NÚRIA ORRIOLS. Fuente: EL MÓN

Anuncié cuatro, pero serán cinco, este como continuación del anterior. ¡El libro de Núria Orriols ha dado mucho de sí! Último post, pues, de la serie “Semana del 6/2/2023 al 13/2/2023”.

Cuando Francesc-Marc Álvaro preparaba su libro Ahora sí que toca, —la propia Núria Orriols lo situó como una especie de “primera parte” de su Convergència. Metamorfosis o extinción— también me entrevistó y me “compró” el “cuándo” el presidente Pujol decidió que había llegado el momento de activar el proceso de su “sucesión”, que ya llevaba tiempo preparándose. El “quién” estaba claro. Era Artur Mas.

No hace falta decir que no engañé a Francesc-Marc Álvaro con mi respuesta. Le dejé claro que era una impresión personal, que podía equivocarme, pero que tenía la convicción, tan íntima como poco científica, de acertar. Francesc-Marc lo publicó. Supongo que, siguiendo la lógica, pensó: “Si non e vero e ben trobato y como me cuadra con la información que tengo y, de todas formas, lo pongo en boca de otro (a mí me lo han dicho), no pierdo nada”.

El hecho se produjo el domingo 17 de octubre de 1999, en una sala del hotel Majestic, donde varios cargos del Govern y del partido seguíamos la noche electoral. Yo estaba observando muy atentamente, a escasos dos metros de él, cómo el presidente Pujol, con los ojos clavados en la televisión y murmurando algunas palabras, veía, por un momento, cómo Pascual Maragall le ganaba la partida. Durante unos instantes vivió el “destronamiento”. Al final no fue así por los pelos. Maragall sacó más votos, pero CiU ganó en escaños. Duran i Lleida, Pere Esteve —si viviera— y, modestamente, yo mismo, podríamos explicar lo que costó, unas semanas después, negociar in situ con Alberto Fernández Díaz, y Duran, telefónicamente con Moncloa, la investidura de Pujol. Estoy seguro de que ese domingo de octubre de 1999, Pujol decidió que no volvía a pasar por ese trance. A partir de ahí empezó el ascenso de Mas, primero repitiendo como consejero de Economía con competencias reforzadas y después ocupando el puesto de conseller en cap (consejero en rango de jefe del Govern).

Se dice que Artur Mas fue “el elegido” por el hecho de tener la confianza de Jordi Pujol Ferrusola y de su hermano Oriol y, a través de este, del “pinyol” (núcleo duro del partido). Desconozco cuál era la relación entre Artur Mas y el primero, pero algo viví de la relación con el segundo. Aparte de compartir con él, muchas veces, opiniones sobre Mas.

Bueno, para los históricos de la casa (comencé a militar en CDC en 1976, con dieciocho años, un año antes de que el partido fuera inscrito en el registro de partidos políticos), Mas tardó en dejar de ser anónimo. Empezó ocupando una plaza de jefe de servicio en la Generalitat, en 1982 y pese a alcanzar un puesto de concejal en el Ayuntamiento de Barcelona en 1987, y aunque no recuerdo la fecha de su afiliación a Convergència, fuera la que fuera, tardó en hacerse presente. No procedía de la JNC, ni de la FNEC (Federació Nacional d’Estudiants de Catalunya), como Oriol Pujol, ni de la Crida a la Solidaritat, como David Madí, donde coincidió con Jordi Sànchez, ni siquiera del GEN (Grup d’Estudis Nacionalistes, gestado por Josep Espar Ticó) donde Jordi Pujol Ferrusola estuvo un tiempo. Pero había estudiado en el Liceo Francés y en la escuela Aula. Digo esto porque coincido totalmente con uno de los consejeros más importante de diferentes gobiernos Pujol, cuando me dijo: “El día que supe que (Mas) había estudiado en el Aula, lo entendí todo”. Este consejero, hacía tiempo que sabía que Artur Mas conocía a JPF. Pero le fue más útil saber que había estudiado y destacado en la escuela Aula, más que la relación con la familia Pujol, para “entenderlo todo”. Una opinión que comparto.

