El aeropuerto de Asunción estaba vacío. Eran las 3 de la tarde y solo había una chica del país -llevaba el pasaporte bien visible en la mano- con facciones exóticas, preciosa, con un vestido blanco elegante que contrastaba con el color marrón oscuro de su piel. Dormía tumbada a lo largo de cuatro asientos utilizando el bolso como almohada.
En el aeropuerto solo había una pista con un avión de Aerolíneas Argentinas que se disponía a despegar. Al mismo tiempo aterrizaba un aparato de American Airlines. ¡Se cruzaron ante mis ojos a escasos metros de distancia, uno subiendo y el otro bajando, y por un momento temí lo peor!
La chica seguía durmiendo y el calor era tan insoportable como lo había sido durante toda mi estancia en Paraguay. ¡No tenía nada mejor que hacer que contemplar aquella belleza extendida en los asientos del aeropuerto! Faltaban casi dos horas para que saliera mi vuelo hacia Montevideo. El avión ni siquiera había llegado.
Aquellos días caminando por Asunción tuve la sensación de no haber pasado nunca tanto calor. La humedad era insoportable. Solo deseaba llegar al hotel, y con las ventanas y cortinas cerradas, y el aire acondicionado al máximo, desnudarme y tumbarme en la cama. Tampoco había nada mejor que hacer en esa ciudad en la que, en ese momento, había barracas literalmente adosadas a las paredes del Palacio Presidencial.
Venía de visitar un hospital público que se hallaba en un estado lamentable. La sala de espera de urgencias estaba llena de perros ladrando. Los enfermos hospitalizados tenían que llevarse sábanas y toallas de casa si tenían. Evidentemente la comida también…
Todo el tiempo tenía en la cabeza el sudeste asiático. Recordaba una escala en Singapore yendo hacia New Zealand en la que la sensación de calor y humedad era parecida. Como en Birmania, Camboya, Vietnam o Laos…
Te imaginaba trabajando en la India en condiciones difíciles y sufriendo un calor similar, cuando de repente vi en la CNN que había inundaciones monzónicas importantes en Kerala con casi 400 muertos. No recordaba si me habías dicho que estabas en Kanekal o en Kerala. Pensaba que normalmente cuando vas a misiones de ayuda humanitaria sueles estar en lugares bastante seguros aunque las condiciones sean difíciles. Por un momento me acordé del pobre Roger Gosselin, canadiense, ex profesor mío y ex director del Departamento de Administración de la Salud de la Universidad de Montréal, que murió en el terremoto de Haití del 2010. ¡Acababa de llegar al hotel y estaba en la recepción haciendo el check-in, cuando el suelo se abrió bajo sus pies, el edificio le cayó encima y él quedó engullido, enterrado bajo los escombros!
Hacía días que no sabía nada de ti, pero ya me habías dicho que las condiciones eran difíciles con cortes de electricidad frecuentes y largos, y pocas zonas de wifi. Estaba seguro de que estabas bien y te imagino feliz en tu trabajo médico de ayuda humanitaria a niños de aquellos que te enseñan que la pobreza extrema no es incompatible con una sonrisa casi permanente en la cara. Yo sabía que aquello era importante para ti. No hay nada como vivir la pobreza extrema y practicar la ayuda desinteresada a los más desgraciados del planeta para entender el sentido de la vida. Y tu vida, en cierto modo, no había sido fácil. Nunca pensaste en ti. Siempre te entregaste a los demás. Pero de forma insana por momentos, y auto lesiva para ti. Y solo tú sabrás lo que sufriste. Yo me lo imagino, pero seguro que mi percepción está lejos de tu sufrimiento real… ¡¡¡Cómo me puedo haber equivocado tanto contigo en todas las etapas de nuestra vida!!!
“No sé cómo, terminamos paseando aquella noche de febrero en aquella playa cercana a Barcelona. Yo estaba muerto de frío y muy cortado. Tú temblabas y, cuando hablabas, la voz también. Ni me atrevía a agarrarme fuerte a ti, que es lo que el cuerpo me pedía por el frío y por las emociones que me provocabas y que nunca fui capaz de expresarte… “.
