Las cosas son como son y para nosotros son como las percibimos. Los lugares, las personas, acaban siendo la suma de la experiencia que de ellos tenemos y la información que adquirimos. Pero la vivencia personal pesa mucho a la hora de configurar “una realidad” en nuestro imaginario.
Pensar en Uruguay me emociona, me hace feliz. Tengo un buen recuerdo. El de un pequeño gran país con fuerte personalidad. Los uruguayos están muy orgullosos de este -en realidad- no tan pequeño país. Pequeño comparado con sus vecinos argentinos y sobre todo brasileños. Pero equivale aproximadamente al territorio de Suiza, Holanda y Dinamarca juntas. No llega a 3,3 millones de habitantes y más de la mitad viven en la entrañable ciudad de Montevideo y su área metropolitana.
Para mí Uruguay es sobre todo Montevideo y Carrasco, Piriápolis y más fugazmente Colonia, una pequeña maravilla colonial. Una pequeñísima -salvando las distancias- Cartagena de Indias. ¿Qué más es Uruguay? Es Pablo Vico, Hugo Mussacchio, Brenda, Galimberti, Analia Piñeyrúa, Pepe Solari…
Es el Hospital Militar, el proyecto de reforma del sector salud financiado por el Banco Mundial en la primera mitad de los 90. Es el Hotel Lafayette en la calle Soriano. Es Sandra Rosenhouse. Son las Ramblas y las playas de arena fina que bordean a lo largo de unos 30 km el Río de la Plata. Ramírez, Pocitos, Puertito de Buceo, Malvin, Playa Honda, la de los Ingleses, Mulata, Carrasco, Miramar… Evidentemente también es el turístico Mercado del Puerto.
Es la Avenida 18 de Julio -ninguna relación con el fascismo español, tan presente hoy en todas las instituciones del Estado-, el Palacio Piria, la Plaza de la Independencia con la estatua ecuestre y el mausoleo del héroe nacional, el Libertador Artigas, y el Palacio Salvo. Es el Teatro Solís que siempre me ha impresionado. Más pequeño y modesto que el Teatro Colón de Buenos Aires, tiene un gran encanto y un programa remarcable. Como el Liceo, se quemó y ha sido magníficamente restaurado. La Plaza de la Constitución con la Catedral, la según algunos afrancesada calle Sandari…
Uruguay es para mí el Peñarol de Montevideo y también el Nacional. En Uruguay yo soy del Peñarol. Dado que el Nacional, no sé por qué lo asocio a la petulancia porteña del River Plate y, lo que es peor, al Real Madrid, en Argentina, debería ser del Boca Juniors y… no sé por qué no me acaba de encajar. En Brasil ninguna duda: ¡¡¡del Santos de O Rey Pelé!!! Cuántos sueños infantiles asociados al grandísimo Edson Arantes do Nascimento. Que Luis Suárez provenga del Nacional, ha mejorado mi sentimiento hacia el rival de Peñarol. Eso y que todos los amigos uruguayos de Peñarol, me dicen que “es un gran tipo, muy modesto”. Imagino que una visión como la que podamos tener los seguidores del Barça de Iker Casillas o de Vicente del Bosque, por citar a dos símbolos del madridismo que en general caen bien.
Siempre me ha apasionado la historia de los “33 orientales” promotores de una insurrección desde lo que hoy es Argentina para recuperar la independencia de la entonces llamada Provincia Oriental que comprendía el actual Uruguay y parte del actual estado brasileño de Río Grande do Sul, perteneciente entonces al Imperio de Brasil. La querían anexionar a las entonces llamadas
“Provincias Unidas del Río de la Plata”. Pero los británicos, inquietos -por sus intereses comerciales- ante la perspectiva que ambos lados del Río de la Plata fueran argentinos, actuaron de intermediarios, promoviendo la independencia de lo que hoy es la República Oriental del Uruguay. Un país consolidado y orgulloso de sí mismo con una clara y definida personalidad.
¡Ah! Y según los uruguayos, Carlos Gardel era uruguayo. Dicen que era de Tacuarembó. Los franceses dicen que era de Toulouse y los argentinos lo consideran suyo. Murió nacionalizado argentino, eso sí.
