Barcelona, 31 de diciembre de 2022
Bueno, finalmente, este tercer post de la serie es el que quería escribir. No tenía nada más previsto, más allá de lo que he avanzado sobre Leo Messi. Lo demás, los dos post anteriores, ha surgido a raíz de la fase terminal y la muerte de Pelé.
Hace pocos días, una amiga mía me decía que, a menudo, soy muy contundente en las manifestaciones que hago en mis post. Tengo la sensación de que hay de todo, pero seguramente tiene razón esta chica. Por si no la tuviera, voy a dársela ahora mismo, al referirme a la hipocresía que, bajo mi punto de vista, ha dominado el cómo se ha tratado el tema de que Qatar fuera la sede del Mundial de fútbol 2022.
Días antes del comienzo del Mundial, y al inicio de la competición, los Media iban llenos de críticas, por hacer un Mundial en un país en el que la mujer es un ser de segunda, tercera o cuarta división, en el que las condiciones infrahumanas de los trabajadores que construyeron los estadios de fútbol y ciertas infraestructuras, provocaron la muerte a 6.500 de ellos (400 o 500 según las autoridades qataríes), dirigido por un régimen dictatorial… Los primeros días, diferentes selecciones y jugadores debían llevar símbolos de protesta por la discriminación, por razones de género y otras vulneraciones de derechos fundamentales.
La realidad es que, más allá del futbolista iraní, Amir Nasr-Azadani, condenado a muerte por apoyar las manifestaciones en favor de los derechos de las mujeres, no ha pasado nada más, destacable. Y de este futbolista, aparte de que durante el Mundial no ha habido ningún acto de denuncia por su condena a muerte, poco se ha oído hablar. Cuando el balón empezó a rodar, el fútbol y todo lo que arrastra como deporte, espectáculo y fenómeno social de masas, que mueve miles de millones de dólares, euros o lo que sea, ha monopolizado el interés y, hasta que no ha terminado el Mundial, prácticamente no se ha escuchado hablar más de estos hechos condenables.
En cuanto a los Media, redes sociales, periodistas, opinadores, tertulianos… mi sensación es de predominio, tragicómico, del desgarro de vestiduras, para quedar bien. Siento que ha pesado más la apariencia inherente al oficio —por no decir la actividad, a tenor de la crisis que sufre el periodismo profesional riguroso—, que ha pesado más el fariseísmo, que ha llevado a muchos a hacer grandes numeritos, y mostrarse indignados y escandalizados, por celebrar un Mundial de fútbol en Qatar, que el posicionamiento meditado y responsable.
Nos guste o no, vivimos en un “mundo líquido” en el que la máxima marxista (de Groucho Marx) “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”, se aplica plenamente a la mayor parte de nuestra sociedad.
El objetivo final es la crítica, aparentemente, por la crítica. Pero, realmente, es la crítica para facturar. Porque despotricar de todo el mundo, monopolizar las comidas y cenas con acoso y derribo, lanzados desde telediarios y aparatos diversos —la mayoría con pantalla, porque la aberración visual vende—, da dinero. Y ante el dinero, los principios se estiran como un chicle, se deforman, se malean y, si es necesario, se cambian, sin miramientos. Y encima se hace con justificaciones, supuestamente, éticas.
Presentar el fútbol como “el opio del pueblo” para descerebrados o “personas con capacidades diversas” (sobre todo, sobre todo, las formas, eso sí. ¡No nos vayamos a saltar las formas! El fondo… eso ya es otra cosa), es olvidar que es el mismo Qatar de antes, cuando poco se hablaba de ello. El mismo que organiza Grandes Premios de Fórmula 1, de MotoGP, diferentes Open de tenis y lo que haga falta, sin que toda la panda de cínicos de los Media, “se exalten” tanto. ¿Por qué? Porque las audiencias y los beneficios económicos no son comparables a los del Mundial de fútbol.
Pocos de ellos se han escandalizado de que la monarquía española, corrupta, esconda al Borbón, manifiestamente degenerado, en Abu Dhabi, emirato primo hermano de Qatar.
