Hay una camarera que me recuerda a Neytiri, uno de los personajes ficticios de la película “Avatar”. No siempre entiendo su catalán e imagino que ella tampoco entiende el mío, como se ha demostrado en varias ocasiones. Ayer mismo le pedí un agua y me trajo una cerveza que, posteriormente, retiró y cambió por el agua solicitada.
El chiringuito suele ser tranquilo. Situado en una playa igualmente tranquila y poco frecuentada, es un lugar en el que se puede comer bien, sin pretensiones. Sin duda lo mejor es la situación, la vista. Puedes comer o cenar -o desayunar o tomar cualquier cosa- a pocos metros del mar, en una pequeña bahía a la izquierda de la cual hay calas y calitas bonitas y agradables, y a la derecha y más al sur, un largo brazo de tierra que se adentra hacia el mar, al final del cual hay un faro que merece la pena visitar por las características del lugar. Hablo de la Punta del Fangar en el Delta de l’Ebre.
Hay otra camarera que o bien es mayor de lo que aparenta o bien ha sido madre joven. Un día trajo a su hijo, que me dijo que tenía un año. Persona cercana sin ser invasiva contribuye a hacer agradable mis comidas cuando voy. Un día después de comer partí un “Toscano” en dos mitades y me fumé una, cosa que hago algunas veces durante las vacaciones, fines de semana y momentos de ocio. Ella se fijó y me preguntó si era “Antico”, “Vecchio” o “Extra Vecchio”. Le dije que honestamente no lo sabía. Era consciente de haber comprado, a lo largo de los años, de los tres tipos e incluso de algún otro, pero aquel en concreto no sabía de qué caja lo había sacado. Cuando le pregunté que cómo conocía tan bien los “Toscanos” me explicó que su suegro tenía un estanco en un pueblo situado al sur de la playa y que por eso lo sabía.
El equipo se completa con un chico joven, atento y tímido, una tercera chica que se le ve de tipo sufridora, siempre preocupada de que todo el mundo esté servido, y el dueño, que también es de trato amable.
Al lado tengo unos comensales, todo parece indicar que un matrimonio con aspecto de estar en los 70. El hombre tiene hambre y se anima a pedir platos para compartir picoteando, pero la mujer se impone con contundencia y le enmienda ostensiblemente el pedido al marido, evidentemente a la baja. El hombre -quizás para desconectar un poco-, pide dos vasos de vino que se toma después de la cerveza que había consumido nada más llegar acalorado de la playa, unos pocos metros delante de la mesa donde comen.
Al otro lado tengo un francés que parece estar igualmente entre la séptima y la octava década de su vida, con aspecto de ser un habitual de bares, pubs, clubes y… chiringuitos de playa. Se detienen a hablar con él dos chicos que por el acento deduzco que son del lugar. Le preguntan por su casa de Salvador de Bahía. Por lo que veo debe compartir su tiempo entre Bahía y estas comarcas del sur de Catalunya. Por lo que cuenta, tal vez pasa también temporadas en Francia…
La cabeza se me va unos instantes hacia Salvador de Bahía y recuerdo una noche en el Pelourinho, con Pep. Nos encontramos a Sandra Rosenhouse, entonces especialista de salud en el Banco Mundial, en Washington… Caminando vimos a una americana en estado de desinhibición creciente provocada por el contexto (con ayuda de unas cuantas caipirinhas, sin duda), caminando bien agarrada con un brasileño que le llegaba a la altura de los pechos aproximadamente. La cosa “cantaba” tanto, que no podía ser más que un encuentro fortuito en una noche animada por múltiples batucadas con percusionistas y bailarines. No sé por qué me pareció que debía ser una ejecutiva que habitualmente debía vestir con traje-chaqueta y zapatos de tacón de aguja y tener un aspecto serio y respetable. ¡¡¡Quizás era la noche de su vida!!!
