AUCKLAND

AUCKLAND

Una situación laboral inesperada me ha permitido viajar unos días y conocer Nueva Zelanda.

Lo que me lleva a escribir es la pretensión de tratar de transmitir sensaciones más que aportar información. Hay mucha disponible y de todo tipo. Alguna de estas sensaciones puede coincidir con información sobre este país o puede que contrastada con la misma, resulte poco ajustada a la realidad.

Por encima de todas las sensaciones, predomina, porque la he tenido durante todos los días que he estado en Nueva Zelanda, la de estar lejos. Muy lejos. Más lejos que nunca. Y para mí, que vivo en Barcelona, ​​esta sensación de lejanía es real. Hablo, por supuesto, de las antípodas. Más allá de la evidencia, trato de transmitir un estado integral, mental, como físico incluso, de estar lejos. Me pregunto a mí mismo si viviría en Nueva Zelanda: ¿Viviría?

Los inmigrantes con los que he hablado están muy satisfechos de vivir allí y no volverían a su país. Todos, absolutamente todos, coinciden en destacar que la vida es tranquila, que no hay estrés, que el país es seguro, que es el segundo país menos corrupto del mundo… Transmiten algo agradable y afirman sentirse felices y agradecidos a este país que los ha acogido.

Ron, un chileno que hace 40 años que vive allí y que ya es neozelandés, antes vivió en Suiza. Le parece que el país tiene todas las ventajas de Suiza (país limpio, ordenado, con una naturaleza desbordante, serio, confiable…) y en cambio no tiene la mayor parte de inconvenientes. Destaca que la gente en Nueva Zelanda es abierta, receptiva, tolerante, nada clasista, con sentido arraigado de la equidad, “cool, décontracté”, dice el políglota Ron. Amables, risueños, nada malpensados. Comparto esta opinión…

Ron me cuenta que los pioneers británicos huían de “las oligarquías” y que quisieron construir un país más igualitario. Me habla de una ley muy antigua que establece la nulidad práctica -en cuanto a privilegios se refiere- de cualquier título nobiliario o similar.

Steve, un escocés que hace 20 años que vive aquí, destaca el mismo tipo de virtudes y ventajas. Para él es importante el respeto que se tiene por la naturaleza y los animales.

Bramako, un hindú que apenas hace un año vivía en Delhi, dice que para él lo mejor es que no hay contaminación.

REGIÓ DE WANAKA

REGIÓ DE WANAKA

José Arturo, un mexicano que hace 15 años que está afincado en Auckland, es la antítesis del inmigrante añorado. Hoy en día es neozelandés y México le queda lejos. Tiene familia allí y suele viajar cada año, pero ni lo echa de menos, ni está afectado por esta sensación de lejanía que creo que yo tendría y que, curiosamente, no dejo de tener durante los pocos días que he estado en este maravilloso país, en el que me he sentido muy bien.

Todos ellos destacan las bondades del sistema sanitario público y de la educación pública. Me hablan bien de los dispositivos sanitarios y sociales de atención primaria y muy muy bien de la atención domiciliaria, en especial a las personas mayores. Me explican que hay algunos copagos mínimos que les parecen bien y que sí, que si lo que tienes no es grave, en ocasiones hay que esperar un rato en el hospital para ser atendido, pero que no pasa nada. Por otro lado, tienen claro que para eso está la atención primaria y que allí no te tienes que esperar tanto.

En un país en el que prácticamente no hay pobres, el nivel de vida medio es alto y hay pocas desigualdades, predomina el sentimiento de alegrarse de que a la gente le vaya bien, por encima de la envidia al que más tiene.

Las pensiones se pagan a partir de los impuestos generales (el tipo máximo sobre las rentas del trabajo es, según me dicen, del 36%) y no son muy altas. Todo el mundo tiene claro que tiene que ahorrar para la vejez y percibe la pensión como un complemento que ayuda.

