Queridos lectores y lectoras, seguís con la costumbre de escribirme y enviarme mensajes en lugar de hacer comentarios en el blog. En algunos casos -como el que ahora citaré- se entiende por el hecho de que quien lo escribe lo hace muy personalmente y, por tanto, evita hacer públicos comentarios que opina que deben quedar en el ámbito privado.

Sin embargo, yo me permito reproducir un fragmento de uno de ellos, como forma de empezar un post muy importante para mí. Dice así:

“No sé por qué, y después de haber ido leyendo cosas tuyas (…), me vino a la mente la figura de un guerrillero. Con todo el cariño que te tengo, a veces me pareces ‘un guerrillero sentimental’ y como tal creo que estás en un periodo de reintegración, no a la vida civil, sino al mundo de las emociones y los sentimientos. Un mundo al que muchas veces, pienso, le has dado la espalda.

¿Cuántas veces le has dicho a alguien que le echas de menos?

¿Cuántas de tus ficciones te habría gustado que fueran realidades?
¿Son cartas a los Reyes Magos? (…)”.

“Eran las 10 de la mañana en Río de Janeiro y estaba desayunando.

-¡¡¡Eyyy!!! ¡¡¡Buenos días!!! ¿Cómo estás? ¡¡¡Felicidades!!!

-¡Muchas gracias, papá!

-¿Cómo va? ¿Os ha gustado Río?

-El paisaje, la -digamos- naturaleza, sí. Pero la ciudad está muy degradada. Las favelas llegan a todas partes. Dicen que después de los JJOO ha caído en picado. Sensación de riesgo y peligro en lugares que, en principio, deberían ser más seguros de lo que parecen.

-No sé… Hace años que no he estado allí. Recuerdo que era una ciudad muy bonita y yo cometí la insensatez de pasear, solo, a pie, de noche, desde Leblon hasta Copacabana por las rocas… (Ver “Escrito intrascendente, Río de Janeiro 21 de abril de 1997 “, del 3 de mayo de 2015).

30 años, Pau: ¡¡¡cómo pasa el tiempo!!! ¡¡¡Te deseo paz, serenidad, suerte y mucha felicidad!!!

-¡Muchas gracias!”.

Mi hijo hace más de dos años que vive en Chile y sabe -porque se lo he dicho- que le echo mucho de menos. Vive lejos. Lo veo poco. Pero hoy este no era el tema. Ya lo sabe, se lo he dicho. Hoy se trataba de felicitarle porque tal día como hoy de 1988 nació en Barcelona. En una época -que duró años, demasiados- en la que como muy bien dice quien me ha enviado el mensaje, vivía demasiado de espaldas al mundo de las emociones y los sentimientos al que, según dice, ahora me estoy reintegrando. Creo que hace tiempo que me estoy reintegrando…

La fotografía que he elegido para el post dice mucho. Creo que habla por sí sola: la celebración de un cumpleaños con tres generaciones presentes: mi padre, que cuando yo nací tenía 30 años, y mi hijo, que cuando él nació yo tenía 30 años. Hoy él ha cumplido 30 y para mí es un día muy especial que quiero que quede grabado como tal en el blog.

En más de una ocasión me he referido a los peligros inherentes al mundo totalmente interconectado e “híper transparente” en el que nos está tocando vivir, sí o sí. Pero hoy pondré el énfasis en lo que siempre me dice y me repite uno de mis mejores amigos, el Dr. Capdevila, Pep: “Piensa en lo que supondrá para tus hijos el día de mañana, cuando tú ya no estés, tener presente a su padre a través de lo que escribiste y publicaste en este blog”. Y tiene razón. ¡¡¡Qué no daría yo porque mi padre a los 54 años hubiera comenzado un blog y que hubiera escrito hasta que murió en 2014 con 86 años (Ver el post “Un verano lleno de emociones” del 15 de septiembre de 2014)!!! Me conformo, sin embargo, con las conversaciones que mantuve con él a lo largo de su vida y, en especial, en los últimos 8 meses de la misma. ¡Pero si ahora tuviera obra suya escrita…!

