Laura acabó pidiendo unas “crudités” y, a continuación, el carro de quesos que para los franceses significa ir directamente al postre o final de la comida, pero para los catalanes puede ser un recurso alternativo.
La verdad es que no prestó mucha atención a la comida. Iba aproximando verduras y trocitos de queso a sus labios, masticaba lentamente, pero tenía la vista y toda la atención centrada en Simó.
Simó no pudo terminar su plato de arroz. Iba bebiendo el cava a sorbos, acariciando delicadamente la copa, bebía un trago y cerraba los ojos. ¿Qué le estaría pasando por la mente?
Laura, sin saberlo, hizo algo parecido -hasta cierto punto- a lo que había hecho hacía 50 años Simó con Alessandra en el Restaurante Valentino. Llamó al camarero y le dijo:
-¿Puede preguntarle a aquel señor si quiere tomar el café con Laura Mas de Xaxars?
Simó se giró siguiendo la indicación del camarero e hizo el gesto de acercarse. Pero Laura le hizo una señal para que no se moviera a la vez que se levantó para dirigirse a la mesa de Simó. Cuando llegó, él ya estaba de pie, la cogió por los hombros y mirándola emocionado le dijo:
-¡Qué sorpresa tan agradable, Laura! ¡Qué ilusión! ¡Cuántos años, cuántos recuerdos! Siéntate, por favor. ¿Qué haces por aquí?
-He ido a visitar a una prima de mi abuela. ¿Y tú? ¿Sabes? ¡Me ha extrañado tanto verte vestido así! Y con el Morgan de Rebeca, ¿no? He tardado en concluir, definitivamente, que eras tú.
-No me extraña… He decidido pasar mis últimos días en un lugar muy especial para mí y enterrar allí lo que quede por enterrar. ¡Ya sabes que los de campo, en las grandes ocasiones, nos mudamos! Siempre he pensado que la dejadez te degrada. Viejo y dejado… mala combinación. Tienes razón. Normalmente no me visto así. Por otra parte no contaba con encontrarme a nadie conocido. La mayoría de mis amigos han muerto… En el fondo me he mimetizado con Rebeca el día que nos sorprendió a todos, atreviéndose a materializar un sueño suyo secreto: el del Morgan. Después, discreta como era, no se atrevía a usarlo nunca, por no llamar la atención. Este coche ha estado siempre en el garaje. Mientras Rebeca estaba viva y después… Milagrosamente, me acaban de renovar el carnet de conducir y he decidido viajar hasta la Costa Azul con el Morgan de Rebeca…
-¡Tienes muy buen aspecto, Simó! ¿Cuántos años tienes?
-¿Buen aspecto? ¡No me hagas reír! Tengo 89. Tú tienes 50, como tendría Rebeca… Tú sí que sigues tan guapa como siempre. ¡Rebeca -un calco de su madre- y tú hicisteis enloquecer a todos los chicos! ¿No te has casado?
-No. Pero tengo una hija preciosa que… ¡se llama Rebeca! ¿Vas a la Costa Azul a vivir?
-Voy allí a morir, como Alessandra.
-Rebeca me lo contó. Todo el mundo se extrañó de vuestra desaparición dando por hecho que estabais en Sant Martí, que Alessandra murió allí y que sus restos fueron trasladados a la Toscana. El comunicado que hicisteis de su deceso una vez enterrada “por expresa voluntad de la finada”, nos sorprendió a todos. Pero yo sabía por Rebeca que estaba en algún lugar de Francia y que ella descansa allí… Aunque imaginaba que tendríamos la oportunidad de ir al entierro. ¡El funeral en la capilla de la Fasina, semanas después, fue muy emotivo!
-¡En Sant Martí fuimos muy felices! Íbamos siempre que podíamos. Pero Alessandra quería morirse cerca del mar y los últimos meses de su vida los pasamos en Saint Cyprien, no el que está aquí al lado de Perpinyà, sino un pueblecito cerca de Antibes. Busqué mucho hasta encontrar una casa muy bonita en un montículo, sin vecinos, desde donde veíamos el mar y evitábamos el bullicio de la costa. Ahora todo el mundo conoce los cuidados paliativos, pero entonces… El Dr. Dussault, parisino jubilado que vivía relativamente cerca de casa, nos montó un verdadero hospital a domicilio, como lo llaman ahora. Alessandra no sufrió nada. La enterramos en casa en Saint Cyprien. Nunca quiso volver a la Toscana. Yo si no la hubiera conocido querría que me enterraran en el Penedès. Pero tengo claro que quiero descansar con ella. Y con más razón cuando Rebeca también descansa allí…
-¡Pero si yo he visitado y depositado flores en su tumba en el cementerio de Sant Martí! Recuerdo perfectamente el día del entierro en la Fasina y cómo me quedé plantada, llorando desconsoladamente con la vista puesta en el coche funerario que se la llevaba…
-Rebeca no está enterrada allí. Si haces memoria, en la lápida del panteón pone “familia Portús-Möeller” y luego los nombres de pila de los difuntos enterrados allí. Ciertamente hay una Rebeca. Una hermana de mi madre. Pero en un lateral están los nombres de todos y las fechas de nacimiento y de defunción…
-No me fijé…
-El coche al que te refieres, llevó el cuerpo de Rebeca a Saint Cyprien. ¿Te has dado cuenta? ¡Solo hablamos de muertos!
