Hoy, 21 de noviembre, hace veinte años que Ernest Lluch fue asesinado en el garaje de su casa por ETA.
El 23 de noviembre hará veinte años que, como tanta gente, fui a manifestarme al Passeig de Gràcia de Barcelona como muestra de protesta por el asesinato. En la cabecera de la manifestación se encontraban, entre otros, el presidente del Gobierno, José María Aznar, el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, el alcalde de Barcelona, Joan Clos, y el lehendakari, Juan José Ibarretxe. También Alberto Fernández Díaz. El lema de la manifestación: “Cataluña por la paz, ETA no”.
A pesar de los intentos de Aznar de impedir que Ibarretxe asistiera a la manifestación -el PP estaba interesado en mantener la tensión con el País Vasco e identificar nacionalismo con terrorismo, para conseguir votos-, el lehendakari asistió, mostrando su rechazo el terrorismo. Esto, añadido a que Gemma Nierga, durante la clausura, cerró el evento con la lectura de un manifiesto, desviándose del guión pactado para dejar un “encargo” al gobierno del PP, concretamente diciendo que “estoy convencida de que Ernest, incluso con la persona que lo mató, habría intentado dialogar. Ustedes que pueden, dialoguen”, provocó la indignación de Aznar, que se giró hacia Pujol, que lo tenía al lado, para decirle que “esto no estaba previsto”. Un Aznar que no estaba por el diálogo y sí por la represión, obsesionado por los “rojos y separatistas”, al acabar la manifestación, le faltó tiempo para subir al coche oficial e irse enfurecido hacia Madrid.
La familia de Ernest Lluch acertó participando en otra cabecera de la manifestación, distinta de la de los políticos.
Esta obsesión de Aznar, lo llevaría a perder las elecciones cuatro años después -Zapatero, político de apariencia gris entonces, no ganó las elecciones, las perdió Aznar-, por mentir a propósito del terrible atentado yihadista de Atocha, el 11-M, inculpando enfermizamente a ETA, cuando era evidente -y así lo reconocía la prensa internacional, mientras Ángel Acebes hacía el ridículo sin ruborizarse, hablando de las “dos líneas de investigación”– que empeñarse en esta opción, en ese momento, solo se podía entender desde una peculiar y retorcida mentalidad, paradigmática de la derecha española que, aún hoy, no se ha desprendido del franquismo.
Esta misma semana, Casado y el PP han querido asociar el PSOE al terrorismo por el hecho de aceptar el apoyo de Bildu a los presupuestos del Estado. Quizás es el momento de recordar a Casado que el fundador de Alianza Popular, precursor de su partido, Manuel Fraga -como tantos otros militantes del PP desde que nació y hasta hoy- formaron parte del régimen dictatorial y sanguinario del franquismo. Aplicando la misma lógica, si veinte años después se tiene que seguir demonizando a Otegui y Bildu por etarras, tocaría hacer lo mismo con el PP por los crímenes del franquismo. Con más razón cuando este partido todavía aún no ha condenado la dictadura y no tiene ningún escrúpulo a la hora de pactar y gobernar en coalición con los fascistas de VOX.
En aquella manifestación, Alberto Fernández Díaz tampoco estuvo cómodo, pero por razones -al menos en parte- diferentes de las de Aznar.
Alberto Fernández y Ernest Lluch, aparte de ser vecinos del mismo barrio barcelonés y apasionados como eran del fútbol -culé de los de verdad Ernest Lluch, y periquito a muerte Alberto Fernández Díaz- “discutían” cordialmente cuando se encontraban por el barrio desde la discrepancia futbolística y política; les unía el hecho desgraciado de ser conscientes ambos de que eran target de una ETA que -y esto lo sabían también los dos- disponía entonces de un comando activo en Barcelona.