La chica del aeropuerto sigue durmiendo y tiene un cuerpo precioso. Sigo pensando qué debes estar haciendo. La semana pasada estuve en un hospital cerca de Managua, en Nicaragua, y todavía no me he quitado de la cabeza las imágenes de los niños en pediatría. Estaban practicando una laparotomía a una criatura de un par de añitos, en lo que pretendía ser un quirófano. Por más que pregunté no conseguí que me explicaran qué motivaba aquella intervención. Llovía a cántaros. Ya se sabe, agosto en Centroamérica… Y el quirófano estaba lleno de goteras. ¡¡¡Una chica -no sé si enfermera, auxiliar o qué- con una palangana en cada mano velaba para que el agua no salpicara el campo operatorio!!! De pronto hubo un corte de electricidad y el día se transformó en negra noche en medio de una fuerte tormenta con rayos y truenos ensordecedores. Por suerte el grupo electrógeno de quirófano y el de urgencias funcionaron. ¡Pero el de la UCI -aquello a lo que llamaban UCI- no! Decidieron trasladar el de urgencias a la UCI y mientras tanto, a las madres de dos niños -un niño y una niña de entre 6 y 8 años- que estaban intubados, les dieron un ambú (un respirador que se maneja a mano y que hay que apretar con el ritmo adecuado), para que fueran insuflándoles aire evitando así la muerte de sus hijos por anoxia. ¡¡¡Todo ello con chorritos de agua cayendo por las múltiples goteras y agujeros del techo, y todo y todos mojados!!! ¿Sabes? ¡¡¡Me acordé las clases de microbiología que nos daba el profesor Amadeo Foz y de los postulados de Koch, aunque puede que no aplicaran del todo al caso!!! Está claro que las condiciones no eran, sin embargo, de asepsia. ¡No eran ni mínimamente higiénicas! ¿Te imaginas aquellos niños, probablemente inmunodeprimidos, en aquella situación? Me imaginé, no sé por qué, que debías estar viviendo cosas parecidas y, entendámonos bien, a pesar del hipotético drama, si algo similar estaba sucediendo, me alegré del efecto que estaba seguro que tendrían sobre ti, sobre el reencuentro de ti misma, el hecho de estar en tu centro y socorrer a la periferia, pero a partir de ser tú y no de que todo el mundo abusara de ti como durante demasiados años pasó. Especialmente en tu matrimonio. Pero no solo.
“Me equivoqué contigo. En aquellos años de carrera, yo me las daba de ‘progre’ y tú me parecías una ‘pija’. Y ni yo era un ‘progre’, ni tú una ‘pija’. ¡Siempre necesitaba una excusa u otra para anular el impulso que me llevaba hacia ti! Tardé años en descubrir que estaba como acomplejado, cortado, que no me atrevía a decirte lo que sentía por ti y que cualquier excusa era buena para escurrir el ‘bulto’. Con los años iría descubriendo mis dificultades para expresar los sentimientos. De todos modos, cuando te presentaste con aquel ‘novio’, hijo de un amigo de tu padre… ¡¡¡ufff!!! ¡¡¡Te pegaba tan poco!!! Para mí fue la coartada perfecta para tirar definitivamente la toalla… “.
El calor y la humedad de Managua y de Asunción quedan lejos. Ya estoy en casa. El día es radiante. El cielo es azul claro, no hay ni una sola nube, el verde de los árboles es intenso y el mar al fondo dibuja la circunferencia de la tierra y tiene un tono azul homogéneo, claro, pero menos que el del cielo. Una maravilla de paisaje. No sé nada de ti. Espero que estés bien. Confirmo que el monzón ha hecho daño a la India, pero sigo sin saber si ha afectado el lugar donde estás, que, por otra parte, no sé dónde está.