Cuando conocí a Artur Mas, no me costó apreciar en él, el estereotipo de exalumno, probablemente brillante, de la escuela Aula. Un hombre inteligente, meticuloso, discreto, reservado, que parecía pensar de forma similar a la que se movía, que todo lo que sabía hacer, lo sabía hacer bastante bien, que sabía hacer muchas cosas y que las que no, las aprendía rápido. Su nivel de inglés y francés era excelente, detalle importante cuando se habla de políticos. Al nacionalismo se incorporó tarde. Quizás su evolución política y de posicionamiento nacional no fue rápida. En cualquier caso, si en algo era lento, hacía buena la frase “lento, pero seguro”. Era confiable, no engañaba y… ¡era disciplinado! Aparte de serlo por naturaleza, aprendió rápido que los supuestos aspirantes a la “sucesión” que le precedieron, y no salieron adelante, fue por una forma u otra de “indisciplina”. La disciplina de Mas, llegó al extremo de que, cuando sintió la necesidad de “enterrar” a Pujol, ¡antes le pidió permiso!

Núria Orriols habla de “Operación Canonges: la construcción del liderazgo de Artur Mas”. Tal y como está escrito, intuyo de dónde puede provenir el flujo principal de información. El documento “Operación Canonges” existió y su autor, David Madí, era un buen estratega. Y sí, ciertamente, planteaba propuestas para poner al alcance de Artur Mas, el control del partido, el del gobierno y el de la coalición CiU. Pero creo que las cosas, en realidad, fueron bastante más simples.

En cuanto al control del partido, algunas previsiones del “pinyol” pasan por el secretario general, Pere Esteve, y por el de organización, Felip Puig. Bien, al contrario que su antecesor, Miquel Roca, no me parece que Pere Esteve, más allá de la formalidad, pintara gran cosa. Era un “operario cualificado” y obediente. Pero no del todo. Cuando quiso desmarcarse y avanzar en el terreno soberanista con “Galeusca” y la “Declaración de Barcelona”, el presidente le paró los pies de inmediato. Lo hizo utilizando el documento de la Fundación Barcelona, “Por un catalanismo renovado”. Pujol nos utilizó —a los de la Fundación Barcelona, y todo sea dicho de paso, nos avinimos bastante a gusto—, para contraprogramar la iniciativa de Esteve. Tras reunirnos una representación del patronato de la Fundación Barcelona con el presidente y Pere Esteve en Palau —en la que el presidente pidió un vaso de leche y galletas para merendar, y no nos ofreció—, se nos sugirió —y facilitó— que nuestro documento se filtrara a La Vanguardia. Así se hizo y la “Declaración de Barcelona” y “Galeusca”, pasaron a mejor vida.

Mas no necesitaba a Pere Esteve para controlar el partido. Ni siquiera a Felip Puig, que era quien lo controlaba de verdad. No los necesitaba porque Pere Esteve y aún más que él, Felip Puig —no olvidemos que sería consejero del Govern Mas, como lo había sido del Govern Pujol, mientras que Pere Esteve tuvo que “emigrar” a ERC para serlo— sabían que el verdadero control del partido lo tenía el presidente. Y, por supuesto, el del Govern, también.

Llegados a este punto y ya que hemos hablado de la fidelidad al presidente de Felip Puig, me pregunto en términos de política-ficción: si la tesis del libro, según la cual la familia hace y deshace y, por tanto, es la que en función de sus intereses (negocios) “pone a Mas”, ¿por qué no, en lugar de a Mas, a Felip Puig, por poner un ejemplo?

Felip Puig es amigo de JPF desde que iban juntos a la escuela. Según el libro, un hermano de Puig ya hace negocios con JPF —nunca nadie ha podido hablar de negocios entre el entorno de Mas y de JPF—, el control que tiene Felip Puig del partido, no lo tiene Artur Mas, y Puig nunca lo ha usado para cuestionar la jerarquía del presidente. Felip Puig parece ser más “flexible” que Mas… Sabemos que había tenido mejores y peores momentos con JPF. Pero sin embargo…

¿No será porque en realidad quien toma la decisión es el presidente, sin necesidad de “asesoramiento familiar”? Y si pensamos en el “pinyol”, ¿no será que el “pinyol” apuesta por Mas porque es la apuesta del presidente y no al revés?

El hecho —cierto— de que el “pinyol” pretendiera avanzar más en el terreno soberanista, en la nueva etapa respecto a la de Pujol, ¿no apuntaría más a un perfil tipo Puig —claramente soberanista— que un tipo Mas, más tibio? Mas acabará siendo soberanista y apostando por la independencia, sí. Pero tardará todavía y lo acabará haciendo por las experiencias vividas personalmente. Entre otros, la jugada de Zapatero con el nuevo Estatut y el portazo de Rajoy con el concierto económico.