El 28 de agosto se cumplieron 4 años de la muerte de mi padre y me planteé escribir un post. Pero no lo hice. No me atreví a hacer público los sentimientos tan íntimos que me dominaban. Es posible que la falta “de oficio”, propia del escritor aficionado que soy, no facilite la tarea. Y llegado a este punto vuelvo de nuevo al último libro de Sergi Pàmies mencionado y comentado en el post anterior (Ver “Ficción o realidad: ¡CHI LO SA!” del 12 de septiembre de 2018) “El arte de llevar gabardina”, en el que ya manifesté la admiración que me provocó el ejercicio de “desnudarse” que pone en práctica el autor. Imagino que era el momento, que se lo pedía el cuerpo…

En el capítulo titulado “No soy nadie para darte consejos”, Pàmies explica de forma magistral cómo evolucionó la relación con su padre (Gregorio López Raimundo). Desde la fantasía de que su madre, Teresa Pàmies, hubiera tenido un “tropiezo” con Jorge Semprún del que él fue fruto hasta… Él admiraba -hasta que dejó de hacerlo- a Jorge Semprún, expulsado por su padre del Partido Comunista. Si como a muchos nos ha pasado -cada uno a su manera y en sus propias circunstancias- muchos hemos querido “matar al padre” en algún momento, imagínense lo que podía ser que ese padre ausente y distante al que “querías matar”, escuchas que maltrata a aquel que en tu fantasía y durante tiempo, hubieras querido que fuera tu padre de verdad, sabiendo que, aunque remota, la posibilidad potencialmente existía.

Me ha emocionado leer cómo, con qué fina sensibilidad y calidad literaria, Pàmies pasa de este extremo a empezar a expresar amor -la palabra la pongo yo- por su padre, retornado del exilio y con la posibilidad de vivir en libertad. La transición la explica de forma exquisita, siempre dejando entender y no afirmando explícitamente. Reproduzco algún fragmento ilustrativo de lo que explico:

“Espoleado por las hormonas de la edad, yo añadía leña al fuego. Si me pudiera diagnosticar, el informe sería categórico: la suma de adolescencia y de ínfulas intelectuales es un cóctel terrible. Por suerte, mi padre no tardó en adaptarse a esta sauna y de vez en cuando conseguía que volviéramos al repertorio clásico de hablar de fútbol -Alcántara, Sagi-Barba, Samitier, Zamora- o a las jotas de José Oto, que escuchábamos con un respeto antropológico -‘Treinta partes de franqueza, | veinte de desinterés | y cincuenta de nobleza | eso es un aragonés “.

Y refiriéndose ya al final de la vida de su padre, del que visiblemente se ocupó, escribe:

“En una dimensión más íntima, también está mi armario (…). Ahí conservo dos trajes de mi padre, por si alguna vez tengo que casarme, morir o recibir un premio prestigioso, media docena de corbatas que no sabría cómo ponerme (aún no he aprendido a hacerme el nudo) y la gabardina de El Corte Inglés, tan sólida como cuando la compramos (antes ha explicado cómo acompañó su padre ya muy deteriorado, a comprar esta gabardina en El Corte Inglés)”.

Sigue explicando que se pone la gabardina de su padre para ir a una entrevista de trabajo que debe ser importante y escribe:

“(…) Echo de menos los momentos en que, en situaciones similares y de manera excepcional, le pedía consejo a mi padre. La última vez, le hablé de una crisis sentimental que terminó siendo definitiva, pero él, que ya había entrado en una fase de renuncias irrecuperables, me dijo que no era nadie para darme consejos. Me sorprendió mucho porque una de las pocas misiones reconocidas universalmente por los padres es dar consejos a los hijos y lo atribuí a que, por coherencia biográfica, prefería mantener su condición de padre ausente hasta el final. Pero hoy quiero causar buena impresión y sé que la gabardina me ayudará”.

¡¡¡Qué maravilla!!!

Pobre padre, -me refiero al mío ahora- cómo sonreiría si me viera emocionado por estas confesiones de Pàmies y recordara cómo llegué a querer “matarlo” en mi adolescencia. Yo, ambicioso, le reprochaba -en lo que yo vivía dramáticamente como una inversión de papeles- que él no lo fuera. Con los años entendí dónde me llevó mi ambición y lo que perdí por culpa de la misma -muchas horas dedicadas a mi carrera en lugar de a mi familia y a mis hijos, entre otros- y me di cuenta de que mi padre era un hombre sabio que supo priorizar lo que realmente es importante en la vida y que no es, precisamente, la carrera profesional…

Mis hijos, el que hoy cumple 30 años y su hermano, -que seguramente me “quisieron matar” y no descartaría que todavía alguna reminiscencia residual pudiera quedar- creo que me han perdonado y sobre todo me han querido y me quieren.

