“En 2006 llegué a la conclusión de que España nunca podría ser como Canadá y que, como catalanes, no podíamos dedicar todas nuestras energías a convencer a los españoles de que merecemos ser tan libres y tener tanto reconocimiento de nuestra lengua y cultura, de nuestros derechos colectivos, como tienen ellos. Ni más ni menos. El único camino para la libertad plena y para tener representación en las instituciones es tener un Estado propio. Desde entonces, España no ha hecho sino ratificarme en mi posición actual”.
(Neus Torbisco, 2021)
Probablemente, dedicar este post a comentar la situación política me aparta de mi espacio natural. Seguramente, por ejemplo, el post anterior, escrito el día de Sant Jordi, conecta más con el lado más noble que tenemos todos. Este tocará partes más oscuras del alma humana.
En este blog he hecho referencia muchas veces a que hace tiempo que vivimos con un nivel de ruido excesivo, a pesar de que el bienestar se encuentra en el silencio o, al menos, en ambientes poco ruidosos. Los entendidos en la materia -y el sentido común- dicen que si hay ruido interior, el silencio ambiente no aporta la paz necesaria. También he comentado que, por desgracia, aún no estoy entre los virtuosos que son capaces de mantener la paz y la calma necesarias, por mucho ruido que haya fuera, como demuestra el hecho de que ahora escriba sobre lo que escribo. Sin embargo, haber eliminado el ruido exterior, el físico, de entrada me ha ayudado a ser más tolerante con ciertos sonidos desagradables. Desgraciadamente, no con todos. De vez en cuando, el diablo hace de las suyas y me desvía de lo que tengo que hacer ahora, que no es, precisamente, valoraciones políticas.
También he hablado a menudo de lo que se considera “normal” en las sociedades actuales, las llamadas sociedades “modernas” como la catalana. Cuando lo hago, pienso en una sociedad enferma, afectada por un “trastorno de la salud mental colectiva”. Lo hago para evitar reiterar la larga enumeración de características de la misma, como el hedonismo, el individualismo, la agresividad, la competitividad tóxica, el consumismo como patrón de vida, el egoísmo… Una sociedad regida más por “contravalores” que por los valores que nos hacen humanos. Una sociedad en la que el sábado pasado por la noche, un grupo de médicos y enfermeras que hacían guardia en el Hospital del Mar de Barcelona, profesionales que llevan meses poniendo en riesgo sus vidas y las de sus familiares para atender a enfermos de COVID- 19, lloraban desconsoladamente, con rabia, mientras veían desde detrás de los cristales de las consultas externas del hospital, una multitud de personas comportándose como salvajes en la playa que hay al otro lado de la calle.
Pudiendo disfrutar del silencio especial y exclusivo del Delta, lo cierto es que perder el tiempo con según qué líos políticos y espectáculos ciudadanos… El caso es que la crisis provocada por el proceso de formación de gobierno en Cataluña, en nuestra sociedad, tiene todos los ingredientes mencionados que la hacen tristemente “normal” e inmersa en un ruido ensordecedor. La opinión que me merece esta situación, la daré desde la comprensión y empatía hacia la mayoría social independentista decepcionada por los hechos, y desde la honestidad de lo que pienso y siento, acertada o erróneamente, si es que alguien puede estipular lo que está bien y lo que está mal en cuestiones, cuanto menos, opinables. Excepción hecha, claro, de los muy pagados de sí mismos, que se creen que pueden dar lecciones, a menudo más desde el ego que desde el conocimiento y la experiencia. En cualquier caso, me gustaría poder hacerlo desde la virtud aristotélica de buscar el término medio, entre votantes y electos. No es fácil.