En cualquier caso, me parece que Mas o cualquier otro que hubiera elegido el presidente, habría tenido que entenderse con el “pinyol” por necesidad mutua. Al fin y al cabo, representan, si no la generación, la siguiente hornada a la de Mas, Puig, a la mía, en definitiva. Son los que, de forma natural, deberían llegar a lo más alto con el siguiente presidente. En términos JNC, solo Lluís Recoder y Pere Macies —Ramon Camp y Joan Puigdollers son anteriores— han mantenido la constancia de Quim Forn, Quico Homs, Germà Gordó, Rull, Turull, Campuzano, Meritxell Borràs… Y, obviamente, Oriol Pujol.

Mas quizás los necesitaba aún más, porque más allá de Barcelona —donde fue presidente de Convergència— en ese momento necesitaba ayuda para llegar al resto del territorio. Y el “pinyol” necesitaba consolidar posiciones de poder, lo que se produjo cuando Mas fue nombrado conseller en cap.

Volviendo a la “Operación Canonges”, queda la cuestión del dominio de la coalición Convergència i Unió. Ningún conocedor de la realidad política podía creer que Pujol cediera su legado a Duran i Lleida. Por tanto, era evidente que si la opción de Pujol era Mas —que lo era—, Duran i Lleida no tenía nada que rascar. Antes, habría estallado todo. Mi penúltimo trabajo como secretario del Govern, en otoño de 1999, fue partir a trozos buena parte de mi estructura administrativa y repartirla entre Economía y Finanzas (Mas) y Gobernación y Relaciones Institucionales (de nueva creación para Duran i Lleida). Las instrucciones que recibí del presidente y de Artur Mas, fueron muy claras…

Para acabar de comentar lo que me ha sugerido Convergència. Metamorfosis o extinción me quedan un par de aspectos y una conclusión.

Mis comentarios, como es lógico, se han centrado más en la primera parte del libro y poco o nada en la segunda y la tercera. Como bien dice Núria Orriols en la dedicatoria, mi protagonismo es anterior a lo que trata la mayor parte del libro.

Los hechos de la segunda parte del libro, ya los viví —¡afortunadamente!— como ciudadano de a pie, alejado de la política. Me impliqué con

Fuente: LA VANGUARDIA

el 9-N y con el 1-O, como independentista convergente y socio de Òmnium Cultural, pero desde la calle, no desde la política. Lo que describe la tercera parte, no solo nunca me interesó, sino que me provocó rechazo. Tanto, que he tenido que hacer un esfuerzo por terminar la lectura del libro. Ya le he contado a Núria que esto no va en detrimento suyo. Se trata simplemente de mi reacción a los hechos posteriores al 1-O, que, admito, tiene mucha parte emocional. Tanto que la resumiría diciendo que he tenido la sensación de leer un tutorial sobre cómo fracasar estrepitosamente.

El otro tema pendiente, es el del llamado “roquismo” en general y el del hipotético “roquismo” de la JNC en particular. No negaré que la cuestión presenta algunos aspectros escabrosos. Pero si dichos aspectos son la cruz, la cara de la misma moneda es la capacidad de sumar corrientes internas hasta converger. Esto es Convergència. Pujol viene de la tradición socialcristiana, Roca del Front Obrer de Catalunya (FOC) donde militaba con Narcís Serra (con quien fue socio de despacho profesional), Pasqual Maragall, Rubert de Ventós, Isidre Moles…, y Trias Fargas es un liberal.

Simplificando y aceptando que cuando se crea la JNC, en 1980, Roca pueda representar la corriente más socialdemócrata, más de centro-izquierda de Convergència, es lógico que a los jóvenes, la mayoría “progres” por definición, se nos asociara a Miquel Roca. Recuerdo perfectamente que yo era etiquetado de “roquista” y el primer sorprendido era yo mismo. Lo del “pujolismo” y el “roquismo”, más allá de lo que pudiera tener de real, iba bien para muchas cosas. Desde justificar pugnas personales a diferentes niveles (lo ejemplifico con una que viví yo mismo, en el colectivo de CDC en el que militaba, en Sant Cugat, a finales de los años 70, cuando la lucha entre dos candidatos a encabezar la lista de las municipales se justificó diciendo que uno y los suyos representaban el “roquismo” y el otro y los suyos el “pujolismo”), hasta vender periódicos y dominicales de verano, pasando por explicar las renuncias políticas del propio Miquel Roca.