La playa, ya poco poblada, se acaba de vaciar de gente y cerca del chiringuito solo queda una chica sola que de forma repetida toma el sol de cara, se baña, sale del agua y se tumba de espaldas, cuando se seca lee un rato un libro remarcablemente grueso y vuelve a empezar el mismo ritual reiterando los mismos movimientos en el mismo orden. Se la ve concentrada y disfrutando del sol, del mar y de la lectura.
El sol predomina, pero de vez en cuando las nubes que pasan lo difuminan más o menos. El día es caluroso y la humedad se deja sentir.
Pienso en las reacciones que ha provocado mi último post que ponen de manifiesto -una vez más- un viejo dilema que estoy seguro afecta a cualquier persona que escriba y haga público lo que escribe: si las narraciones son reales o ficticias. En otros términos -y lo he desarrollado en otros post de este blog- cuánto hay del autor en lo que escribe y cuánto es absolutamente ajeno a él. A menudo algunos amigos me llaman para preguntarme si lo que he escrito es real o me lo he inventado. Siempre explico lo mismo. Hay historias en las que describo con todo detalle cosas que he vivido -como el caso de la americana en el Pelourinho- o manifiesto opiniones propias, otras en las que cuento situaciones o vivencias que conozco de otras personas -preservando siempre el anonimato de los protagonistas y no solo cambiando los nombres, si los hay, sino que además desdibujado bastante los personajes y las situaciones para que nadie les pueda identificar- y finalmente hay historias totalmente ficticias en las que ni yo mismo podría decir “cuánto” hay de mí o de otras personas reales en el relato.
El caso es que en el post anterior (ver “Han pasado cuarenta años y parece ayer” del 20 de agosto de 2018) cuento una supuesta historia en la que me sitúo de personaje y, supuestamente, mi compañera de relato es una supuesta compañera de carrera. Reproduzco dos WhatsApp que recibí de dos -estas sí- compañeras de carrera -recibí más- que, refiriéndose a dicho post decían lo siguiente:
– He leído tu post, te reconozco, ¿pero quién es ella?
– ¿En el post de ‘hace 40 años’ hablas de… (tal persona)?
Contesto que no y me repregunta:
– Osti, ¿y no me puedes decir de quién?
Es humano. Pero en general siempre me sorprende y en esta ocasión me hizo gracia esta “curiosidad” tan -en este caso- femenina. Escribiendo sobre otros temas, también he experimentado la “curiosidad” masculina que, obviamente, ¡también existe!
Bueno, vuelvo al relato de hoy…
Visito a Xavier Bru de Sala -hombre cultivado de conversación no siempre fácil de seguir y gran amante de las Terres de l’Ebre- en su magnífica barraca. Uno de los pocos intelectuales que aprovechando tribunas periodísticas y otros recursos propios de su ramo, ha sabido como pocos transmitir el encanto y la magia de este territorio tan desconocido para tantos catalanes.
Bajo desde casa hasta la Ampolla y me adentro en el Delta en dirección a Deltebre. La puesta del sol sobre los campos de arroz es de una belleza tal que me detengo, me bajo del coche y me quedo mirando el paisaje que me rodea que, pronto, con la siega del arroz, cambiará de color. Ahora el arroz transforma el Delta en un manto verde precioso.
Hay opiniones para todos los gustos pero el Delta me parece de una gran belleza en cualquier momento del año. Pronto adquirirá el color amarronado, hasta la primavera, que los campos inundados de agua harán que parezca un gran espejo azul y así sucesivamente. ¡Bonito de verdad!
Una vez en la barraca de Xavier y mientras el atardecer va dando paso a la noche, una conversación intrascendente nos mantiene entretenidos. Este final de agosto, como otros, lo asocio al recuerdo de muchos finales de vacaciones y a una sensación entrañable de presagiar el cambio de estación por el progresivo acortamiento del día. “Per la Mare de Déu d’agost, a les 7 ja es fosc”!”.
