Visitar París nunca está de más. En mi caso, aún menos, porque mi hijo Oriol vive allí junto a su pareja Adriana. Encontraron trabajos en los que estaban a gusto y, poco a poco, han ido acomodándose en esa gran capital del mundo.

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Es domingo, siete y pico de la mañana. El taxi circula tranquilamente, sin problemas, por una Barcelona que duerme. En el aeropuerto no hay aglomeraciones, el vuelo sale a la hora prevista y aterriza en Orly on time. A las once y media ya estamos en el número 55 del Boulevard Montparnasse.

A continuación, caminamos durante algo más de cinco minutos hacia casa de mi hijo, en la Rue Montparnasse, nos reencontramos con él y Adriana pocos días después de haber estado juntos en la casa que conservo en Barcelona, donde celebramos la Pascua entregando ―el padrino Oriol― la correspondiente mona a su ahijado, mi nieto Claudi. Oriol y Adriana vienen bastante a menudo a Barcelona, y eso hace que yo viaje menos a París. De todos modos, cuando vienen, aparte de que yo vivo en las Terres de l’Ebre, ellos están muy solicitados por familiares y amigos y, a la hora de la verdad, tampoco es fácil verlos. Si yo viajo a París, ellos trabajan y nos acabamos juntando al final del día. Tampoco se trata de ocuparles el fin de semana. Viviendo en París, si tienes un sofá cama, estás perdido. Familiares y amigos hacen todo lo que está en sus manos para “visitarte” y puedes acabar harto de no poder disfrutar tranquilamente de los fines de semana y tener que visitar tres veces al mes la Torre Eiffel, Nôtre-Dame, el Louvre, Orsay o le musée Maillol o el de la Orangerie o lo que sea, por enésima vez.

Romina ha estado cuatro o cinco veces en París y conoce los iconos turísticos característicos, excepto el musée de Orsay, en el que, actualmente, hay una exposición temporal en torno al impresionismo. Incluimos la visita en un paseo destinado a visitar librerías, y a ver una magnífica y “coqueta” exposición sobre Maillol, en una pequeña galería, comisariada por Àlex Susanna. Evidentemente no nos perderemos el PSG-Barça en el Parque de los Príncipes y trataremos de hacer alguna visita más, de aquellas que, por alguna razón, siempre quedan pendientes.

Recorremos la rue Montparnasse hasta el Boulevard del mismo nombre y llegamos al Jardin du Luxemburg, creo que por la rue Vavin, pero no estoy del todo seguro. Cruzamos el parque, en paralelo a la rue Guynemer, pasando por delante de la Estatua de la Libertad que sirvió a Auguste Bartholdi como modelo para la que hizo para New York, y que, con motivo del Exposición Universal de 1900, de París, entregó a la capital francesa. Seguimos por la rue Bonaparte hasta el río, cruzando el bulevar Saint-Germain, dejando a la izquierda la brasserie Lipp, el café de Flore y el restaurante Les Deux Magots, y a la derecha la iglesia de Saint-Germain-des-Prés. Tenemos que coger el metro para llegar al restaurante Madonna. Osteria à Paris, en el 52 de la rue La Fayette en el 9eme arrondissement. Un buen restaurante italiano que se nota que es parisino, por la educación, el savoir faire y el atuendo de los camareros.

La tarde, gris, fresca y a ratos pasada por agua, está dominada por lo que prevé el magnífico libro Mujeres que corren con lobos, que me recomendó con mucha insistencia Iolanda Batallé. The Washington Post hizo la siguiente síntesis:

“Un fascinante mosaico de historias que nos ofrece una visión de lo femenino y de sus posibilidades. Dentro de toda mujer existe una vida secreta, una fuerza poderosa de buenos instintos, creatividad y sabiduría.

Xavier Roig

Es la Mujer Salvaje, una especie en peligro de extinción debido a los esfuerzos de la sociedad por ‘civilizar’ a las mujeres y reservarles en exclusiva papeles rígidos que anulan su esencia instintiva. En este libro, se revelan mitos interculturales, cuentos de hadas e historias que contribuyen a que las mujeres recuperen su fuerza y su salud, atributos visionarios de esa esencia instintiva. Mediante los relatos y comentarios de la autora examinamos el amor y comprendemos a la Mujer Salvaje. ‘Una celebración del alma femenina’”.

…Estás recuperando, lentamente y con altibajos, tu salud y tu fuerza, pero tu tristeza te impide darte suficiente cuenta de ello como para creerlo…

D’ailleurs (además), o bien en Monoprix han bajado los precios ―no creo que sea así― o bien los supermercados de Barcelona son mucho más caros de lo que eran la última vez que fui a París, que creo que será eso.

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Opino ―está claro que es, simplemente, mi opinión― que Francia es un Estado-Nación sólido, robusto y confiable. No es España, por suerte para ellos. Añado un par de párrafos del post de mi amigo Xavier Roig, titulado ―provocativamente― “Elecciones al Parlamento, envidia del centralismo francés”, para ahorrarme justificaciones ante el hecho de que si en lugar de obligarnos a ser españoles, los catalanes tuviéramos que ser franceses, la independencia no la tendríamos más cerca. Apunta Xavier Roig:

“Suele decirse que el sistema francés es centralista. No es una buena descripción del funcionamiento de esa república. La República Francesa es uniformista y tiende, por historia, a asumir que París es un centro necesario para posicionar a Francia en el mundo. Pero no es un sistema centralista desde el punto de vista de utilizar el territorio en beneficio de París. En España, pese a lo que se diga, hay implantado un sistema diseñado en beneficio del centro. Por eso, a la mínima que se descuidan, todo el montaje se pone en evidencia. Se descubre el pastel y se muestra la triste realidad: la Generalitat administra los bienes de España en Catalunya según se decide en Madrid. Y esa es la intención. Y por eso el pasado fin de semana vino el señor Pedro Sánchez a la ceremonia catalana del nombramiento, desde Madrid, del candidato del PSOE al Parlament.

