Les gustan las mayorías absolutas. Pero todavía les gustan más las mayorías silenciosas. Que la gente no hable. Que no se exprese.
El concepto de democracia, tanto para el Gobierno español como, en diferente medida para la oposición socialista con respecto a algunos temas, responde más a una posición formal que a una plena asunción de lo que significa: a fecha de hoy unos y otros se oponen a que los catalanes digamos si queremos continuar formando parte de España o no queremos.
En mi opinión lo que hay en España es una pseudodemocracia, una democracia de muy baja calidad. Formalmente es una democracia pero demasiado imperfecta. Los protagonistas políticos son demócratas pero hasta cierto punto. Hay socialdemócratas y democratacristianos de pura cepa en la oposición y en el Gobierno, homologables a los de las viejas democracias europeas. Pero -sobre todo en el PP- también hay herederos del régimen anterior insuficientemente reconvertidos y en ambos lados, PP y PSOE, impera una visión centralista del Estado, jacobina, que acaba limitando aspectos tan paradigmáticos de una democracia como es permitir que los ciudadanos se expresen y voten libremente.
Que Soraya Sáenz de Santamaría, para valorar lo que pasó el 11 de septiembre, ponga la atención en la gente que se quedó en casa demuestra que no ha entendido nada de nada. No ha dicho que los catalanes que el día 11 de septiembre se quedaron en casa son contrarios a la independencia de Cataluña. Pero todos, allí y aquí, absolutamente todos, lo hemos entendido. Siguiendo la misma lógica, si pensamos en la gente que no se manifestó con motivo del cruel asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA o no lo hicieron cuando la horrible matanza de Atocha perpetrada (si me lo permiten los señores Acebes, Aznar y algún otro) por islamistas radicales, si pensamos en los que entonces se quedaron en casa, ¿debemos dar a entender que la mayoría de españoles estaba a favor de estos grupos terroristas?
Poner el énfasis en la mayoría silenciosa le permite ignorar la reivindicación catalana y rehuir lo que se desprende de aplicar el sentido común -y la práctica democrática- que no es otra cosa que tender con convicción y sinceridad la mano al diálogo.
Sáenz de Santamaría debe creer que acceder al diálogo con una entidad periférica subordinada, como consideran que es Cataluña, es signo de debilidad. Ni ha entendido ni quiere entender que sin diálogo, el problema será insostenible para ambas partes y alguien, desde ámbitos democráticos menos imperfectos, le acabará indicando al Gobierno que vicepreside que debe dialogar. Soraya sabe lo que pensamos la mayoría de catalanes y no le gusta. Sabe que somos mayoría los que queremos celebrar una consulta para poder decidir si deseamos seguir formando parte de España o no. Y la respuesta le da pánico. No es capaz de escucharla. Mantenernos en silencio le proporciona tranquilidad. Su mal, “no quiere ruido”.
¿En qué se ampara para taparnos la boca? En la Constitución. Sra. Vicepresidenta ¡el problema no es legal y usted lo sabe! Es político, de voluntad política. Mantener el actual conflicto entre una forma -restrictiva y politizada- de interpretar la legalidad española y la legitimidad democrática de un pueblo que quiere decidir su futuro, es muy arriesgado y tremendamente poco inteligente.
Seamos claros, la Constitución, según como la quiera interpretar, permite desde enviarnos el ejército una vez más (recuerden el pensamiento de Gregorio Peces Barba [QPD] y de tantos otros sobre la conveniencia de bombardear Barcelona periódicamente), a reprimirnos por atentar contra la integridad territorial de España; como permite igualmente -la Constitución, entre otros, los artículos 92 y 150.2- delegar la capacidad de organizar una consulta legal al Gobierno de la Generalitat y permitirnos decidir nuestro futuro.
La reacción del Ministro Fernández Díaz la noche del 11 de septiembre fue también de negación de la realidad. Intentó una línea de análisis cuantitativo que, esta vez, no ha seguido nadie. Las imágenes transforman en grotesco este intento.
La preocupación de fondo era la misma: la mayoría silenciosa. Rebajar en 400.000 el número de participantes, incrementa en 400.000 el número de componentes de la mayoría silenciosa que parece que debemos entender que está masivamente contra la independencia de Cataluña y quizá incluso contra el derecho a decidir. ¡Qué lástima que no tenga nada más que decir!
Sr. Ministro, por cierto, puedo llegar a aceptar que envíe a la Guardia Civil a la zona limítrofe Cataluña/País Valenciano si me tengo que creer que su preocupación era mantener la movilidad normal de la gente en un día (allí) laborable. Me cuesta más entender que no previera que la manifestación pacífica y civilizada de los catalanes, podía provocar que miembros vinculados a organizaciones fascistas (que en países incuestionablemente democráticos son ilegales), actuaran como lo hicieron en la Delegación del Gobierno de la Generalitat en Madrid.