Pocas huelgas, 4,5% de paro, papel escaso de los sindicatos… Parece ser que durante el mandato de Margaret Thatcher en Gran Bretaña, muchos sindicalistas -en especial escoceses- emigraron a Nueva Zelanda con intención “de agitar un poco la cosa”. Parece ser, sin embargo, que pronto fueron identificados y contrarrestados… Este país es demasiado tranquilo y acomodado para eso.

En una extensión como la mitad de España viven 4,5 millones de Kiwis (expresión coloquial para denominar a los neozelandeses) y más de 10 millones de cabezas de ganado que pastan en prados verdes preciosos e interminables. Los animales no viven en cautiverio. De esto, de exportar carne y sobre todo leche -y del turismo creciente, en especial el asiático- viven, y viven bien.

MILFORD SOUND

MILFORD SOUND

Parece que no se libran, sin embargo, de la especulación inmobiliaria, llevada a cabo en gran parte por los chinos. He visto a muchos, en especial en Auckland -la ciudad más grande, pero no la capital, que es Wellington- y la mayoría turistas. También trabajando. La inmigración es ordenada. Hay cupos anuales por países, lo que les permite controlar la inmigración a la vez que promover el rejuvenecimiento en un país envejecido, con una de las esperanzas de vida más altas del mundo. Como decía, no he buscado ningún dato. Lo dejo para el lector interesado…

En el puerto de Auckland he visto muchos veleros y embarcaciones deportivas (me dicen que miles) y ni allí ni en ninguna parte he observado ningún tipo de ostentación. Dejando de lado el deporte rey, el rugby -Nueva Zelanda es actualmente campeona del mundo, después de vencer 34 a 17, nada menos que a Australia, el año pasado- los deportes al aire libre, en el mar, en la montaña, los deportes de invierno, los deportes de riesgo, constituyen una característica del país. Yo diría que más que una cuestión de estatus, las embarcaciones forman parte de la vida de los Kiwi. Como la práctica del golf, deporte accesible y barato -dentro del baremo de precios del país- en un territorio verde y lleno de campos de golf.

La situación de los primeros pobladores, los maoríes -Nueva Zelanda fue uno de los últimos territorios de la Tierra conquistados por el hombre-, al parecer procedentes de la Polinesia Oriental, marca también una diferencia importante con la que se da, por ejemplo, en el caso de los aborígenes australianos, o los esquimales canadienses, o los indios americanos: están plenamente integrados. Hasta el punto de haber una cierta discriminación positiva a su favor. Pese a todo hay algunas quejas por parte de los descendientes de los pueblos fundadores… Lo cierto es, sin embargo, que hay carpinteros, camareros, albañiles y electricistas maoríes, como hay arquitectos, médicos, abogados, diputados y ministros descendientes de los aborígenes…

Sorprende que excepto en las entradas y salidas de algunas pocas ciudades, no haya autopistas. Me dan una explicación que no se si se corresponde o no a la realidad, pero que me llama mucho la atención y me gusta: no las necesitan. El número de vehículos en este país de 4,5 millones de habitantes y una extensión -como decía antes- como la de la mitad de España, hace que la sensación sea que no hay coches en las carreteras. He hecho bastantes kilómetros y he visto muy pocos coches, poquísimos, en comparación al estándar catalán. No he visto ni en la Isla Norte, ni en la Isla Sur, ni siquiera en las zonas más turísticas. Por una razón similar, prácticamente no hay trenes de pasajeros. Son de mercancías.

Las carreteras no son muy anchas, ni tienen arcenes. Cuando quieres parar, no es fácil. Tienes que esperar a encontrar un sitio que el prado adyacente lo permita o un área de descanso o espacios habilitados por ser de interés paisajístico. Durante el trayecto se cruzan muchos puentes (ríos) y la mayor parte de ellos son de un solo carril. Cuando te acercas la carretera se estrecha, pasando de dos a un carril y en cuanto sales se vuelve a ensanchar. ¡¡¡Casi nunca te tienes que esperar!!! ¡No hay coches! ¿Por qué aumentar el coste que supone construir un puente de dos carriles, cuando con uno basta?

