La frontera entre la desigualdad extrema y la corrupción es muy fina. La crisis de valores ha permitido la existencia de actitudes causantes de desigualdad exagerada y también la crisis económica y la indignación social que nos domina y que a su vez es alimentada por la propia corrupción.
La indignación es un sentimiento que puede ser muy positivo cuando es una respuesta justa a un ataque contra la dignidad. Pero, atención, cuando más allá de la sensación de sufrimiento, de impotencia hiriente, de vejación, de terrible injusticia, de frustración, lo que aparece es un exceso de rabia, de ira y no digamos ya de odio. Cuidado también si es fruto de la envidia, de alegrarse porque las cosas le vayan mal al prójimo y conduce a la tentación de actuar sin escrúpulos para conseguirlo y practicar así la venganza.
Cuando el motor es directa y abiertamente el odio, los riesgos no son menores que los derivados de la corrupción y de la desigualdad desproporcionada. Nosotros, afortunadamente, no vivimos la Guerra Civil española, pero fue fruto y causa, entre otras, de grandes dosis de odio acumuladas entre los bandos.
Siento que nuestra sociedad experimenta un movimiento pendular muy peligroso. Hemos pasado de un extremo al otro. Algunos vieron en la caída del muro de Berlín el fin de la historia, y en el capitalismo descontrolado el único paradigma para definir un nuevo y único modelo de sociedad, dominado por una minoría de ultraricos. El menosprecio a la alteridad, que casi ha dado carta de naturaleza a la corrupción, ha provocado la indignación de una mayoría formada por clases medias que se han convertido en nuevos pobres, y de pobres cada día más paupérrimos y miserables. El papel de ciertos políticos, de algunos Media, de determinados líderes emergentes de movimientos sociales, e incluso de elementos del poder judicial, ha sido un magnífico catalizador para sobrepasar el límite que separa la indignación del odio y del espíritu de revancha.
La indignación tiene mucho de virtud. Pero no todo es virtud. Nietsche ya dijo que “nadie miente tanto como el indignado“. El sentimiento de indignación, si no se controla, puede llevar a mentir, a manipular, o a odiar y a usar la violencia -no necesariamente armada- como vehículo.
Hace pocos días Gemma Ubasart, anunció en unas declaraciones que en la campaña electoral del 27-S, Podemos utilizaría el odio contra el presidente de la Generalitat, Artur Mas. Concretamente dijo: “Después del 9-N Mas tuvo un mes de gloria, pero en el mitin del Vall d’Hebrón (en diciembre, con la participación de Pablo Iglesias) vimos el odio que despierta su persona y este odio contra Mas lo utilizaremos en la campaña“. Se entiende que diga que lo de menos -que no lo es- es que se refiriese a Mas. Lo que importa es esta actitud guerracivilista vehiculada -sea contra quien sea- con las armas propias del siglo XXI en Europa, y no todas son del tipo de las usadas en la España de 1936.
Los políticos se han dado cuenta de que como ha habido tanta corrupción, hay que combatirla. Quizás unos pocos se limiten a aparentarlo, pero creo que la mayoría están convencidos. Se entiende que se promuevan leyes de transparencia que en otros países hace años que existen. Ahora bien, cuando éstas transforman sutilmente el odio expresado literalmente por Gemma Ubasart, en artículos de leyes, queda patente que la sociedad continúa tan enferma como cuando permitía robar impunemente. Sustituir el diálogo racional que podría permitir acuerdos razonables por el fomento de la sospecha generalizada en forma de preceptos legales, acaba teniendo efectos colaterales empobrecedores. Recientemente me refería al sacrificio que supone perder a empresarios y a personas dignísimas de la sociedad civil, que hasta ahora han dedicado horas de forma altruista a la mejora del sector público, con medidas que suponen invitarles a marcharse.
Es una lástima que la tensión social no deje espacio para poner sentido común a la cuestión de los salarios de los políticos y a abrir un debate socialmente aceptable y razonable. Que Rajoy, Mas y equiparables, tengan unas remuneraciones tan distantes de las de Obama, Merkel, Cameron y responsables de Estados de la federación o landers, o ministros y similares, no tiene sentido. Como ciudadano me preocupa vivir en un país en el que entre los políticos se ha desatado una alocada carrera para ver quién cobra menos. Quizás esto mejore su imagen ante determinados sectores de la población. En especial si se les manipula y se les estimula para pasar de la indignación o la envidia, al odio. No se puede demostrar que los diferentes casos tipo “Bárcenas” que han afectado a todos los partidos que gobiernan o han gobernado, tengan que ver con este hecho. Pero tampoco estoy seguro de lo contrario.
Que esta carrera hacia los salarios no homologables internacionalmente de nuestros políticos, se quiera trasladar también a funcionarios y directivos públicos, supone generalizar el riesgo de predominio de la mediocridad en la política, en la administración y en el sector público, y puede hacerlo más corruptible. ¡Como alguno ha pretendido en la escuela, la solución no consiste en rebajar el nivel promedio al de los peores de la clase!
Una cosa es entonar el mea culpa corporativo y apostar por la regeneración política y democrática. La otra es vivir permanentemente falto de coraje para introducir el diálogo, en un contexto dominado por los apriorismos y la generalización de la sospecha fomentada por nuevos liderazgos mesiánicos. Ciertos líderes surgidos de movimientos sociales, bien coordinados con algunos Media -que a la vez actúan como fábricas de nuevos manipuladores-, aparecen como salvadores y justicieros y se otorgan a sí mismos la capacidad de determinar quién es de los “buenos” y quién no, quién es víctima y quién es verdugo, quién ha robado y quién no, quién merece vivir con libertad y quién no tiene derecho ni a exponer sus argumentos. Se condena a quien convenga sin juzgarlo y, si no se puede hablar de ilegalidades, la condena se basa en juicios éticos que uno se atreve a hacer sólo cuando se trata de los demás. ¡La presión social es tanta que incluso algún juez, a falta de bases legales sólidas, ha usado este argumento o la priorización del juicio ético para condenar a alguien!
En definitiva, se trata de desinformar en lugar de informar, no tanto mentir como difundir medias verdades o presentar los hechos de forma deliberadamente adulterada, con el fin de provocar una revuelta social que, en realidad, es una fractura social. Fractura que tarde o temprano se tendrá que reparar. Y para arreglarlo “regeneradores y revolucionarios” deberán dialogar y llegar a un acuerdo. Hoy por hoy se promueve con entusiasmo la supresión del espacio de diálogo.
Si los parlamentos catalán y español que resulten de las próximas elecciones presentan la fragmentación que predicen las encuestas actuales, hasta que pasen los procesos electorales puede ser que la dinámica “guerracivilista” adquiera dimensiones descabelladas. Aunque quiero pensar que conocidos los resultados, se detendrá la actual caza de brujas, de la necesidad se hará virtud y el diálogo y el acuerdo para regenerar la pseudodemocracia surgida del régimen del 78 se impondrán. Si la mejora económica se va consolidando y se nota en la calle, confío que todo resulte más fácil.
Assenyades reflexions, Josep Maria, com de costum!