En mi opinión, el debate público en torno al sistema sanitario y al modelo sanitario catalán, en los últimos 3 o 4 años, coincidiendo más o menos con la crisis, se ha centrado en temas totalmente secundarios olvidando lo que es esencial. En definitiva, ruido, especulación, populismo y mucha falta de rigor y poco análisis en profundidad.
En próximos posts aportaré datos que demuestran que desde mucho antes de la crisis, el gasto sanitario público crece por encima de lo que crece el PIB. No sería necesario ir mucho más lejos para tomar conciencia de que si no se afronta esta realidad, el sistema a medio plazo será inviable. En buena lógica, o se incrementan los recursos o se disminuye el gasto sanitario o ambos. Teniendo en cuenta que en Cataluña hemos llegado a un gasto sanitario público equivalente al 3,9% del PIB (por debajo de la mayoría de CCAA, por debajo de todos los países de la UE e incluso por debajo de países en vías de desarrollo: por debajo de todos los países latinoamericanos, excepto Perú, Paraguay y Ecuador), parece evidente que la única vía es incrementar los recursos. A partir de ahí pretender que este aumento sólo puede proceder del presupuesto público y crear, como se ha creado, un ambiente propicio a demonizar cualquier aportación privada a la financiación sanitaria, es estar fuera de la realidad.
En este mismo blog me he referido a la necesidad de madurar socialmente y plantear sin continuar escondiendo la cabeza debajo del ala, la cuestión de qué bienestar queremos y cuál, colectivamente, decidimos que nos podemos y/o queremos pagar.
Recordaba hace poco que el Estado del Bienestar y los sistemas sanitarios públicos nacieron en un momento diferente al actual. El sistema de valores, la calidad moral de la sociedad eran otros. También lo era el entorno económico (el auge del Estado de Bienestar en Europa coincidió con los 25 años de mayor crecimiento económico de la historia). El valor y la calidad de la democracia eran también superiores a los actuales.
Hoy en día, ya hace tiempo que la democracia ha chocado frontalmente con un tipo de capitalismo que dicta a los gobiernos lo que tienen que hacer. Capitalismo global -en el que la economía financiera ha sustituido a la economía productiva- contra democracias locales encargadas, entre otras cosas, de mantener sistemas de prestaciones públicas muy caros como el sanitario.
Cuando -como ocurre en España y, aunque menos, también en Cataluña- la calidad de la democracia es baja, se hace difícil conducir civilizadamente este tipo de debates.
Hace tiempo que tengo ganas de profundizar -y espero hacerlo pronto- en la relación entre los modelos educativos, los valores y la calidad de la democracia. Cuando la idea de democracia y prosperidad se asocia exclusivamente a crecimiento económico sin más análisis sobre cómo se distribuye la riqueza, se llega a la situación de crisis que estamos viviendo: una crisis moral que a partir de un particular concepto de crecimiento económico globalizado ha acabado provocando una degradación democrática preocupante.
Este escenario conlleva ignorancia creciente -demagógicamente promovida por algunos y al mismo tiempo real para la mayoría- en torno a principios básicos para la convivencia como que la democracia se construye en base al respeto al individuo, no sólo al conjunto y aún menos al servicio de grupos y grupúsculos de interés particular que basan su acción en intentar hacer creer que defienden el interés general.
El desprestigio, cuidadosamente aplicado contra el Modelo Sanitario Catalán, ha sido promovido por organizaciones y grupos de este tipo, caracterizados, entre otras cosas, por:
- La falta de capacidad técnica y de reflexión libre sobre dilemas y opciones políticas.
- El menosprecio a la diferencia y muy particularmente al pensamiento discrepante.
- La falta de generosidad para pensar en el bien común y, en lugar de eso, defender sólo los intereses de algunos, ignorando las consecuencias de las políticas sobre las oportunidades del conjunto.
- La incapacidad de pensar abarcando toda la complejidad del momento.
- La perversión consistente en confundir y promover la confusión entre crítica burda y juicio crítico informado de políticos y líderes en general.
Algunos partidos de izquierda, algún sindicato muy minoritario autodenominado de clase, algunos medios de comunicación electrónicos y, muy particularmente, un periódico y algún grupúsculo social, han promovido el pensamiento único destinado a proporcionar una imagen decadente del Modelo Sanitario Catalán.
Estos agentes, a base de verter informaciones parciales y/o manipuladas, o directamente mentir, no han tenido ningún escrúpulo a la hora de explotar las dificultades y el sufrimiento de la gente, en beneficio de intereses tan evidentes, como poco confesables, de estas minorías. El ruido que han llegado a hacer y la contaminación indiscriminada que han protagonizado, han hecho que por momentos pareciera que eran multitud. Algunos políticos de derechas (como el Ministro Montoro) y algunos altos funcionarios y órganos de control (elementos de la Justicia y parajudiciales incluidos), cada uno desde la defensa de intereses diferentes, han acabado convergiendo con los elementos antes mencionados para cuestionar, e indirecta o directamente atacar, entre otros, el Modelo Sanitario Catalán.
