¿Pero qué tienen en común gastronomía y ciclismo? Supongo que según se mire muchas cosas. Para mí y pensando en el Eroica Caffè alma y lo mejor de la condición humana. Intentemos descubrirlo entre líneas.
El primer Tour de Francia se celebró el año 1903. Al principio era realmente un tour. Los ciclistas recorrerían la periferia del hexágono. Antes, sin embargo, era una prueba heroica, eroica en italiano. ¡Los ciclistas recorrían etapas de hasta 400 km, por carreteras muchas veces sin asfaltar o con adoquines! El Tourmalet se subió por primera vez en el Tour de 1911, cuando en lugar de carretera asfaltada el camino era de tierra.
Muchos ciclistas eran chicos de condición muy humilde y para ellos, participar en el Tour, ante todo, significaba, mientras duraba la competición, garantizarse una alimentación sensacional en relación a lo que podían comer normalmente y dormir y descansar en camas que, durante el resto del año, no estaban a su alcance.
Es interesante la historia de Vicente Blanco, conocido como “el Cojo”, porque a causa de un accidente laboral perdió los cinco dedos de un pie, lo que no le impidió ser el segundo español en disputar el Tour, aunque solo recorrió la primera etapa y no queda claro si la terminó.
Durante casi un siglo se creyó que había sido el primer español en participar en el Tour. Fue en el 1910. Pero resulta que el primero fue José María Javierre en 1909, que poco después acabaría obteniendo la nacionalidad francesa. Pasó a llamarse Joseph Habierre y pese a figurar como francés en todos los archivos del Tour, en el 1909 era todavía español. Así que Blanco, fue el segundo español en participar en el Tour. Sobre ello se cuentan muchas historias. ¡Se cuenta que de hecho tenía los dos pies mutilados y que pedaleaba con un par de muñones en lugar de con dos pies: un eroico!
Como tantos ciclistas durante años, viajaba a las carreras en bicicleta. Los recursos no daban para más.
En 1910 se desplazó desde su ciudad, Bilbao -¿de dónde podía ser si no? – hasta París, con una bicicleta vieja y oxidada, para participar en el Tour. En el zurrón llevaba unas pocas provisiones, algunas monedas y ningún recambio, para recorrer los casi 1.000 km de trayecto y llegar el día antes del inicio del Tour. Tiempo justo para que un español que vivía allí le proporcionara una bicicleta más ligera -¡¡¡15 kg!!! – que el pedazo de hierro que llevaba y para encontrar un lugar para dormir. Los que tenían equipo, este se encargaba de los arreglos para comer y dormir. Pero los que no, los llamados isolés, como era el caso de “el Cojo”, se tenían que buscar la vida. No pudo terminar la primera etapa de 272 km por carreteras llenas de baches, piedras y arena que levantaba grandes polvaredas. Y con la bicicleta nueva, volvió a Bilbao. Cuando llegó explicó que “no pudo hacer nada contra aquellas fieras bien alimentadas”.
Personalmente, y por el interés que me transmitió mi padre por el ciclismo, el primer recuerdo que tengo de un ciclista de élite es el del eroico Federico Martín Bahamontes (el “águila de Toledo”) que se retiró en el 1965. Yo tenía 7 años, pero seguía las carreras con mi padre. Fue el primer español en ganar un Tour de Francia, el año 1959, acontecimiento que no recuerdo, pero sí me acuerdo de que era un gran escalador y en la Vuelta y en el Giro siempre quedaba campeón de la montaña, siendo también el mejor escalador de la historia del Tour. Siguiéndolo, con él descubrí al eroico Jacques Anquetil, el primer ciclista en ganar cinco ediciones del Tour, además del Giro y de la Vuelta.
