El pasado ya no existe. Nunca más volverá. El futuro está por venir. Resulta obvio que solo se puede vivir cada instante en tiempo presente. Ridículamente obvio, ¿no? Claro, sencillo de comprender, ¿no? Pues no para la mayoría, diría yo. ¿Por qué cuesta tanto? ¿Por qué nos marca tanto lo que ya no existe, lo que ya ha pasado? ¿Por qué vivimos tan condicionados por lo que tiene que venir? Un futuro que, por otra parte, quizás no llegará tan lejos como tendemos a imaginarlo…
Lo mismo ocurre con los objetos, las cosas, los bienes materiales…
Me costó mucho decidir que dejaba aquella casa de la montaña, de los Pirineos. Hacía tiempo que sabía que tenía que hacerlo. Había optado por el clima mediterráneo, por pasar épocas cada vez más prolongadas -¿quizás acabar viviendo allí?- cerca de nuestro mar y dejar la montaña. Finalmente una amiga de confianza se mostró interesada en alquilar aquel rinconcito hundido en un valle pirenaico cerrado y eso me facilitó la decisión. Hacía falta, sin embargo, vaciar en parte, desmontar relativamente, lo que había sido el verdadero hogar familiar. ¡¡¡Uf!!!
–Dime qué necesitas que deje, o bien qué te molesta, y me lo llevaré…
Parece que merece la pena envejecer ligero de equipaje. No hace demasiados días alguien me contaba que se había cogido tres meses para, a ratos, ir haciendo la elección de lo que se llevaba a un nuevo apartamento mucho más pequeño que el que tenía hasta ahora. Estaba obligada a desprenderse de cosas sí o sí. Pero me describía el gusto que le producía elegir y tirar. “Soltar lastre”, que dicen los “neomísticos”…
Para mí el ejercicio no fue fácil. Ciertamente algunas cosas tenía claro que me irían bien para la nueva vivienda. Otras no, pero no me quería desprender de ellas y las cargué en el coche pensando que ya vería qué haría. Tiré muchas cosas, algunas sin ningún pesar, pero otras con una sensación extraña de tirar una parte de mi vida… ¡Me emocioné! ¡Sí! Me emocioné… ¡¡¡Dedico esta confesión a un lector crítico con mi blog, en el sentido de que a mis escritos, según él, les falta alma!!! Bueno, yo creo que hay de todo. A menudo he hablado del valor que tiene para mí la descripción subjetiva de hechos, paisajes, personas, situaciones… Y la crítica venía a propósito de dos publicaciones sobre Uruguay (ver “Uruguay no se puede explicar sin el fútbol” del 11 de febrero de 2018 y “Uruguay, pequeño gran país” del 16 de febrero de 2018). Precisamente, a raíz del Mundial de Rusia y del relativo buen papel del fútbol uruguayo, le envié los dos post, con la sensación de que en ellos había sentimientos profundos. ¡¡¡Ciertamente eran descriptivos, pero para mí los sentimientos estaban!!! Quizá no los supe transmitir demasiado bien. Comprobadlo si os apetece…
Uno de los recuerdos que evoco con emoción en el primer post mencionado es una vuelta nocturna de Piriápolis a Montevideo, en un viejo coche descapotable, escuchando por la radio a Carlos Gardel. Podría describir la noche estrellada de verano, la brisa agradable que nos regalaba el Río de la Plata sobre el rostro. La sensación de pequeñez perdido en aquel rincón del Cono Sur. No hay duda de que el momento, para mí muy mágico, es intransferible. Una vez más una emoción que hubiera sido diferente si aquel viejo aparato de radio de aquel coche tan antiguo como la misma radio, no hubiera existido…
Bueno, volviendo donde estaba, lo que necesitaba era desmontar parcialmente el apartamento para alquilarlo. Decidir qué me quería llevar -aunque el futuro inquilino quizá pretendiera usarlo- y llevarme lo que a él le estorbara, aunque yo no sepa qué hacer con ello. Como ocurre en estos casos, acabé tirando muchas cosas. Algunas sin ningún problema. Otras en cambio…
Allí había cosas de mis hijos, de hacía años, que hacía también muchos años que no se habían usado, pero que llegado el momento de tirarlas hacían emerger recuerdos de un tiempo inexistente, de unos niños inexistentes como tales porque ya son adultos. Todo aquello ya ha pasado y no volverá nunca más…
Entre los objetos que tenía claro que me llevaría como antigualla decorativa había un aparato de radio que me regalaron cuando yo era, si no pequeño, recién adolescente. El segundo que tenía. Este era -es- un “Inter” que en su momento sonaba francamente bien. Especialmente si tenemos en cuenta que el anterior era un “Sanyo” pequeñísimo, que funcionaba con pilas y que me ponía bajo la almohada cuando iba a dormir, la acústica del cual dejaba mucho que desear. No estaba tan lejos la época de los terrores nocturnos infantiles, y la compañía de la radio me distraía y me ayudaba a disiparlos. Mi madre cada noche venía a darme las “buenas noches” y nunca fallaba la advertencia: “¡No te duermas con la radio encendida, que se quedará sin pilas!”. En efecto, era lo que pasaba muchas noches. Lo cierto es que la radio marcaría mi vida y sigue formando parte importante de ella aún hoy.