Por un lado, tenemos el 52% de los votantes que eligieron opciones independentistas y por otro lado, ERC y Junts, que no se ponen de acuerdo. Entiendo la decepción de la mayoría que los votaron, los que desde el 2010 -por entendernos- han llenado de forma pacífica y alegre las calles manifestándose en favor de la independencia. El desengaño de los que creyeron en el 1-O, de las víctimas del “a por ellos”, de los que se sintieron insultados por el discurso del Rey el 3-O del 2017. Los mismos que, en su mayoría, han comprendido, definitivamente -si no lo tenían claro antes- que la transición democrática española no se completó y que las instituciones herederas del franquismo perviven acampadas en los principales núcleos de poder del Estado. Los que aún sabiendo, a priori, cómo terminaría el juicio del “procés”, sufrieron, lloraron amargamente y se sintieron desamparados con la sentencia del Tribunal Supremo. La misma que ha provocado que en la Unión Europea haya presos políticos. Los mismos que no entienden que celebrar un referéndum pueda llevar a los responsables políticos al exilio. Los que…
La mayoría de ellos están decepcionados, enfadados, desengañados con los candidatos que votaron el 14-F, y desde el sábado, sobre todo, -también antes-, muchos dicen que no volverán a votar. Los entiendo, lo comprendo, los respeto, pero si tengo que ser honesto, yo que formo parte de este colectivo, no lo vivo de la misma manera. Hay motivos para estar enfadado, pero creo que los que los indignan no son reales y las verdaderas no son suficientemente conocidas o se ignoran.
En el otro extremo de este eje del colectivo independentista, están los políticos que han -hemos- elegido para representarnos. Personas que,
en la medida en que surgen de la misma sociedad que los elige, habría que suponer que son una muestra representativa de sus electores. Opino que esto no es exactamente así en esencia, no porque sean -globalmente hablando- más hedonistas, individualistas, egoístas, consumistas, destructores del medio ambiente, agresivos ni menos “normales” que el universo de votantes que representan. Es diferente por varias razones, de las que voy a destacar tres. En primer lugar, debería haber un sesgo positivo de preparación, de capacidad, de formación, de nivel, de calidad humana, de experiencia, de conocimiento… Tendrían que predominar “los mejores” y eso, además de no pasar, más bien parece que va a menos. En segundo lugar, las reglas del juego de la política, favorecen el predominio de los “contravalores” y, en tercer lugar, la exposición mediática permanente, que a menudo no respeta ni la vida privada de los políticos, hace que la práctica política se convierta en un juego de rol en el que el posible personaje “de una sola pieza” que podría ser un político en origen, termina perdido en una obra de teatro que se desarrolla durante 24 horas al día, los 365 días al año, con una necesidad creciente de sobreactuar que, a menudo, le lleva a ser visto, por los consumidores de Media, como un esperpento. No olvidemos que el conjunto lo forman unos actores patéticos con unos espectadores ávidos de acoso y derribo que no sienten la más mínima vergüenza de exigir las virtudes que no siempre poseen (el espectáculo que vimos el sábado por la noche en las calles del país, no es más responsable y ejemplar que el que exhiben habitualmente los políticos en sesión continua). Las reglas de juego estimulantes de la perversión suelen prevalecer en los diferentes ámbitos donde hay poder en juego. No son patrimonio de la política. Pero los que las protagonizan no manejan -al menos directamente- recursos públicos ni tienen que sobreactuar todo el día bajo la atenta y constante mirada de las cámaras, lo que preserva mucho más su quehacer de la opinión pública.
Al final puede acabar siendo verdad que los intereses de partido prevalezcan sobre los de la gente y el país, que el ansia de poder y las luchas de egos lleven a olvidar lo esencial, que prevalezca el odio mutuo y el cainismo fraticida y que el factor “conservar la poltrona y el sueldo” determine decisiones, en especial en el caso de los cada vez más numerosos políticos sin otra experiencia laboral, que tendrían difícil resituarse en un mundo profesional que no han pisado nunca.
Dejando un momento de lado todo lo hablado hasta ahora respecto a electores y electos independentistas, yo también estoy a favor de la unidad y de un Govern fuerte, siempre que sea para activar y no para posponer o aplazar sine die el camino hacia el referéndum de autodeterminación. De lo contrario, imagino que Junts y/o ERC gobernarán en base a un programa autonomista, una mesa de diálogo con el Gobierno español -que si antes de la victoria de Ayuso ya no se sentaba en ella, ahora menos- que, por ahora, solo ha pedido el apoyo que necesita en el Congreso para gobernar, a cambio de nada. En Madrid, los partidos independentistas deberían ir también totalmente a una y olvidarse del “pájaro en mano”. La época de la política autonomista fue determinante pero acabó hace tiempo. Precisamente por eso se llegó al referéndum del 1-O. Y en el ámbito internacional, a pesar de saber que las cosas no son fáciles, priorizar el embate judicial europeo es un camino lento, sí, pero con más posibilidades que intentar negociar con quien ni quiere ni querrá negociar. Embate judicial acompañado, por supuesto, de acción política y mediática internacional, siempre con unidad. Verdaderamente, un camino lento y pesado, pero menos estéril que continuar empeñado en dialogar con quien no es que se niegue a negociar -ni siquiera poner en el orden del día- el reconocimiento al derecho a la autodeterminación, la amnistía de los presos y la vuelta a casa de los exiliados, sino que ni muestra la más mínima disposición a, por citar un ejemplo, poner fin al agravio fiscal crónico que padecemos respecto al Estado. No olvidemos que ya se ha intentado todo. Que el autonomismo dio frutos hasta que los dio, con la condición de no poner nunca el derecho a la autodeterminación encima de la mesa. Que la propuesta de pacto fiscal fue contestada con un portazo. ¿Cómo puede pretenderse articular otra vez un Govern en torno a estos objetivos?