Miguel del Eroica Caffè, me contaba que Bahamontes durante años, como “el Cojo” y tantos ciclistas, también viajaba a las carreras en bicicleta porque no se podía pagar ningún otro medio de transporte. Nunca olvidaré la cara de Bahamontes en una entrevista que le
hicieron en la TV y que vi, en la que a raíz del caso Armstrong le preguntaron si él, cuando corría se tomaba alguna sustancia. La respuesta de Federico, que le salió del alma, fue: “¿Sustancia? ¡Un buen bocadillo de chorizo si tenía la suerte de poder permitírmelo!”.
Volviendo a Anquetil, Miguel me recomendó que leyera un artículo de “Le Monde” dedicado al eterno segundo -segundo de Jacques Anquetil y también de Eddy Merckx-, Raymond Poulidor, con motivo de su muerte, de la que aún no se ha cumplido un mes, el día 13 de noviembre. Le hice caso y vi que el gran Eddy Merckx expresó “su gran tristeza por la pérdida”. Decía: “Durante mi carrera éramos adversarios, pero luego lo frecuenté mucho. Pasamos unas vacaciones juntos. Es una gran pérdida, un gran amigo que se va”. Eterno segundo, pero una leyenda del ciclismo francés y no solo el francés.
Pocos días antes de morir a causa de un cáncer de estómago en el año 1987, Jacques Anquetil telefoneó a Raymond Poulidor y le dijo: “¿Ves como no hay forma? Volverás a ser el segundo”. En efecto, Poulidor ha atrapado a su eterno rival Anquetil 32 años después. ¿Pero qué importancia tiene cuando hablamos de la eternidad? Sí, dos eroicos eternos. En el Eroica Caffè, todos los eroicos son bien recibidos, sean segundos, terceros, cuartos o últimos. ¡Allí todos comen igual de bien!
“El Cojo”, Bahamontes, Anquetil, Poulidor, Eddy Merckx… Todo lo que intento explicar fue, entre otras cosas, lo que inspiró al médico de Gaiole in Chianti, un pequeño pueblo de la Toscana, el Dr. Giancarlo Brocci, crear en 1997 la Eroica, más que una carrera, una experiencia de cicloturismo en grupo, con bicicletas clásicas, que se ha convertido en la más popular del mundo. Los valores que inspiran la Eroica, son similares a los que llevaron a Miguel y Graciela a hacer realidad el Eroica Caffè de Barcelona. El Eroica lo promueve el Ciclo Club Eroica y este ha estado presente en el proyecto Eroica Caffè de Barcelona. No sé si este puede ser el embrión de una cadena mundial de Eroica Caffè -no me atrevo a poner ejemplos del tipo Hard Rock Cafe, porque creo que los valores de base son si no antitéticos, casi-, como la carrera Eroica de la Toscana ha dado lugar a réplicas en todo el mundo: los Países Bajos, Gran Bretaña, California, Japón, Uruguay, Sudáfrica o Cenicero en la Rioja y, próximamente en Australia.
En cualquier caso, Giancarlo Brocci, cuando concibió la Eroica, pensaba en salud, en disfrute y no en competencia, eso sí, en resistencia -la resistencia necesaria para afrontar los avatares de la vida-, en la bicicleta concebida como un vehículo para disfrutar del ciclismo más allá de la competición, para cultivar el espíritu y mantener una buena forma física y una buena salud mental. “The beauty of fatigue and the thrill of conquest”. Miguel me recomendó que comparara el aspecto de aquellos viejos ciclistas sudados con los maillots de lana, arrastrando pesadas bicicletas de acero y sucios por el polvo de los caminos, con los actuales vencedores de etapas de las grandes carreras, que acaban limpios y con aspecto impecable, sonrientes y como si acabaran de salir de un masaje relajante. ¡El doping, la adulteración de lo auténtico, va más allá de las sustancias estimulantes!
