Durante años defendí con convicción -en circunstancias equiparables lo volvería a hacer- que en lugar de hablar tanto de la insuficiencia financiera del sistema sanitario, lo que convenía hacer era profundizar en el terreno de las mejoras de gestión y en la eficiencia.
Esto pasaba cuando creíamos “que éramos ricos”; cuando aún no sabíamos que éramos, simplemente, “nuevos ricos” malgastadores. En aquella época, los Consejeros de Sanidad y los Ministros parecían justificar sus cargos con la función, casi exclusiva, de pedigüeños de recursos y más recursos, como si la bolsa pública fuera infinita. No faltaban iluminados que lo justificaban, comparando el nivel de gasto social público español con el de países nórdicos, y otros, ignorando que España no era ni Suecia, ni Holanda, haciendo bueno con este proceder, que durante demasiados años únicamente se han reivindicado derechos y se ha evitado hablar de obligaciones.
Durante aquellos años la planificación fue entre escasa y nula, dejando que el sistema sanitario creciera en función de diferentes grupos de interés y de dinámicas electoralistas que llevaron a invertir, con demasiada frecuencia de forma desbocada, en nuevos hospitales e infraestructuras sanitarias tan necesarias como puede serlo el Aeropuerto de Castellón, por no volver a hablar del nuevo Hospital de Reus. No sé si aquellas decisiones permitieron, o no, recoger muchos votos a sus promotores. Lo que sí sé, es que se trataba de medidas populistas, que suponían manejar los recursos públicos con demasiada frivolidad, porque no se quería perder ni un sólo voto. Y todo, a pesar de que ya se veía que el déficit público no podía continuar creciendo con ese ritmo vertiginoso.
Sin embargo, la responsabilidad no fue solo de los políticos y de los “poderosos”. Hoy día, dado que es evidente que los excesos de la clase dirigente (toda ella, no solo los políticos) han hecho estragos sobre los más débiles, nadie osa hablar de las responsabilidades de la población, de los ciudadanos. Pero en aquellos años, el crecimiento no fue solo económico. También se aceleró el crecimiento del individualismo, hasta el punto de perder el mundo de vista y creer que este crecimiento sería ilimitado, como si las posibilidades humanas fueran infinitas. Hasta que la crisis, como si de un tsunami se tratara, ha provocado un aterrizaje forzoso con muchos daños directos y muchos colaterales, que aún no se han manifestado todos, ni del todo.
Ahora, el sufrimiento de la gente y la tensión social limitan el análisis y de determinadas cosas es difícil hablar. Pero algún día, si queremos aprender la lección de verdad, tendremos que hablar de revisar las responsabilidades de todo el mundo. No hay duda de que, siempre, por definición, quien manda es el responsable máximo. Pero, aunque fuera inducido por éstos, demasiada gente creyó que el acceso al sistema sanitario era como una especie de barra libre, en la que se podía consumir sin freno, gratuitamente e “in secula seculorum”.
De aquellos polvos, vinieron estos lodos, los recortes del 2011. Por las razones expuestas, en aquel momento, mi opinión fue favorable a determinados recortes ya que eran la consecuencia (lamentable, sí, pero lógica) de no haber tomado decisiones a tiempo. Y porque con estos recortes, asumidos por todas las instituciones asistenciales y por los ciudadanos (copagos), se les daba tiempo a los planificadores para que programaran reformas estructurales, sobre el número y la naturaleza de los dispositivos. Decisiones que, si se hubieran adoptado en su momento, nunca hubiéramos llegado al extremo en el que nos encontramos ahora. La crisis la hubiéramos sufrido igualmente, pero si el destino de los fondos públicos hubiera sido más racional, y se hubieran gestionado adecuadamente; si en lugar de limitarse a la cantinela de pedir y malgastar en inversiones innecesarias, cuando no faraónicas, hubiésemos promovido la gestión eficiente y la austeridad razonable, no estaríamos donde nos encontramos ahora.