“Solo me faltó tener la sensación de que algo se movía en la arena desierta de aquella playa en aquella noche fría de invierno, para proponerte volver rápidamente a Barcelona. No recuerdo la conversación -quizás predominó el silencio- durante la vuelta. Acabamos en el Zeleste que aún estaba delante de Santa María del Mar. Yo solo pensaba en irme a casa y poner fin a aquella situación que me resultaba embarazosa. Siempre igual, solo me atrevía con quien no me importaba. Quizás pasear por la playa en una noche fría de invierno no es la mejor idea. ¡Pero qué coño!… ¿Qué teníamos? ¿19 años? ¿20 como mucho? Sentía que yo
solito había roto el hechizo y aún así no estaba seguro de si tú hubieras aceptado… Y al mismo tiempo pensaba: ‘Pero bien que ha aceptado todo lo que le he propuesto’. ¡Al fin y al cabo quien ha decidido marcharse de la playa he sido yo y quien ahora ya no sabe qué más hacer y quiere irse soy yo! Y así romper la magia de aquella noche. Quién nos iba a decir que esto seguiría años y años, ¿eh?…”.
Ayer quise iniciar formalmente en el blog una línea de “Escritos americanos”, pero no estaba inspirado y de momento he guardado el material para irlo retrabajando. De hecho ya hay siete u ocho, o probablemente más, escritos sobre América. Evidentemente me vino a la cabeza mi primer viaje a América, que fue en Canadá en 1980. Y pensé en Guy, el indio iroquois con el que “mano a mano”, durante un mes bajamos por ríos y lagos de Québec hasta llegar casi a la región metropolitana de Montréal.
Acababa de leer el libro de Agustín Altisent, monje de Poblet, muerto hace años, titulado “Reflexiones de un monje”. En un capítulo del libro dedicado a Woody Allen, reproducía una conversación de la película “Annie Hall” que dice: “Uno va y le dice a su psiquiatra: ‘Mi hermano está loco, cree ser una gallina’. El psiquiatra: ‘¿Por qué no le interna?’. Él: ‘Temo quedarme sin los huevos’”.
¿A qué viene eso ahora? Pues que vivimos en un mundo de locos (Altisent habla de “… el daño que (se) experimenta es debido en gran parte a que quiere llenar(se) el vacío (existencial) dedicándose a hurgar en sí mismo”). Guy, indio americano, miembro de la tribu de los iroquois, uno de los “pueblos fundadores”, llevaba una etiqueta puesta: esquizofrenia. Ya sé que mis amigos psiquiatras – tengo algunos- dirán “pero qué dice este ahora”. Pero yo os digo que Guy situado en el medio natural era una persona sana, cordial, amable, “normal” y sabia. Conviví un mes con él. Remábamos cada día en una piragua india desde la salida del sol hasta media tarde. Él detrás y yo -que era el que no sabía- delante. No hablábamos mientras remábamos. Nadie. Silencio total. Pero cada día al terminar la jornada montábamos la tienda, hacíamos fuego, él cazaba y pescaba, cenábamos y charlábamos hasta que se hacía de noche. Fue una experiencia que nunca olvidaré y que ya detallaré cuando ponga en marcha los “Escritos americanos”. Puesto en medio de la “civilización” era un enfermo. Al cabo de un año supe que se suicidó tirándose del Puente Champlain al río Saint Laurent en Montréal…
“¿Te acuerdas de aquel día en tu casa mirando las diapositivas de la aventura india por ríos y lagos canadienses? Ya habíamos comenzado el quinto año de carrera. Tú vivías en un piso de estudiantes y nos encerramos en tu habitación y lo vimos cómodamente sentados, muy cerca, por cierto, en tu cama… Ciertamente lo viviste intensamente. Sentí que te aproximabas mucho a mi vivencia y lo hacías emocionada. Pero… Aún salías con aquel chico que… Al cabo de los años cuando me contaste que nunca había sido nada serio me tranquilicé. Ahora bien… nunca habría dicho que esperaras que yo diera el paso que nunca me atreví a dar. Y finalmente te casaste -yo también, por cierto- con alguien que sí me inspiraba un profundísimo respeto. Me quedé impresionado de que él hiciera el paso que tuvo que hacer para poder formar familia contigo y… Y lo demás, para lo bueno y para lo malo, ya lo sabemos.