Durante el trayecto me paré a cenar y a dormir en un Lodge de Turangi, en la Isla Norte, cerca del lago Taupo y del Parque Nacional de Tongariro, en casa de Rebeca y Jason. Ella es salvadoreña de origen y él neozelandés. La casa es bonita, limpísima y decorada con muy buen gusto. Me enseñan mi habitación, con acceso directo a un jardín muy bien cuidado y con árboles espectaculares. A pocos metros pasa el río Tongariro, de modo que lo único que se escucha es el ruido del agua del río, el canto de los pájaros y las hojas de los árboles movidas por el viento.

FRANZ JOSEF GLACIER

FRANZ JOSEF GLACIER

La casa desprende una atmósfera zen, sin que me parezca que sea la pretensión. Rebeca me pregunta si tengo alergias o restricciones alimenticias y me propone un menú saludable para cenar. Mientras cenamos me cuentan que han vivido años en Indonesia y en Tailandia. Son educados y respetuosos. Curiosos de conocer mundo con espíritu abierto y tolerante. Están retirados y, más allá del complemento económico que les pueda suponer hospedar a viajeros en su casa, les encanta compartir su hogar y conversar con gente que llega a su casa, desde los 5 continentes. Al día siguiente desayuno igualmente con ellos, igual de agradables y me entretengo menos, ya que tengo que llegar a Wellington, son unos cuantos kilómetros y quiero dar una vuelta por la carretera que recorre el Parque Nacional de Tongariro. Me recomiendan insistentemente que no me vaya sin pasear por el río y así lo hago. ¡Una maravilla!

Merece la pena mencionar también la noche que pasé en un paraje estremecedoramente solitario. Una cabaña en el lago Okarito, en la Isla Sur. Zona de kiwis (aves), pero no vi a ninguno…

Después de unos días me acabé acostumbrando a circular por la izquierda y a conducir sentado en el asiento de la derecha del vehículo que he alquilado. No lo hacía desde 2005.

En Nueva Zelanda alguien decidió un día que el verano comienza el 1 de diciembre, el otoño el 1 de marzo, el invierno el 1 de junio y la primavera el 1 de septiembre, en lugar del día 21 de los citados meses. A pesar de estar en el país a finales de primavera, principios de verano, he tenido más frío que calor. La temperatura máxima ha sido de 25 grados en la Isla Norte y la mínima de 3 grados en la Isla Sur. He pasado calor, he caminado por dunas desérticas, he bajado al cráter de un volcán, he visto lagos de aguas calientes (50 grados) desprendiendo efluvios de azufre, he visto diluviar y nevar, he caminado por un glaciar y he notado cómo el viento me cortaba la piel de la cara en el Mar de Tasmania, del mismo modo que ha cortado durante no sé cuántos miles de años las rocas en Punakaiki.

La naturaleza tiene una fuerza que salta a la vista en esta parte de Oceanía. Y juega malas pasadas. Hace pocas semanas hubo un terremoto en Kaikoura -7,8 grados en la escala de Richter- en la región de Marlborough, en el noreste de la Isla Sur. Afortunadamente, el lugar es poco habitado y murieron -si se puede decir solo- dos personas. Este terremoto tuvo más de 400 réplicas, una de ellas de 6,5 grados y otra de 6,2. Afortunadamente, el tsunami que se temía -se declaró el alerta- no se produjo.

MAR DE TASMÀNIA A PUNAKAIKI

MAR DE TASMÀNIA A PUNAKAIKI

En esta tierra de volcanes y movimientos sísmicos, en 2011, la ciudad de Christchurch, más al sur de Kaikorua, fue sacudida por otro terremoto de escala 6,3, pero en este caso, al afectar a una de las ciudades más grandes del país, dejó 185 muertos.

Pero dejando de lado los desastres naturales, impresiona la fuerza del agua. He visto rápidos fluviales de una fuerza que te dejaba parado mirando la furia incontenible del agua. ¡Me sorprendió cómo una foto tomada de lejos de estos rápidos, podía parecerse a una foto del glaciar Franz Josef! Un conglomerado de hielo considerable comparable a un enorme rápido fluvial congelado. Vi también saltos de agua espectaculares en los fiordos de Milford Sound, paraje bellísimo, situado en la parte más septentrional del país, en el suroeste de la Isla Sur, en una zona del planeta que debe ser de las partes habitadas situadas más al sur de la Tierra.

