El fútbol, como deporte, me gusta mucho. En este blog hay bastantes posts dedicados a esta disciplina (los encontraréis si ponéis en el buscador palabras como fútbol, Barça, Cruyff, Messi, Pelé, Maradona o Maracaná).

La primera vez que vi lo que hay detrás del escenario del Gran Teatre del Liceu y descubrí un espacio prácticamente tan grande como la platea que hay frente al mismo, no daba crédito. Lo mismo me ocurrió cuando, entre 2008 y 2010, tuve la oportunidad de vivir cómo era el Barça desde dentro. Tengo buenos recuerdos. Por ejemplo, el 6 de agosto de 2008 vi en el Giants Stadium, en New Jersey, el partido entre el New York Red Bulls y el Barça, durante la gira americana de pretemporada, con Txiqui Begiristain. Fue todo un privilegio darme cuenta de todo lo que él veía y yo nunca hubiera visto si no lo hubiera tenido sentado a mi lado analizando el juego y compartiendo conmigo, generosamente, sus conocimientos. Entre la parte positiva se encuentran las conversaciones con Manel Estiarte: paz, sabiduría, fuerza y humildad. Y, como estas, muchas otras experiencias enriquecedoras. Pero podría hablar también de muchas cosas decepcionantes que no dejan de ser consustanciales al inmenso universo que se esconde detrás del telón y que la mayoría de los aficionados no puede ni imaginar. Como mucho podrían intuir, pero diría que ni eso.

En 2010 volví a ver los partidos desde mi localidad en el Camp Nou y decidí olvidar la mayor parte de las cosas vistas y vividas y, simplemente, disfrutar del mejor Barça de la historia y de uno de los mejores equipos de fútbol ―o el mejor― de todos los tiempos.

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Mi hijo Oriol me propuso ir a ver al PSG-Barça de octavos de final de la Champions, el 10 de abril. La lamentable situación deportiva, económica y social del Barça, contribuyó, sin duda, a que, al acceder a la web de socios del Barça, rápidamente pudiera comprar dos entradas por 70 euros cada una. Recuerdo que, en otras muchas ocasiones, para conseguir comprarlas, habíamos tenido que esperar al sorteo que se hacía únicamente para los socios. Mi hijo Pau, aparte de reunir 6 o 7 carnets de socio entre familiares y amigos, por cada entrada a la que optábamos, tenía estudiado el momento preciso en el que había más opciones de salir bien parados en el sorteo. Esto nos permitió, a diferentes miembros de la familia, asistir en directo a las cinco victorias del Barça en finales de Champions: Wembley 1992 (aún sin necesidad de sorteo), Stade de France-Saint Denis 2006, Estadio Olímpico de Roma 2009, nuevo estadio de Wembley 2011 y Estadio Olímpico de Berlín 2015. Y a otros partidos. Entre ellos, algunos inolvidables como la victoria in extremis en Stamford Bridge, ante el Chelsea, con el famoso gol de Iniesta en semifinales en 2009 y la semifinal de 2015, en el Alliance Arena, donde el Barça de Luis Enrique pasó la eliminatoria pese a perder 3-2 contra el Bayern de Múnich de Pep Guardiola.

De todos estos estadios, el nuevo Wembley y, sobre todo, el Alliance Arena, me parecieron espectaculares.

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El día del partido, Romina y yo salimos hacia las 10:00h de Montparnasse, y la línea 12 del metro nos dejó en la Place de la Concorde. A las 13:00h habíamos quedado en el hotel Le Méridien Etoile, en el 81 Boulevard Gouvion-Saint Cyr, en dirección a la Défense, donde el staff del Barça había montado el cuartel general para la recogida de entradas.

