Llegué a Freuchie, en el condado de Fife, el viernes 26 de agosto. Una localidad de un millar de habitantes donde encontré el hotel (el único del pueblo) más cercano a Falkland Estate, donde se iba a celebrar la boda al día siguiente.
No faltaba mucho para las 3 p.m. y en el restaurante del hotel, la cocina ya hacía rato que estaba cerrada. Me dijeron que el único sitio en el que quizás podría comer era en el Garden Center que había a la salida del pueblo. Al llegar al Garden, no vi ningún restaurante ni ningún rótulo que hiciera pensar que allí podía haber uno. Pregunté a un trabajador del Garden, que me dijo que sí y me explicó cómo podía llegar. Tenías que cruzar toda una nave de flores, plantas, abonos, y los objetos y utensilios que suele haber en estos establecimientos. Al final había una puerta que daba acceso a un comedor que parecía un local clandestino. Un espacio frío y sin ningún tipo de decoración, de paredes blancas, donde me sirvieron una soup caliente de guisantes que, de hecho, era un puré espeso, pero muy bueno. Hamburguesa con patatas de segundo y un delicioso carrot cake de postre que me trajeron con un té que no había pedido, pero que también estaba bueno. Había familias con niños, algunas parejas de ancianos y una mesa de abuelas venerables tomando té y conversando animadamente. De la forma que iban vestidas solo podían ser ciudadanas de Gran Bretaña. La comida solo me costó 13 pounds y, a pesar de desconocer si las pensiones de los escoceses son generosas o no tanto, pensé que quizá por eso había tantos jubilados. Mi sensación durante todo mi viaje a Escocia fue que los precios estaban muy disparados a pesar de que, por ahora, la inflación es algo inferior a la de Catalunya.
El hotel era sencillo y quien parecía ser el dueño o quizás el encargado, y la chica de la recepción, eran encantadores, como la mayor parte de escoceses que conocí. Al llegar a la habitación, me encontré las maletas allí y también la bolsa con el kilt dentro. Lo primero que hice fue dejar la ropa usada en la lavandería. ¡Por primera vez en nueve días, podía lavar ropa! No hace falta decir que esto me obligó a llevar una maleta de dimensiones y peso desproporcionado para un viaje de doce días. ¡Necesitaba repuestos para poder ir limpio y como Dios manda!
El lugar de la boda, The Stables, en las afueras de Falkland Estate, estaba a nada, a 2,6 millas. Fui por curiosidad y también para evitar sorpresas al día siguiente. El día era gris, frío y húmedo. En el camino de vuelta, sabiendo que Macu ya había llegado a Falkland, me paré para saludarla y tomar algo con ella, Vega y otros invitados provenientes de España. Como casi todos eran fumadores, tuvimos que quedarnos en la terraza de la taberna y al cabo de un rato el frío que sentía, sobre todo en las piernas, empezó a resultar molesto. Debíamos de estar a 13 o 14 grados. ¡De repente empecé a pensar —en caso de mantenerse ese fresco— qué pasaría al día siguiente, día de mi primera experiencia con kilt, si con pantalones ya se dejaba sentir la humedad!
Al día siguiente, el día de la boda, el sol brilló durante mucho rato, mucho más de lo esperable en Escocia y hasta que desapareció, cubierto por las nubes hacia las 4 p.m., hacía algo de calor.
Kevin Franz padre, el pastor que ofició la ceremonia de la boda de su hijo Pete con Vega, se refirió al lugar desde el punto de vista de lo que suponía para su familia. Al darnos la bienvenida dijo que ese lugar, con sus bosques y prados, para su familia y algunos amigos presentes, en especial los establos, era el lugar en el que crecieron. Previamente, al acogernos a todos nosotros, “personas de todas las edades”, para simbolizarlo se refirió a su nieto Magnus, de 2 años, y a su padre Opa Franz, de 95 años, ambos allí presentes. Y explicó que su padre llegó a ese lugar, por primera vez, como refugiado de guerra y allí creó a su familia. Habló de Falkland House, separada de la capilla donde estábamos por el House Park. Y agrupó en un conjunto la capilla, los antiguos establos, los talleres y las modestas casas de los trabajadores. Sin embargo, viendo Falkland House, que me parecía más bien un castillo, no me cuadraba con un lugar para refugiados de guerra ni propio de humildes trabajadores.