Tendría que revisar cuáles fueron las reacciones a que el anterior Mundial se hiciera en la Rusia de Putin, el de 1982 se otorgara a España, años antes, en plena dictadura franquista, el de 1978 lo copresidiera Videla o que hace un año se celebraran unos JJOO de invierno en Beijing…
Si hubo críticas, ¿cuánto tiempo duraron? ¿Cuántos días hace que no habéis escuchado ninguna crítica más sobre el drama humano que esconden Qatar y países homólogos?
Todo esto dicho desde la comprensión y el respeto a quienes hacen la crítica de forma reflexiva y sentida, y el rechazo y condena a la masa ingente de cínicos, practicantes de lo “políticamente correcto”.
Más allá de los Media y —pretendidos o reales— generadores e intoxicadores de la opinión pública, hay cientos de miles de personas, millones, a las que, en todo el mundo, les ha parecido escandaloso que el Mundial se celebrara en Qatar. Los entiendo perfectamente, porque a mí también me lo parece. Como me lo parece, decenas de cosas que suceden cada día, incorporadas con normalidad a la vida cotidiana, que no suelen preocupar demasiado a las “mentes bien pensanes que nos iluminan y nos guían, para evitar que descarrilemos”, como lo hacia en su momento la Iglesia. Hoy en día hay una proliferación de nuevos “seres superiores” que, dominados por la estética progre del lenguaje y de las formas, son cómplices -cuando no promotores- de las mayores aberraciones de nuestra “civilización”.
Retornando a los que nos gusta el fútbol, entre estos, salvo dignas excepciones que confirman la regla, pocos han dejado de ver los partidos. Yo he visto muchos partidos de este Mundial y he disfrutado muchísimo y, aunque quizás no todo el mundo lo entienda, he aprendido muchas cosas. ¡Hay políticos europeos de países, llamados civilizados —estos son los que conocemos, por ahora, a saber cuántos más hay— que se han llevado un montón de billetes en bolsas de basura —al menos las que parece que llevaba el Borbón manifiestamente corrupto, a Corinna, eran de viaje— para blanquear la imagen de Qatar! La mayoría nos hemos limitado a disfrutar del fútbol, sin ocultar la repulsa a tal “modelo de sociedad”.
El caso es que el campeonato del mundo de fútbol, de Qatar, ha batido récords de audiencia televisiva en todo el mundo.
En Japón, el partido Japón vs Costa Rica del domingo 27 de noviembre, de la fase de grupos (!) tuvo una audiencia media de 36,4 millones de espectadores, un 74% superior a la audiencia media nacional de la fase de grupos.
El jueves 24 de noviembre, en Corea, Uruguay vs Corea lo vieron más de 11,1 millones de espectadores. Un 97% más en comparación con la media de los partidos de la fase de grupos de Brasil 2014 y un 18% más que en Rusia 2018.
En España, el domingo 28 de noviembre, atención, a las cuatro de la tarde en el “país de la siesta”, el 65% de ciudadanos que encendieron la televisión, vieron a “la Roja” empatar a un gol con Alemania. ¡Entre la1 y la televisión de pago, 12 millones de personas vieron el partido por —o al menos se echaron la siesta delante de— la televisión!
Pero es que en los Países Bajos, más de tres cuartas partes del total de personas que miraban la televisión, el 76,6%, veían el partido que enfrentaba a su selección con Ecuador. ¡Se trata de la mayor audiencia televisiva del país durante 2022 y superior a cualquier partido del Mundial de Rusia 2018, incluida la final!
No sé cuántos millones de personas en todo el mundo vimos la final entre Argentina y Francia, pero seguro que la cifra fue descomunal.
Por más frustrante que resulte, me parece ingenuo creer que mientras no se encuentre una alternativa al sistema capitalista —si es que antes este no acaba con la especie humana. Ya sabemos que con el planeta no va a acabar. Este se defenderá de las agresiones de los humanos, que lo atacan y acabará con nosotros, si no reaccionamos—, se pueda evitar que un país como Qatar no tenga determinados reconocimientos, como celebrar un Mundial. A día de hoy, el elemento clave de la producción sigue siendo el petróleo. Sin los combustibles fósiles, no se produce. Sin producir no se consume. Y sin consumir el homo economicus, individualista, egoísta, más probablemente homicida de los descendientes que suicida, del siglo XXI, sin acumular bienes materiales, no conoce la felicidad.