Brocci también quería recuperar la nostalgia de aquellas bicicletas clásicas -las mismas que podréis ver en el Eroica Caffè- que servían como medio de transporte (hoy hablaríamos de movilidad sostenible), que se usaba tanto en estrechas carreteras asfaltadas como en caminos de piedra, barro y polvo infernales y que sí, permitían hacer deporte, pero sobre todo hacían posible vivir la vida a otro ritmo, diferente, más humano que el de la vida loca del mundo actual. Resistir y disfrutar resistiendo, más que competir. Sudar pedaleando con bicicletas de acero pesadas y maillots de lana de los que, eso, hacen sudar. Simbiosis entre ciclistas, aficionados y vecinos que improvisan puestos de avituallamiento especiales con embutidos, pasteles, quesos, pasta, focaccia y vino para los ciclistas que, a veces, se detienen tanto rato que alguien de la organización les tiene que recordar que no se duerman, que tienen que llegar al destino, a Montalcino. ¡Irónicamente se dice que es la única carrera del mundo en la que los ciclistas pesan más a la llegada que a la salida!
Si vais al Eroica Caffè de Barcelona, encontraréis todo esto: espíritu comunitario, social, convivencia, disfrute, buena cocina, sensibilidad por lo que es auténtico, comida saludable, salud y reposo para la mente, es decir, salud mental. Sentiréis que la vida transcurre con una dulce lentitud, un ritmo pausado, lejos de la locura de la calle. ¿Os acordáis de las míticas Milán-San Remo, la París-Niza de aquellos años, la desgraciadamente desaparecida escalada en Montjuïc? Esto es también el Eroica Caffè. Como lo son los helados y las cervezas artesanales, los ristrettos auténticos, los papardelle al ragú, los tagliatelle con tomates secos y pesto de almendras, las pizzas, la focaccia, el frito siciliano, la berenjena a la parmesana, el carpaccio, el tiramisú, la panacotta… La chef siciliana Antonella Messina, formada en el restaurante Uliassi de Senigallia, puso en marcha la cocina y elaboró la carta. Pasar de un tres estrellas Michelin a colaborar con Eroica Caffè, demuestra capacidad de salir de la tiranía del estereotipo fashion, para apostar por la autenticidad de un proyecto con alma humana. Actualmente, una magnífica cocinera de Bologna -!qué bien se come en Bologna¡-, Giulia Campazzi, juntamente con Graciela, hacen que comer en el Eroica Caffè, sea como estar comiendo auténtica comida casera en Itàlia ¡Cuando lo que se hace, se hace bien, da gusto!
Termino esta serie de dos posts inspirada en el Eroica Caffè, con una historia que, como la mayoría de lo que he explicado en estos posts, me explicaron Graciela y Miguel. La mítica rivalidad de dos monstruos del ciclismo italiano, con carreras condicionadas por la II Guerra Mundial, que acabaron siendo buenos amigos y que si hoy vivieran podrían compartir mesa y valores en el Eroica Caffè: Gino Bartali y Fausto Coppi.
Es imposible resumir en lo que queda de post, lo que significaron estos dos hombres en el ciclismo italiano y mundial durante los años anteriores y posteriores a la II Guerra Mundial. Una época en la que, a pesar de que Italia solo tenía 80 años de historia y se había pasado 20 en guerras, el sentido patriótico aún no había sido desplazado por los intereses de los patrocinadores comerciales que financian desde hace años el ciclismo y otros deportes. Gino Bartali, toscano de Florencia, empezó a pedalear antes que Fausto Coppi.
Bartali era considerado como el ciclista del régimen fascista de Mussolini. El Duce, inspirado
en el uso “patriótico” que hizo Hitler de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, después de que Bartali hubiera ganado el Giro en 1936 -una caída frustró el intento de ganar el de 1937-; en su delirio, soñaba con ver a un italiano derrotando a los franceses a domicilio y forzó la participación del ciclista en el Tour de 1938, que ganó. Ganaría su segundo Tour, 10 años después, en 1948, acabada ya la guerra coincidiendo con el asesinato del líder del Partido Comunista italiano, Palmiro Togliatti. Según Giulio Andreotti, decir que la guerra civil se evitó por la victoria de Bartali en el Tour sería exagerado, pero que aquella victoria en París el 14 de julio de 1948 fue decisiva para aliviar la tensión, parece evidente.