En primera instancia, logré que un asistente a la ceremonia, mientras todos —también el novio— esperábamos que llegara la novia, me contara la historia de la capilla. ¡Era The Memorial Chapel y se empezó a construir —a pesar de que la arquitectura es gótica— muy a principios del siglo XX, en homenaje al hijo de Lord Ninian Crichton-Stuart, de quien me hablaba como si yo conociera a la familia Crichton-Stuart! Tenía que ser una iglesia católica romana, pero Lord Ninian murió a los pocos años de comenzarse las obras, y la iglesia, ciertamente gótica, quedó inacabada. Entre otras carencias, faltaba el techo. Afortunadamente, el día fue casi radiante, ya que elegir una iglesia sin techo para casarse en Escocia, conlleva un elevado riesgo de mojarse, más o menos.
Durante el aperitivo posterior a la ceremonia de la boda —mientras los invitados jugaban a las anillas, al cricket o hacían putts en un hoyo hecho en una alfombra de hierba artificial— Veda, la madre del novio y durante años maestra, creo que en Perth, me explicó que aquello había sido Falkland Palace, uno de los palacios de los reyes de Escocia durante los siglos XV y XVI y que, incluso, después de la unión de las dos coronas —precisó que el Rey James VI de Escocia se convirtió al mismo tiempo en James I de Inglaterra en 1603, mucho antes de la creación del Reino Unido de Gran Bretaña en 1707— el Rey James había hecho alguna visita. Desde entonces hasta la aparición de la familia Crichton-Stuart en 1887 y desde entonces hasta el momento al que se refirió Kevin Franz como “el lugar donde él y algunos de los presentes en la boda crecieron” pasando por el paso de refugiados de la II Guerra Mundial, no me quedó claro lo que pasó. En cualquier caso, parece ser que el lugar de la boda había sido un palacio real de los reyes de Escocia, lo que acabó de eliminar mis reticencias iniciales a ponerme dentro del traje nacional escocés, ¡kilt incluido, claro!
Pido disculpas, porque puede ser, puede ser perfectamente, que lo que acabo de contar no se corresponda de forma fiel a la realidad. Para conocerla, ya están los libros de historia. Lo que puedo asegurar, por contrapartida, son dos cosas. En primer lugar, mi curiosidad por aquel lugar era muy grande y, a partir de ahí, hice lo que pude para satisfacerla, porque la incógnita, para mi sorpresa , salía con fuerza de dentro de mí. En segundo lugar, me he limitado a reflejar lo que me contaron. De la misma forma que decía que si estos escritos pueden tener algún sentido, lo tienen en la medida en que sea capaz de transmitir lo que llegó a remover enmi interior, Escocia, su gente, la boda… Del mismo modo, decía, lo que acabo de contar puede tener sentido si se entiende que mi avidez de conocer la historia de aquel lugar, tenía que ver con el impacto, muy grande, que estaba teniendo ese viaje en mí. Y también con algo evidente, pero que, cuando ocurre y lo vives con intensidad, te sorprende. Me refiero a las vueltas que da la vida. ¡A cómo una historia iniciada en Sant Cugat del Vallès en 1964, ahora, el capítulo “x” de la temporada “y” de la serie, tenía lugar en Escocia en una iglesia gótica e inacabada, a pesar de haber sido construida a principios del siglo XX!
