Font: DIARIODESIGN

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El Estado del Bienestar nació en Europa finalizada la II Guerra Mundial y se desarrolló en un contexto de crecimiento económico basado en la economía productiva, siendo sostenible hasta la crisis del petróleo de 1973. A partir de ese momento comenzó a ser deficitario y acabó siendo financiado a crédito. Crédito que en la medida en que  ha contribuido a inflar el globo de la economía financiera, el mantenimiento del Estado del Bienestar ha alimentado lo que ha acabado siendo la gran amenaza para sí mismo: el déficit público que se ha querido paliar con recortes.

En España, el régimen de 1978 y la llegada del PSOE al poder en 1982 coincidieron con el momento en el que se intentó recuperar el atraso histórico en el desarrollo de las prestaciones del bienestar en relación a Europa. Evidentemente, España no era Suecia y cuando intentó las primeras aproximaciones, el sistema ya era deficitario y no sostenible.

Los recortes se han aplicado, sin embargo, sobre un sistema crónicamente subfinanciado. La coincidencia de estos con la incesante aparición de casos de corrupción, que ha afectado a todos los partidos que desde 1978 han tenido responsabilidades de gobierno en todas las administraciones -los mismos que han aplicado los recortes-, ha provocado tristeza, sufrimiento e indignación.

En este escenario, el Estado del Bienestar ha adquirido un valor instrumental en manos de los que se oponen a los partidos clásicos y que tienen por delante el reto nada fácil de articular políticamente la indignación de la calle. Y si ahora vemos que el régimen del 78 se ha caracterizado por el todo vale, en este caso la historia parece repetirse. Bajo la apariencia de defender a los más débiles y maltratados (antes los llamaban los proletarios y ahora la gente), los manipulan sin miramientos para articular una alternativa a los partidos de siempre.  La pretendida privatización del sistema del Bienestar, a base de difundirse sin cesar a modo de mantra repetitivo, se ha convertido en el arma arrojadiza por excelencia de todos los que compiten por capitalizar la articulación y representación política del 15M y todo lo que simboliza en el sentido amplio.

No es que la situación a la que se ha llegado no sea indigna e indignante. La indignación es una reacción lógica y, a mi modo de ver, los máximos responsables políticos- del PP se podía esperar pero del PSOE, a priori, no tanto- han sido los socialistas que al priorizar el reparto del poder con el PP tratando de blindar un bipartidismo, han abandonado la aplicación política de los valores de la socialdemocracia.

Con el fracaso de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín, los partidos políticos que aún conservaban la palabra “comunista” en sus siglas, la hicieron desaparecer. El marxismo -que nunca fue mucho más allá del discurso político- quedó hibernado en las universidades. Mientras en los parlamentos los ex-comunistas debían transformarse en verdes, ecologistas o algo similar, los profesores marxistas trataban de innovar en el terreno del empoderamiento de los ciudadanos y de las nuevas formas de participación. Eran años difíciles en los que no podían imaginar que el capitalismo haría posible un 15M y en los que evitando mencionar la palabra “socialdemocracia” -demasiado conservadora para los marxistas “neoclandestinos”-, trataban de aplicar este tipo de políticas en un terreno social demasiado abandonado por el PSOE.

Los poderes reales del mundo, aquellos que manejan globalmente la economía financiera, creyeron -o hicieron que lo pareciera- que era el fin de la historia, que el mercado había ganado definitivamente la partida y que podía expandirse ilimitadamente sin muchas contemplaciones. Lejos de evitar la desigualdad, la han incrementado hasta extremos inhumanos. Ni  tan siquiera el egoísmo fruto de la reflexión inteligente para preservar el patrimonio propio de quienes acaban queriéndotelo expropiar  para sobrevivir, les hizo reaccionar.

En el caso de España, las consecuencias de esta crisis moral global, en forma de crisis económica, han sido más devastadoras que en muchos otros países.

A menudo, me he referido a que la dictadura se cerró en falso. Al PP y al PSOE les convino fomentar la amnesia en relación a los muertos de la Guerra Civil, intercambiando amnistía por perdón y olvido de conveniencia. El Monarca impuesto a dedo por Franco fue legitimado por las fuerzas políticas de la transición. Bajo su reinado se han repartido las poltronas del poder con la práctica de una alternancia favorecida por la ley electoral. De esta manera, se ha hecho pasar gato (la supuesta democracia española) por liebre (la real pseudodemocracia de baja calidad que ha permitido institucionalizar la corrupción en un país de pícaros y Lazarillos de Tormes).

Ya con la gente al límite, han continuado como si nada: ha abdicado el Borbón padre, rodeado de escándalos de todo tipo, en favor de su hijo y aquí no ha pasado nada: ni 15M (“la canalla que se queja”) ni independencia de Cataluña (los catalanes que trabajen, que paguen y que no molesten).

Como la fórmula ha sido compatible con la globalización, entendida como un gobierno mundial de una minoría de no electos, la aceptación de esta España en Europa y en el mundo ha sido automática. Y el PSOE ha aparecido en la foto junto al PP, aplicándose ambos en hacer posible esta sustitución de la democracia por los intereses de los mercados.

El poder financiero ha terminado tan escorado hacia la derecha extrema en el damero político, que la socialdemocracia abandonada en España por el PSOE se ha convertido en una opción casi revolucionaria. Incluso la democracia cristiana, comparativamente, podría parecerlo. Soy consciente de que puedo estar hablando de espectros del pasado. Sustituyan socialdemocracia y democracia cristiana por los respectivos valores sobre los que se sustentaban y denomínenlos como quieran. Estado del Bienestar, por ejemplo.