Llegué a la casa de la playa cargado de cosas propias de un lugar de montaña, pero difícilmente útiles y/o apropiadas para estar cerca del mar. Tuve claro que el viejo transistor lo colocaría sobre mi mesilla de noche. Así lo hice. Lo enchufé, giré hacia la derecha el “potenciómetro” y… ¡¡¡funcionaba!!! No solo funcionaba, sino que se escuchaba bastante bien. Aunque el dial daba la impresión de que se podía romper en cualquier momento, fui sintonizando emisoras y la primera noche fui a dormir escuchando un programa de jazz que hacen algunos días en una emisora de música clásica y que escucho a menudo. ¡Qué curioso, acababa de comprar un amplificador moderno con radio incorporada que no sintonizaba más que una emisora local y tenía que escuchar las habituales por Internet, y aquel viejo aparato de cuando yo era joven, era capaz de encontrar un montón de emisoras!
Mi abuela escuchaba radionovelas en un viejo aparato de los que hoy se encuentran en los anticuarios. Me impresionaba que tuviera una pantalla por la que corría la barra de selección de emisoras atravesando nombres de ciudades lejanas como París, Berlín o Lisboa. Aunque no se consiguieran escuchar necesariamente emisoras de estas ciudades en el lugar indicado. Recuerdo cómo imaginaba lo que pasaba en las radionovelas. Los lugares, los personajes, la relación entre ellos, los buenos, los malos… Obras de Guillermo Sautier Casaseca, interpretadas por Matilde Conesa o Pedro Pablo Ayuso y otros “radioactores” de éxito en aquel tiempo. Por no hablar de la “señora Francis”, Elena Francis, y sus consejos para todo tipo de problemas cotidianos propios de las relaciones -amorosas y otras- entre personas. ¡Pueden imaginar el tipo de problemas y sobre todo la línea de las respuestas en aquellos años de franquismo! ¡Curiosamente al cabo de los años, cuando era adolescente, acabé conociendo a una de las locutoras que interpretaba este papel, Roser Caballé, la madre de un compañero de escuela! Recuerdo también el “Diario hablado” de Radio Nacional de España y las tardes de fútbol del domingo. El “Carrusel deportivo” y también las noches con José María García. ¡Madre de Dios!
Tres noticias que escuché por la radio me impactaron mucho. Las muertes de John F. Kennedy y del Papa Juan XXIII en 1963, y el inicio de la Guerra de los Seis Días en 1967. La muerte de Kennedy especialmente, no sé por qué, ya que solo tenía cinco años, me entristeció mucho. Siempre me he interesado por el personaje. Cuando comenzó la Guerra de los Seis Días ya tenía nueve años y en mi imaginación no era capaz de delimitar el alcance territorial y no sabía si nos podía tocar directamente. La Guerra Civil española, “la guerra”, era tema de conversación frecuente en casa y el inicio de una guerra, aunque lejana, yo no la vivía como tal. En este sentido nunca me inquietó la Guerra de Vietnam de la que se hablaba mucho entonces. Difícil desentrañar por qué aquellas noticias en ese momento provocaban aquellas emociones infantiles.