No hay ni un solo científico que no tenga claro que todos somos uno. Que formamos parte de un todo. Es como si fuéramos una especie de células de un cuerpo mucho mayor que no sabemos dónde termina. Kevin, el pastor, lo expresó de otro modo: “Los sitios son importantes para contar historias familiares. Nos convierten en quienes somos y forman parte de algo mayor, de la historia humana”. Melchor, Macu, Tito, Vega, Pete, Kevin, Veda, Magnus, Opa… Reinos de Escocia, de Inglaterra, de Castilla, de León, de Aragón, de… Pasado, presente y futuro. Trozos, células de un todo. El universo… La vibración era fuerte y se sentía. Y la ausencia de Frank, el hermano togolés de Vega, también. Quizás de los que tienen más claro que no somos nada. Nada más que pequeños trocitos sin importancia de un universo infinito. Él lo llama “vida”. “Así es la vida”, dijo cuando la policía española le impidió volar de Madrid a Edinburgh para asistir a la boda de su hermana. ¡Si eres negro y tienes un pasaporte de Togo, aunque tengas un NIE, una familia española, lleves años dedicándote con total entrega a tu trabajo y seas un santo, estas cosas pueden pasar más que si eres como cualquiera de los blancos con pasaporte celtibérico, que viajamos desde Barcelona, Madrid o Salamanca! El caso es que Frank, desde su esencia original africana, tenía muy claro que la vida es así, que no pasa nada, y tranquilizó a su madre y hermana, que tuvieron el disgusto lógico. Y entre unas cosas y otras, con mucha paz de espíritu, ya que no podía viajar, decidió ir a trabajar…
La ceremonia, prevista para las 12:30 p.m., comenzó con un poco de retraso. Ya se sabe. Las novias se hacen esperar, más, o menos. La sensibilidad, la sabiduría, la bondad del pastor Kevin, combinadas con los ojos brillantes los novios, clavados los del uno en los del otro each and other, no creo que dejaran indiferente a ninguno de los presentes.
Antes de dar paso a los novios para que manifestaran sus votos, el pastor hizo una referencia que me conectó especialmente con esa sensación de que todos formamos parte de un todo mayor. Dijo:
“(…) Ningún matrimonio existe en la soledad. Es parte de una compleja serie de conexiones, de una intrincada red de relaciones, algunas ya establecidas, otras aún por venir. Todos nosotros representamos esta riqueza y fortaleza, que será superior si formamos parte de ella”.
También me llegó intensamente, la segunda declaración de Pete al explicitar sus votos. Después de la primera, en la que manifestó el amor —mucho— que siente por Vega dijo:
“No siempre es fácil para mí acceder a mis emociones y sentimientos. Menos aún escribirlos y expresarlos ante ti y todos los demás. Pero ahí va (…)”.
¡Beso para sellar el final de la ceremonia y el inicio de una nueva etapa, lanzamiento de confeti a los novios —no de arroz— salida del recinto gótico inacabado, fotografías, recorrido a través del jardín hasta llegar a la casa, los juegos ya mencionados, la conversación con Veda, la dificultad de tener la conversación que tocaba con Melchor y a las 5 p.m. a cenar!
La fiesta terminó como parece que terminan las bodas en Escocia, con los bailes escoceses. ¡Si a alguien le queda alguna duda sobre los vínculos que unen a Estados Unidos y las naciones que hoy conforman UK, viendo aquellos bailes y recordando los que hemos visto todos en películas del far west, se le disipará del todo! ¡Por no hablar del whisky!
El sol nos abandonó poco después de sentarnos a cenar bajo una carpa, y las nubes primero y la progresiva llegada de la noche fueron oscureciendo el ambiente. Frío y húmedo en términos climatológicos, pero cálido y amable en términos humanos.
