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Estaba dudando si hacer un post de resumen del año 2013 o uno sobre qué sensaciones provoca el 2014, cuando un artículo de Antoni Vives (periódico “ARA” del 6 de enero de 2014) ha alterado mis planes.

En primer lugar hay que agradecer el hecho de que -cualquier persona, pero aún más-un político tenga la sensibilidad y el valor de escribir sobre la falta de referentes que afecta a demasiadas personas en el mundo de hoy. Sobre la dificultad que implica intentar ser coherente con unos valores sólidos que primero es necesario haber adquirido e interiorizado. La insatisfacción, el vacío, la necesidad de no parar, de distraerse, dominan demasiadas vidas. De distraerse de uno mismo por miedo de tener que confrontarse con la esencia personal. La de verdad. Dígase “alma” si se prefiere. Lo que en el fondo es luz, puede dar miedo y acabar pareciendo negrura infinita.

Lo más sencillo es estar muy ocupado y no tener tiempo de… pensar en la propia realidad. Un rato más o menos aprovechado con la familia y a seguir trabajando para poder consumir, si se tiene la suerte de tener trabajo. En cualquier caso, consumir o el deseo de poder hacerlo. Donde sea. En tiendas o a través de Internet. Lo que sea. Horas de TV o de conexión a redes sociales. Lo que sea necesario para evitar el riesgo de tener que confrontarse a uno mismo y descubrir el vacío o sentir miedo de encontrar aquel agujero negro.

La alternativa no debe ser la vida contemplativa y el no hacer nada. Pero hay que encontrar el espacio de reflexión necesario y hacer los deberes que todos tenemos como personas. Primero con nosotros mismos ya que, en caso contrario, poco preparados estaremos para hacer algo bueno por los demás.

Antoni Vives indica el único camino que puede dar sentido a una vida: amar a los demás y comprometerse de verdad. Habla de que “… ningún pensamiento orientado al servicio de la sociedad es válido si no hay un compromiso basado en el afecto a los demás”. Y reivindica que “…vuelva un tiempo de espiritualidad práctica…” con independencia de si “somos cristianos católicos, protestantes o evangélicos, musulmanes, hindúes, agnósticos o ateos“. Se refiere a una espiritualidad práctica como “…alejada de la superstición, de la autoayuda, de la imaginación de baja estofa con la que algunos aprovechados pretenden seguir banalizando el alma humana.” Añade: “La nueva espiritualidad debe ser la vitamina para componer sociedades justas, libres y democráticas. No hay sociedad sin personas comprometidas. El compromiso tendrá estas raíces espirituales, o no durará”. En resumen, amor al prójimo y compromiso sincero.

Hasta aquí alguien puede ironizar y decir que acabamos de descubrir “la sopa de ajo”. Y es que el problema no está tanto en saber qué hay que hacer ni siquiera en cómo hay que hacerlo para dar sentido de verdad a la existencia. El problema está en hacerlo. Ser consciente de que nuestra sociedad ha sido cuidadosamente concebida para distraernos de nosotros mismos y absorber nuestra atención y dedicación hacia  todo tipo de actividades que difícilmente nos permitirán reencontrarnos con lo más noble que tenemos, si no estamos preparados y muy atentos.

Comentando el artículo de Antoni Vives con una persona joven, la reacción que tuvo -no me sorprendió (desgraciadamente), pero sí- me preocupó: ¡quejarse de que esto no se lo habían enseñado!

Cuesta creer que la familia, la escuela, la vida asociativa, la universidad… no proporcionen un sistema de valores que permita reflexionar sobre el sentido que hay que dar a la propia existencia. Culpar a los demás de que no han hecho el trabajo y no empezar por reflexionar sobre cuál ha sido la actitud personal en relación al sentido profundo del amor y el sentido del compromiso para dar plenitud a la vida, forma parte sin duda de lo que caracteriza el mundo en el que vivimos. “Se me tiene que dar todo. Me lo merezco por el simple hecho de existir. Si no me llega es que ‘el sistema’, los otros, la familia, los amigos, el sistema educativo… todos, han fallado. Yo no tengo ninguna responsabilidad. ¡Por cierto, a mis hijos que no les pase como a mí y que alguien les enseñe esto tan importante!”.

Cuando culpamos reiteradamente a los demás de nuestros males, algo no estamos haciendo bien. A la persona que me decía esto a raíz de comentar el artículo de Antoni Vives, le diría que encuentre espacios para alejarse del “ruido infernal” que contamina el mundo en el que vivimos. Que tome distancia, que respire hondo, que medite, que reflexione. Que deje de lado a los enemigos, los demonios y los pensamientos negativos. Que mire de vez en cuando el cielo estrellado, un paisaje maravilloso o una obra de arte. Que se deje invadir por aquello que le trasciende y que analice su vida desde la perspectiva de las sensaciones más nobles que puede provocar esta contemplación. Que mire en su interior. Verá que hay algo que va mucho más allá y que puede conectar con los valores que los padres, la escuela, el  ateneo o el club deportivo le han transmitido y que, con toda seguridad, le servirá para diferenciar lo que está bien de aquello que no lo está. Verá que lo tiene todo para querer al prójimo y comprometerse con los demás. Que no es necesario que reclame nada a nadie. Que ya se le ha dado todo. Es hora de que piense por qué no lo ha sabido aprovechar y rectifique.

Termino repitiendo una frase de Mandela (haciendo caso omiso a los que denuncian el abuso que se ha hecho de él con ocasión de su muerte): “Un santo es un pecador que sigue esforzándose”.

Quien escribe esto ni es un santo, ni mucho menos pretende dar lecciones a nadie. Pero sí continuar esforzándose, perseverando y recomendar -empezando por mí mismo- auto exigencia y reconocimiento de las propias deficiencias antes de culpar a nadie de nuestros males o de nuestros déficits. La capacidad de amar y el sentido del compromiso están. Para llevarlos a la práctica y vivir de acuerdo con ellos, hay que esforzarse y trabajar mucho en uno mismo y respetar y dejar tranquilos a los demás.

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