Quizás pueda tener interés, en este marco, la historia de la gestación del Grup d’Estudis Nacionalistes (GEN). Josep Espar Ticó, Miquel Esquirol y mossèn Ballarín nos reunieron en el santuario de Queralt, a principios de los 80 a un grupo de jóvenes de la JNC, entre ellos el Presidente Ramon Camp, el Secretario General Joan Oliveras y diria que al resto de miembros que formábamos la ejectuiva. Recuerdo a Carles Pazos, Albert Esteves y debían estar el resto, Jaume Padrós, Lluís Recoder… Aquel encuentro ha quedado grabado para siempre en mi recuerdo, por una frase de mossèn Ballarín. La siguiente: “¡Chicos! ¿Sabéis lo que significa ser catalán? Ser catalán significa lo mismo que ser cura. ¡¡¡Cortarse los cojones y freírlos en la sartén!!!”.

El hecho de que este concepto de “ser catalán” no acabara de convencernos, unido a la poca gracia que le hizo a nuestros instructores que cuando interrumpieron la sesión para ir a misa, no sé si solo uno de nosotros o ninguno, fuéramos, hizo que, aparte de autoexcluirnos, quedáramos descartados como piezas fundamentales del futuro GEN. Espar, Esquirol, Ballarín, opinaban que estábamos demasiado politizados y que los jóvenes teniamos que centrarnos más en valores esenciales. Del cristianismo, sí, pero también del país, del hecho nacional. Un cierto “purismo”, descontaminado de política. Curiosamente, hoy, la idea, me resultaria más sugestiva que en aquel momento…

Antes de seguir, quiero expresar mi profundo respeto, reconocimiento y cariño a Josep Espar, a Mossèn Ballarín y a Miquel Esquirol. Pero si el hecho de que los jóvenes allí presentes, estuviéramos más cerca de la visión política y de la manera de pensar de Roca, uniudo al hecho que Espar y Esquirol, con Jordi Pujol, Raimon Galí y otros, hubieran formado parte del CC, dedicado -hablamos de la clandestinidad- a “hacer país” más que a “hacer política”, y todos ellos fueran identificados como “el sector carca” de Convergència, si estos hechos nos tenían que definir como “roquistas” por contraste… Pues bien, sí, pero…

Mi opinión sincera —y probablemente no compartida por algunos de mis excompañeros de militancia juvenil— es que si los “roquistas” existían, también eran “pujolistas”. Y al revés. Mi sentimiento es que ni “roquista”, ni “pujolista”. Simplemente convergente.

En Convergència, todo el mundo era “pujolista” y Miquel Roca el primero. Pocas personas habrán sido tan leales a Pujol como Miquel Roca. Lo que no excluye que hubiera tensiones, algunas de ellas importantes. Pero Roca, hasta donde yo sé, ni en los momentos más difíciles fue desleal a Pujol.

En 1992, cinco convergentes se reúnen con Miquel Roca en su despacho. Estamos en uno de esos momentos de máxima tensión y quienes le acompañan le plantean llevar al Consejo Nacional de Convergència, la sustitución de Pujol, evidentemente por Miquel Roca, al frente del partido. Roca escucha y no dice ni una palabra. En el momento en que están acabando de presentarle el recuento de votos favorable, repasando nombre por nombre la lista de consejeros nacionales, Roca recibe una llamada de Pujol. Se va del despacho, habla durante casi media hora con Pujol, vuelve y les anuncia que la operación no se realizará, argumentando que el coste para el país sería demasiado elevado. Me puedo imaginar que como mínimo seré tachado de inocente si digo que en esta decisión, como en todas las grandes decisiones de Roca y de Pujol, la política solo se entendía dentro de un Policy framework, como valor superior.

Sin entrar en detalle con lo que sucedería al año siguiente, en torno a las elecciones generales en las que ya se preveía que el PSOE necesitaría a CiU para gobernar, reducir las diferencias entre Jordi Pujol y Miquel Roca a una simple batalla de “pujolistas” contra “roquistas”, en el terreno de la politics, es menospreciar mucho la talla política de ambos. Al final, las diferencias personales acaban siendo relativamente inseparables de las razones de peso político, que estar, estaban.

