Imaginemos un día apacible, de aquellos en los que, desde que te levantas, sientes que saboreas cada instante. No hay prisa. Los movimientos son suaves, parsimoniosos prácticamente. Puedes aprovechar un agradable paseo para hacer alguna compra o simplemente disfrutar de la naturaleza, de la fuerza del paisaje, ya sea una playa hermanada con un mar en calma o enfurecido, o una montaña color verde intenso o blanco de nieve.
Vuelves a casa, te recreas haciendo el remolón un rato antes de culminar la conexión con la inspiración que hace rato que intuyes que llegará pronto. Es parecido a lo que en medicina llamamos un pródromo: un epiléptico, por ejemplo, sabe que sufrirá una crisis cuando comienza a experimentar determinadas sensaciones que le son familiares…
Hace rato que tienes una idea, un sentimiento, una inquietud, sientes un estímulo, una fuerza interior que quiere salir, algo que te impulsa a coger lo que sea, lo que tengas más a mano, un ordenador, una tableta, un blog de cocina, un mantel de papel, una libreta, cualquier cosa que te permita escribir. Y empiezas a hacerlo y no paras hasta… hasta que se acaba. ¿Se acaba? ¡¡¡Nooo!!! ¡Acabarse no se acaba nunca! Todas las obras humanas están inacabadas…
En estos casos prefieres -yo prefiero- acomodarme en aquel lugar mágico de la casa en el que siempre has sentido que todo era propicio para sacar lo mejor de ti, escribirlo y compartirlo en la intimidad o en el world wide web, también conocido por el acrónimo www. En mi caso, www.josepmariavia.com.
Pero no siempre las cosas son así. No siempre puedes esperar a llegar a tu lugar idóneo, y escribir se convierte en una urgencia: ¡o ahora o nunca! He escrito en todas partes. Mucho en aviones y hoteles, en casas alquiladas durante las vacaciones, en los lugares más insólitos…
Sea como sea, siempre hay un momento trascendental que me gusta simbolizar con lo que podríamos llamar “solo ante el papel”. Aquel papel blanco, impoluto, que simboliza una gran oportunidad. La oportunidad de crear, de sentir que la belleza se desprende de lo que poco a poco va haciendo que el papel pierda la blancura. La mano se transforma en algo meramente instrumental. Una especie de brazo robótico. Un instrumento al servicio de lo que sale de lo más profundo de uno mismo. ¡¡¡A través de la mano conectada, lo que llevas dentro fluye con vida propia, como si tu racionalidad tomara conocimiento de lo que ha salido de dentro de ti y que has escrito, a medida que lo vas leyendo!!!
Esta es una situación idílica que he tenido la suerte de experimentar muchas veces.
También me es familiar aquella escena en la que te encuentras sentado ante la hoja de papel que te interpela y… no sabes qué decirle. La mano no conecta con el alma. Con un poco de suerte obedece a un cerebro que dicta desde la racionalidad. Lo que escribes puede llegar a ser interesante, pero no tiene vida. No tiene arte. Le falta alma. Le falta reflejar aquello que como humanos podemos transmitir, pero que a la vez nos supera y nos trasciende.
Peor es cuando sientes que no tienes nada que decir, que escribir en este caso o… que lo que querrías escribir no es conveniente. Entonces puedes elegir entre dos opciones: escribir y guardarlo en aquellas libretas “secretas” que amontonas desde la adolescencia o… simplemente no escribir. Suele ser decepcionante, hagas lo que hagas.
¡También se pueden combinar las opciones, por supuesto! Lo que
escribirías desde lo más íntimo y sagrado de ti mismo, pero que ya ha sido ampliamente filtrado por la razón y que según la cosa caiga de un lado o del otro, puede dar lugar a una maravilla o un producto gris y sin interés o, lo que es peor, a un producto tóxico. Ya hay demasiada toxicidad en este mundo para añadir más…
Ahora me viene a la cabeza un tema que me ha hecho escribir muchas páginas -muy pocas compartidas urbi et orbe– y muchas no natas para evitar que nunca las pudiera llegar a leer nadie. Pienso en el tema de los hijos. Los míos y los de los de demás. Mucho de los míos y bastante de los de personas que he amado. De hecho podría escribir un tratado de cómo mis hijos han marcado mis emociones y han impactado sobre mi vida afectiva, y de cómo, hijos de otros, incluso han llegado a abortar lo que quizás hubiera podido ser una vida de pareja prometedora y deseada.
Sí, de este tema podría escribir mucho. Ahora mismo me podría soltar y seguro que brotarían de dentro de mí universos de sentimientos que llenarían páginas a gran velocidad. Después de llevar un rato escribiendo pararía y me sorprendería de leer lo que habría escrito. Lo que llevo guardado dentro, se me revelaría a mí mismo. Este siempre ha sido -para mí- un gran valor añadido del ejercicio de escribir: aparte de ayudar a conocerte a ti mismo y a los que te rodean, permite que con suerte y capacidad, el resultado del ejercicio de escribir, el producto resultante, sea arte, tenga la fuerza de exaltar los sentimientos y la sensibilidad de los lectores, y conectarlos con aquel que escribe y que puede que ni siquiera conocen ni conocerán nunca.