A partir de aquí, la defensa del Estado del Bienestar desde fuera del establishment se convierte en un instrumento político valiosísimo, sin necesidad de mencionar ni al comunismo ni al marxismo. Igualmente, diferenciando “la casta” de “la gente”, no es necesario hablar ni de dictadura del proletariado, ni de lucha de clases. Y todo esto tiene un gran valor electoral porque muchos de los que ahora sufren, antes, con la combinación de los salarios familiares y los créditos que ahora se les niegan, se sentían miembros de unas clases medias que no simpatizaban con esta terminología y todo lo que representaba. Por este motivo, los ideólogos de Podemos se han apresurado a sustituir el eje derecha-izquierda, para hablar de los de arriba (“la casta” o minoría de derechas) y de los de abajo (“la gente” o mayoría formada por el espacio que en términos del régimen del 78 iba desde parte de la UCD y de AP al PCE, pasando por el PSOE).

En este terreno propicio para manipular las emociones, equiparar la gestión empresarial de lo público a privatización ha sido coser y cantar. “La gente”, asocia fácilmente “la casta” con la empresa (¡pobres empresarios, tan víctimas de la dictadura financiera mundial como la gente!). Y como “la casta” roba, la empresa y lo que es privado sirve para robar. Así es como, a base de confundir gestión empresarial con privatización y asimilar privatización a corrupción, se ha promovido una concepción “soviética del sector público.

Y tanto ha calado, que incluso partidos como CiU han acabado aprobando en el Parlament de Catalunya medidas – ley de transparencia, de acompañamiento a los presupuestos y otras- que desincentivan la presencia de la sociedad civil y del empresariado -con todo su valor añadido- en los órganos de gobierno de las empresas públicas, a la vez que actúan de estímulo para que los mejores directivos públicos busquen opciones más atractivas en el sector privado.

Este es el camino por el cual quienes más sufren y huyen escarmentados de la corrupción y del colaboracionismo  de los partidos tradicionales con el fomento de la creciente desigualdad, pueden acabar confiando el voto a una casta de universitarios dedicados a manipular el sufrimiento de la gente en beneficio propio. Élite académica que de momento, lejos de articular un programa,  se ha limitado a empaquetar varios slogans basados ​​en el odio, la rabia y el espíritu de revancha y a difundirlos a partir del uso magistral de la TV ( cadenas de “la casta” incluidas) y de las nuevas tecnologías.

Estamos hablando de unos profes acomodados que -como tantos otros académicos de opciones diversas- no han tenido que gestionar nada en la vida real (lo que no les diferencia de ningún presidente de Gobierno español, excepto de Calvo Sotelo). Han bebido de las fuentes de Maquiavelo, Chesterton, Gramsci, Laclau, y si bien la interpretación que han hecho del marxismo es menos perversa que la que hicieron Lenin, Stalin o Castro, es igual de sesgada. Y como de estos no queda casi nada, se han ido “de año sabático” a la Venezuela de Chávez y con un discurso entre bolivariano y peronista quieren inaugurar un nuevo régimen en sustitución del régimen del 78, que apunta maneras totalitarias.

Podemos, sin embargo, no deja de ser un grupo de “surfistas oportunistas”. Quizá tiene razón Niño Becerra cuando dice que lo único que conseguirán será una condonación de parte de la deuda y algún tipo de renta básica que, si -añado yo- se hace con las premisas que Tomás Garicano propone en Ciutadans, pueden resultar medidas beneficiosas.

En cualquier caso. Más allá del protagonismo que se les dé a estos “surfistas de última hora”, el tsunami está y ya ha hecho muchos destrozos. Los estragos de la crisis sobre los más débiles de la sociedad, víctimas de la conjura de los partidos tradicionales con el poder financiero global, es una realidad.

Pero si los nuevos modelos políticos han de hurgar en el malestar y fomentar el resentimiento y el espíritu de revancha, me reafirmo en la convicción de que ningún problema puede resolverse con soluciones basadas en estos valores negativos. La reacción está clara y justificada. La solución en absoluto.

Soy consciente de que apelar como alternativa, más que a la socialdemocracia y a la democracia cristiana, a los valores que las caracterizaron, puede sonar demodé. Pero sigo creyendo que estimular la capacidad perdida de los primeros, de hacer políticas redistributivas que disminuyan las desigualdades, combinada con la capacidad de los segundos de desregular, nos situaría en el camino adecuado. Sin una mayor recaudación de impuestos, mejor redistribución y menor regulación es imposible revitalizar el Estado del Bienestar que, de todas formas, sólo ha funcionado en Europa satisfactoriamente en épocas de crecimiento económico.

En Cataluña, los partidos tradicionales no se han librado de los problemas del PP y del PSOE. En el terreno social opino que la línea a seguir es la misma. Si no hay un acuerdo entre los valores socialdemócratas y socialcristianos que permita aproximar ERC y CiU nunca habrá una mayoría para la independencia. La CUP deberá hacer prevalecer el rigor y la honestidad que los caracterizan, ausentes en Podemos. ICV puede acabar diluyéndose en Podemos (llamémosle Ada Colau, monja Forcades o como quieran) y minimizarse. En cuanto a los socialistas catalanes, opino modestamente que lo mejor para todos sería que adoptasen el camino que parecen mostrar personas como Ángel Gabilondo para contribuir a disminuir la desigualdad. El camino de la socialdemocracia que nunca debieron abandonar y que con suerte -aquí ya tengo más dudas-, puede contribuir a flexibilizar el ADN centralista y jacobino de la triste España de siempre.

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