Terres de l’Ebre, 3 de enero de 2023
La reacción de millones de argentinos, antes, durante y después de ganar el Mundial, en algunos casos, ha sido criticada, a partir de la idea de “¿cómo puede ser que teniendo el país que tienen, sobrado de problemas preocupantes y graves, se dediquen a hacer el loco por las calles de esta manera?”. Por lo general de forma sutil y, en este caso, seamos justos, la “palma” no se la han llevado los Media.
Personalmente, no puedo desligarme de los buenos recuerdos y los vínculos que tengo con este país. Tengo buenos amigos argentinos allá, aquí y en otras partes del mundo. Y acertadamente o no, justa o injustamente, este es un factor de peso a la hora de analizar hechos que acontecen allí. ¡Eh! Muchos de estos amigos son tremendamente autocríticos con su país, y me expresan —sin renunciar al orgullo de ser argentinos— cómo, en ocasiones, pasan vergüenza ajena.
A menudo he expresado mi pesar por lo que ocurre en Argentina. A mí, me sabe fatal, de corazón, algunas de las cosas que pasan allí. En más de una ocasión lo he expresado, más desde la preocupación empática, que desde el conocimiento (no soy un estudioso de la economía, la sociología, la historia… de la República Argentina). Sirva como ejemplo (ver “Otoño-invierno austral” del 30 de junio de 2016) lo que escribí durante un viaje a Buenos Aires:
“Me domina el malestar. Es una lástima —por no decir una aberración— que con la riqueza natural de este país —y pese a la enorme evasión de capitales— la desigualdad sea tan sobrecogedora. Se palpa en un ambiente de corrupción generalizada. No recuerdo ni una sola conversación en la que no se hablara del tema, con resignación —sincera o no—, con queja, pero dando por hecho con pesimismo, que la corrupción es estructural y generalizada. Por más extraño que parezca, lo que pasa en España parece de aficionados si se compara con lo que aquí se explica y se respira”.
Al acabar el viaje, escribí a un buen amigo argentino que lleva muchos años viviendo en Washington y, de su respuesta, a los efectos, de lo que pretendo, destaco lo siguiente:
“Lo de los contrastes y desigualdades daría para conversar bastante, resultado de lo que por aquellas latitudes llaman capitalismo salvaje, pero también de políticas y estilos de ejercicio del poder que utilizaron a los pobres como materia prima, y sin olvidarnos de la forma como se dilapidaron y/o robaron recursos públicos en cantidades astronómicas. Pero Buenos Aires sigue siendo una gran ciudad, y a mí como porteño me da una gran satisfacción que los visitantes la disfruten (…)”.
Durante los días del Mundial, hablé mucho con amigos argentinos varios. De Boca Juniors (fenómeno sociológico interclasista complejísimo, a la par que interesante) y de River Plate. Sobre todo de fútbol, pero también de esa relación inseparable entre país, gente y selección.
Recuerdo a Joan Patsy —que si no vive en Argentina, casi, debido al trabajo que hace para el el Manchester City—, en una entrevista con Jordi Basté, el día después de que Argentina ganara el Mundial que, interpelado —no puedo transcribir la pregunta exacta, pero sí el sentido de la misma— por la relación selección-país-gente, por cómo debía entenderse que cinco millones de argentinos llenaran el centro de Buenos Aires (y otros tantos, las calles del resto de pueblos y ciudades), balbuceó algo, a continuación vino a decir que si no eres de allí es imposible explicarlo y finalmente, creo que algo dijo. La que puede decir alguien que conociendo el mundo del fútbol, el sentimiento culé y Argentina, puede intuir, sentir de algún modo, pero no contar. No se puede explicar porque no es racional. No forma parte del terreno de la razón. Se ubica en el campo de las emociones, de los sentimientos.
