escocia-se-separa-del-reino-unido[1]Y en mi opinión el Reino Unido de Gran Bretaña también gana, consciente de que puede haber quien discrepe mucho de esta apreciación.

En cualquier caso, Gran Bretaña se considera uno de los países más democráticos del mundo (Robert Putnam, en “El declive del capital social”, Galaxia Gutenberg 2003, lo considera la democracia de más calidad del mundo) y, precisamente por eso, hoy los escoceses pueden votar si quieren o no quieren seguir formando parte del Reino Unido. Todo un ejemplo de democracia real, un ejercicio de libertad que permite, ya ahora, antes de conocer el resultado, afirmar que Escocia seguro, pero también toda la Gran Bretaña, ya han ganado sea cual sea el resultado. Al contrario de lo que ocurre en España, un país de fuerte tradición autoritaria y en el que la democracia, además de ser más formal que real, es de bajísima calidad.

Que Cameron, al contrario que Rajoy y la mayoría de políticos españoles, antepusiera la democracia a la hora de permitir a los escoceses decidir, no impide que en esta decisión incidiera el hecho de no contemplar el “sí” en sus cálculos iniciales. Así, cuando Alex Salmond le planteó como posibles respuestas al referéndum, además del “sí” y del “no”, la tercera vía que allí llaman “Devolution Max” (autonomía máxima, no sólo fiscal, que también, sin competencias compartidas, pero dentro del Reino Unido), tan seguro estaba Cameron que ganaría el “no”, que no lo aceptó. Se mostró de acuerdo con el “sí” o el “no”, pero no con la tercera vía como opción adicional de respuesta al referéndum. Cuando ha visto que el “sí” podía ganar, se ha apresurado junto a los líderes laborista y liberal-demócrata – a prometer a la desesperada la “Devolution Max“, provocando desconfianza entre muchos escoceses e incitando el aumento de los partidarios del “sí” según las encuestas. Probablemente, no hasta el punto de que el “sí” gane. Ya lo veremos. Pero calidad democrática indiscutible aparte, por este solo hecho se puede afirmar que Escocia ya ha ganado porque, incluso con un “no” en el referéndum, tendrán la “Devolution Max“. Todo parece indicar que, voten lo que voten, todavía hoy la mayor parte de escoceses- incluido el Primer Ministro Salmond, al menos hasta hace bien poco-, se daban por satisfechos con la “Devolution Max“.

Contrarios históricamente al Partido Conservador (¡celebraron por las calles la muerte de Margaret Thatcher!), simplifico mucho diciendo que a los escoceses el laborismo les sirvió hasta que el Tony Blair de las fotografías con Bush y Aznar sembró la semilla de la victoria nacionalista. La nación escocesa es una realidad y hay un sentimiento de identidad, pero forjado en gran parte en torno a lo que simboliza socialmente la izquierda. Y este es el hilo del que hay que tirar para entender por qué han llegado hasta el referéndum. Poco -nada no, pero poco- tiene que ver con lo que pasa en Cataluña, donde la mayoría independentista es imposible de conformar sin contar con una parte de las clases medias y pequeñoburguesas.

Evidentemente resulta inevitable comparar, por coincidencia en el tiempo y por otros factores, los procesos de autodeterminación catalán y escocés. Pero del mismo modo que Gran Bretaña y España no tienen nada que ver, Escocia y Cataluña tampoco.

A muchos catalanes que sin haberse sentido nunca españoles, durante años estaban dispuestos a aceptar la situación administrativa de ciudadanía española y el pasaporte español a cambio de una situación del tipo “Devolution Max“, solidaridad incluida, hoy no les parecería una solución aceptable. Y se entienda o no en España -digamos Madrid para simplificar-, donde en realidad no se entiende, eso es lo que piensan millones de catalanes y así se ha expresado en la calle desde el 2010, el 10 de julio concretamente y los 11 de septiembre de este año y los dos anteriores. Lo digo porque aunque hoy los escoceses decidan que quieren seguir siendo británicos, cuando mañana desde este “Madrid” se interprete como el inicio del desmantelamiento del movimiento independentista catalán, se incurrirá de nuevo en una muestra de desconocimiento profundo de la idiosincrasia catalana. La victoria del “sí” en Escocia tiene interés porque permitiría comprobar cómo, una vez más, la política y el derecho internacional se adaptan más temprano que tarde a la nueva realidad. Por otra parte, la situación de Escocia y de Cataluña no tiene nada que ver, no son comparables y gane el “sí” o gane el “no”, el proceso catalán tiene vida propia y la corriente incontenible que supone la apuesta por el derecho a decidir continuará creciendo.

