… Me dijo el hermano de Pep Morell en el tanatorio de Sant Gervasi antes de ayer. Jordi Morell y yo estudiamos Medicina juntos hace casi 40 años. Nos fundimos en un abrazo emocionado, impactados por el vacío que nos deja la muerte prematura de Pep. Conversé un rato con Babet, de repente viuda, y me aparté para dejar paso a la multitud de amigos y familiares que querían expresarles sus condolencias. Entré en la sala de vela donde los restos del Pep descansaban dentro de la caja, cerrada, con un escrito de él encima y una fotografía suya en la nieve, ataviado de esquiador. Era exactamente él. Cercano, con su mirada franca, firme y a la vez tierna. Siempre serena. Hacía menos de seis meses que en una comida de amigos, nos explicó que estaba enfermo. Todo ha ido muy deprisa. Seguro que para él, este periodo fue largo y doloroso. El momento de recogimiento y “diálogo” con mi amigo, se prolongó un rato cuando, ya fuera de la sala de vela me quedé desconectado del mundo y conectado con él, con la mirada clavada en aquella vista tan bonita que tiene de Barcelona este tanatorio, con el mar al fondo…
En este mundo enloquecido, deshumanizado y lleno de agresividad y tensión, se da la paradoja de que lo que da sentido a la vida, la única cosa que da sentido a la vida, que no es otra que el amor, amar, puede llegar a parecer que ha desaparecido o que se practica a escondidas. Se expresa poco, tenemos vergüenza de manifestarlo. Simplemente lo que ahora estoy haciendo, compartir este pensamiento en un blog, por lo tanto en el espacio público, incomoda a algunos, es considerado un acto de valentía para otros -he recibido comentarios en este sentido en algún post en el que he compartido sentimientos y vivencias personales-. Hay a quien, incluso, le parece de mal gusto. Como si determinadas expresiones tuvieran que quedar restringidas a los espacios de intimidad, a la distancia corta, en la conversación tête à tête con un amigo, un familiar, un ser querido. Como si hacerlo abiertamente equivaliera a practicar una especie de “exhibicionismo” impúdico, hiriente. Con suerte vivimos una doble vida: la oficial, donde el espacio para los afectos y el querer es cada vez más reducido, y la auténtica vida, donde todo lo bueno que llevamos dentro puede salir y expresarse. Con menos suerte, el espacio para lo que realmente es importante y da sentido a la vida, amar -o Amar- puede llegar a convertirse en tristemente exiguo.
Pensaréis tal vez: “¿Qué tiene que ver esto con la experiencia amarga de la muerte del amigo?”. Pues aparte de que la muerte y todo lo que le rodea, borran por un período más o menos largo cualquier otro hecho de la vida, y provocan que los mejores sentimientos salgan por el efecto de la pérdida de aquella persona que amabas y sientes que sigues queriendo y amarás… aparte este hecho, el recordatorio de la muerte de Pep hablaba precisamente de eso, de lo que es realmente importante en la vida y de lo que es accesorio, a pesar de ocupar mucho tiempo y aparentar ser lo más importante. Lo escribió él mismo y decía:
“Cuando la naturaleza me rodea me enloquece el alma. La naturaleza me es leal y me seduce como un descubrimiento inédito y no vivido.
¡Mi cuerpo y mi espíritu se sienten rodeados de calor y ternura, me supera! Sería capaz de todo, siento una mezcla de sensaciones como aquel adolescente desorientado que busca y no encuentra. ¡La vida te da y te quita, joder! Qué bonita y jodida a la vez.
Mañana me encontraré con la luz de la realidad y el placer que ahora me seduce, lo recordaré como la folia de un sueño vivido y con una sonrisa de complicidad de adulto. Pero este momento nadie, nadie me lo podrá quitar”.
Es posible que alguien -no lo sé- se extrañara de que Pep hubiera escrito estas palabras preciosas. Era un trabajador apasionado e infatigable, con una vocación de presencia social y participación asociativa que lo llevaban a estar en mil lugares, aparte de sus empresas. Desde la Oncolliga hasta la Cámara de Comercio, pasando por Òmnium Cultural y lo que queráis. Yo lo conocí en la Junta Directiva de la que fue la Mutua Metalúrgica, sector al que estaba vinculado por tradición empresarial familiar. Es posible, decía, que quien lo vinculara más al mundo de la empresa y del asociacionismo empresarial, se pudiera sorprender con este escrito. Yo -¡y seguramente la mayoría, no quiero ninguna exclusividad, por Dios!- no. En absoluto. Es más, si Pep no hubiera llevado en su interior todos los sentimientos y la humanidad que destila esta maravilla de escrito que personalmente desconocía, no creo que hubiéramos conectado al nivel que lo hicimos. Nos conocimos en el mundo de la empresa, pero a mí, más que el empresario brillante, el ingeniero industrial, me interesaba -y mucho- él.