Con esto muchos tendrán suficiente, para hacer notar el riesgo de no filtrar las emociones, a través de la razón. Yo digo, sí. Pero cuidado, que quizás vivimos en un mundo en el que que nos sobra racionalidad y nos falta mucha capacidad de sentir y expresar los sentimientos.
Voy a adentrarme en un terreno pantanoso y pediré a mis amigos argentinos que desmonten, si fuera necesario, mi interpretación.
Pondré un ejemplo que, probablemente a alguno de ellos, les parecerá lo que podría parecerme a mí, que ellos trataran de analizar comportamientos nuestros, a partir, por ejemplo de una cantada de habaneras.
Diría que antes de conocer Argentina, escuchar un tango no me había provocado nada en especial. Ahora tampoco, si no me concentro y no lo asocio a un recuerdo, a unas emociones vividas.
Cuando iba por trabajo a Buenos Aires, si no tenía compromisos para cenar, frecuentaba un restaurante tranquilo, céntrico —no muy lejano del Obelisco, que tanto hemos visto estos días en las celebraciones— que, creo recordar, se llamaba “Los Teatritos ”. Mientras cenaba, entraba cada día un hombre mayor —yo lo recuerdo como un hombre de ochenta y muchos o de noventa años— con traje y corbata, arrastrando los pies lentamente hasta el final. Subía a una especie de pequeño escenario, en el que había un piano, y empezaba a tocar tangos. Allí, en ese ambiente, con ese hombre de aspecto venerable, yo me fusionaba con lo que aquella música me transmitía. Y cuando se sumaba un bandoneonista que también cantaba…
Recuerdo un día que el buen hombre empezó a cantar Caminito. Por si no lo sabéis, dice cosas del tipo:
“Caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar. He venido por última vez, He venido a contarte mi mal…
Desde que se fue, triste vivo yo. Caminito amigo, yo también me voy…”.
Este tango tiene el nombre de un callejón que hay en el barrio de la Boca, no muy lejos de la Bombonera. Yo conocí el barrio de la Boca, antes de que fuera tan turístico como lo es ahora. Lo era. Pero nada que ver. Se trata de un barrio del que sí conozco la historia y me lo había caminado muchas veces, consciente de alguno de los peligros inherentes. Me enseñaron la casa de Juan de Dios Filiberto, el compositor de Caminito, situada a escasos diez minutos, a pie, de la Bombonera, que quizás todavía no os he dicho que es el estadio de Boca Juniors, una de las catedrales de Diego Armando Maradona, Nápoles aparte. Filiberto era de una familia de origen italiano y vivía en el barrio de la Boca, en una comunidad con muchos descendientes de genoveses…
Me voy por los cerros de Úbeda me diréis, ¿no? ¿Creéis que me he perdido? ¡No! ¡No me he perdido!
Me parece imposible conectar con la esencia de Argentina si habiendo ido a ver un partido en la Bombonera, contra River Plate o al Monumental de Buenos Aires, a ver River, contra Boca, no se ha experimentado alguna emoción positiva, más allá del juego. Ni qué decir si has visto un Argentina vs Brasil, alguna vez. Yo pude verlo en 1982 en el campo del RCD Espanyol, con un estadio lleno de argentinos y brasileños. Lo mismo digo de Uruguay, si no has visto a un Peñarol vs Nacional en el Estadio Centenario. En el caso de Brasil, ya no lo tengo tan claro, por lo que se refiere al fútbol de clubs. Sí en lo que respecta a la selección. He visto dos veces al Flamengo en Maracaná. Una contra el Palmeiras y la otra contra, precisamente, el Santos, el equipo de Pelé. Quizás me dejé dominar por el espíritu del “maracanazo”, que sentía en todo momento —cosas mías—, pero sabiendo que el fútbol, siendo muy central en Brasil, no me atrevería a decir, como digo de Argentina y Uruguay, que estos países no pueden entenderse sin el fútbol (Ver “Uruguay no se puede explicar sin el fútbol”, del 11 de febrero de 2018).
Y no es fácil. Entender lo que hay detrás del River y su afición, no es fácil para un extranjero —ni siquiera para un culé que nunca ha cortado, desde que nació, su cordón umbilical con el Barça—. En cuanto a la complejidad sociológica de Boca, ya me he referido a ello.
