda sentirse incómodo. Lo hago a través del artículo “El invierno” de Narcís Comadira cuando escribe:
“Los optimistas están seguros de que todo irá bien (…) Sin problemas. ¡Ah, los optimistas! Son bastante peligrosos, los optimistas. Pero necesarios (…)”. ¡¡¡Estoy completamente de acuerdo y también opino que los pesimistas son bastante peligrosos e igualmente necesarios!!! ¡No insistáis, por favor, en afiliarme a ninguna de estas dos facciones! Vaya, haced lo que queráis: ya nos entendemos, ¿verdad?
Desde que ha empezado el 2017, hablando con varios amigos para desearnos un buen año, o por otras razones, he podido comprobar que mucha gente vive sola en su visión individual del mundo, con más o menos riesgo -valorado por lo que manifiestan- de hipertrofia del ego, de aislamiento o de ser víctimas de dicha arma de doble filo.
La hermana de un amigo que se separó hace 2 o 3 años, que se siente liberada de un largo periodo de malvivir acompañada, y que goza de una soledad asociada a una cierta restricción -no sé si deliberada- de su ámbito de relación social, me explica que muy tranquilamente y sin gran proactividad confía, de hecho está convencida, en que encontrará a un compañero de vida para envejecer como desea. Pero no a cualquier precio, y en formato “part time“. De lo contrario, accepta con tranquilidad que vivirá sola. Una colega, médico, de Barcelona, me cuenta algo parecido. Ambas transmiten optimismo, felicidad y alegría de vivir.
Otra colega en situación similar, no lo vive tan bien y el arma de doble filo, la soledad protectora de miedos o dificultades para socializarse, comienza a amenazar con roerle el alma…
Un psiquiatra me explica cómo su consulta es un lugar privilegiado para vivir las dos caras de la moneda de la vida actual:
por una parte los estragos que hace en la salud y la esencia humana de sus pacientes la forma en que vivimos y, por otra -en la medida en que muchos de ellos para autoayudarse y abrirse o por haber quedado desprovistos de protecciones, de máscaras- cómo muestran y permiten entrever la nobleza y la fragilidad humanas.
Fuera de la consulta, donde se reencuentra con la humanidad en forma de “masa de gente”, expresa un cansancio -común en muchas de las personas con las que hablo- que le lleva a refugiarse los fines de semana en un pueblecito tranquilo. No lee periódicos, minimiza la vida social y tiene muchas ganas de jubilarse para descansar. Vive feliz en pareja, pero le preocupa qué pasará cuando en lugar de llegar cada día a casa a las 8 o las 9 de la noche -habiéndose ido a las 7 y media de la mañana- las horas de convivencia conyugal se incrementen…
Todas las personas mencionadas bordean los 60 años, lo que no me parece un detalle despreciable a la hora de explicar las coincidencias. También tiene 60 años un buen amigo canadiense que conocí cuando estudié en ese país hace 30 años. Igualmente expresa cansancio de tantos años de trabajo universitario. Casado y divorciado en cuatro ocasiones, con tres hijos de dos de los matrimonios -que esta Navidad pasada por primera vez no ha visto-, no prevé volver a convivir con nadie y expresa cierta inquietud por el hecho de envejecer solo. Me cuenta la extraña sensación que tuvo al sufrir un susto de salud y no tener a nadie de suficiente confianza a quien recurrir. Hace años que vive en diferentes lugares de Canadá y Estados Unidos, sin haber arraigado en ninguna parte y probablemente cuando se jubile volverá a su ciudad natal, Montreal, por el simple hecho de que determinados inconvenientes derivados de la soledad, parecen más llevaderos si vives en una ciudad donde fuiste a la escuela y tuviste, y más o menos has mantenido, amistades.