En Francia, el territorio está dividido en 577 distritos electorales. Un diputado por distrito. Por tanto, la Asamblea Nacional tiene 577 escaños. Los diputados salen del territorio, ya que les vota la gente del territorio. El partido al que pertenecen cubre la parte ideológica que cada francés, como nosotros, lleva en su interior. Pero esta parte ideológica nunca se superpone a los intereses territoriales que llevan a los electores a votar a un candidato y no a otro. Que un candidato sea nombrado desde París es, en Francia, inaceptable”.

Francia es un país fuerte y respetable, y París es una gran ciudad en la que casi ningún francés se la siente menos propia de lo que un catalán de Lleida, Tortosa o Figueres se siente Barcelona. Por mucho que en ciertos momentos puedan ser muy críticos ―y con razón― con “los pixapins de ‘can fanga’”.

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La producción cultural francesa es colosal y, en concreto, la literaria, nos ofrece una panoplia de grandes autores vastísima y variada. Más allá de ir a ejercer de turista en Shakespeare&Co, donde me pasé un buen rato fue en las librerías L’Ecume des Pages y la Galigagni, donde una placa indica en la entrada: “The first english bookshop established on the continent” (la primera librería inglesa establecida en el continente). Visto el resultado del Brexit, quizás para muchos británicos la distinción tenga todo el sentido del mundo. Para la mayoría de europeos, es una terminología de otras épocas.

L’Ecume des Pages, situada en pleno Saint-Germain-des-Prés no es una librería antigua, pero transmite buenas vibraciones. Me llama positivamente la atención que esté abierta hasta medianoche todos los días, excepto el domingo, que cierra a las 21h. El personal con el que me encuentro, aparte de mostrarse muy atento, se nota que sabe de lo que habla. Te transmiten su pasión por los libros. Pregunto por la sección de “Papeles privados” y uno de los chicos me acompaña, me explica cómo está organizada y hace un repaso de autores franceses de dietarios, bastante interesante. Me deja al cabo de un buen rato que mire y remire sin prisa, no sin antes ofrecerse para cualquier cosa que le quiera pedir.

Rápidamente me llama la atención el título de un dietario de Paul Morand: Journal inutile 1973-1976, sus últimos escritos. Un claro representante del cosmopolitismo francés de los “felices años veinte”. Si digo poeta y diplomático, no miento y me viene a la mente, el tan citado en este blog, Pablo Neruda, personaje por el que siento tanta fascinación como sentido de ridiculez, la que siempre me ha provocado la “gauche divine”. Ciertamente, no es lo mismo ejercer funciones diplomáticas por nombramiento político de Allende que habiendo estudiado en Sciences Po (al lado, por cierto, de la librería que nos ocupa) llegar a ser miembro numerario de la Académie française y oficial de la Légion d’honneur. Como tampoco es lo mismo haber nacido en la pobre Araucanía chilena que en el Huitième arrondissement de París. Personajes con luces y sombras, como todos los humanos. Todos podemos ser admirados y/o detestados. Por este motivo, en el caso de los escritores (y genios creativos artísticos, científicos y demás) me parece importante separar al hombre de la obra. La repugnancia profunda que me provoca Vargas Llosa es directamente proporcional a lo que he disfrutado leyendo alguna de sus obras.

Volviendo a Paul Morand, más allá de la poesía, cultivó la novela, la dramaturgia y los dietarios como el citado Journal inutile 1973-1976, que compré en L’Ecume des Pages. Amigo de Coco Chanel, escribió el l’Allure de Chanel, fruto del encuentro que mantuvieron en Suiza, en invierno de 1946. Quedaban lejos las fiestas en París, en las que coincidían con, entre otros, Cocteau, Satie, Picasso, Stravinsky, antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. El colaboracionismo de ambos con el régimen de Vichy, los alejó aún más de esos círculos llevándolos a exiliarse voluntariamente en Suiza. Morand, aparte de colaboracionista, era antisemita y homófobo y lo suficientemente oscuro como para que uno de sus biógrafos afirmara que después de conocer toda su vida, “te quedan pocas ganas de conocer al personaje”.

Todas estas informaciones, y otras que obvio, las obtuve en L’Ecume des Pages. Y allí, entre libros particularmente bien ordenados por géneros, temáticas y autores, pensaba en la condición humana y en lo injustos que podemos llegar a ser a la hora de juzgar a alguien, sin tener en cuenta que todos los humanos tenemos luces y sombras. Qué fácil es quedar deslumbrado y más aún, decepcionado y criticar. Qué difícil comprender la grandeza de los seres humanos con toda la carga negativa incluida. Unas cosas llevan a otras y estas reflexiones me hicieron pensar: “¡Qué bestias han sido tantos catalanes y no digamos ya,  tantos españoles a la hora de juzgar a Pujol y aún más a la hora de trasladar la voluntad de destrozar al personaje, a la de destruir su inconmensurable obra de gobierno!” (continuará).

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