Recuerdo una noche de verano de 1995 o 1996, volviendo de Piriápolis a Montevideo en un viejo coche americano descapotable, de aquellos que se pueden ver en Cuba, pero bien conservado, equipado con una radio propia de la época del coche (años 50), escuchando cantar reavivados por la brisa del mar, Carlos Gardel, “Volver“, “Caminito“, “El día que me quieras“… Era tarde. Habíamos cenado un asado en la casa de veraneo de Pablo Vico y volvíamos hacia la capital. Cierro los ojos y recuerdo aquella noche estrellada bordeando el Atlántico sur con aquel viejo automóvil, escuchando a Pablo tararear, no sin emoción, los tangos de Gardel mientras conducía… Qué curioso que un género que normalmente ignorarías o simplemente no te gustaría, escuchado en su entorno, en el Río de la Plata o en el café Tortoni de Buenos Aires por ejemplo -especialmente cuando no era súper turístico como ahora- te puede conectar de una forma especial con aquella tierra y sus gentes…
No puedo recordar cuándo exactamente y desde dónde llegué a Montevideo por primera vez. Debía ser a finales de 1993 o principios de 1944. Llegué al Aeropuerto Internacional Carrasco, previa escala técnica en Buenos aires (sin bajar del avión) pero no recuerdo si venía de Europa, de Canadá o de Estados Unidos. Sí recuerdo perfectamente que fue mi primer viaje a América del Sur. Conocía México y América Central, pero no América del Sur. Significó el preludio de un cambio de vida laboral -y más que laboral- y de un montón de viajes al mismo Uruguay, Argentina, Chile, Brasil, Perú, Paraguay, Venezuela, Ecuador, Colombia… Todos los países del continente, excepto Bolivia, donde no he estado nunca.
Sí sé que estuve por última vez en Uruguay el año 1997 cuando estando en el Hotel Lafayette recibí una llamada a las 4 de la madrugada que cambiaría mi vida … (ver post “Verano andino” del 28 de enero de 2018).
Así que aprovechando que estaba en Chile, en un par de horas de avión y después de cruzar de nuevo los Andes, Argentina y el Río de la Plata, me planté en Montevideo. Y descubrí el nuevo Aeropuerto Internacional de Carrasco General Cesáreo L. Berisso que, por pocos kilómetros se encuentra en el Departamento vecino del de Montevideo, de nombre “Canelones”. Pregunté y me dijeron que había sido inaugurado en 2009. También pregunté por PLUNA (Primeras Líneas Uruguayas de Navegación Aérea) -que tantas veces había usado entre Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile y Asunción- y me dijeron que ya no existe.
La terminal antigua, se veía como una barraca triste… La nueva solo dispone de 4 fingers, pero es bonita y moderna.
Tenía pocas horas, muchas ganas de aprovecharlas y la pretensión de recordar y sentir. Nada más. Empecé por Carrasco, barrio rico y residencial donde está el aeropuerto. Eran las 11 de la mañana, la temperatura de 28 grados y la humedad del 80%. Cogí un Uber que me dejó en el antiguo Casino de Carrasco, hoy un moderno Sofitel de 5 estrellas que mira a la playa y al Río de la Plata y que ha conservado la magnífica estructura histórica. Está en la esquina Alfredo Arocena con la Rambla de México (hay kilómetros de paseos, denominados ramblas, bordeando el Mar del Plata).
Arrastrando la pequeña maleta de cabina con ruedas, llegué a la Playa Carrasco y caminando por la arena me acerqué al Atlántico -mezclado allí con agua del Río de la Plata- que estaba excepcionalmente furioso. Olas enormes en un lugar donde el río/mar es más bien tranquilo. Caminé por Alfredo Arocena viendo que junto a las viejas mansiones aristocráticas habían proliferado muchas tiendas de moda y lujo. Pronto, sin embargo, recalé en el “Restorán García”. Una parrilla famosa en Montevideo. A pesar de los ventiladores que impulsaban vapor de agua, poquita gente en la terraza. Dentro lleno de comensales disfrutando de platos exquisitos y del aire acondicionado. Camareros de aquellos con pantalón, chaleco y pajarita color negro y camisa blanca te ofrecían chivitos, rack de cordero, chorizo o baby beef con vinos típicos de Uruguay hechos con uva tannat y también buenos vinos argentinos y chilenos y… helados italianos.
