Que Cataluña se convierta en un nuevo Estado independiente de Europa depende del pueblo catalán. No depende ni de la Constitución española, ni de ningún marco legal, ni del Gobierno ni de los partidos políticos españoles, ni siquiera del pueblo español, ni de las instituciones europeas. Depende de la voluntad mayoritaria de los catalanes. Si la mayoría de los catalanes quieren la independencia y, atención, mucha atención, tienen capacidad de resistir todo lo que ya nos cae, pero sobre todo lo que se nos avecina en los próximos años, Cataluña será independiente diga lo que quiera quien quiera. Por el contrario, si la motivación creciente y aparentemente mayoritaria que existe hoy en día (la única forma de saber si es realmente mayoritaria es permitir votar a favor o en contra de la independencia en un referéndum), decae por la razón que sea, Cataluña seguirá formando parte de España. Y si tan débil y contrario a la posición actual acabase siendo el posicionamiento colectivo, la articulación futura de Cataluña con España distaría de ser la que hemos conocido desde 1980 hasta hoy, incluida la dura sacudida provocada por el segundo Gobierno Aznar.
Que la clave la tiene el pueblo catalán, lo sabe todo el mundo. Que Rajoy u otros políticos y medios de comunicación de Madrid intenten desacreditar al Presidente Mas, o favorecer la ruptura de CiU o ridiculizar a Oriol Junqueras, no quiere decir que ignoren que el objetivo es desactivar la movilización creciente de los catalanes de a pie. Más de uno, frente a estas acciones, ha reaccionado pseudoparafraseando a Bill Clinton cuando dijo (en la campaña electoral de 1992 que le llevó a desbancar a Bush padre, de la presidencia de los EEUU) “the economy, stupid“; diciendo “es el pueblo, estúpido“. Creyendo que las acciones se dirigen contra políticos e instituciones catalanas e incluso aplaudiéndolo por el supuesto efecto de “fábrica de independentistas” que tienen estos dardos institucionales procedentes de Madrid. Pero no. Que nadie se confunda. Saben que el objetivo es el pueblo y lo que persiguen es fatigar y asustar a la gente.
Quizá porque pertenezco a una generación que aún sufrió el final del franquismo, soy de los que no descarto que si pudieran -en este caso sí que creo que el haber conseguido homologar internacionalmente España como país democrático les impide hacerlo-, utilizarían el ejército para garantizar la “indisoluble unidad de la nación española”, como prevé la Constitución tras la que se blindan para evitar el único abordaje inteligente del problema: el diálogo y la política ejercida con mayúsculas y con verdadero sentido de estado.
Admitamos que encarcelar al Presidente de la Generalitat y/o suspender la autonomía de Cataluña sean también opciones posibles, pero poco probables. Ya lo veremos. Ahora bien, lo que sí harán, es intensificar exponencialmente lo que ya vienen haciendo de forma creciente desde siempre: ahogarnos económicamente. Intentar que la Generalitat tenga que suspender pagos de forma que no pueda remunerar a sus funcionarios, ni a maestros ni a médicos ni pagar a proveedores hospitalarios. Eso sí que lo harán. Ya lo están haciendo. Y ese es el punto. Que vengan a celebrar una reunión internacional en Barcelona en un edificio propiedad de la Generalitat y que no permitan al anfitrión, el Presidente catalán, dar la bienvenida a los asistentes, son complementos no despreciables de una estrategia caracterizada por la máxima contundencia en todos los campos, incluido el de las formas, pero no dejan de ser discretos “golpes de porra” si se comparan con el “armamento nuclear” que no dudarán en utilizar contra los ciudadanos en forma de restricciones dramáticas al acceso de los servicios básicos o simplemente a los salarios en el caso de los funcionarios. Y el bombardeo será indiscriminado. No lo sufrirán sólo los que osaron manifestarse el 10 de julio de 2010, o el 11 de septiembre de 2012 o los que construyeron la cadena humana el 11 de septiembre de 2013. Lo sufrirán todos. Ya hace años que el hecho de vivir en Cataluña conlleva castigo, pero hay que prepararse para observar cómo el castigo va adquiriendo tintes de tortura. Eso sí, aplicada siempre de acuerdo con la Constitución y el marco legal democrático o, mejor dicho, de acuerdo con la interpretación que hacen los que tienen el mando de la verdadera máquina del poder español, la coalición político-mediática-financiera ubicada -no exclusivamente, pero sí fundamentalmente- en Madrid.
¿Aguantará esta presión la sociedad catalana? ¿El sufrimiento y el miedo desmovilizaran a un pueblo cansado y castigado? ¿Se optará por aceptar que, ya que quien tiene poder sobre su bienestar se encuentra en Madrid, lo mejor es ceder y darse por satisfecho? ¿O bien, contrariamente, todas estas acciones harán potente la “fábrica de independentistas de Madrid”, hasta el extremo mencionado al inicio del post de hacer imparable la voluntad de los catalanes de ser independientes de España? Personalmente, no lo sé. Siempre he estado a favor del diálogo y sigo estándolo a pesar de la evidencia de que una de las dos partes no quiere dialogar y se ha vuelto de espaldas.
Termino comentando la reacción que he observado en los jóvenes que se encuentran entre los 20 y los 30 años. Obvia si se quiere. Obvia en primer lugar porque si alguien tiene capacidad de resistencia de rebelarse contra las injusticias, estos son los jóvenes. Pero obvia también en nuestro caso por el hecho de no haber vivido la transición y los miedos derivados del hecho de que la construcción de la España democrática fuese como fue y diera el fruto que ha dado: una democracia más que imperfecta y de bajísima calidad, con la que no se identifican. No se dejan impresionar. La incógnita, en cambio está en la reacción de los mayores. ¿Cómo aguantarán el ahogo institucional español, el lobo (totalitario) disfrazado de oveja (constitucional y democrática) los que sufrieron la represión de la dictadura y los horrores de la Guerra Civil? Repito, no lo sé.
Lo que está claro es que los políticos soberanistas no han sido los protagonistas de la situación. El movimiento de indignación y de repulsa hacia la situación actual se ha originado en la sociedad. Y ha ido de abajo a arriba y lo que han hecho estos políticos ha sido encabezar la representación del mismo por delegación. Y por esa razón estos políticos, por sí mismos, no tienen posibilidad de dar marcha atrás. La única marcha atrás posible se derivaría en todo caso de la eventual desmovilización del pueblo que pretende lograr la institucionalidad española con su estrategia del miedo, del sufrimiento y del desanimo, desgastando y asustando a la ciudadanía.
Termino reiterando por enésima vez que lo que parece ser predicar en el desierto no es otra cosa que reclamar el diálogo inteligente entre las partes. Y este es un diálogo político y de legitimidad antes que de legalidad.