La muerte de mi padre el 28 de agosto de 2014 me cogió en Japón. Me había ido el día 7 de agosto, 21 días antes. Pero hacía meses, en especial los de junio y julio que hablábamos, no tanto de cosas que no hubiéramos hablado nunca, pero sí de forma diferente de las mismas cosas. Y alguna confesión desconocida hasta entonces también cayó. Yo veía venir que lo que pasó, podía pasar y le dije: “¿Sabes qué? Cancelo el viaje a Japón, habrá mil ocasiones de hacerlo”. Y me dijo: “¡Por favor, haced vuestra vida con normalidad! ¡Al final tendré la sensación de que estáis todos esperando que me muera!”. ¡Me pude despedir, por si acaso, y menos mal que lo hice!

Pau, hoy has cumplido 30 años y está claro que te hubiera querido aquí soplando las velas del pastel de cumple y celebrándolo juntos. Pero es evidente que tienes que hacer tu vida…

Aclaro que escribo sobre mí. No sobre ti. Lo que te tenía que decir hace tiempo que te lo he dicho y no quisiera resucitarte las ganas de “matar al padre” por poco prudente con las cosas íntimas. Pero sí quiero hablar de lo que siento en un día tan especial para mí: el día en que hace 30 años fui padre por primera vez. Y lo hago recuperando fragmentos de un escrito que te entregué hace años…

“Nunca olvidaré el día 17 de septiembre de 1988. Sentí que mi vida había cambiado para siempre. Nunca me había sentido tan importante, tan bien, tan feliz. Ya sabes que soy un sufridor empedernido. Y el día que naciste sufrí como pocas veces en la vida. Fuimos hacia el hospital el viernes 16 de septiembre hacia las 10 o 10 y media de la noche. Aquel día era uno de esos días que los médicos llamamos un día ‘picado’. Había casos complicados y dado que el parto era normal, esperamos horas en un box de observación hasta que al final corrimos todos…

Cuando finalmente naciste, en ese momento, Pau, me sentí el hombre más feliz y más afortunado del mundo: No te puedo explicar mejor la sensación. Si un día tienes un hijo lo entenderás.

A todo esto ya era el mediodía avanzado y mientras fue llegando toda la familia ya eran las 4 de la tarde. Hacía 17 o 18 horas que no comía nada y que no dormía y fui a un bar cercano a comerme un bocadillo y tomarme una cerveza y vi el mundo, la vida, de un color más bonito. ¡¡¡Ni te imaginas la felicidad que proporciona tener un hijo!!!”.

Hoy ha sido un regalo escuchar tu voz al otro lado del Atlántico y revivir con alegría aquellas emociones tan bonitas. ¡Sí, ya han pasado 30 años! ¡Como si nada! Y hoy nuestras respectivas vidas son muy diferentes. Pero lo esencial, mejor o peor expresado en este escrito, perdura…

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2 thoughts on “17 DE SEPTIEMBRE 1988-2018

  1. Leon dice:

    Josep, las reminiscencias que haces de tu padre y las que citas de Pàmies evocan a las de mío y son obligadas, cada una con los recodos propios de las personas, las familias los lugares y los tiempos. Lo mismo pasa con las palabras que diriges a tu hijo treintañero y que vive lejos. También pensé en los míos. ¡Hay, los que teníamos treinta años! Lo digo con nostalgia contenida, si es que eso es posible. Al leer tu texto recordé un breve ensayo de Simon Leys sobre el poeta francés Hugo Segalen y las maneras de su sentimentalismo: el íntimo, recogido de sus cartas y el literario en sus obras. Te recomiendo que lo leas. En todo caso a mi me parece que hoy estás bien integrado al “mundo de las emociones y los sentimientos”. Me has dado muestras de una gran amistad y afecto en momentos apacibles y en los que son difíciles. Sabe bien lo mucho que lo aprecio.

    1. josepmariavia dice:

      Gracias por tus palabras León. Al final todos somos humanos, con sentimientos, todos somos hijos y algunos hemos sido treintañeros y somos padres. Otra cosa es el momento vital, lo “distraídos” que estemos de lo verdaderamente importante o lo cercanos que nos sintamos de lo esencial. Personalmente he vivido épocas de todo tipo. Parece que envejecer me aproxima a lo realmente importante y me aleja de lo accesorio. Por cierto, la amistad que compartimos forma parte de lo primero!
      Buscaré el ensayo de Simon Leys!

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