Decía en el post anterior que en viajes de trabajo, si llegas a tener tiempo de escribir, puedes estar bastante satisfecho como para no pretender poder hacerlo en el momento óptimo. Ese momento en que alguna persona, alguna voz, alguna imagen o alguna sensación te impulsarían a escribir con una intensidad y una frescura que con los días se pierde.
Empecé este post hace 8 días en el aeropuerto de Miami y ahora estoy en Buenos Aires, donde por cierto, la temperatura es de 6 grados. Vivo el último día de otoño, mañana comenzará el invierno y, si Dios quiere, dentro de 3 días volveré a casa, donde estaremos en verano…
Estoy en el aeropuerto de Miami -llegué a este mismo aeropuerto hace exactamente 36 horas- a punto de embarcar hacia San José de Costa Rica, donde no he estado desde 1997.
Poco me esperaba coincidir con un colega de aquella época que, desde entonces, siempre se ha dedicado a la consultoría. Un americano de Chicago que hace exactamente 20 años o más que vive en Costa Rica. De hecho, no está muchos días al año. Sigue trabajando como consultor en países emergentes y se pasa media vida entre Europa del Este, África y América Latina. Ahora acaba de llegar de Bahamas y vuelve a casa.
Había quedado precisamente con él para cenar el mismo día en San José. Él que sabía que yo viajaba ese día desde Miami, pensó que quizás coincidiríamos en el vuelo, ya que yo le había dicho que llegaría a Costa Rica al mediodía.
La última vez que lo vi fue en Barcelona, donde vino con quien estaba casado entonces, una hispana irlandesa, y pasamos un fin de semana en Calella de Palafrugell.
Durante la cena de estos días en San José, en un restaurante japonés, me acabaría explicando que se separó hace años y que su pareja actual era de Bahamas, donde desarrolla buena parte de su trabajo y pasa bastantes días al mes.
Se instaló en Costa Rica porque su padre es “tico”. Así llaman a los habitantes de Costa Rica, como consecuencia de redoblar los diminutivos (“chiquitico” por “chiquitito” por ejemplo). El padre, médico, creo recordar que cirujano, emigró a Chicago, donde se casó con una americana. Mi amigo nació y creció en Estados Unidos, pero un negocio familiar lo llevó a Costa Rica y se estableció. Finalmente no se dedicó a este negocio, que era de plantaciones de plátanos, manufactura y venta.
Economista de la Universidad de Chicago, se interesó por los sistemas sanitarios y nos encontramos en el equipo de la contraparte, en la Caja Costarricense del Seguro Social, por un gran proyecto de consultoría financiado por el Banco Mundial. Proyecto del que siempre me he sentido muy orgulloso. ¡Implantamos elementos del modelo sanitario catalán en Costa Rica, antes que en Cataluña! (Mientras escribo, escuchando la radio por Internet, me entero de que se ha hecho público lo que para mí era obvio: el intento de destruir el sistema sanitario catalán, desde un Estado -espero que sólo de apariencia- fascista. Confío en que pronto se desenmascare también a los que, desde el populismo “chavista”, han hecho el juego a los nostálgicos de la dictadura, haciendo bueno el dicho de que “los extremos se tocan”).
Visité Costa Rica por primera vez en 1992. El país me pareció muy virgen. Al cabo de 3 o 4 años empecé a ir por trabajo. Durante un año, prácticamente iba cada mes. Un fin de semana me pude escapar a Guanacaste, en el noroeste del país, en el Pacífico, cerca de la frontera con Nicaragua, lugar donde estuve en el primer viaje. Me pareció otro país. Me resultaba increíble la proliferación de hoteles y el desarrollo turístico experimentado en tan poco tiempo. La maravillosa península de Nicoya, el Golfo de Papagayo, comenzaban una transformación que no me gustó…
Mi recuerdo de playas idílicas y solitarias, en las que estábamos solo acompañados de algunos
animales, ya era solo eso, un recuerdo. La imagen de aquel viaje es, sin embargo, la de mi hijo mayor, que entonces no tenía aún 4 años, corriendo de la forma inestable en la que lo hacen los niños de esa edad, por una playa solitaria, absolutamente llena de iguanas a las que perseguía divertido.
También recuerdo que una mañana, al despertarnos y abrir la puerta de la habitación -daba directamente a un pasillo exterior, a modo de motel- una iguana salió, a toda velocidad, de debajo de la cama, directamente hacia el exterior. ¡Había pasado la noche con nosotros!
En cuanto a la ejecución del proyecto de reforma de la Caja Costarricense del Seguro Social, con fondos del Banco Mundial, tengo un gran recuerdo. Por el buen trabajo realizado con los compañeros consultores catalanes, por la agradable experiencia vivida con los “ticos” y por el buen recuerdo del país. Un país tranquilo, seguro, con el régimen democrático más consolidado de Latinoamérica, sin Ejército y orgulloso de su sistema de prestación social. El cierre del proyecto coincidió prácticamente con el final de mi primera etapa de dedicación exclusiva a la consultoría internacional. En julio de 1997, viajé a Costa Rica, a Uruguay, a Argentina y me fui despidiendo de los clientes. Estando en Montevideo, recibí una oferta (una llamada me despertó a las 5 de la mañana) para volver a la Administración catalana, que acepté. ¡¡¡Hoy en día, por razones relacionadas con la noticia antes mencionada, la rechazaría sin perder ni un segundo!!!