A las 10 p.m. la fiesta terminó. Los jóvenes la siguieron en casa de alguien y los mayores nos retiramos a descansar. Yo acompañé a unas amigas de Macu que habían encontrado hotel en un pueblecito en la costa, a unos veinte minutos de Falkland Estate. De vuelta a mi hotel en Freuchie, conduje pausadamente y sin prisa, saboreando las últimas millas recorridas en ese país. Era de noche y más allá de los árboles y bosques que me permitían divisar los focos del vehículo, no veía mucho más. Las imágenes y los recuerdos de esos días pasaban a toda velocidad por mi cabeza…
Al llegar al hotel y entrar en la habitación, el espejo que había en la pared me recordó que llevaba más de doce horas engalanado con el kilt y el traje tradicional escocés. Cuando me cambié, ya había pasado la medianoche. Ya era 28 de agosto. Recordé ese mismo día del año 2014 en el que, estando en Japón, viví con angustia las últimas horas de vida y la muerte de mi padre…
Al día siguiente, mientras desayunaba el full scotish breakfast, con el correspondiente haggis incluido, el encargado o dueño del hotel, visiblemente satisfecho de haberme visto vestir el kilt el día anterior, me hizo un comentario amable. Al contrario que el día anterior, el cielo gris y la neblina habían sustituido al sol y la temperatura era de 12 grados a las 9 de la mañana.
Conduje hasta Edinburgh y, rotulación aparte, al ver aproximarse los tres puentes que hay sobre el fiordo Forth, en un santiamén estaba circulando por las calles de la capital. ¡Dejé las maletas en el hotel, devolví el coche y a caminar! En el post anterior mencioné el nuevo Parlamento escocés, sin especificar que es obra del catalán Enric Miralles. Me sabe mal decirlo, pero el edificio no me gustó.
Al lado mismo, el Palacio de Holyrood, en un extremo de la Royal Mile, residencia oficial de (por pocos días) la Reina Isabel II en Escocia en el que en su momento vivió la reina de Escocia Mary Steward (o Stuart o María Estuardo), llama mucho más la atención —al menos la mía— que el Parlamento. Ocho días más y habría vivido todo lo que supuso la muerte de la reina. Habría estado bien desde el punto de vista de vivir ese momento allí, pero probablemente hubiera sido más difícil moverse tranquilamente por Edinburgh.
Aproveché los dos días que me quedaban para pasear muchas horas, sin demasiada planificación, por la ciudad. El viaje me dejaba buen sabor de boca. Conservaba la paz de los Trossachs, de los Hihglands, de Skye.
Nada más pisar el edificio del aeropuerto de Barcelona, me di cuenta de que hacía el mismo calor que el día que me fui, y aprecié aún más el hecho de haberme escabullido durante casi quince días.
Id a Escocia. Si ya habéis ido, volved. ¡Merece la pena!
Entenc que anar a Escocia et transporta a una experiencia força sorprenent i gratificant per l’esperit. Suposo que es deu semblar a les sensacions i emocions que abans, ja fa molts anys, oferia un viatge per anar a qualsevol pais estranger. Potser hi han dues bones raons: que els paisos posseien una identitat profonda i que els viatgers eren mes il.lustrats i sortien de ca seva ben preparats. Amb el que vull dir es que, com descrius tan be, Escocia conserva una immensa personalitat que sorpren a qualsevol visitant i que, a mes a mes, regala una experiencia emotiva casi mistica al viatger cult, àvid d’emocions i de saviesa. Es facil entendre perque has gaudit tant aquest estiu a Escocia. Imagina’t que a sobre haguessis jugat un partidet de golf a St Andrews!!
És exactament com dius Xavier. La història d’Escocia, la forta personalitat nacional, la bellesa del paisatge, l’amabilitat de la majoria, impacten i arriben a l’ànima. Fins i tot, els unionistes i/o els que sentien orgull de la reina Elisabeth i la seva relació amb Escòcia, són reflex de la forta personalitat d’Escòcia i del pes de les tradicions.
Pel que fa a jugar a golf a Saint Andrews, millor que ho deixi per tu i els que en sabeu! Jo podria intentar fer un drive amb un putt o a l’inrevés!