Paseamos, muy tranquilamente. Primero, de la Place de la Concorde al Arco del Triunfo. Era el primer día de toda la estancia en París, que nos adentrábamos en un circuito típicamente turístico y decidimos disfrutarlo. ¿En qué momento íbamos a ver a los primeros aficionados del Barça? ¿Serían de aquellos que han cogido un charter a las 6 de la mañana o han viajado toda la noche en bus para aparecer cantando el himno del Barça? ¿O serían “tribuneros” vestidos ad hoc para pasear por los Champs Élysées (eso sí, con la bufanda del Barça entre camisas, jerséis y cazadoras de marca), que llevaban ya un par de días instalados en el hotel George V, o en el de la expedición del Barça (siempre lujoso)? ¿Y qué más da? ¡No importa! “Som la gent blaugrana, tant se val d’on venim, si del sud o del nord, ara estem d’acord, estem d’acord, una bandera ens agermana. Blaugrana al vent, un crit valent, tenim un nom, el sap tothom: Barça, Barça, Barça”.

La caminata por los jardines de los Champs Élysées, hasta el Arco del Triunfo, no fue fácil. Decenas de jardineros estaban preparando la avenida para los Juegos Olímpicos del próximo verano, y hacían dificultoso el trayecto. Si para Barcelona, en 1992, los JJOO fueron una especie de “Bienvenido, Mr. Marshall”, para el gran París, son una ocasión para transformar en aún más espectacular lo que ya tienen, pero no para crear una nueva ciudad, ni ―por supuesto― situar París en el mapa. Mucho ha llovido desde 1992 hasta hoy, y Barcelona no se encuentra a la distancia sideral que, entonces, se encontraba de París. Seguramente hoy, otros JJOO en Barcelona no provocarían aquella reacción colectiva, fruto de la necesidad de situar Barcelona en el mundo y hacerlo esplendorosamente. En cualquier caso, es diferente someter a los jardines de los Champs Élysées a un proceso de refinamiento a la “parisienne” que construir las Rondas de Barcelona o la Vila Olímpica. Valoré la sutilidad con la que el gran París se preparaba para “épater les burgeois”, sin ninguna estridencia ni llamar la atención. No hay nada como pasear por los Champs Élysées de siempre y, sin saber por qué, sentir que tienen un esplendor y un glamour superlativo. Y es que hacer la “grandeur” más grande, sin que se note, pero notándose, solo está al alcance del buen gusto de la burguesía parisina, ya sea en el formato más convencional o en el de apariencia revolucionaria. Al fin y al cabo, los “niños de papá” que se mezclaron con algunos obreros para protagonizar el Mayo del 68, nunca han abandonado el lujo y el buen gusto. ¡Qué lejos estaban las “banlieus” entonces y ahora, en el tiempo y en el espacio!

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En el Arco del Triunfo vimos a los primeros “culers”. Nos saludamos ―yo llevaba una bufanda del Barça―, sin demasiada efusividad. La esperanza nunca se pierde e íbamos a jugar contra el PSG intentando confiar en que no nos fuera demasiado mal. Si nos llegan a decir que ganaríamos 2-3 en el Parque de los Príncipes, hubiéramos explotado de alegría. Pero, sobre todo, si nos hubieran contado el juego brillante del Barça y cómo Kundé anularía a Mbappé, habríamos pensado que lo estábamos soñando. Veníamos de perder 4-2 con el Girona en Montilivi.

Entre el Arco de Triunfo y el Hotel Le Meridien Étoile, fuimos encontrándonos a algunos aficionados en pequeños grupos. Algunos tomando una caña en alguna terraza. Todo muy discreto. Nada que ver con, cuando muy confiados en el equipo, en Roma, en Londres, en Berlín, nos saludábamos de una manera eufórica con los miles de aficionados desplazados, y aunque no perdíamos la prudencia, en nuestros adentros estábamos convencidos de que íbamos a ganar.

Ya nos acercábamos a Le Meridien y todavía faltaba casi una hora para que fueran las 13:00h, momento en el que habíamos quedado con Oriol. Conscientes de que, después de cuatro días en París, todavía no habíamos tomado “un croissant et un café au lait, s’il vous plait” y con ganas de ir a la toilette, paramos en la Avenue de la Grande Armée (atención, no confundir con la “Armada invencible” de Felipe II que, si no hubiera sido devastada en el Canal de la Mancha, seguro que daría nombre a una gran avenida en Madrid), justo en frente de las oficinas de Boston Consulting Group.