En este momento, la situación no se puede contemplar exactamente igual que hace dos años. Por ello, cuando se vuelve a hablar de recortes, es preciso dejar muy claro que aquel esfuerzo del 2011 me pareció lógico, algunos ya lo hemos hecho. Hablo de nuevo, como hace pocos días, como Presidente del Consejo Rector del Parc de Salut MAR de Barcelona. Afirmo, sí, que algunos ya hemos hecho los deberes y afirmo, sí, que muchos aún no los han hecho y que lo primero que convendría hacer, cualesquiera que finalmente sean los presupuestos, es que el reparto presupuestario discrimine positivamente a los que, aparte de haber hecho el esfuerzo que nos correspondía, hemos sido capaces de, con mucha contención y sacrificio, hacer prevalecer el diálogo y la concertación social. ¡Alerta: el cheque no es en blanco!
Hacer lo que se debe exige tener las ideas claras, investirse de autoridad y actuar con valentía. ¿Cuál es el problema? Pues que los titulares del poder han perdido autoridad. No tienen legitimidad. Como decía mi compañero en el Consejo Rector del Parc de Salut MAR, Juan José López-Burniol (“Varones de mucho ánimo…2” en “La Vanguardia” del 27/4/2013), vivimos en unos momentos en que la crisis: “… se concreta en una fuerte erosión del Estado como sistema jurídico: las leyes ya no se respetan, las sentencias ya no se cumplen, los procedimientos se dilatan y crece la convicción de que las normas son simples herramientas para preservar el estatus quo de los poderosos. Una crisis que se manifiesta en el profundo desprestigio de todas las instituciones -empezando por la monarquía-”. López-Burniol, ante esta situación, se queja del silencio de los políticos que, en definitiva, evitan gobernar, es decir, evitan asumir responsabilidades. Este es el contexto: el de no mojarse. Y una manera de no mojarse es callar, esconderse y aplicar recortes lineales por miedo a exponer los argumentos discriminatorios, que los hay.
He visto que el Presidente Mas, la vicepresidenta Joana Ortega y el Consejero Mas-Colell, han advertido de los límites de lo que es tolerable y de lo que no lo es, hablando de la actitud del Gobierno español frente al presupuesto de la Generalitat. Tengo la confianza que se persevere en la firmeza. Firmeza que ha de llegar a todas las instancias del Gobierno, incluso a los que tenemos responsabilidades directivas en instituciones públicas por pequeñas que sean. Tenemos (todos nosotros) la obligación de hablar claro; de asumir la responsabilidad que nos toca. De evitar dobles o triples lenguajes, según sea el auditorio; de decir (como también reivindica López-Burniol) lo mismo en público que en privado. Sabemos perfectamente que no es honesto hablar de recortes lineales. No lo es en el caso de Cataluña, donde el esfuerzo hecho en los últimos años, ha sido más importante que en la mayoría de las Comunidades Autónomas; no lo es entre los diferentes Departamentos de la Generalidad, donde algunos han hecho un esfuerzo mayor que otros, -ni tampoco lo ha de ser desde la perspectiva de la prioridad que debe darse a las prestaciones sociales, aún sabiendo que el Estado del Bienestar no volverá a ser como era-; ni lo es en el caso de los hospitales e instituciones sanitarias. Por tanto, en la medida en que no todos somos iguales, ni nos hemos esforzado de la misma manera, no se nos puede tratar igual. Si siempre es recomendable hablar claro, en las próximas semanas será más exigible que nunca. Ojalá el escenario presupuestario que se nos plantee pueda ser asumible. Digo asumible, ya que todos sabemos que bueno no será. Si no lo fuera, ni el Gobierno de la Generalitat, ni el Departamento de Salud, ni los proveedores del sistema sanitario, tenemos que aceptar lo que por injustamente discriminatorio sería inaceptable en toda regla. Tocaría plantarse. Tengámoslo todos claro.
Cada vegada veig menys clar que n’hi hagi prou amb millores ( sense precedents) de la prductivitat i l’eficiència.Ara i en el mig / llarg termin de mantenir-se la tendència mestre d ecreixement per damunt de l’economia.
No ho veig clar.