Vuelvo a Neus Torbisco -citada al inicio- cuando dice:
“(…) Tenemos una mirada hacia adentro, totalmente, y nada internacional. Cuando luchas por una causa quieres explicar tus razones, que tu adversario te entienda. Queremos que en Madrid nos entiendan, actuamos como si el Estado tuviera que actuar racionalmente y moralmente. Como si este proceso estuviera guiado por la razón, y no la fuerza o las emociones. No es así. Y mientras no lo entendamos seguiremos chocando contra una pared inmunizada contra nuestras ‘razones’. El Estado tiene las suyas y son claras: retener Cataluña como parte de España a pesar de los sacrificios en términos de democracia y de derechos humanos. Su estrategia es coherente con ello y se legitima con la cantinela constitucional. Con el PSOE en el poder no ha cambiado nada, solo las formas.
Los incentivos para promover la voluntad real de resolver un conflicto haciendo concesiones significativas, permitiendo hacer un referéndum de independencia pactado, no existen. Solo existirán como producto de un aumento de la presión doméstica y también internacional. Pero será necesaria, al mismo tiempo, una confrontación inteligente con el Estado (…).
A los catalanes, en parte nos pasa que somos muy civilizados para enfrentarnos al Leviatán con las armas adecuadas: nosotros aspiramos a hacer una revolución pacífica, con diálogo, con manifestaciones creativas y espectaculares, sin ninguna ruptura, que los demás Estados e incluso el adversario, nos comprendan, que no crean que no los queremos… y que después de la ruptura no se enfade nadie. Pero muy pocos divorcios políticos son de mutuo acuerdo o totalmente pacíficos, y por ello el Estado sigue practicando violencia institucional extrema. Ellos tienen claro que esto es una guerra y Catalunña es el adversario”.
“Entiendo y puedo compartir el enfado, la decepción de los votantes independentistas si los partidos que han votado no son capaces de entender la demanda de unidad. Pero unidad para hacer efectivo el derecho a la autodeterminación, no para reducirlo a un desiderátum discursivo, al tiempo que se renuncia de facto”.
En realidad, los votantes independentistas indignados, no están todavía en la fase de plantearse que el engaño no está en la falta de unidad, sino que está en la renuncia a la independencia. Los protagonistas de la negociación, por ahora fallida, dirán que esto no es así, ya lo sabemos. Pero los hechos indican lo contrario.
Bona nit,
El resultat, opinió ben personal, és un còctel ben endemoniat i no pot ser d’altre manera ja que tots i cadascun dels ingredients tenen signat el pacte amb el diable.
Bon retrat has fet del “joc: fer política o dedicar-se a la política”.
Altrament, aquest joc s’ha profesioniltzat (no cal experiència) perdent el valor essencial de qui es dedica a la política: SERVIR A VOTANTS i NO VOTANTS, ciutadania. Els% sols importa pel seu ego, som un ” dany col•lateral” I ho serem en la mesura que ens falli la memòria.
Ui, massa llarg!! Preval la coherència?