Sonó el teléfono. Llamaba un buen amigo, muy “metido en el ajo” del Barça actual.

―¿Estás en París? ―preguntó.

―Sí!

―¿Te apuntas a comer? Vamos con Xavier y Sara.

―Ahora he quedado con mi hijo en el hotel para recoger las entradas. Estoy con Romina y no sé si Oriol pensaba comer con nosotros. Creo que no, me parece que tendrá que volver rápido al despacho.

―Venga, venid. Te paso ubicación.

―Ok. ¿A qué hora?

―13:30h en el restaurante l’Avenue. 41 Avenue Montaigne. Ya tienes la ubicación.

Llegamos a Le Meridien Étoile. Había mucha seguridad. Control policial unos metros antes de la entrada en el hotel. Controles de seguridad privada en la entrada y, en el acceso de la planta -1, antes de entrar a la sala donde se recogían las entradas. Justo al entrar,  Oriol, que aprovechando su hora de comer se desplazó en moto eléctrica de alquiler, llamó diciendo que estaba arriba. “Baja, te esperamos aquí”. Nos identificamos con el DNI y a mí me dieron la entrada y, a Oriol también, después de cuestionar, durante un momento, si su cara era la de la foto del DNI (!). Un caso claro de “edadismo inverso” de alguien de, pongamos 40 años, en posición de dominio, contra Oriol, un joven pacífico de 30 años que era el que tenía algo que perder (la entrada por el PSG-Barça). Por suerte, la cosa no pasó de ahí…

Cuando salíamos, Oriol ―que ya conoce muy bien París― nos enseñó el restaurante l’Entrecôte. ¡El auténtico, el original! Nos explicó que, fruto de una disputa familiar, un miembro de la familia se había quedado el restaurante ― si no hubiéramos quedado, seguro que habríamos comido allí― y los hermanos habían comercializado el sucedáneo, en forma de cadena, que en Barcelona está ―o estaba― al lado de casa, en Pau Claris, entre València y Aragó, bajando a mano izquierda, junto a la librería Documenta, que, si no la conocéis, la tenéis que visitar.

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A las 13:30h en punto estábamos en la esquina que ocupa el restaurante l’Avenue. Lamborghinis, Ferraris y Porsches aparcados frente a la “gente guapa” acomodada en la terraza. “Belleza y poder” en su máxima expresión. ¡De repente, me di cuenta de que no era el lugar adecuado para ir con la bufanda del Barça y la mochila colgada a la espalda, pero, creedme, me daba completamente igual!

Me dirigí al atril situado ante un par de chicas jóvenes que ―“colauitas” del mundo y feministas de diseño, ya me perdonaréis― por el aspecto y el atuendo, me hicieron pensar más en un meublé que en un restaurante. Pregunté por la reserva de mi amigo y no les constaba. Me expliqué y, finalmente, aclaramos que la mesa estaba reservada a nombre de un personaje ―que no veo necesario reproducir― madrileño y CEO de una empresa dedicada a los derechos de imagen de deportistas de élite.

No me apetece entretenerme demasiado en tratar de explicar a los mortales comunes y corrientes, el perfil de este “profesional”. Estamos hablando de una “dimensión desconocida” que, mejor que siga siendo desconocida para el gran público, si no queréis acabar odiando el mundo del deporte profesional de alto nivel. Se llame NBA, Fórmula 1, Premier League, Liga Santander, Mayor League Baseball o ATP. Dejémoslo en el que es un mundo que queda lejos del mundo de los mortales.

Nuestro CEO en cuestión, buen conocedor de las frites del restaurante y de las “soi-disant” camareras con minifaldas de centímetros de largo y escotes con vértice cercano al ombligo, me evocó a un personaje de una versión ligeramente actualizada de “La escopeta nacional”.