– ¿Conoces al “ortiguero”?
– No.
– Yo tampoco.
– Coño, ¡pues es de tu pueblo! Viven felizmente hermano y hermana y nunca han tenido novio ni novia ninguno de los dos. Viven felices. Incluso un día pensaron que tal vez sería interesante salir -ni que fuera por una vez- del terreno y fueron de viaje a Mallorca. Se ve que se lo pasaron en grande… ¡Tú los tienes que conocer! Si deben ser de tu edad.
– ¿Yo? ¡Para nada! Pero es que me extraña porque algo así me habría llegado. El pueblo, ya sabes…
– Sí. Se quieren mucho y están la mar de bien. Ella cuando hace mala mar no lo deja salir a pescar. Trabaja en un garden allí en una cima cercana y lo vigila. ¡¡¡Y si hace un poco de temporal y ve que sale le pega una bronca que no veas!!! Sí…
– ¡Caramba, qué historia más curiosa!
– ¡No puede ser, hombre! ¡Qué no ves que si fuera cierto sería la comidilla de corros y corrillos de todo el pueblo!
– Que sí mujer, que sí… que es como te digo…
Antes de irnos, a través de una trampilla bien disimulada en el techo del porche, accedemos justo encima del mismo y contemplamos el paisaje que nos rodea: ¡una maravilla!
“¡El Delta está precioso! Vuelvo de la barraca de Bru por aquellas carreteritas estrechas tan peculiares de la zona. El cielo está lleno de estrellas que brillan intensamente. La luna comienza a menguar pero todavía se hace ver. Marte sigue bien presente y rojizo. Abro la ventana del coche y siento la brisa sobre mi rostro. Los grillos se hacen notar. Dejo lo que es estrictamente el Delta y me adentro unos Kilómetros tierra adentro para ir a casa. Sigo circulado solo, colina arriba. Tranquilidad, silencio, paz… Queda más verano atrás que por delante y se nota en las sensaciones que provoca la noche. Momentos para disfrutar y vivirlos estrictamente en presente…”.
Josep, tu relato me situó en el delta que describes y los personajes a los que animas. Tiene la virtud de la inmediatez, pero también de las pausas que hay que hacer para comprender que estamos vivos. Hay algunas descripciones recias y perturbadoras como la pareja que discute y, otras, calmas como la joven bañista del sol y el libro. Y mira que la expresión de “Per la Mare de Déu” me gusta mucho, así en catalán, y ya es 3 de septiembre. De las historias que nos cuentas lo menos importante, me parece, es la verdad. lo que las anima es la voluntad de contar, de pensar de manera ordenada para poder hacer un texto y compartirlo con tus amigos. Las personas que conoces, las que tratas o las que apenas miras y te imaginas que se traen. Y qué decir del cariño con el que te expresas con respecto a tu nuevo habitat en esa desembocadura del Ebro. Y el toscano…no deberías partirlo por la mitad, que un puro es un objeto completo, además de que al acabarlo hay que dejarlo morir por sí mismo y no aplastarlo contra un cenicero, que tienen dignidad. Me pillas fumándome un gordo cigarro Nicaragüense (pobre gente la de ese país con el déspota que los gobierna), un robusto, de buena consistencia y sabor contundente. En todo caso no hay mejor puro que un Petit Edmundo de Montecristo.
Un abrazo
León
Gracias por tu amable comentario León!
Seguiría hablando con gusto de cigarros habanos. Pero siendo médico, aunque hoy en día no ejerza cómo tal, ya tomé mucho riesgo confesando que fumé un Toscano!!! Ya puesto a comentar, se trata de un producto “de batalla” consumido en un lugar ad-hoc, un modesto changarrito (chiringuito en el español de los españoles) que puedes partir en dos mitades sin que sea el sacrilegio que sería hacerle este destrozo a un habano!!!