Todos hemos oído decir aquello de que “el leer no nos haga perder el escribir”. Importante, como lo es lo contrario: que el escribir no nos haga perder el leer.
Nací en Sant Cugat del Vallès el año 1958. Lejos de la ciudad actual de casi 90.000 habitantes, me parece que entonces vivían unas 8.000 almas. Era un pueblo, y las fotografías de la época, en blanco y negro, son verdaderamente de posguerra. Ya hacía 19 años que había terminado la Guerra Civil, pero aquella era una sociedad triste y gris, aún abatida y dirigida por un dictador y que, a pesar de que estaba a punto, aún no había entrado en el “desarrollismo”.
La calle donde vivía no estaba asfaltada, solo había un farolillo con una bombilla, quizá de 40w, en toda la calle y recuerdo que cuando volvía de la escuela las tardes de invierno, a las 6, todo era del color del franquismo: oscuro. Y la oscuridad de vez en cuando me resultaba estremecedora y me provocaba cierto miedo… En mi entorno escolar y familiar, teníamos motivos para vivir con algunos temores…
En aquel entorno, poder leer era un regalo del cielo. Permitía emprender viajes lejanos en el espacio y en el tiempo. Estimulaba la imaginación y con el tiempo acabaría desarrollando en mí la afición por escribir. Por eso nunca el leer me ha hecho perder el escribir. Al contrario. El leer me ha llevado a escribir. Ha sido un estímulo directo de la imaginación, la sensibilidad, o simplemente una fuente de conocimiento que me ha permitido opinar por escrito. Y el escribir, lejos de hacerme perder el leer, me ha llevado a ser un lector voraz. Leer y escribir. Escribir y leer. Actividades que se mezclan y se confunden. Dos extremos del mismo eje creativo. ¡¡¡Lo mejor de la vida!!! ¡¡¡No haría nada más!!!
El pueblo, la escuela, los partidos de fútbol en la calle, el final de curso, la hoguera de San Juan y los petardos, los veranos en la playa o en la montaña, la castañada y Todos los Santos, el frío y la humedad, la Navidad, la cabalgata de los Magos de Oriente, la crema de San José -fiesta grande en casa- los oficios y procesiones de Semana Santa -que durante años los vivimos en la tierra de mi padre, el Penedès-, los viajes a la ciudad para comprar ropa, visitar a familiares o amigos de mis padres o las temidas visitas a algún médico cuando el Dr. Pila lo veía conveniente… El cine los jueves por la tarde y en sesión continua los fines de semana: Charlot, “El gordo y el flaco”, westerns, Tarzán y más adelante Cantinflas y las españoladas… sin olvidar el paso por el confesionario para explicarle las fechorías a Mosén Juli y obtener a través de él el perdón de Dios. Me podría extender con detalles y detalles -como el recuerdo de los “tontos” de la calle mayor, cuando aún no se conocía el lenguaje “políticamente correcto”- pero quedémonos con la idea de un mundo pequeño, gris y cerrado en sí mismo en el que curiosamente… ¡¡¡éramos felices!!! Y no es que “cualquier tiempo pasado fuera mejor”. Es que la vida todavía no era “líquida”.
Lo único que me permitía sobrepasar todo este restringido perímetro eran los libros, algunas conversaciones con mi padre y algunos maestros, y el gran acontecimiento que suponía ver al menos una vez al año al abuelo Jaume Redons -siempre lo vi abuelo aunque que seguramente la primera vez que coincidimos era más joven que yo ahora mismo. ¡Cómo cambia la perspectiva de las cosas con el tiempo!- exiliado en la colonia francesa del Congo, rico, viajado, e ilustrado y con muchas historias por explicar, y amor, ternura y bondad por transmitir. El África ecuatorial le enseñó que la vida en la selva y la sabana africanas en los años 40 -verle con vestimenta tipo safari y salakoff me trasladaba directamente a las películas de Tarzán del cine del pueblo- era algo mucho más volátil y frágil de lo que era en una Europa que, una vez terminada la II Guerra Mundial, comenzaba a construir un Estado del Bienestar que aún tardaría en llegar a nosotros y que no ha llegado nunca a África.
Por casa había un libro que hablaba de él. “África en Blanco y Negro” se llamaba. La lectura de aquel libro que yo relacionaba con las historias que él me explicaba –“piensa que el silencio es la vida y el ruido es la muerte en la selva”, me decía en referencia a los peligros del mundo salvaje, ¡¡¡pero en doble o triple sentido!!!- la imaginación, todo aquello me permitía viajar muy lejos. La Biblia y los libros sobre temas religiosos de mi padre, “El Quijote”, obras de Julio Verne, poemas de Espriu y Maragall, “Incierta Gloria” de Joan Sales, “El árbol de la Ciencia” de Pío Baroja, “Los Pueblos” de Azorín, “Serra d’Or”, “Destino”… Libros y revistas que no necesariamente entendía, pero leía e interpretaba e imaginaba. Evidentemente no captaba la inmensidad de la metáfora de los molinos de viento de “El Quijote”. ¡Pero la simple literalidad de la batalla contra “aquellos monstruos” para mí ya era fuente de todo tipo de hazañas imaginarias! En otro rango, “Cavall Fort” me descubría un país escondido en la clandestinidad. Y las novelas de los 5 y los 7 secretos de Enid Blyton me hicieron imaginar Gran Bretaña antes de viajar por primera vez, y los cuentos de Tintín me permitieron dar la vuelta al mundo a la carta.