Roca defendía entrar en el Gobierno de Felipe González y Pujol mantener el apoyo parlamentario sin entrar en el Gobierno, para dejarlo caer cuando le conviniera. Y así fue. González no pudo terminar la legislatura, tuvo que convocar elecciones anticipadas en 1996 y lo demás ya la conocemos: la “dulce derrota” de Alfonso Guerra, la llegada de Aznar, el pacto del Majestic hablando el catalán en la intimidad, y peix al cove (método de Pujol que consistía en apoyar al partido de turno en Madrid a cambio de cesiones por parte del ejecutivo central) a mansalva, con traspasos tan importantes como las competencias de tráfico para los Mossos d’Esquadra.

Entre tanto, en 1995, Miquel Roca renunció al acta de diputado en el Congreso para presentarse a la alcaldía de Barcelona y perder las elecciones frente a Pasqual Maragall. A finales del mismo año, dimitía como secretario general de Convergència y anunciaba que no volvería a presentarse a las municipales de 1999. En 1996 abrió el bufete de abogados y sin hacer ruido, agotando el mandato municipal, desapareció, para siempre, de la política.

Explicaciones fáciles. “Roca quería ser ministro y Pujol se lo impidió”. Bien, tras ser uno de los grandes políticos del Madrid de la transición, es totalmente comprensible que quisiera acceder a un ministerio. Como lo es que Pujol no viera clara esa vía. Y por supuesto que había cierta dosis de politics en tal decisión. Habría sido raro ver al presidente de la Generalitat recibiendo a un ministro del gobierno de España que no dejaba de ser un “subordinado” en su partido. Todos somos humanos.

Pero ojo, también había una diferencia real en el Policy framework. Había convicciones políticas de peso en cada una de las dos estrategias divergentes. El significado político de entrar a formar parte del Gobierno de España, no se le escapa a nadie –y menos a Miquel Roca– trasciende el hecho personal de ser ministro. En 2002 Aznar le ofreció el Ministerio de Asuntos Exteriores a Roca, y este, dedicado a su despacho y absolutamente fuera de la política, desestimó el ofrecimiento. Al margen de cualquier otra consideración, Roca habría podido ser ministro con el PSOE, pero no lo habría aceptado —y no lo aceptó— con el PP. ¿Qué habría pasado si Pujol hubiera aceptado que Roca entrara en el Gobierno González? No lo sabemos. Sabemos lo que ocurrió en la realidad.

Queda una incógnita por resolver. Creo, al menos hasta donde yo sé, que no ha trascendido. Me refiero al pacto que hacen Pujol y Roca cuando este abandona la política…

Tampoco compro la fácil explicación, situada del todo en el terreno de la politiquería, según la cual Pujol forzaría la salida de Roca, para tener el camino allanado del todo y dominar el partido sin que nadie le hiciera sombra. Lo que según esta explicación sería la causa de echar a Roca, para mí es la consecuencia de una divergencia de fondos, en el marco del Policy framework, de cómo relacionarse con el poder de Madrid.

Aquella Convergència tenía sentido con Pujol y con Roca, con los dos. Roca sin Pujol deja la política y Pujol sin Roca, en el mismo 1999, esa noche electoral en el Majestic, ve las orejas al lobo y en el 2003 se retira.

Afortunadamente, no tardaron muchos años en recuperar la buena relación —o si lo preferís, restablecer el respeto mutuo— personal que todavía hoy se mantiene. El pasado 8 de febrero, Miquel Roca acudió a la presentación del libro de Jordi Pujol en la librería Ona, con toda la carga simbólica que tenía el acto. ¡Yo me alegré! A Duran i Lleida, por ejemplo, entre otros, no le vi.

Concluyo con una frase del libro. Núria Orriols dice: “Ahora bien, una cosa es que el proyecto de CDC, como tal, se haya esfumado del panorama político, en el sentido de que ya no hay ningún actor que encarne de forma mimética su práctica política, y otra es que hayan desaparecido los ‘convergentes’ o aquellos dirigentes que aún pueden sentirse identificados con un proyecto similar al edificado por Jordi Pujol. Es decir, Junts no es Convergència, pero la mayoría de ‘convergentes’ están dentro de Junts per Catalunya”.

Quizás la mayoría de “convergentes” están dentro de Junts. Pero yo conozco a bastantes que, como yo mismo, no militamos en ningún partido político, pero nos seguimos sintiendo convergentes y seguimos siendo independentistas. Como siempre.

Fuente: EL MUNDO

Por tanto, extinción, seguro que no. ¿Metamorfosis? Supongo… Pero no sabría acotar los nuevos contornos.

Termino con otra frase de García Márquez:

“Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”.

No cambian. No son otros. Son ellos mismos que “se han vuelto a parir”…

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