Gràcies🍀
Moltes gràcies pel comentari Montse. Penso que estem força d’acord i, més enllà dels diferents elements comentats en el post i del teu comentari, vull reiterar l’èmfasi -és la meva voluntat, només la meva i de qui la pugui compartir- en que no estic a favor de participar en cap govern que negui el 1-O i tregui la consecució del reconeixement del dret a l’autodeterminació del seu objectiu com a govern. El disens al voltant d’aquest fet (repeteixo, a banda d’inteessos de persones, de partit, odis, envejes, inmaduresa, manca de capacitat i voluntat de servei…) és el que ha provocat el trencament (per ara) entre ERC i Junts
És esgotador tot plegat. Els polítics viuen en un món paral·lel ( volgut) i els importa un rave el que els ciutadans demanen : la unitat per ex. Lluny, sempre, de la política com a servei. Estem ben desnortats . Avui sentia una reflexió de’n Josep Martí que deia que actualment Catalunya no està a l’agenda
Com explico en el post, entenc l’estat d’ànim col·lectiu. Sense entrar en més consideracions sobre els polítics -en el post ja ho faig- la unitat te sentit si està clar al voltant de què es produeix. Sembla que el gruix dels votants independentistes estan decebuts per la manca d’unitat, però no tinc clar si estarien menys decebuts si sabessin a partir de quin projecte concret pot acabar produint-se la unitat. Tinc la sensació que damunt la taula de negociació hi ha un projecte autonomista per a Catalunya, que ha renunciat a córrer els riscos que implica fer real la independència i que a Madrid, el que en diuen “mesa de diàleg” és un eufemisme per encobrir un “peix al cove 2.0”, en el que no hi ha peix ni tan sols cove. Pedro Sánchez només ha dialogat per assegurar-se la presidència i la màxima estabilitat possible pel seu govern i, no només s’ha negat (es nega i es negarà) a, no ja negociar, ni tan sols dialogar sobre el dret a l’autodeterminació i l’amnistia; sinó que de “peix” no n’ha aparegut cap. L’autonomisme catalanista va ser clau en el seu moment. I el “peix al cove”, també. Però ni els que hi ha a Madrid li arriben a la sola de la sabata a Miquel Roca (amb el que no coincideixo amb moltes coses, avui en dia), ni Aragonés és ni l’ombra, de l’ombra, de l’ombra del President Pujol. Si amb això li sumem el dubte raonable de, quin pes tindrà en un eventual acord, conservar els 500 llocs de treball i sous de Conseller, alts càrrecs i personal de confiança dels partits… No sé si la vull la unitat al voltant d’aquest projecte.
En Josep Martí te raó. Catalunya no està a l’agenda, perquè la repressió ha fet efecte, hi ha qui ha agafat por, ha iniciat la marxa enrere, i ha acceptat gat (autonomisme) per llebre (independència). El Gobierno ha descobert que amb els jutges, la policia, la Guardia Civil i l’inestimable col·laboració de diverses institucions filofranquistes de facto -des del Tribunal de Cuentas, fins la Monarquia-; ja en te prou. Han aconseguit fer por i neutralitzar-nos. Penso que algun “talp” ja s’ha encarregat de donar a Madrid les garanties suficients de que el projecte independentista, més enllà del discurs, es quedarà on està: al congelador. A partir d’aquí no comptem per a res, que no sigui donar suport a canvi d’escorrialles. L’odi cap “el separatismo”, és el de sempre i ja no fem por. Salvador Illa ho expressava ben clarament amb el seu “hem de passar pàgina”.
Tot això amb el “Gobierno más progresista de la història”!!! I algú diria “ara conta tu amb una modalitat Ayuso-VOX”. Doncs res gaire diferent a la pràctica. La democràcia cristiana i la socialdemocràcia eren opcions diferents en una Europa democràtica. Peró Stalin i Hitler no eren gaire diferents, perquè els dictadors per damunt de tot són dictadors. Alerta, Podemos no és stalinià ni ho és el PSOE (bé que, en especial sota la batuta de Felipe Gonzàlez, va ser essencial per tapar els crims de la Guerra Civil i la dictadura i va practicar el terrorisme d’Estat), i per ara VOX, malgrat el seu feixisme, no és hitlerià. Però Espanya no és exactament una democràcia. La separació de poders és cosmètica i el neofranquisme està molt instal.lat en moltes de les seves institucions i estaments. I aquí, a Catalunya, molts s’han espantat i la unitat basada en la por, pot ser pitjor que parlar clar i dir la veritat: “hem claudicat”
La millor notícia dels últims dies ha arribat del TJUE i no hi ha alternativa a la internacionalització judicial primer, perquè després pugui ser política.
I al voltant d’aquestes dues visions (que molts votants no saben que existeixen, creuen que unitat implica fer via cap a la independència), la unitat de les formacions independentistes, avui no existeix.
Suposo que acabarem tenint un govern “formalment independentista”, al que no li auguro un futur gaire llarg, perquè res em fa pensar que els plats no “segueixin volant per la cuina” i no només serà -que també- per lluites de partit i de cadires.