Aparte de la familia, tres mujeres dirigieron mis lecturas y, probablemente sin saberlo, marcaron mi vida. Por este orden, la bibliotecaria de la biblioteca que había en Sant Cugat en los años 60-70 -que dudo si era municipal porque estaba sobre la oficina de La Caixa en los Quatre Cantons- y ya en la adolescencia la señora Guitart -maestra de la escuela Santa Isabel de Barcelona-, profesora de literatura francesa, y Neus de la librería Paideia que, entre otros, me descubrió la colección de libros de bolsillo de Alianza Editorial. Entre los 14 y los 16 años empecé a devorar libros y a escribir más -ya hacía años que hacía ambas cosas-. “La condition humaine” de André Malraux, “La peste” y “L’étranger” de Albert Camus y sobre todo “Demian” de Hermann Hesse (todos ellos recomendados y tutelada la lectura por la profesora Guitart), me ampliaron mucho la visión del mundo. Nunca olvidaré la tranquilidad que me produjo que el bien y el mal pudieran convivir mezclados en un mismo Dios: Abraxas. ¡¡¡El Dios que Max Demian descubrió al joven Emile Sinclair!!! O que el Dr. Rieux luchara épicamente contra la peste, movido por el valor de la solidaridad en el mundo del absurdo, en el que era difícil encontrar sentido a la vida, en ausencia de Dios y de ningún marco moral. Tampoco olvidaré el impacto que me provocó la absurda vida de Mersault, “L’étranger” (el extraño), el propio Camus en clave autobiográfica, solo, desorientado e incapaz de expresar sus emociones. Ni las que le provocó la muerte de su madre ni las producidas por su novia Marie Cardona, a pesar de que la pasión era desenfrenada…
¡¡¡Ni os imagináis los nuevos mundos que se abrían dentro de mí con cada una de estas obras!!! Y todo lo que he llegado a escribir a raíz del impacto que me provocaron. Incluso relatos que seguramente soy incapaz de correlacionar con lo que he leído, porque al final todo se confunde…
Para mí leer se ha convertido en la mejor manera de intentar ser mejor. La vida se amplía, el espíritu se enriquece y la formación se completa. Leer me ha permitido aprender, vivir y escribir. Leer me permitió empezar a viajar en el imaginario infinito. Y seguro que sin la formación proporcionada por los libros no habría tenido la oportunidad de viajar como he podido viajar después, en la realidad, por todo el planeta.
Del pequeño pueblo de Sant Cugat al mundo, gracias a leer y escribir, que es tanto como vivir.
¡Qué lástima que las humanidades, la literatura, pierdan peso en los currículos! Me parece un síntoma grave de la degradación que padecemos. Confío en poder continuar experimentando el reto de llenar hojas en blanco y leer hojas escritas que me estimulen. Es mi manera de resistirme a los efectos de “la vida líquida”. De seguir teniendo sueños y, en definitiva, de ser feliz.
Als meus records i a mi ens ha agradat molt el teu escrit. Junts tenim el mateix moment,- emocionant i de vegades frustrant-, d’omplir de vida els fulls en blanc.
Gracies i salut.
Moltes gràcies per la complicitat i bellesa del comentari!
Sovint els teus escrits remouen records i sentiments ocults pel dia dia. Avui he retrocedit amb nostàlgia a moments de lectura de la meva infantesa. Llegir ha estat sempre una passió. Escriure… tots ho hem fet en algun moment d’intimitat, però compartir-ho requereix al meu entendre una valentia reservada a aquells que sou capaços de omplir generosament i amb “bon fer” un full amb blanc. Gràcies Josep Maria.
Gràcies a tu pel teu comentari que aprecio sincerament Cristina.
Ahir algú em parlava de valentia… Vaig pensar en mi i en general. Respecte a mi vaig dir: “Sóc un cag.., esdevingut aparentment valent, per força!”.
I a continuació vaig pensar que són els moments i les circumstàncies que t’obliguen a ser valent. Ara de valents, valents…. No sé si n’hi ha gaires.
Fixat a més a més que tota “la valentia” consisteix en expressar sentiments!!! En quin món vivim que per expresar sentiments humans, sembla que siguis un valent! No me’n se avenir!!!
Quants records, Josep Maria, quantes lectures i imatges que encara mostren la seva força, el seu impacte profund, malgrat el pas del temps …. Llegir-te avui ha estat una mena de magdalena proustiana…
Moltes gràcies Guillermo. Algún record compartir del tot: la professora Guitart i la literatura francesa!!!