El viaje terminó en Miami, en el mismo hotel del aeropuerto al que me referí en el post anterior, y el recuerdo que tengo es el de estar mirando por la ventana hacia el Downtown, más allá de Blue Lagoon, con la plena sensación de cerrar una etapa y haciendo un balance claramente positivo. El modelo sanitario catalán, vilipendiado y destrozado desde hace casi 10 años o más, de forma incremental hasta dejarlo tocado de muerte, había sido valorado internacionalmente de forma positiva, lo que me hacía sentir muy feliz. Ese día, con la mirada perdida en los rascacielos del horizonte, el sentimiento era agridulce. Por un lado, me dolía dejar esa actividad tan maravillosa y creativa, y por otro lado, sentía ilusión por volver a una Administración de la que me fui decepcionado por algunas decisiones que se tomaron que, a mi modo de ver, suponían empezar a frenar el empuje extraordinario con la que impulsamos la modernización de la sanidad catalana. ¡¡¡Poco imaginaba que la degradación llegaría al punto en el que se encuentra ahora!!!
Bueno, el pasado domingo, día 12, volví a Costa Rica después de 19 años y… no llegué a sentir las buenas vibraciones que experimentaba siempre que iba a ese país.
Descansé un rato en el hotel y desde la habitación esquinera que me asignaron, divisaba las montañas que conforman el Valle Central donde se encuentra San José, con nubes negras pegadas a las cimas. Época húmeda. Tormentas tropicales de tarde. Sensación, por las nubes negras, de que la noche llegaba más temprano en un país en el que el día termina hacia las 18 horas y comienza hacia las 6, con cierta variación (una hora o no mucho más), según la época del año. Muchos recuerdos… Recordé haber compartido trabajo con Rafael Bengoa en Costa Rica y habernos alojado ambos en ese mismo hotel.
Por cierto, si deseais visitar Costa Rica hacedlo. No es ni mucho menos lo que era, por el turismo, pero vale mucho la pena. La naturaleza es una maravilla.
Antes os hubiera dicho que no podíais obviar San José, porque allí está el aeropuerto. Pero si no fuera por eso, os lo podíais ahorrar. Ahora creo que os lo podéis ahorrar. El desarrollo turístico los llevó a dinamizar un antiguo aeropuerto cerca de Liberia, la capital de Guanacaste (a unos 230 Km de San José), transformándolo verdaderamente en internacional. En alguna ocasión había habido algún enlace con Miami, pero no se consolidó. Me cuentan que la idea es que el aeropuerto internacional Daniel Oduber de Guanacaste, acabe teniendo más movimiento de pasajeros que el aeropuerto Juan Santamaría de San José, el único durante muchos años para acceder al país. En cualquier caso yo he ido por trabajo y los dos días largos que pasé, los pasé en San José.
Hacia las 19 salí del hotel para llegar a las 19:30 al restaurante Hibachi, en Sabana Norte. Uno de los muchos restaurantes asiáticos -coreano-japonés éste- que hay en Costa Rica. Estaba vacío -según me dijo mi amigo, los domingos por la noche la gente no sale mucho a cenar-, pero era bueno.
Hablamos de muchas cosas. Cuando han pasado tantos años -la última vez que nos vimos, él no tenía hijos y los míos eran muy pequeños- se hace difícil ponerse al día en detalle.
– ¿Qué hace tu padre? ¿Ha decidido pasar la jubilación en Costa Rica?
– En parte. Se pasa largas temporadas. Se ha hecho una casa en la costa…
– ¿Está bien de salud?
– Bastante bien. Cosas de la edad: artrosis, dolor. Bueno, le pusieron 3 stents. Ya hace años. Está bastante bien…
– Me alegro. Mi padre pronto hará dos años que murió.
– Vaya… ¡Lo siento!
– ¿Sabes que se me había pasado por la cabeza vivir entre Costa Rica y Barcelona una vez jubilado?
– ¿Y por qué Costa Rica?
– Tengo buen recuerdo, me parece bastante seguro si no ha cambiado, es bonito y tranquilo, hay una democracia consolidada, el clima es bueno, si necesitas determinadas cosas, está relativamente cerca de Miami y… cuando te jubilas la capacidad económica mengua y con el mismo dinero en Costa Rica se pueden pagar más cosas que en Barcelona.
– Me parece una buena idea. ¡Yo ya hace 23 años que vivo allí! Cuando vine ni me lo imaginaba…
– Sí, la vida nunca sabes hacia dónde te llevará. No sabemos nada, de hecho…
La mañana siguiente tenía reuniones no muy lejos del hotel. Pasé por delante del “Gran Hotel Costa Rica”, hotel de época y con mucha historia, ante el “Teatro Nacional”. Me pareció que, en relación al recuerdo que tenía, la densidad de tráfico había aumentado mucho y las aceras y las calles no habían mejorado. Las veía iguales.