Durante la Guerra no hubo carreras y el conflicto prácticamente coincidió con el tramo de edad de Bartali, entre los 26 y los 30 años, considerado como el mejor para la carrera de un ciclista. A pesar de la prohibición que había durante el conflicto de circular en bicicleta, Bartali entrenaba por la Toscana y la Umbría, sin parar, de día y de noche. Las patrullas lo paraban, él explicaba que estaba entrenando y lo dejaban pasar satisfechos de haberse cruzado con el héroe del ciclismo italiano. Quizás sí que entrenaba, pero además y a pesar de pasar como símbolo de la Italia de Mussolini, dentro de los tubos de su bicicleta llevaba documentación falsificada destinada a proteger y salvar a judíos italianos -casi un millar- de ser aniquilados por el Tercer Reich. Él era un hombre católico y detrás de la red de falsificación estaba la Iglesia. Esto no se supo hasta 2003, después de su muerte en el año 2000.
Curiosamente, Coppi, que pasaba por comunista y era símbolo de la Italia más revolucionaria, acabó sirviendo con las fuerzas de Mussolini, en la Divisione Ravenna, en Siria. El mundo al revés: ¡¡¡Bartali salvando judíos y Coppi luchando contra los aliados!!!
Gino Bartali se encuentra por primera vez a Fausto Coppi en el Giro, en 1940. Bartali, católico, conservador, atractivo. Coppi ateo, casi comunista, rudo. La noche y el día. El país estaba dividido. Ahora bien -y este es el segundo aspecto que me ha interesado- los Media contribuyeron a exagerar la supuesta mala relación entre ambos “para vender más”, cuando en realidad eran rivales, pero buenos amigos.
Cuando Coppi ganó el Giro de 1940 -ambos formaban parte del equipo Legnano del que Bartali era el líder indiscutible, pero cayó y ya continuó la carrera en malas condiciones- Bartali se dio cuenta de que le había surgido un rival de envergadura. La rivalidad entre Bartali y Coppi es realmente apasionante y ha dado lugar a artículos, libros y películas. Pero no me extenderé. Solo pretendo transmitir dos mensajes muy simples.
Aquel ciclismo primitivo, de roca, de barro de carreteras sin asfaltar y llenas de piedras, de pesadas bicicletas de acero, de ciclistas con cámaras de repuesto colgadas del cuello, es lo que ha querido recuperar el Ciclo Club Eroica con sus carreras ya descritas, basado en unos valores, también mencionados, que están en la base del Eroica Caffè de Barcelona, el gran proyecto de Graciela y Miguel, que cuenta con el apoyo del CC Eroica de la Toscana.
En segundo lugar y para terminar, lanzo una hipótesis/deseo, a propósito de una frase que
he leído buscando información para escribir este post y que dice:
“Una rivalidad -la de Bartali y Coppi- más en el papel y en las bocas que entre dos hombres que, en honor a la verdad, fueron más amigos que enemigos aunque nunca quedaran para almorzar”.
El Eroica Caffè de Barcelona habría podido ser el lugar ideal para que Gino Bartali y Fausto Coppi hubieran podido demostrar que el deporte de verdad no hace enemigos. Hace rivales. La prensa -¡ya entonces!- y la necesidad del tiffosi en una Italia dividida, crearon una falsa enemistad. La posibilidad de disfrutar de la cocina de Graciela y de la pasión ciclista de Miguel, del ejemplo que son de complementariedad para forjar, trabajando muy duramente, un espacio de calma, de disfrute y de paz, hubiera hecho evidente a los ojos de todos -intuyo que a ellos dos no les hubiese hecho falta- que los valores del ciclismo clásico, suman, unen y son un ejemplo a seguir. El mismo que promueve el Ciclo Club Eroica, el mismo que se respira en el Eroica Caffè. ¡Graciela, Miguel, felicidades, muchas gracias y mucha suerte!