Fernández Díaz, en una ocasión, manifestó refiriéndose a aquella época: “Recuerdo que cada día me inspeccionaban el coche y que mis hijos tardaban en subirse. Si colocaban una bomba en los bajos, explotaba inmediatamente. Si la ponían en el conducto de la gasolina, tardaba unos instantes. Por eso, les pedía a mis hijos que se ocultaran detrás de las columnas del parking cada vez que arrancaba el coche. Ellos pensaban que jugábamos al escondite”.
Alberto, hoy, ha expresado su emoción recordando el día que mataron a Lluch y ha sido la única figura del PP que ha tenido un recuerdo humano por el socialista catalán asesinado. A pesar de las discrepancias que mantenían entonces respecto al fin de ETA -Alberto, como Aznar, no quería oír hablar de diálogo, mientras que Lluch no veía otra alternativa-, actualmente Fernández Díaz es miembro de la Fundación Ernest Lluch y recuerda cuando ambos intentaban amortiguar la tirantez entre el PP de Aznar y el PSOE.
Alberto, el día de la manifestación de hace veinte años, sabía que la víctima de los terroristas podía haber sido él, incluso a pesar de disponer -y esto no va en detrimento suyo- de dos y, en ocasiones, tres escoltas, mientras que a Ernest Lluch, a pesar de estar amenazado por ETA y de que los informes de los servicios de inteligencia lo aconsejaban, se los negó el gobierno del PP.
Un día antes del terrible asesinato, el 20 de noviembre del 2000, la delegada del Gobierno español en Cataluña, Julia García-Valdecasas, citó a Ernest Lluch en su despacho. Lluch fue convencido de que le propondría ponerle escolta, sabiendo como sabía que había un comando etarra en Barcelona y que ETA ya había intimidado a Lluch, entrando en su piso de Donosti, simplemente como “aviso”.
Pero el motivo por el que la delegada lo citó fue para recriminarle que en una tertulia se había referido a su padre, ex-rector de la Universidad de Barcelona, como “un represor”.
Cuando Lluch consiguió reconducir la conversación hacia el riesgo de sufrir un atentado, la delegada, de forma displicente, le soltó, cuando sabía perfectamente que Lluch era diana de ETA: “¿Quién te iba a querer matar, a ti?”.
Al día siguiente, Lluch comió con su hija en el comedor de la universidad y le explicó cómo había ido la reunión. Lo demás ya lo sabemos. Poco después de las 9 de la noche, Ernest Lluch abandonó la facultad para ir a casa. Cuando bajó del coche, en el aparcamiento, alguien se le acercó por detrás y le disparó dos tiros, uno en la espalda y otro en la nuca, sin que él ni siquiera viera quién lo mató, según se desprende del informe forense.
Para poner las cosas en su sitio, hay que dar la razón a Ernest Lluch cuando afirmó que el profesor Francisco García-Valdecasas, padre de la delegada del Gobierno, era un represor. Cuando era rector de la Universidad de Barcelona, concretamente en 1966, reprimió el movimiento estudiantil clandestino contra la dictadura, expulsando a 266 alumnos y 69 profesores miembros del Sindicato de Estudiantes de la UB por apoyar la Caputxinada, anulando los derechos de matrícula de los huelguistas.
El profesor García-Valdecasas, además de franquista y represor, era un gran farmacólogo, investigador destacado en psicofarmacología, y entre sus discípulos -el mundo es un pañuelo- se encuentran el joven médico Jordi Pujol i Soley, y el Dr. Josep Laporte. El Dr. Laporte se formó como farmacólogo en la cátedra de García-Valdecasas, a quien siempre consideró su maestro. García-Valdecasas fue, por otro lado, el encargado de contestar el discurso de ingreso del Dr. Laporte en la Real Academia de Medicina de Cataluña en el año 1978. Laporte estaba tan alejado, políticamente, de Francisco García-Valdecasas, como próximo era científica y académicamente.
La relación de estos dos últimos políticos, Pujol y Laporte, con Ernest Lluch, que no fue buena, permite entrar en lo que para mí son pequeñas sombras de duda respecto a alguna de las acciones políticas del socialista asesinado.