Han pasado casi 40 años y excepto un día que fuimos a comer, poco nos habíamos visto y mucho menos hablado. ¡¡¡Ese día comiendo comprendí que en su momento tú esperabas que yo diera el paso y yo negaba la evidencia y evitaba un ‘no’ que no sé si mi orgullo o mi sensibilidad o mi miedo, no hubieran soportado, pero que no se hubiera producido…!!!”.
Montréal ha sido una ciudad importante en mi vida. No hace tantos años un día por la tarde estaba en la sala de espera de Air France en el aeropuerto Pierre-Elliott Trudeau de Montréal y nos empezamos a mensajear. Comprendí que algo grave pasaba en tu casa, en tu familia. ¡¡¡Cuando lo supe, no me lo podía creer!!! Cómo podías haber vivido en silencio en aquel infierno tantos años sin compartirlo con nadie, llevando el peso de una situación que se te vino encima, como encima le cayó el hall del hotel a mi amigo de Montreal durante el terremoto de Haití.
Llegué a Barcelona y a pesar de los sentimientos -nunca borrados- reencontrados después de años, aquella situación difícil no era óptima para abordarlos. No era óptima para nada que no fuera resolver el problema que teníais en tu familia. ¡¡¡Cuánto pienso en los vestidos manchados de sangre, la espera en urgencias, la inquietud de pensar por un momento que podías tener un Cheyne-Stokes!!! Afortunadamente falsa alarma y el cuadro era psiquiátrico, reactivo y por tanto benigno, y con el tiempo todo quedaría superado, afortunadamente.
Tú tenías que empezar tu recuperación, que ha sido larga. También fueron muchos años de sufrir en silencio…
Mientras tanto yo seguí con mi bloqueo habitual, y tú te tenías que recuperar y, aunque ya me pierdo con el tiempo, diría que apenas has empezado a hacerlo de verdad en los últimos años. Te tenías que centrar en ti y nada más. Suena a tópico, pero es cierto que si uno se ha perdido a sí mismo, ha quedado agotado y exhausto, ni puede ayudar a los demás ni puede comprometerse con otras personas si antes no se reencuentra …
Siempre digo que los grandes virtuosos, los que no pierden casi nunca su centro, pueden vivir en New York con el psiquiatra y el paciente de “Annie Hall” que explicaba el monje Altisent, y hacerlo en perfecto equilibrio, paz y armonía. Los que no somos tan perfectos, debemos buscar condiciones facilitadoras. Yo necesito alejarme de Barcelona y del estilo de vida y de relaciones “humanas” que predominan.
La pobreza de la India, la ayuda a niños que lo necesitan es una acción -no un sacrificio- que al contrario de lo que hacías para complacer a quienes abusaban de ti cuando tú te habías olvidado de ti misma, puede ayudar a encontrar el sentido a la vida y aportar mucha felicidad. Siguiendo Altisent no es “hurgar dentro de uno mismo”, sino dar, en este caso saludablemente, a los demás y estar en paz con uno mismo. ¡Así lo espero!
“Hola. Pienso que hoy estás más bloqueado que nunca después de lo que pasó ayer…
¡Ahora acabo de presentar el nuevo proyecto y ha sido un éxito! ¡Tanto que ni yo misma me lo podía imaginar! Creo que se ha hecho realidad un sueño y te lo quería decir antes que a nadie ya que no será oficial hasta dentro de unos días…
Volviendo a lo de ayer, yo también me quedé bastante bloqueada… No creo que los sentimientos y la sinceridad con que me amaste eviten tu bloqueo. Pero tal vez podríamos afrontarlo juntos y ver cómo puedes permitirte sentir sin que se produzcan estas reacciones de rechazo ante lo que sientes… “.
Habían pasado treinta y muchos desde aquel paseo invernal por la playa de Castelldefels y… ¡¡¡todo seguía igual!!! Mil gracias, de todos modos.
El verde de los árboles y los azules intensos y variantes, confío que me ayuden a mejorar. Al final la vida es eso, ¿no? Una lucha constante por mejorar. Un intento permanente de alcanzar la felicidad la mayor parte del tiempo posible. ¡De nuevo gracias! Nunca me cansaré de dártelas…