Entre los comensales, veraneantes brasileños, argentinos y locales muchos de ellos de origen claramente italiano por sus inequívocas fisonomías, pelo blanco plateado y ojos azules.
Hablaban fuerte, yo estaba comiendo solo y era imposible no escuchar la conversación de la mesa vecina. Tres generaciones de una misma familia, con acento inequívocamente uruguayo y todos ellos de aspecto muy elegante, hablaban, de… ¿de qué iban a hablar?… ¡Evidentemente de fútbol!
Los que sois indiferentes al fútbol -no digamos ya los que sois de aquellos que no entendéis cómo 11 tíos corriendo detrás de una pelota pueden trastocar a personas que no hayan perdido sus facultades-, si alguna vez viajáis a Uruguay, perderéis un punto de conexión de los que van directos a las emociones más intensas de los uruguayos. ¡Si no eres uruguayo, nunca entenderás el significado profundo, la trascendencia social, del llamado “maracanazo”, para el orgullo y el sentimiento colectivo de este pueblo! ¡No exagero: sin comprender y empatizar con el “maracanazo”, no se puede conocer de verdad Uruguay!
Situémonos. Brasil. El país vecino. 208 millones de brasileños contra escasamente 3,5 millones de uruguayos. 8,5 millones de km2 de territorio contra 176.000 km2. Año 1950. Copa del Mundo de fútbol ni más ni menos que en Brasil. Río de Janeiro. Estadio de Maracaná, uno de los grandes templos mundiales del fútbol. Brasil país anfitrión que aún no ha conseguido ganar ninguno de los 5 mundiales que hasta hoy ha conseguido. Final Brasil contra Uruguay. En la fase previa Brasil había goleado 7-1 a Suecia y 6-1 a España. A Uruguay le costó ganar a Suecia (3-2) y empató a 2 con España. Brasil favorito indiscutible. ¡¡¡Atención: 208.000 espectadores en Maracaná!!! ¿Os imagináis? Todo a punto para la victoria de Brasil, Río a punto de celebrar un carnaval en julio. Más de medio millón de camisetas de la selección brasileña vendidas con la inscripción “Brasil Campeao”. Se habían acuñado monedas conmemorativas de la efeméride que tenía que ser… Brasil marcó, Uruguay empató y cuando marcó el segundo gol, en Maracaná se hizo un silencio que impresionó a los 11 héroes uruguayos que hasta entonces habían aguantado el “taquigol” de Brasil y los cantos y el griterío de más de 200.000 almas. ¡¡¡Muchos salieron llorando de Maracaná mientras todo Uruguay era una fiesta!!! Aquella hazaña se conoce como “el maracanazo” y supuso la segunda Copa del Mundo de fútbol para Uruguay. Los orientales habían ganado la primera edición celebrada en 1930 en el Estadio Centenario de Montevideo. ¿Adivináis contra quién? ¡¡¡Ni más ni menos que contra Argentina por 4 a 2!!! ¡¡¡La República Oriental de Uruguay
independizada del Imperio de Brasil y que en lugar de integrarse a “Las Provincias Unidas del Río de la Plata” (actual Argentina), permaneció independiente, ganó un Mundial de fútbol a cada uno de los dos grandes países vecinos!!!
A los uruguayos les encanta explicar que, en realidad, han ganado 4 mundiales. Consideran que hasta el primer Mundial de 1930, el primero de la historia, el equivalente era el fútbol olímpico. Y ganaron la final de fútbol en los Juegos Olímpicos de París el año 1924 y en los de Amsterdam en 1928, contra Suiza y… -sí- Argentina (!) Respectivamente. ¡¡¡Aparte, este país de menos de 3,5 millones de habitantes, es el que ha ganado más veces la Copa América de fútbol!!!
¡¡¡Los comensales de la mesa vecina al “Restorán García” de Carrasco, ya soñaban con un tercer Mundial el próximo invierno austral en Rusia!!! No llevaba ni 3 horas en el país y después de 21 años, volvía a sentirme como siempre: como si estuviera en casa. Si creéis que este post es una crónica deportiva, o bien os equivocáis o bien he fracasado en mi intento. Pretende ser un intento empático de retratar el alma de una colectividad humana que me genera buenos sentimientos. Continuará…