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Hace mucho tiempo que con mis amigos españoles, incluidos los catalanes que se sienten españoles, no hablo de la relación Cataluña-España. En general es muy difícil poder hacerlo sin que la situación se vuelva excesivamente incómoda o desagradable.

La proximidad del 11 de septiembre invita a intentar plantear de forma constructiva algunas consideraciones a propósito del problema en cuestión.

Es más que probable que la gran mayoría de catalanes contemporáneos -no digamos ya los españoles -desconozca lo esencial de la Guerra de Sucesión al trono español. Una guerra que duró 25 años y que -prácticamente -terminó con el durísimo asedio y caída de la ciudad de Barcelona el 11 de septiembre de 1714 a manos de Felipe V de Borbón. Un cerco feroz que se prolongó 13 meses en los que 45.000 soldados castellanos tiraron 30.000 bombas contra una ciudad que tenía 30.000 habitantes. La Guerra de Sucesión puso fin a una Cataluña que con los parámetros de hoy en día llamaríamos independiente.

La mayor parte de españoles que abordan el tema niegan este carácter independiente a la Cataluña del siglo XVIII dado que, aunque pueda parecer contradictorio, conformaba España. Borja de Riquer lo explica bien en el artículo “Usos y abusos de la historia” (diario “ARA”, sábado 7 de septiembre de 2013), contra argumentando el artículo de Francesc de Carreras “Reinventar la historia” (periódico “La Vanguardia” del 4 de septiembre de 2013). De Riquer recuerda ante la afirmación de Carreras que “la Corona de Aragón no es un Estado” que “si a algo se parecía la Corona de Aragón es a los actuales estados confederales: cada territorio tenía sus propias Cortes, sus instituciones políticas de gobierno, legislación propia, la fiscalidad, su moneda, su lengua, etc. Lo único que tenían en común era el mismo jefe del Estado, el rey, que debía jurar respetar las leyes y costumbres de cada territorio”. Esto es precisamente lo que varió a partir de 1714. Cataluña fue anexionada militarmente y sometida por la fuerza a Castilla, lo que cambió el propio concepto de España.

Albert Sánchez Piñol, más allá de “Victus”, lo transmite muy bien en una entrevista reciente. Decía que “Lo curioso es que todos (catalanes y castellanos) luchaban por España, pero una España que no tiene nada que ver con la actual. El Once de Septiembre, aparte de significar el ‘fin de la nación catalana’-y aquí añado que no, que precisamente a pesar de pretenderlo no se terminó con “la nación catalana” y por eso aún hablan del “problema catalán”– también significó el fin de España. Lo que viene después ya no es España, es Castilla. Porque sencillamente el régimen borbónico lo que hizo es derribar el sistema jurídico catalán e imponer el castellano. Claro, se continuará llamando España, pero no lo es”. Y va más allá de De Riquer cuando dice: “No es que fuera una España federal, es que ni siquiera era confederal, eran entidades soberanas que tenían en común un rey”.

En la misma entrevista Sánchez Piñol recuerda que un mapa escolar del siglo XIX enseñaba a los niños que había una “España Nacional”, formada por Castilla, Extremadura y Andalucía y una “España asimilada”, formada por Cataluña, Valencia y Mallorca.

Ante estos hechos, los españoles argumentan que nos podríamos remontar a la época del Califato de Córdoba, o los romanos o los celtas o los íberos y reivindicar el mapa político de entonces, algo que evidentemente no tendría ningún sentido. La diferencia está en que desde el punto de vista, si no de la memoria histórica -que también-, sí de la conciencia nacional y del sentido de pertenencia, la asimilación de 1714 no se ha culminado nunca y el “problema catalán” actualmente no está resuelto. Y esto siempre o casi siempre, ha quedado claro. Desde Quevedo y Unamuno a Ortega y Gasset y desde Valentí Almirall a Cambó, pasando por Maura, Azaña y de Madariaga y cualquier Presidente de Cataluña o de España, hay conciencia de la existencia del problema. Han pasado tres siglos y la asimilación no ha implicado un buen encaje.

El problema catalán no se puede resolver, solo se puede conllevar“, dijo José Ortega y Gasset. Yo creo que en la actualidad -es una sensación- desde Cataluña la predisposición a la “conllevancia” orteganiana, es más que escasa. La desafección hacia España ha crecido tremendamente en los últimos años entre los catalanes.