-¡Simó, te he preguntado si ibas a vivir a la Costa Azul y me has dicho que ibas a morir! ¿Y sabes? ¡Me parece que vivirás muchos años!
-Lo que quería decir es que he vivido ya muchos años y en buena lógica muchos por delante no me tienen que quedar, y he decidido ir a pasarlos a Saint Cyprien y acabar allí cuando toque. En el Penedès me quedan los viñedos y sí, muchos recuerdos. Pero nada comparable con lo que significó Alessandra para mí. En Saint Cyprien también tengo viñedos para cuidar y pasear. También puedo leer, escribir e ir buscando la estrella luminosa que me tenga que llevar hacia allí arriba…
-Simó… ¿Estás bien? Quiero decir, ¿has sido capaz, eres capaz de vivir por ti mismo? Quizás viviste a través de Alessandra y después… Rebeca murió creyendo que la querías por Alessandra, pero no por ella misma…
-Estoy bien, en paz conmigo mismo, Laura. En cuanto a lo que me dices de Rebeca… creo que conseguí hacerle ver que esto no era así… ¿Te gustaría, Laura, venir a pasar unos días a Saint Cyprien?
-¡¡¡Me encantaría, claro que sí!!!
-Aquí tienes la dirección. Ven cuando quieras, quizás hacia el otoño, los colores son muy bonitos. Escríbeme 10 días antes. Todavía tengo que encargarme de que pongan el teléfono y no te puedo dar el número. Cuídate mucho hasta entonces.
-Tú también, Simó. ¡Supongo que no harás el viaje de un tirón…!
-¡Nooo! Lo haré sin prisa, haciendo paradas por el camino.
-¿No deberías tener un móvil o una dirección de correo electrónico? Ya sabes…
-No. ¿Para qué? Tengo necesidad de vivir tranquilo… ¡Y también derecho! ¿No?
Se abrazaron y con los ojos húmedos, Laura se fue primero y Simó más pausadamente después… El mes de agosto estaba quedándose sin días …
A principios de noviembre Laura escribió a Simó anunciándole su visita. Tras recibir respuesta de Simó, el 27 de noviembre contenta y un poco nerviosa embarcaba hacia Niza. Desde allí un coche la llevaría a Saint Cyprien, a poco más de 20 km.
Bajó del coche, frente a una puerta de doble hoja, de listones de madera, muy ancha. Quizás medía 4 o 5 metros entre las dos hojas. Detrás de la puerta viñedos, más atrás una especie de masía preciosa, rodeada por un gran jardín y aún más atrás, más viñedos. Pidió al chofer que la esperara. Abrió una de las puertas y por el camino que había entre las viñas caminó hasta la puerta de la casa. Ya había llamado al timbre cuando vio un papel doblado enganchado en la puerta:
“Laura, he tenido que ausentarme. Discúlpame. Acércate al pueblo, por favor, y ve a la Rue Émile Zola número 6. Pregunta por la señora Diane Doubleau”.
Tras conversar media hora larga con la Sra. Dubleau, Laura salió llorando desolada por la noticia de la muerte de Simó, con su carta en las manos que Diane le entregó. Le pidió que volviera al Mas de Simó, que leyera tranquilamente la carta y que decidiera qué quería hacer.
Diane Dubleau se había ocupado de él y de la casa desde su llegada a finales de agosto, hasta que murió el día 25 de octubre. Antes de morir, Simó dejó instrucciones precisas a Diane de lo que tenía que hacer cuando llegara la carta de Laura. Le entregó la carta de respuesta, la nota que debía dejar en la puerta y la carta que ahora tenía en la mano Laura. Todo manuscrito por él…
Antes de entrar en la casa, divisó al fondo del jardín lo que podían ser unas… Se acercó y, en efecto, había tres cruces, cada una de ellas con una lápida de mármol delante con los nombres y las fechas de nacimiento y muerte de Alessandra, Rebeca y Simó.
Después de visitar el garaje y seguir llorando con los brazos y la cabeza apoyados sobre el Morgan, finalmente, ya más serena, entró en la casa. Diane había encendido la calefacción y la chimenea. Pronto se pondría el sol por la ventana del gran salón. Todo un ventanal que permitía ver cepas hasta el horizonte. De pie ante aquel ventanal, cuando se giró vio un cuadro precioso de Simó y Alessandra, muy jóvenes los dos. ¡Una criatura ella!
