Platón en “La República”, menciona la respuesta que le dio Sócrates a Glaucón con respecto a la remuneración de los gobernantes.
Me gustaría saber qué piensan quienes han concebido y hecho posible normas como la “Ley de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno”, o las disposiciones que equiparan a la baja los sueldos de directivos y trabajadores del sector público e igualándolos con los de cargos políticos. Como si la dificultad intrínseca del puesto de dirección, la responsabilidad ejercida, la experiencia requerida, la formación y el bagaje, la dedicación, los resultados… no fueran sobradamente diferentes como para discriminar niveles retributivos.
La apuesta hecha con estas normas, además de significar una extensión progresiva y desordenada del populismo, supone una acción contundente en favor de la mediocridad que conlleva cualquier equiparación a la baja, y favorece la expulsión del talento del sector público. Algunos directivos públicos con capacidad para competir por puestos en el sector privado ya están dejando la Generalitat.
Por este motivo me parece muy recomendable la lectura de este texto milenario, en el que Sócrates manifiesta su preocupación por conseguir que el interés por el gobierno de la ciudad atraiga a la gente más preparada. Dice así:
“¿Qué quieres decir con eso, Sócrates? -preguntó Glaucón-.
En cuanto a los dos tipos de remuneración, lo percibo, pero de qué castigo hablas y cómo lo incluyes en las clases de remuneraciones, no lo comprendo”.
Después de discutir las bondades de utilizar incentivos o castigos para promover el interés para desarrollar tareas de gobierno, Sócrates concluye:
“Ahora bien, el mayor de los castigos es ser gobernado por alguien peor, cuando uno no se presta a gobernar. Y a mí me parece que es por temor a tal castigo que los más capaces gobiernan cuando gobiernan.
En efecto, si llegara a haber un Estado de hombres de bien, probablemente se desataría una lucha por no gobernar, tal como la hay ahora por gobernar, y allí se tornaría evidente que el verdadero gobernante, por su propia naturaleza, no atiende realmente a lo que le conviene a él, sino al gobernado; de manera que todo hombre inteligente preferiría ser beneficiado por otro antes que ocuparse de beneficiar a otro (…)”.
¡Resulta interesante que la gran retribución fuera, al menos en aquel contexto, evitar ser gobernado por mediocres!
Trasladen esta reflexión socrática a nuestros días. Háganla extensiva, como hace el Parlament de Catalunya con las últimas tendencias normativas, a directivos y trabajadores públicos. Y también a profesionales de la sociedad civil que han aceptado colaborar desinteresadamente en los órganos de gobierno de instituciones públicas. No la limiten a los cargos políticos y consideren los efectos que puede tener la legislación catalana sobre transparencia y equiparaciones salariales a la baja, sobre la ciudadanía… ¿Están seguros que con esto se evitará la corrupción? ¿Han pensado en el impacto de este tipo de medidas en la captación o expulsión de talento del sector público?
¿Han pensado en cómo conciliar estas medidas con la cultura de valorar el esfuerzo y el mérito?… ¡Me parece que no!
Como tampoco piensan, probablemente, en el efecto sobre las generaciones futuras, en cómo podremos animar a nuestros jóvenes a optar por carreras de formación prolongada y a asumir responsabilidades, si lo que les espera es el escarnio o el igualitarismo indiscriminado con aquellos que han optado por opciones más confortables.
Finalmente, gobernar o asumir responsabilidades muy complejas sobre los asuntos públicos, quizás sí que acabará siendo un castigo.
Por último, no pretendo contraponer transparencia con mediocridad, como en su día tampoco pretendía contraponer -por más que los profesionales de la demagogia se empeñen en deducirlo de mis palabras- evaluación y control a autonomía de gestión y buenos resultados. Lo que sí que digo es que medidas tan populistas como inútiles -como las que contiene la citada “Ley catalana de transparencia”. o los sistemas poco ágiles, burocráticos, caros y estériles de control administrativo-, aparte de no tener ningún efecto sobre la contención de la corrupción, alejan el talento del sector público y condenan lo que debería ser una gestión eficaz y eficiente a ser una mera administración sin ningún objetivo que se pueda relacionar con el interés general o el bien común.
La transparencia es necesaria, como también lo es el control. Pero planteados con sentido y con rigor y seriedad. De lo contrario, como mucho, se puede tranquilizar la conciencia de alguna persona de buena fe. Pero bajo la apariencia de actuar como se debería, lo que en realidad se está haciendo es engañar a muchos mediante la manipulación sin escrúpulos del sufrimiento provocado por la crisis. Crisis que en esencia es de valores y, por tanto, causa y consecuencia, en círculo vicioso, de prácticas corruptas que hay que es necesario combatir, pero seriamente y sin efectos colaterales tan indeseables.
Compareteixo fil per randa tot el que comentes Josep Mª i t’agraeixo la teva reflexió.
Sense rigor i valentia política que reconegui (també retributivament)i dignifiqui la tasca dels directius/gestors públics de ben segur que aquesta mediocrització serà inexorable.
Gràcies Pau. Felicitats als que encara aguanteu. Avui he vist que el Director de l’Institut Català de Finances ha deixat la Generalitat per anar a la privada. Només els que tingueu una vocació de servei públic quasi espiritual o els que no reuneixin les aptituds i capacitats mínimes que els hi exigiria el sector privat -però que poden viure del “cuento” sense haver de retre comptes a ningú, en el sector públic-, aguantaran aquesta vexació, fruit de la covardia que impedeix a diputats i Govern fer front al populisme demagògic i antisistema. Pel que fa a personatges destacables de la societat civil que per altruisme i sentit cívic accepten regalar hores del seu escàs temps a la causa pública, amb la ridícula Llei de transparència aprovada pel Parlament de Catalunya, deixaràn de col.laborar. Aquest és el camí adequat, òptim per situar Catalunya al nivell de les pitjors “repúbliques bananeres”.