Jordi Pujol y Ernest Lluch coincidieron en Banca Catalana. Lluch trabajaba en el servicio de estudios del banco. Basta con conocer el peculiar y característico antagonismo entre convergentes y socialistas, especialmente los más “pujolistas”, para visualizar el repelouse mutuo entre Pujol y Lluch. Pero la tirantez más fuerte se produjo en torno al rol que jugó Ernest Lluch con la LOAPA, primer intento del régimen del 78 de descafeinar la autonomía política de las CCAA -de hecho, la de Cataluña- consensuado entre la derecha y la izquierda españolas, como reacción al “ruido de sables” del intento de golpe de Estado del guardia civil Tejero.
Ernest Lluch dimitió en 1981 como portavoz del PSC en el Congreso de los Diputados -cuando el PSC todavía tenía voz propia en el Congreso, aparte del PSOE- porque se negó a presentar las enmiendas de los socialistas catalanes a la LOAPA. Lluch no era nacionalista, y menos aún independentista, pero sí catalanista -el PSC tenía un alma catalanista-, federalista y veía a España como una nación de naciones. ¿Qué pasó, entonces?
La versión que da Juan Esculles, autor de su biografía, apunta al valor que daba Lluch a la alianza PSC-PSOE. Temía que, la para él mala experiencia valenciana, que imposibilitó la unión entre el socialismo valencianista y el PSOE, se repitiera si con la LOAPA, el PSC ponía contra las cuerdas al PSOE. Le parecía que era más útil presentar unas enmiendas pactadas con el PSOE y que este las introdujera en el debate con la UCD, que no que las presentara el PSC y las tumbaran todos.
Su posición no se entendió bien y él tampoco quiso entrar demasiado en detalles, porque pensaba que, si lo hacía, podría poner en evidencia a otros dirigentes del PSC, que coincidían con él, pero no lo manifestaban.
Esto hizo que se le pusiera la etiqueta “de españolista” y cuando, un año después, fue nombrado ministro por Felipe González, se entendió como el premio por no haber presentado aquellas enmiendas. Incluso, hay quien asegura que Joan Raventós lo expresó así. En cualquier caso, la duda nunca se desvaneció y Lluch no se pudo librar de este asunto nunca.
Laporte sufrió al ministro de Sanidad Ernest Lluch cuando era conseller de Sanidad de la Generalitat. Ciertamente, Lluch transformó un sistema de salud financiado por contribuciones a la Seguridad Social -al cual, por lo tanto, solo accedían los que cotizaban, y los que no, solo podían acogerse a la beneficiencia-, en un sistema nacional de salud, de acceso universal y prácticamente gratuito. Pero con respecto a Cataluña, que fue la primera autonomía en recibir el traspaso de competencias del INSALUD español, nunca fue sensible a la infrafinanciación intolerable y crónica -aún hoy no se ha resuelto- de la sanidad catalana. Hay que decir que la política convergente del “pájaro en mano” tuvo que ver en eso. El presidente Pujol quería crear un Estado de facto. Y la política era: “Coge la competencia y de la financiación ya hablaremos luego”. Primero fue la sanidad, y luego tantas cosas: cárceles, policía… Pero el caso de la sanidad, financieramente hablando, acabó siendo -y es- escandaloso, y el ministro Lluch no fue sensible con ello. Pero hay que decirlo todo: si Cataluña no tuvo el concierto económico, como el País Vasco, es porque los convergentes no estuvieron por la labor. Si hubieran jugado bien las cartas, entre otras cosas, hoy no diríamos lo que estoy diciendo ahora del ministro Lluch. No haría falta. La sanidad catalana y Cataluña no habrían pasado las angustias que han pasado y pasan. ¡Pasamos!