Cuadros, esculturas, objetos decorativos de diversas procedencias, fotos, fotos y más fotos de ellos dos, de Rebeca, de los tres juntos, de viajes, con amigos… Y, en una vitrina, el brazalete, los pendientes y el broche que llevaba Alessandra el primer día que vio a Simó en el Restaurante Valentino. ¡Definitivamente, de los hermanos Masriera y Carreras de Barcelona! Se sentó en un sofá de piel ante la chimenea mientras el sol se iba escondiendo, todavía visible, detrás del ventanal…
“Querida Laura, siento haber tenido que ausentarme. Admito que no he sido un buen anfitrión, pero sé que me sabrás perdonar. Cuando coincidimos por última vez me preguntaste si había sido capaz de tener vida propia más allá de Alessandra y si la vida compartida con Rebeca había sido de verdad y no como una ‘delegación’. Las funciones se pueden delegar, los sentimientos no y cada uno los vive como puede. Pero permíteme que empiece explicándote lo que significó para mí Alessandra.
Al día siguiente a las 19:50h, volvía a estar sentado en el Restaurante Valentino, más elegante aún de cómo me viste tú este verano. Su aparición pocos minutos después de las 20h hizo saltar mi corazón dentro del pecho: ¡qué belleza, qué encanto, qué fuerza! Entonces…”.
Laura, completamente conmocionada por lo que estaba leyendo, paró unos instantes, sosteniendo la carta entre sus manos y con la mirada fija y perdida en un horizonte ya oscuro. “Dios mío, qué capacidad de expresar sentimientos por escrito. Qué intensidad”, pensó. Se sirvió lo primero que encontró -era un armagnac que le ayudaría a recuperarse- y continuó leyendo.
“(…) no se puede querer a nadie, tampoco a la mujer o al hombre de tu vida, ni a los hijos, si antes no te quieres lo suficiente a ti mismo y logras un cierto equilibrio y paz interior. Puede parecer egoísmo. ¡No! Todo lo contrario. Solo si tú estás bien conectado con tu esencia puedes querer a los demás. De lo contrario sí que eres egoísta, porque buscas en los demás lo que tenías que encontrar dentro de ti. Corres el riesgo de querer poseerlos, de no tener vida propia, de no ser nadie sin ellos, de depender de otros para vivir.
Las muertes de Alessandra y de Rebeca me hicieron mucho daño, me hirieron en lo más profundo de mi alma. Pero las pude querer tanto, porque estaba en paz conmigo mismo, tenía vida propia. Esto, a Rebeca le costó entenderlo. Ella creyó que mi fuente de energía había sido suplantada por Alessandra y que una vez muerta ella, nada que no fuera a través de su recuerdo o de su legado era posible para mí. ¡Y qué legado más grande que una hija tenida con la mujer que has amado infinitamente desde el primer minuto hasta el último! Pero legado al fin y al cabo, creía ella.
Pienso que conseguí que me entendiera antes de morir y creo, incluso, que lo que le expliqué le ayudó a adoptar un cierto desapego sano, positivo, que le permitió irse más tranquila (…).
(…) Ojalá este largo escrito te haya ayudado a ti también y contribuya a pacificar desazones que hubieran podido quedar como consecuencia de haber querido tanto a Rebeca.
Como sabes, no tengo descendencia y… te quisiera pedir que aceptes esta casa y que la cuides. Me parece que aquí puedes ser feliz. De lo contrario, no te sientas forzada a nada. Diane sabe qué tiene que hacer si tú no aceptas el legado. Pero cuando se abra el testamento, que sepas que puedes ir al notario a aceptar esta parte de nuestra vida. Si te apetece, cuida nuestro recuerdo y sé feliz pensando alegremente en nosotros. Quédate tranquila, seguro que mientras lees esto nosotros estamos bien. Creo que no sabías que era creyente. ¡Pues ya te aseguro que el buen Dios, cuidará de nosotros!”.
Laura fue pasando temporadas cada vez más largas en lo que ella bautizó como “Mas Alessandra”, hasta que se quedó a vivir allí. A los 91 años murió y desde entonces en el jardín de la casa hay cuatro lápidas. La hija de Laura, Rebeca y los nietos disfrutan mucho del “Mas Alessandra”. Y Rebeca lo cuida como un tesoro. Entretanto, la vida continúa inmutable sin ellos, como si nada…
Lectura amena, escriptura sensible i profunda. Gràcies Josep Maria.
Gàcies a tu Guillermo!
quin final més bo. Entretant la vida continua sense ells, com si res…
Gràcies Helena. És aixì no? Ja veus…