Mientras comíamos aparecían altos directivos de Nike que estaban negociando, o tenían que negociar, o acababan de negociar, el contrato con el Barça (estaban almorzando en una mesa en la planta baja. Nosotros, en el primer piso) y a la hora del café, apareció, nada más ni nada menos que André Cury, uno de los representantes de grandes ―y no tan grandes― figuras del fútbol mundial, más conocidos. Su relación con el Barça ―muy rentable para él y no tanto para el club de mis amores― es “intrincada”. El último favor que nos ha hecho, ha sido traernos al “tigrinho” Vitor Roque por, según parece, 40 millones de euros. Según él, muchos menos… Quién sabe.

Me gustó mucho Xavier cuando le dijo: “Oye, pero este Vitor Roque, ¿sabe jugar a fútbol?”. Y el inefable André dijo: “El problema es que Xavi no le da minutos”.

Y ahí lo dejo. Paro, porque cuando uno ha decidido deliberadamente “esconder la cabeza bajo el ala” (algunos me critican por ello) y aislarse del insoportable ruido mundanal, y acepta con ilusión juntarse con su hijo en París para ver al PSG-Barça, acabar almorzando con con un par de personajes que se forran con los derechos de imagen de los jugadores y con el negocio de la intermediación… Lo mejor es tomárselo como un paseo inesperado pasar por la dimensión desconocida y pensar que a las 21:00 horas estará en el Parque de los Príncipes con su hijo viendo el duelo Kundé-Mbappé. Lo demás….

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­­­­­­­­­­­­­­­­­­A las 19:30h del miércoles 10 de abril de 2024, mi hijo Oriol me recogió con una moto eléctrica delante del número 55 del Boulevard Montparnasse y a las 20:00h ya estábamos en las inmediaciones del Parque de los Príncipes.

Accedimos al estadio rodeados de una infinidad de antidisturbios de la gendarmerie française (aparte de que había una amenaza de los radicales islamistas en todos los partidos de la Champions, imagino que los polis franceses se preparan para los JJOO), compramos una hamburguesa y una cerveza y fuimos a nuestros asientos.

El estadio me pareció del nivel de Montjuïc, como mucho. Los prolegómenos entretenidos. Nunca he visto Star Wars y no puedo ser preciso. Pero parece que existen unos malos asociados a una música. Cuando el Barça saltó al campo, sonó esa música de los malos. Y la de los buenos, la reservaron para el PSG.

Me hizo ilusión coincidir con Marc, CEO regional de una gran multinacional alemana del sector salud, por el que siento aprecio y admiración. Verle con la camiseta del Barça, con su hijo y comiendo una hamburguesa. Que lección de naturalidad, sencillez y austeridad pensando en los vividores que nos acompañaron en el almuerzo. ¡El mundo al revés!

Fui feliz con Oriol viendo al Barça doblegar a los mercenarios del qatariano Nasser Al-Khelaïfi, propietario del PSG. ¡Un equipo hecho a golpe de talonario que ―y por eso esto me satisface― nunca ha ganado una Champions! Ni siquiera acabarían siendo capaces de eliminar al Borussia de Dormund en semifinales, lo que, seguramente, allanará aún más el camino al Real Madrid hacia su probable enésima coronación europea, lo que, caso de consumarse, ya no me satisfará tanto.

Cuando acabó el partido, volvimos hacia Montparnasse, algo cansados, pero contentos y satisfechos. No era imposible ―como así fue― que, a pesar del buen resultado y el buen juego del Barça, el PSG nos eliminara en el partido de vuelta. Pero el capítulo futbolístico de esta visita a París, estuvo a la altura de un viaje que, por el simple hecho de ver a Oriol y Adriana, ya valió la pena.

Subí un momento a casa de Oriol y me despedí de él con un fuerte abrazo. Cuando ya estaba abajo en la calle escuché la voz de Oriol gritar, desde la ventana de su casa: “¡Papá!”. Miré hacia arriba y culminamos nuestra despedida alzando los brazos, moviendo las manos y con una sonrisa cálida…

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