La vivencia en solitario de una naturaleza exuberante, de aquellas que empequeñecen, en un país tranquilo y poco poblado en el que los habitantes -seguramente conscientes de todas las expresiones de esta fuerza de la naturaleza- la respetan tremendamente, supone un contraste tan fuerte con la vida cotidiana en Barcelona que hace pertinente volver a la pregunta del principio: ¿Viviría en Nueva Zelanda?

Volviendo al país y a su gente en general, la sensación es tan positiva si se compara con lo que estamos viviendo, en general en Europa, que la pregunta se hace aún más pertinente.

Me encontré a un catalán -Salvador de nombre- que se fue hace 11 años de Barcelona -ahora vive en Fiji- y tiene claro que no le interesa nada volver. Me explicó que cuando iba a ver a su familia -normalmente una vez al año- cada vez quedaba más estupefacto de constatar la tensión palpable en la calle e incluso una cierta agresividad entre los miembros de su propia familia y los amigos. Una

MAR DE TASMÀNIA A LA REGIÓ D'AUCKLAND

MAR DE TASMÀNIA A LA REGIÓ D’AUCKLAND

ligera pérdida -pero progresiva- de las formas de comportamiento. Un hablar, no gritando, pero sí a menudo crispado. Y me decía que sentía lástima de ver que no eran conscientes del estrés y el malestar de fondo en el que vivían. El tono de voz, exageradamente alto, a menudo se volvía culpabilizador o poco considerado. Salvador no tenía ninguna duda de que mientras pudiera vivir en la tranquilidad de Fiji o -diferente, pero envidiable- la de Nueva Zelanda, donde quiere ir a vivir, no volvería a Barcelona ni a Europa, continente envejecido, con poco futuro y muy poco atractivo para los jóvenes.

Volvamos, ¿viviría en Nueva Zelanda? Os dejaré con la incertidumbre. En este momento para mí es una pregunta retórica y, por tanto, no la hago para dar ninguna respuesta. Sí para contribuir a la reflexión sobre cómo vemos a nuestra sociedad y cómo podemos contribuir para mejorar el clima social y la convivencia…

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8 thoughts on “RECUERDOS DEL MAR DE TASMANIA

  1. Helena Ris dice:

    Benvolgut Josep Mª:

    creu-me: NO tornis!

    et trobarem a faltar però ja farem per venir-te a veure
    🙂

    1. josepmariavia dice:

      És per pensar-ho quan veus el que passa a casa nostre

  2. Aina dice:

    Quina pau deixes en l’interior després de llegir aquest post. Ens cal tant a alguns que, com molt bé diu aquest bon senyor d’origen català que cites i molt entenimentat, el fugir d’aquest entorn crispat i malmès, per ser breu, i retrobar la lògica del que significa viure ha de ser tota una experiència, quasi, com tornar a néixer.
    Gràcies per compartir amb nosaltres les teves sensacions magnífiques. Tan debò puguis conservar-les un temps llarg.

    1. josepmariavia dice:

      País balsàmic quan vens del nostre! Gràcies pel comentari

      1. josepmariavia dice:

        Transcric una part d’un comentari rebut a través de Linkedin. Algú que coneix Nova Zelanda va preguntar a un amic d’aquell país: “Perquè la societat neozelandesa és tan justa i equilibrada”
        Resposta del neozelandés: “Estem molt barrejats, i som lluny de tot arreu…”

  3. Me ha encantado el texto. Es realmente interesante. Muchas gracias por compartirlo.

  4. Gràcies Josep Maria,
    com quan un es nodreix d’una bona novel•la, ens ofereixes un “surplus” de vida fent-nos participar dels teus sentiments , experiències, trobades, …

    1. josepmariavia dice:

      Gràcies Guillermo. L’objectiu era aportar alguna cosa més que la informació disponible, que n’hi ha molta. Si s’ha aconseguit poc o molt… perfecte!

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