Siempre me ha parecido curioso que uno de los Ministros más dedicados a impedir que los catalanes nos podamos sentir confortables con un pasaporte español, sea el Ministro de Asuntos Exteriores. ¿Cómo lo debemos interpretar? ¿Ya nos considera un “asunto extranjero”? Quizás la Sra. Vicepresidenta, capaz de interpretar silencios, también podría interpretar este hecho.
Al día siguiente de la Vía Catalana, Margallo encontró un instante para dejar de presionar a gobernantes y diplomáticos extranjeros para que no reconozcan nunca a un eventual Estado catalán, para mostrarse preocupado por la “desafección” de algunos catalanes. Pero ¿cómo puede ser que le extrañe tanto? ¿Qué comprensión de la realidad tiene este hombre?
Después de apostar por el diálogo, se apresuró a decir que había que enmarcarla en la Constitución, que ya sabemos cómo la interpreta (como Soraya) y que opina que no se debe reformar. A continuación reconoció que la Vía había sido “un éxito de convocatoria, organización, logística y comunicación”. Nos recordó que debemos agradecer tener una Constitución que permite “la libertad de expresión”. Bueno, en todo caso la libertad de manifestación sí que la permite (¡faltaría más!), pero la libertad de expresión… depende: ¿Podemos hacer la consulta? ¿Tenemos o no tenemos libertad de expresión? Y rápidamente convergió con Sáenz de Santamaría y Fernández Díaz a llamar la atención sobre la mayoría silenciosa diciendo una obviedad: “El mismo respeto que merecen esos manifestantes, lo merecen los que no se manifestaron o movilizaron”. ¿Alguien no ha respetado a los que no se manifestaron? Quizá piensa en los que dan a entender que les saben interpretar el pensamiento o creen que no es necesario que piensen ya que el Gobierno ya piensa por (en lugar de) ellos.
La reacción del Presidente Rajoy la desconocemos. Don Mariano debe formar parte de la “mayoría silenciosa”. No sé si en este caso, la Vicepresidenta Sáenz de Santamaría sabría interpretar este silencio…
Y en el trasfondo de este esperpento, de esta fotografía patética de la realidad política de Madrid, una cuestión que consideran primordial: “frenar a Mas”. Es lo que trascendió ayer y evidencia que no han comprendido que la movilización de la Diada, es como una ola inmensa que ha pasado por encima del Presidente Mas y de los partidos políticos, incluido ERC y Oriol Junqueras.
Más fácil de entender resulta que digan que para hacerlo, “para frenar a Mas”, el Gobierno de España “confía en el Tribunal Constitucional”. Gobierno que ya se ha encargado de pedir a un militante del PP que deje formalmente el carnet para poder ejercer la presidencia de este Tribunal cada día más desprestigiado. Ni siquiera Miquel Roca, ni Miguel Herrero, ambos padres de la Constitución, lo avalan hoy en día.
Definitivamente no quieren o no pueden entender nada de lo que está pasando en Cataluña. Opino que si este Tribunal Constitucional politizado, no hubiera hecho en su momento la barbaridad que hizo con el Estatuto de Autonomía de Cataluña, si estos pocos magistrados no hubieran revocado, en un ejercicio más político que jurídico, el Estatuto que aprobamos los catalanes en referéndum, personalmente pienso que ni en 2012 hubiéramos tenido la manifestación que tuvimos, ni anteayer una cadena humana que uniera los dos extremos del país.
Si la estrategia es simular voluntad de diálogo, pero sólo en el marco de una Constitución que usan más como aquel que muestra el crucifijo a un endemoniado, que como un instrumento que admite interpretaciones que permiten conciliar a las partes; lo que harán será ampliar la “fábrica de independentistas”. Si de verdad creen que “frenando” al Presidente Mas con togados “filopopulares” (o “filosocialistas” que en este punto siempre se han puesto de acuerdo: “antes roja que rota”), revertirán a la mayoría de catalanes que están a favor del derecho a decidir, lo que conseguirán es lo contrario de lo que pretenden: en palabras de ellos “romper España”.
Y en cuanto a la mayoría silenciosa, no olviden que “som gent pacifica i no ens agrada cridar” (somos gente pacífica y no nos gusta gritar”). Pero no se confundan, ni jueguen a querer confundirnos. Ni ustedes ni nosotros ganaremos nada. Al revés, todos perderemos. No pierdan más el tiempo, hemos llegado al final del camino. Es la hora de la política en mayúsculas. Dialoguen.