Entre los fundadores de River y Boca encontramos argentinos de origen británico, como Bard, y de origen italiano, como Baglietto, respectivamente. Ellos, como el autor de Caminito, son exponentes de una mezcla migratoria, rodeada de unas circunstancias muy determinadas, parecidas a ambos lados del Río de la Plata. De ahí salen Argentina y Uruguay, actuales, y se sedimenta el sustrato emocional de cada país, tan parecidos en los orígenes, pero distintos en cómo han evolucionado. La forma de vivir y entender el significado del fútbol, para mí es indivisible. La necesidad de reivindicar el orgullo nacional desde una cima del mundo, la del fútbol en este caso, es enorme. Para el pequeño Uruguay, sobrevivir entre dos gigantes como Brasil y Argentina… Para Argentina, salir de su desgracia, casi endémica, al menos desde hace años…
Retomemos ahora las estrofas y la música de Caminito o de cualquier tango. Ambas expresan nostalgia, tristeza, sufrimiento, dificultades, desgracias…
Me viene a la mente una frase que me dijo un amigo argentino: “Nosotros somos un país bajado de los barcos”. Españoles, italianos, británicos, ucranianos y muchos otros, pobres y desgraciados, que llegaron con una mano delante y otra detrás, en busca de una vida mejor, y que muchos no la encontraron. O que, encontrándola, después de generaciones, en el ADN familiar y colectivo, quedaron grabadas cicatrices emocionales que han acabado emergiendo a través de los tangos.
El análisis de cómo han vivido los argentinos la consecución de la Copa del Mundo, no me parece ajeno a la capacidad de sintonizar con ellos y, si no comprender en profundidad, al menos intuir el porqué de su idiosincrasia. También puede pensarse que una alegría como esta, cuando empieza el verano y en la calle se está bien, puede ser un paliativo para mucha buena gente que sufre las consecuencias de quienes, dentro y fuera del país, impidan que Argentina ocupe el lugar que le correspondería en el mundo.
Mis amigos argentinos se acabarán enfadando conmigo por mezclar tanto a Uruguay a la hora de explicar algo que, legítimamente, sienten tan suyo. Pero creo que muchos amigos argentinos estarán de acuerdo conmigo, si menciono una explicación de un amigo uruguayo. Sé que les costará asumirlo, por el hecho de que venga de Uruguay. Pero bastantes argentinos me lo han contado igual. Lo reproduzco:
“Nos alegramos de que Argentina salga campeón. Entre otras cosas, porque, al menos en estos momentos, los uruguayos no estamos sufriendo lo que están sufriendo en Argentina, con esta sarta de delincuentes que, desde hace tantos años, gobiernan un país riquísimo, que tendría que estar en otra situación.
A los buenos argentinos, su país les duele. Contextualizados por un pasado de opulencia y riquezas, que los ubicaba entre las diez naciones más ricas y prósperas del mundo, hoy la realidad los golpea.
Vargas Llosa dijo en un momento: ‘La Argentina tiene un cáncer que la enferma, pero no la mata, que se llama peronismo’.
Como vecinos a los que también nos afecta la situación de Argentina, estamos deseando, porque estamos viendo el sufrimiento de muchos de ellos que han venido a vivir a Uruguay, que Argentina, de una buena vez, solucione su tema. Y este triunfo deportivo, que ayude a mitigar las penas que están sufriendo los del otro lado del Río de la Plata.
En cualquier caso, de corazón y pensando que en su mayoría los argentinos son honestos, trabajadores y aman a su país, deseamos y queremos que de una buena vez encuentren el camino de la recuperación, sobre todo moral de sus conductores sociales. Puede y debe ser un gran país”.
En resumidas cuentas, por encima de las tensiones clásicas entre Argentina y Uruguay, un sentimiento —que comparto— de aprecio por Argentina, el deseo de que salgan adelante y la comprensión de lo que ha significado para una parte importante de argentinos esa victoria, más allá del fútbol.