Es difícil establecer relaciones causa-efecto, pero me parece que la sentencia del Tribunal Constitucional, desfavorable al Estatuto de Autonomía de Cataluña tras ser aprobado por el Parlament de Catalunya, por las Cortes Generales españolas, sancionado por el Rey y refrendado por los catalanes, marcó un antes y un después en relación a la esperanza de ser respetados como catalanes en el marco de las reglas de juego españolas.

La combinación del déficit fiscal, irracionalmente favorable a España, con la crisis económica que nos ha llevado a sufrir los recortes en prestaciones sociales más sangrantes de todo el Estado, al tiempo que el Gobierno español, no sólo no ha intervenido para reequilibrar el déficit fiscal, sino que no ha hecho frente a sus compromisos económicos con Cataluña (con alguna excepción que confirma la regla); esta combinación ha hecho que la opción independentista haya crecido ostensiblemente. Una inmensa mayoría de catalanes ha dicho basta y me temo que ya sea tarde porque nada que no sea un acuerdo Madrid-Barcelona para celebrar un referéndum de autodeterminación, resulte aceptable para una considerable mayoría de catalanes.

¿Es imaginable esta posibilidad a tenor de algunas noticias aparecidas en los últimos días? Cuesta de creer. Hasta ahora la respuesta ha sido la Constitución, utilizada como arma arrojadiza contra las aspiraciones catalanas.

No olvidemos (ver post de 20 de marzo de 2013 “La identidad española y el patriotismo constitucional (1)”), que la Constitución es el resultado de su tiempo, ¡el postfranquismo inmediato del Teniente Coronel Tejero! Tan importante era la flexibilidad interpretativa para que fuera aceptable para todos que cuando se utiliza, como ahora, en función de los intereses políticos del Gobierno (el Presidente del Tribunal Constitucional es un ex-militante del PP) se vuelve inútil para resolver, entre otros, “el problema catalán”. Tan sesgada y contraria al espíritu que la hizo posible es la interpretación que hace el Tribunal Constitucional, que una persona reconocida por su sensatez y por su ponderación como Miquel Roca, uno de los padres de la Constitución, manifestó hace poco que “el TC no me merece ningún respeto desde la sentencia del Estatut“.

Dejo de lado los insultos y las reiteradas referencias (incompatibles con un país democrático de verdad) al nazismo por parte de diferentes políticos del PP y del PSOE -y de determinados Media -para calificar la legítima voluntad de los catalanes de poder expresarnos libremente en relación a si queremos o no seguir formando parte de España. Constituyen una verdadera “fábrica de independentistas”.

Estos son, a mi modo de ver, los factores determinantes del grado de desafección mayúsculo que predomina entre los catalanes hacia España.

Juan José López-Burniol lo explicaba magistralmente en el artículo “Esta España mía…” (“La Vanguardia”, 7 de septiembre de 2013). Decía: “Hace dos milenios, el derecho romano dejó claro que no puede haber un contrato de sociedad si no existe antes una affectio societatis, es decir, algo, que es la voluntad de otorgarlo: la convicción, la creencia de que aquella sociedad es buena, que es útil, que conviene a sus socios, que extraerán ventajas. Y lo mismo se puede decir de cualquier forma de comunidad, incluida, sin duda, una comunidad nacional. No puede existir un Estado fuerte y sólido si antes no existe una nación de ciudadanos que tienen la voluntad implícita de constituirlo porque sienten esa afectio que, en sociedades que conviven en un territorio delimitado, como puede ser una península y que comparten desde hace siglos una misma historia, debe manifestarse en una querencia y en una conveniencia. Si falla alguno de estos componentes o ambos, no hay nación que valga, ni Estado que pueda vertebrar la misma. Faltará el sentido de pertenencia y será imposible la solidaridad primaria, aquella que ve al otro uno mismo. Este es el mal de España: su invertebración”.

Opino, y es sólo una opinión y por tanto me puedo equivocar totalmente, que el camino hacia el que la España de siempre está empujando a los catalanes, es de los que no tienen retorno. Cuando el debate es entre legalidad, entendida rígidamente, y legitimidad que, por falta de flexibilidad y voluntad política se considera ilegal, el margen para la política es escaso. Y la solución debe producirse en el terreno político.

La cadena humana de mañana, permitirá que España y el mundo, también Cataluña, claro, verifiquen que lo que está pasando en Cataluña no se puede ni banalizar, ni reprimir de ninguna de las maneras. Tampoco con la Constitución. Es necesaria una salida pactada que no niegue a los catalanes el derecho a decidir si queremos continuar formando parte de España o no. Hay que hacer política de la de verdad, con mayúsculas, de aquella que honra a los que la hacen, bien alejada de la politiquería y de las malas maneras que lo han ensuciado todo.

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