El pensamiento único es poco deseable. Pero no es equivalente -como nos han querido hacer creer- al consenso social y político en torno a pilares básicos de la sociedad, como es el caso del sistema sanitario. Este consenso que se ha querido presentar como una conspiración destinada a favorecer la corrupción y encubrir a los corruptos, ha tenido y tiene un gran valor.
Hemos tenido que contemplar acosados cómo un sistema sanitario, formado por más de 150.000 trabajadores esforzados y respetables, se ha puesto en cuestión por la denuncia de 10, 20, 30 casos de supuesta corrupción sin que, por cierto, haya sido posible probar la culpabilidad de nadie todavía.
La crítica destructiva no ha dejado espacio a la sana autocrítica. Por ejemplo, cuando se han cuestionado los mecanismos de control administrativos por inoperantes, costosos y favorecedores de la ineficiencia, se nos ha acusado a quienes lo hemos denunciado de querer evitar el control. De nada ha servido decir y repetir que control todo el que sea necesario, pero con mecanismos adecuados, eficientes e inteligentes.
En un país con el 26% de paro y un 50% de paro entre la población juvenil, determinados sindicatos, lejos de promover el empleo, se han dedicado a defender los puestos de trabajo ya existentes en el sector público y a promover un concepto interesado de lo público, destinado exclusivamente a garantizar estos puestos de trabajo de por vida a los que ya los tienen, aunque eso fuera a costa de repartir la miseria en forma de sueldos indignos y de perjudicar el interés general.
Este peculiar concepto de lo público -¡el mismo que propugna que cualquier mecanismo de control y evaluación que no sea de tipo administrativo y ejecutado por funcionarios no es de fiar!- se ha contrapuesto al de gestión empresarial, promoviendo perversamente la confusión entre este tipo de gestión y la privatización, ignorando cínicamente que la administrativización del sistema es el camino seguro para llevarlo a la ruina.
Opino que, a pesar de todo, es necesario continuar aportando datos que demuestran que cuanto más se aproxima el modelo al de Administración pública -caso del ICS- más caro e ineficiente es el sistema. Lo haremos e insistiremos en que pretender que toda la sanidad catalana evolucione hacia el modelo administrativo la encarecerá hasta el punto de hacerla inviable. Curiosamente, puede acabar pasando que la defensa del modelo administrativo de lo público termine acelerando la privatización más salvaje del sistema que se pueda imaginar. Seguir por este camino es llevar al sistema a ir a buscar recursos donde los hay, es decir, al sector privado. Y éste los pondrá con mucho gusto. Pero imponiendo sus condiciones, y estas sí que pueden acabar con la bondad de lo público.
Hay evidencia sobrada para reforzar la conveniencia de recuperar el consenso en torno al Modelo Sanitario Catalán y plasmarlo en una nueva Ley que sustituya la Ley de Ordenación Sanitaria de Cataluña (LOSC). Salvando las distancias, a la LOSC le pasa como a la Constitución española: es buena o no tanto dependiendo de la interpretación y de la amplitud del consenso en torno a la misma.
Lo que ha pasado en estos últimos años y que acabo de describir, hace muy recomendable poner negro sobre blanco y describir con toda claridad las características del Modelo Sanitario Catalán en formato legal, no prolongando más la actual situación “interpretativa”.
Si, a pesar de todo, el sistema sanitario ha aguantado hasta ahora los efectos de la crisis, ha sido gracias a forzar -no sin riesgo político, social y judicial- la interpretación histórica de la Ley de Ordenación Sanitaria de Cataluña (LOSC). hasta extremos irracionales. No podemos seguir forzando la interpretación de la norma, hay que adaptarla a las necesidades urgentes del momento.
Josep Maria: com sempre dones en el clau. Ahir llegia en un mitjà digital el “nou discurs” d’una diputada de les CUP i d’un metge del Sindicat Metges de Catalunya, que sembla que tots dos,suposo que a títol individual, han decidit fer campanya contra la “privatització de la sanitat catalana” ???
El seu argument és digne d’análisi psicològic. Diu:
“El govern es dedica a deixar que els centres públics tinguin dificultats per fer la seva feina; no invierteix en teconlogia, redueix els llocs de treball, i al final quan el centre cau en pèrdues, llavors el mal ven a la iniciativa privada per que aquests facin el negoci”
Jo em demano, si davant de totes aquestes mentides el fiscal no hauria d’intervenr d’ofici; estem arribant a uns límits gairebé intolerables. Però què podem fer davant de tot això?
Estic d’acord amb tu Josep Maria que caldria fer una nova LOSC que respongués a la realitat del nostre país però crec que malauradament no crec que hi hagi prou consens per fer-ho.
La revisió és urgent però hi trobo a faltar generositat, amplitud de mires i lideratge polític i tècnic entre els agents implicats. Crec que en aquests moments pesen més els “interessos” que “l’interés” i això m’entristeix profundament.