Fui a comer con Luis, viejo amigo ya jubilado. Me pareció que tenía muy buen aspecto, como si los años no hubieran pasado para él. El restaurante estaba ubicado en una antigua casa de tipo colonial muy bonita. Comimos en el exterior, en un espacio adjunto a la casa, bajo techo, aguantado por columnas juntadas por una barandilla paralela a la pared, estando las mesas ubicadas entre ambas: pared y barandilla. Comenzó a llover -horario típico de época húmeda- y el recuerdo plástico de la escena me era muy familiar. Fuera, pero a cubierto, a resguardo de la lluvia, con una vegetación característica y unos colores de cielo nublado tropical, que solo podía ser de allí. De nuevo ese olor tan característico que describí en el post anterior, en el jardín del hotel de Miami.
Me explicó que muchas cosas habían empeorado en el país. La seguridad, el impacto de la crisis, el tráfico se había convertido infernal en San José -se ha multiplicado el número de coches sin mejorar las infraestructuras-. Me describió un sistema político bloqueado por un parlamento fragmentado en el que es difícil conseguir mayorías… Tanto, que había dudas de que aprobara un préstamo del Banco Mundial para que el Ministerio de Hacienda devolviera lo que debe a la Caja Costarricense del Seguro social. Esta entidad es todo un símbolo de identidad y bienestar que el próximo noviembre celebrará su 75 aniversario. ¿Vetará el Parlamento el flujo de dinero en la Caja en su 75 aniversario? ¡Si ocurre, no hay duda de que este país ha cambiado y mucho!
Pensé que lo que me contaba -su opinión- coincidía con mi sensación: así como el recuerdo de hace años me había llevado a considerar ese país como un posible destino para la jubilación, mi feeling ahora no era bueno…
Siempre antes, me había sentido muy bien en Cosa Rica…
Los desarrollos hechos en Escazú (restaurantes, hoteles, gimnasios, tiendas fashion, un moderno centro comercial, incluso un campo de golf) me hacen pensar en el barrio de Palermo en Buenos Aires que, con Palermo Soho y Palermo Hollywood, suponen un contraste tan desmesurado con la pobreza de extrema de las “villas miseria” -barracas, equivalente de las “favelas” brasileñas-, que acentúa mi sensación de no reconocer ese país que tenía en la cabeza.
Acabo cenando en casa de unos amigos que viven en una zona exclusiva a la que se accede a través de una puerta reja y vigilada por un guardia de seguridad, en la que algunas casas se protegen con alambradas electrificadas. Esto lo conozco. Lo he visto en México, en la Venezuela pre-chavista y en otros países. Pero no tanto en Costa Rica….
Vuelvo al hotel y me vienen a la cabeza dos imágenes… una de abril de 1996 y otra anterior. Reproduzco un fragmento de la primera, escrito en aquel momento:
” (…) Silencio y quietud en el Aparthotel Cristina. Viento fresco del “Valle Central”. Atardecer. Hace fresco. La vista es preciosa. Las lucecitas lejanas parpadean. El parque “Sabana Norte”. El edificio del ICE…
Ceno tranquilamente en el apartamento. Estoy cansado después de un día largo de trabajo.
Estoy tan cansado que inicialmente me cuesta dormir. Me ducho. Escucho el silencio que alterna con el ruido de las palmeras movidas por el viento. Termino durmiéndome…
Antes de las 6 el día se levanta y la claridad entra por la ventana. La luz del sol deja definitivamente atrás la noche. A las 8 de la mañana el sol parece nuestro sol de las 12 del mediodía. Empieza otro día. Me siento renovado. Voy a la Caja a trabajar y los colores vivos de todo, los autobuses, los coches, los trajes de la gente, de los mercados, así como la vida centroamericana, aquel ambiente alegre, me llena el corazón (…) “.
Recuerdo también cómo algunas noches iba a una especie de carpa al aire libre, estaba sentado solo en una mesa, me servían una cerveza y me pasaba dos o tres horas fascinado viendo bailar merengue. Los cuerpos se movían tan armónicamente con la música, que me resultaba inimaginable que nadie que no hubiera nacido o al menos incorporado aquella tierra, no sólo en su cuerpo, también en su alma, pudiera ni siquiera aproximarse a aquella perfección. Sensación de que aquella gente, con muy poco, era feliz…
Hoy termino la etapa “tica” del viaje. Desayuno “gallopinto” y voy hacia el aeropuerto Juan de Santamaría, destino Washington, vía Miami. El vuelo saldrá con una hora de retraso. Una mujer habla tan alto por teléfono, que parece querer que todos nos enteremos de que viaja a Madrid, pero antes estará unos días en Miami para visitar a su hija. Diría que obedece muy fielmente a un determinado patrón de acomodado/nuevo rico, centroamericano por la fisonomía y la manera de vestir, pero en el fondo muy universal.
Adiós Costa Rica. Quizás hasta la vista… ¡¡¡Pura vida!!!
Ché, qué bueno que escribiste!
Et prometo un proper post molt ad hoc al teu comentari!