Querido Pep, yo no soy nadie para interpretar lo que nos querías decir cuando escribiste estas palabras hermosas que muestran tu alma. Y no lo haré. Me imaginaré, sin embargo, un día de aquellos en que venías preocupado con alguna de tus cosas, íbamos a tomar un café y me dejaba cautivar por tu discurso pronunciado con cierta épica, con ironía y melancolía intercaladas, que se acompañaban de esa sonrisa tuya tan característica. Me imaginaré que esto que escribiste me lo explicabas, y te contestaré lo que te habría contestado o te contestaba cuando sacabas de dentro de ti toda la fuerza que tenías.
Cuando me hubieras dicho que la naturaleza enloquecía tu alma porque descubrías algo inédito y no vivido, habría tenido la sensación de que me hablabas de Dios para sintetizar en un significado comprensible aquello que sentimos que nos supera y nos hace sentir pequeños. Y nos identifica con nuestra verdadera esencia lejos del traje y la corbata, y el juego o juegos de rol que a todos nos toca hacer en la vida cotidiana. Por cierto, también te habría expresado cómo valoraba tu optimismo, tu carácter positivo. Decías: “Mañana me encontraré con la luz de la realidad…”. ¡¡¡Utilizabas, positivo como eras, el término “luz” para definir una realidad que muy a menudo y cada día más, presenta más sombras que luces!!! Así eras tú y eso admiraba de ti. Te imagino “allí arriba” con esa sonrisa amorosa y entrañable diciéndome: “No me extraña, ¿quieres dejar de ver la botella medio vacía de una vez?”. ¡Y aquí ya nos troncharíamos de risa los dos!
Cuando me hubieras dicho que la naturaleza -lo que la naturaleza le decía a tu alma, diría yo- te era leal y te seducía, y que tu cuerpo y tu espíritu se sentían rodeados de un calor y una ternura que te superaban… te habría dicho: “Explícamelo mejor, Pep. ¿De qué me hablas?”. Como no me puedes contestar te diré lo que hubiera interpretado yo. Habría entendido que me decías que te sentías querido y conectado con lo que daba sentido a tu vida. Y quizás no decías eso. Es lo que yo habría entendido. ¡Ya sabes todo aquello de lo que dice el emisor, lo que entiende el receptor y el juego de los disparates! Déjame decir, sin embargo, que alguno de los que hablaron en tu despedida -máxima representación de los que te quieren- hizo mención a que tú mismo te definías como una persona espiritual…
Y me ha encantado la asociación que haces, por un lado, entre “el adolescente desorientado que busca y no encuentra” -por cierto, mil gracias por los buenos consejos que le diste a mi hijo Oriol, que ahora termina sus estudios de ingeniería- y las sensaciones maravillosas de la naturaleza que nos sobrepasa y, por otro lado, “la sonrisa de complicidad del adulto“ cuando reencuentra “la luz de la realidad“. Eso sí, cuando concluyes con “pero este momento nadie me lo podrá quitar”, más que el adolescente, me recuerdas el niño que dicen que todos conservamos en mayor o menor medida. El niño libre de las servidumbres y las mezquindades que caracterizan a la vida adulta.
¡¡¡Me imagino a aquel niño feliz y contento aferrado a su juguete que le acompaña a todas partes gozoso y seguro de que aquel ya forma parte de él y no se lo arrebatarán!!! Me quedo con esta imagen, Pep.
Sí, sí. Ya sé. Te veo perfectamente. Con traje y corbata, gemelos y zapatos elegantes. Todo tú elegante y señor. Lo eras. En todos los sentidos. Lo eras porque eras auténtico. La imagen es agradable y el recuerdo entrañable. Eras auténtico porque sabías que la vida es “bonita y jodida a la vez” y que la “sonrisa de complicidad del adulto” respetable social y empresarialmente, nunca mató -ni siquiera hirió- a aquel adolescente que “busca y no encuentra”. Imagino que como muchos que te han precedido y muchos que te seguiremos -si tenemos la suerte de no perder lo mejor de nosotros mismos por el camino de los juegos de rol- en los últimos días de nuestras vidas, seguiremos buscando con ahínco lo que habremos buscado toda la vida. Y quizás la proximidad de lo irreparable, nos acercará a ello. Nos acercará a lo que sentiste tú y que tan bien expresaste en el que ha acabado siendo el recordatorio de tu despedida. Lo que seguramente ahora has encontrado y disfrutarás por siempre jamás. ¡Esto, como aquel maravilloso momento vivido en la naturaleza, ya no te lo podrá quitar nadie, amigo! Te lo has ganado durante toda una vida truncada demasiado pronto.
Estimado Pep, muchas gracias por todo lo que nos has dado de forma desprendida, entrañable y amorosa. Te echaremos de menos. Nos queda tu recuerdo y tu ejemplo. Descansa en paz,
Emotiu post
Gràcies Alex
Bon post!
Josep Maria,
Valoro molt positivament l’expressió dels sentiments. Tens raó, no és habitual, el teu escrit trenca aquesta discreció socialment majoritària que sovint s’identifica amb feblesa. Però no és fragilitat, més aviat al contrari, és simplement parlar/viure sense cuirassa defensiva i sense la disfressa “d’homes durs” que, en el fons, ens cal únicament per protegir-nos de la por.
Sense cap dubte, una persona que ha deixat empremta.