Limitar el fútbol a lo que ocurre en el terreno de juego, en el vestuario, en el palco, en los headquaters de los patrocinadores, si queréis, es
huir de la realidad, que no es otra que el impacto social, económico, político, emocional… del fútbol. En Argentina es más inseparable que en ninguna parte y, no seré yo quien cuestione a ni un solo argentino por celebrar esta victoria, como lo que es, en toda su dimensión.
Por cierto, en la Francia de un Macron que parece el terapeuta personal de Mbappé, el equipo de este, el PSG, es propiedad de un fondo de inversión soberano de Qatar…
Leí la tercera entrega sobre el fútbol. El asunto te ha abierto la puerta para una serie de reflexiones y recuerdos, de eso se trata el afán de narrar. Hay mucho de tribal en la pasión futbolera. Estuve una vez en La Bombonera y fue una experiencia sociológica que no olvido. Hablas de Buenos Aires una ciudad muy particular de America Latina y de Argentina, un fenómeno social y político de análisis complejo y reiterativo. El mundial fue un torneo complicado y no me refiero al juego sino a las circunstancias que tan bien ubicas. No es la mejor expresión deportiva pero si de poder y dinero. Esa dicotomía con la pasión desbordada de la gente es muy llamativa. En Mèxico no tenemos ese problema mundialista, la mediocridad del fútbol de aquí es aplastante. Leer este texto me ha traído a la memoria las conversaciones que tenemos y que espero se repitan muchas veces más. Te abrazo desde la Gran Tenochtitlán.
Muchas gracias por tu comentario Leon.
Solo el hombre es el animal que tropieza tres veces con la misma piedra.
En mi adolescencia avanzada, la lectura de “Demian”, de Herman Hesse, con el descubrimiento del Dios Abraxas que integrava en una misma naturaleza divina, el bien y el mal, me sacó la presión, fruto del maniqueismo que sutilmente -o no tanto- el catolicismo religioso, cultural y social prevalente en Europa, metió en mi cabeza. En mi caso en la España nacionalcatolicista, un reducto abandonado entonces por Europa que, alguien me dijo que, ese artefacto extraño y podrido, debía ser “mi patria”. Por cierto, todavía hoy, nadie me ha pedido permiso ni perdón por obligarme a formar parte de ese enjendro . Pero ese es otro tema.
Precisamente el Estadio Azteca, fue el templo sagrado que me descubrió que Dios estaba más cerca de Pelé, Gerson, Rivelinho, Jairzinho, Tostao y cía, que de mi pobre Barça de 1970. La otra cara del fútbol la viví en vivo y en directo trabajando en “las tripas” del mismo, entre 2008 y 2010. Mira por donde, Abraxas de nuevo!
Decidí “olvidar”, hacer cómo que no había visto nada y volver a Misa cada domingo, sentado en mi localidad del Camp Nou, gozando del juego de Messi, Xavi, Iniesta, Puyol, Piqué…
Y, llegó Qatar 2022 y con él, Abraxas en su máximo esplendor. La cara, la misma emoción del niño de 12 años que descubrió algo maravilloso que le vió hacer a O Rei Pelé, en tu ciudad. Yo no quería morir sin ver al símbolo de mi pasión barcelonista levantando la Copa del mundo! (No olvides además que a mi selección nacional, no es que no la dejaran participar en ese obsceno mundial. Es que no la dejan existir! Ni siquiera momificada en un burka). Ahora bien, de nuevo la cruz: el diablo contenido en el Dios Abraxas, quiso que el Dios Maradona y el Mesías que le hizo pequeño, Messi, tuvieran que conseguir la gesta, en un contexto, solo apto para Borbones corruptos!
Y a miles de kilómetros de allí, todos los patriotas argentinos, los que se mueren de hambre y los que les quitan la comida, evadiéndola hacia Miami, enloquecían con el triunfo.
Y mi viejo pianista del extinto restaurante Los Teatritos, seguía tocando y cantando “Caminito” desde el cielo!
Abrazo, amigo!
PD Hoy empieza la Supercopa de España, en la que competirán tres equipos españoles y el Barça. Se celebra en Arabia Saudí! (Y diría, diría, que Piqué, no es del todo ajeno a que así sea)!