A mi modo de ver, el problema de base es que los ciudadanos de las principales naciones -no las únicas- que conformamos el Estado español, las de matriz castellana y catalana, no nos conocemos mutuamente lo suficiente.

De igual forma que reconozco que, a pesar de los años de amistad y buena vecindad, no siempre comprendo algunos procederes españoles, hay muchas reacciones de Madrid frente a lo que pasa en Cataluña que demuestran que desde allí no se interpreta correctamente lo que está sucediendo aquí.

Seguir insistiendo exclusivamente en la legalidad e ignorar otras opciones legítimas, renunciando al diálogo y al abordaje político de las mismas, es ignorar que el origen del problema actual es exactamente de la misma naturaleza: manipular el estamento judicial para dar respuesta a intereses políticos. Si una mayoría minoritaria de magistrados del Tribunal Constitucional no se hubiera cargado el Estatuto de Autonomía de Cataluña, aprobado por el Parlamento catalán -aunque previamente pasado por el cepillo que comparten PP y PSOE, destacado por Alfonso Guerra- por las Cortes Generales españolas, y refrendado por el pueblo catalán; sin este despropósito promovido por el PP al enviar el Estatuto a un Constitucional politizado, ahora no estaríamos donde estamos.

Ignorar esto y hablar de TV3 o de la inmersión lingüística como gérmenes maléficos del independentismo o personalizar “la culpa” en Mas o Junqueras o en quien sea, es no entender nada. Igualmente, creer que el caso Pujol desactivaría la movilización popular es no conocer a Cataluña en absoluto. Y ahora que no se vuelvan a equivocar: ni Pujol él solo era Cataluña, ni Mas él solo lo es, ni tampoco Junqueras individualmente considerado. Por destacado que haya sido o sea su papel. Ni lo era Pasqual Maragall, Sr. Bono. Creo que debería excusarse por utilizar una persona enferma de Alzheimer que no tiene la posibilidad de explicarse en este momento.

El movimiento por el derecho a decidir nace de abajo arriba. Lo único que ha hecho Mas -que no ha sido poco-, lejos de teledirigir nada, ha sido ponerse al frente de lo que la mayoría social le ha pedido masivamente en la calle y que ratificó votando lo que votó en las elecciones de 2012 al Parlament de Catalunya. Por cierto, resultado que desde Madrid también se interpretó mal. ¡Como creían que esto era un asunto de Mas, el hecho de que CiU perdiera diputados, los distrajo del hecho que el número de diputados favorables al derecho a decidir había aumentado!

Intentar destruir a Mas o a cualquier político o persona individual o actuar contra la lengua, la cultura, la escuela o los medios catalanes, aparte de suponer una falta de respeto intolerable y demostrar que no se ha entendido nada, es transformar eso que llamamos “Madrid” en la principal fábrica de independentistas catalanes.

Por no hablar de suspender la autonomía o de aplicar el código penal -¿encarcelar?- al presidente de Cataluña. O utilizar al Instituto Cervantes que pagamos entre todos, para hacer el ridículo internacional, vetando la presentación del libro “Victus” en Holanda. Con cada manifestación de estas características, el número de independentistas crece geométricamente, al tiempo que se destrozan los restos de “tercera vía” que puedan quedar -si es que han existido alguna vez por parte del Estado-.

Si mañana nos enteráramos de que el “no” ha ganado en Escocia, me puedo imaginar las portadas de ciertos periódicos de Madrid -también editoriales y declaraciones de políticos- superándose a sí mismos en la tarea de “producción industrial” de independentistas catalanes. Está claro que no estoy nada seguro de que la reacción de los Media y del aparato político-judicial del Estado, ante una victoria del “sí”,  no fabriquen aún más.

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