Cuando en las clases de manualidades en la escuela me tocó hacer una radio de galena lo viví con mucho entusiasmo. Una vez seguidos todos los pasos y llegado el momento de conectar, cuando experimenté que de ese gadget rudimentario salía una voz radiofónica que escuchaba a través de un auricular negro que me tapaba casi toda la oreja, me emocioné mucho. Se escuchaba mal y entrecortado, pero se escuchaba. Posteriormente haría una con transistores, condensadores y no sé muy bien qué que comparada con la galena era “alta tecnología”.
¡Pero la radio para mí era la conexión con el mundo, la manera de imaginar todo tipo de acontecimientos y lugares desconocidos! El programa “Ustedes son formidables”, pensado para fomentar la colaboración ciudadana en situaciones excepcionales o catástrofes, me impresionaba profundamente. El presentador se llamaba Alberto Oliveras y comenzaba con la Sinfonía del Nuevo Mundo, lo que me resultaba poderosamente estremecedor. Recuerdo estar en la cama con la luz apagada y la pequeña “Sanyo” pegada a la oreja y desde allí transportarme a mil lugares y situaciones épicas. El terremoto de Managua de principios de los 70 y la forma como se explicaba en ese programa y todo lo que pasaba, no lo olvidaré nunca. La primera vez que viajé a Managua en el 1989 y vi todavía el edificio del Parlamento y otros derruidos por aquel terremoto y no reconstruidos, me evocó este recuerdo emotivo. ¡Gracias a la radio viví una extraña sensación como de ya haber estado en ese lugar! Igualmente el día que estuve en la Plaza Dealey, en Dallas, y subí al 6º piso de la Texas School Book Depository y me situé al lado de la ventana desde la que supuestamente Lee Harvey Oswald disparó a John F. Kennedy. Cuando vi la calle al lado e imaginé el coche presidencial pasando descapotado por allí, además de revivir remotos recuerdos radiofónicos, pensé que si realmente Oswald había podido llegar allí, prácticamente tocando la cabeza de Kennedy, con un rifle y disparar, alguien del dispositivo de seguridad, del servicio de inteligencia, de la CIA o del que fuera, debería haber colaborado.
La radio ha sido y es una compañera de vida. El inicio de la radio en catalán, “El Lloro, el moro, el mico i el senyor de Puerto Rico”, la primera transmisión del Barça de Puyal, primero en Radio Barcelona y después en Catalunya Ràdio -que deja según hemos sabido los últimos días- mil noticias de impacto escuchadas como la muerte de John Lennon o el golpe de Estado de Tejero en 1981 por poner algunos ejemplos, las cadenas de radio musical… ¡Tantas vivencias!
Una de las cosas que más me atraía al llegar a cualquier país era, es, poner la radio. Escuchar noticias locales, música del país o como hice hace dos años con motivo de la Copa América estando en Buenos Aires, ver un Colombia-Argentina por la TV y escuchar la peculiar narración de una emisora de radio local. ¡¡¡Inenarrable narración!!! ¡Qué expresiones! Qué riqueza y originalidad en el lenguaje de aquellos locutores…
Un recuerdo especial para las vueltas el domingo por la noche, durante los años 80, de Sherbrooke a Montreal, con el viejo Ford Monarch, escuchando jazz, tanto en noches heladas de invierno con fuertes nevadas, como con noches calurosas y húmedas de verano con las ventanas abiertas para que corriera el aire…
La radio sigue estando presente en mi vida. Poquísimas noticias, sensacionales programas de humor cuando los puedo escuchar, tales como “La Competencia”, retransmisiones del Barça (gracias a haber sido un asiduo del Camp Nou toda la vida, escuchando la radio “veo” el partido y pienso en Tete Montoliu), música de todo tipo y muchos kilómetros hechos con la radio como única compañera de viaje.
Entro en la habitación, me planto delante de ella y la contemplo. Da gusto la vieja “Inter” en la mesita de noche. ¡Sí, me quedo de pie ante ella y la miro con admiración y emoción, agradecido de haber recuperado esta caja de vida que creía definitivamente muerta y que tantas y tantas horas, durante tantos y tantos años me había acompañado y conectado con mil mundos y realidades!