Hoy hace veinte años que Ernest Lluch fue dramáticamente asesinato y, como casi siempre ocurre con los difuntos, se habla bien de él y se destacan sus méritos. Todo mi reconocimiento y respeto a Lluch, pero como ministro de Sanidad hizo bueno el dicho de que para que un catalán sea poderoso en Madrid debe mostrar desafección hacia Cataluña. La negociación de la Ley General de Sanidad con su equipo, tampoco resultó muy “amable” para la Generalitat. Afortunadamente, su Jefe de Gabinete Técnico, el Dr. Juli de Nadal, facilitó mucho las cosas. En ese momento, yo formaba parte del equipo del conseller Laporte y de su director general, Xavier Trias, todavía no en posiciones relevantes, pero lo viví des de la barrera y no fue fácil.
Lluch, desde una perspectiva de reconocer la infrafinanciación del sistema sanitario catalán, con la consiguiente repercusión sobre los usuarios del mismo, fue de los peores ministros de Sanidad. Cuando llegó Julián García Vargas, quizás tampoco se resolvió todo, pero la relación fue mucho más fácil. Como lo fue con Ana Pastor, por citar otro ejemplo.
Concluyo expresando mi admiración por la persona y la personalidad de Ernest Lluch. Aparte de ser intelectualmente brillante, irónico y, según como, sarcástico, era un hombre con carácter y criterio propio, y estos valores claramente positivos encajan mal con los aparatos y la disciplina de partido.
Nunca he soportado la ortodoxia rígida, ni recibir consignas, elementos típicos de los partidos políticos. Ahora que nos quejamos -con razón- de la falta de liderazgos, preguntémonos cómo habrían existido figuras como Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Jordi Pujol, José María
Aznar, o Merkel, Blair, Churchill o De Gaulle, si se hubieran caracterizado por acatar disciplinas de partido en lugar de mantener posturas propias…
Me atrevería a decir que Ernest Lluch, en el panorama político actual, sería uno de esos líderes que se echan de menos. Del mismo modo que muchos echamos de menos su apuesta decidida por el diálogo, que nos ha llevado a situaciones tan esperpénticas como dejar temas fundamentales de la política y del futuro de la democracia española en manos de la cúpula del poder judicial.
¡Ojalá Ernest Lluch continuara entre nosotros y tuviéramos a muchos como él!
Jo també tinc aquesta percepció ambivalent de l’Ernest Lluch. Tot i que la seva mort ens va deixar un sentiment d’injustícia i desgràcia. Celebro que m’hagis aclarit el tema de la LOAPA perquè, encara ara, tenia la primera versió, que havia renunciat a ser portaveu del PSC per no presentar les seves esmenes, cosa que no era agradable de creure.
Recordo una anècdota que explicaven del seu pas pel ministerio que em feia molta gràcia. Diu que els funcionaris madrilenyos li deien “el abominable hombre de las 8” perquè acostumava a arribar d’hora .
Gràcies pel teu comentari Helena! Per desgràcia, no anem sobrats de persones de la vàlua d’Ernest Lluch tot i que els que estàvem al Departament de Sanitat de la Generalitat sabem que no ens ho va fer fàcil com a Ministre del ram.
A esto se llama tirar un cestado de mierda con sordina a Ernest Lluch.
No era en absoluto mi intención. Es una injusta víctima del terrorismo,tuvo una buena trayectoria académica y era un buen hombre.
Eso no quita que los que vivimos en primera línea la negociación de la financiación de la sanidad catalana con él de Ministro, podamos decir con datos objetivos y contrastables, que nunca, ni antes ni después, ningún Ministro de Sanidad dió peor trato financiero al sistema de salud catalán. Las razones las desconozco, pero no lo atribuyo en ningún caso a nada que suponga una etiqueta personal denigrante para Ernest Lluch. Desconozco cuáles fueron sus razones. Seguro que las tenia y no pretendo usarlas para manchar su recuerdo como persona. Casi nadie hace todo bien en la vida y no por eso hay que poner etiquetas denigrantes. Ningún cesto de mierda. Respeto absoluto a su recuerdo