Me referiré en penúltimo lugar a un chico joven, de 35 años. Desde los 16 o 17 trabaja en una empresa familiar de restauración. No ha podido disfrutar ni de noches jóvenes, ni de tantas otras actividades propias de la juventud, porque cuando tienes que trabajar seis días a la semana desde las 11 de la mañana hasta las 12 de la noche… acabas… solo y aislado. Cuando le pregunto por qué no abandona el negocio familiar y vive la vida “en libertad”, me explica que sabe que ni sus padres, ni ningún hermano, será capaz de sacar adelante el negocio que les permite vivir -sin ningún lujo- a todos. Negocio fuertemente apalancado financieramente, por lo que “la única forma de no caer de la bicicleta es no parar de pedalear”, aunque esto signifique no tener ningún número para poder disfrutar de vida personal. Su posición respecto a la posibilidad de tener pareja es parecida al escepticismo que muestran dichos sexagenarios (o casi): ¡¡¡vive refugiado en el arma de doble filo de su soledad!!!
Y es este chico quien me envía un poema que Mário de Andrade escribió poco antes de morir, que reproduciré el final y que reenvié a un amigo judío, de 66 años, que vi hace una semana. Divorciado, comparte parcialmente algún fin de semana y algún periodo de vacaciones con una mujer inteligente que, como él, vive individualmente en su mundo y en soledad.
En la conversación que tuvimos, el amigo, para expresar su cansancio de la vida colectiva, se autodefinió como cada vez más ¡¡¡“agresivamente misántropo”!!! Que es una forma de decir que se siente muy capaz de compartir “cosmogonías personales” -él y yo las hemos compartido muy a gusto- y que esto no es incompatible con sentir aversión creciente hacia la humanidad, como la percibe él “trabajando sobre los datos inmediatos de la realidad”. La suya, claro.
Le podía haber enviado el poema a cualquiera de las personas mencionadas. Y a otras…
Se lo envié a mi amigo judío diciéndole: “Te mando un poema que en parte me hizo pensar en nuestras conversaciones”. Y él me contestó: “En efecto, este poema expresa a las claras el meollo de nuestra conversación de hace unos días en Barcelona. Y eso es lo que debemos hacer y con pocas concesiones…”.
El poema en cuestión se titula “Mi alma tiene prisa (Poema golosinas)” y dice:
“Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…
Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.
Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
No tolero a manipuladores y oportunistas.
Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.
Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.
Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…
Sin muchos dulces en el paquete…
Quiero vivir al lado de gente humana… muy humana.
Que sepa reír de sus errores.
Que no se envanezca con sus triunfos.
Que no se considere electa, antes de la hora.
Que no huya, de sus responsabilidades.
Que defienda, la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…
Gente a quienes los golpes duros de la vida, le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma.
Sí…tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan…
Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.
Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Tenemos dos vidas y, la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una…”.
Después de irme por las ramas en un post -seguro que para muchos demasiado- largo y alargarlo aún más parafraseando por segunda vez, a Carmen Martín Gaite, cuando decía: “¿Y si lo interesante estuviera en las ramas?”, me abstengo de acabar con más conclusiones que las que seáis capaces de encontrar por todas las ramas en las que tan gustosamente me he perdido. Sugiero hacerlo como dice Marina, “buscando relaciones muy lejanas, pero pertinentes”…
Querido amigo;
Lo que escribes expresa sentimientos profundos y una visión vital ciertamente complejos.
Schopenhauer decía que la soledad es la única manera de ser libre.
Tiene razón.
La soledad no debe confundirse con el aislamiento.
En inglés hay una distinción sutil ente solitude y loneliness y eso nos ofrece un resquicio par ubicarnos mejor.
Un amigo, bastante mayor que yo me dio hace ya muchos años un libro de esos que marcan: Seneca; Cartas a Lucilio, y en la dedicatoria -lapidaria- me dijo lo siguiente: “Leoncito, manténte exiliado de las pendejadas”.
Nótese la expresión exiliado cuyo significado es muy distinto del de alejado.
En fin que espero que nos sigamos acompañando por esta senda en la que militamos.
Te abrazo
León
Muchas gracias por tu comentario ilustrado, León!
Un abrazo