Esta semana era imposible no enterarse de la muerte de Leonard Cohen y de la victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton en la carrera a la presidencia de los EEUU.
Los dos personajes -a los que por supuesto no pretendo comparar- me remueven recuerdos de dos países que conozco y amo, y de una ciudad en la que viví y que forma parte de mí: Montreal.
Viajé por primera vez a los EEUU, desde Montreal, cuando tenía 22 años. A Burlington (Vermont) en coche, y a New York en tren. Pasé la noche en el Amtrak y nunca olvidaré la imagen que vi con las primeras luces de la mañana de los majestuosos rascacielos de New York. ¡¡¡Que la estación de llegada -Pennsylvania Station- estuviera en el subsuelo del Madison Square Garden, me transportó a los combates de boxeo entre Muhammad Ali y Joe Frazier!!!
Cuando viví en Montreal, el Estado vecino de Vermont y la ciudad de Bernie Sanders, Burlington, a los que me he referido antes, se convirtieron en lugares de visita de fin de semana muy habituales y familiares. Poco a poco fui viajando mucho por Nueva Inglaterra, muchas estancias en New York, algún verano en las playas de Maine y Rhode Island y, con los años, por trabajo, Miami, Washington, Chicago, Dallas, San Francisco… Conozco mucho Canadá y EEUU, sé lo que no me gusta de estos dos países -muy diferentes entre sí, por cierto-, pero creo que sé valorar los aspectos positivos. En cualquier caso, han marcado positivamente mi vida. Allí he aprendido mucho, me he formado en gran parte…
Hace un par de días una amiga me enviaba un mensaje exponiéndome las tres razones por las que ella creía que Trump había ganado: miedo, ignorancia y rabia, decía ella.
Yo acababa de leer otras tres en el periódico. Xavier Bosch decía “(…) Total, que gana Trump y parece que la culpa sea de la democracia, de los periodistas y de las empresas de sondeos”.
La democracia siempre es mejorable y los sistemas electorales, los modelos, pueden afectar a los resultados. En este caso Hilary ganó en votos y el resultado final se explica por 97.000 votos de diferencia que repartidos favorablemente para los intereses de Trump en los Estados de Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, le proporcionaron 46 representantes -quien gana en un Estado, aunque solo sea por un voto, se lleva todos los representantes- decisivos para la victoria.
El papel de la prensa -para mí, claro ejemplo de que demasiado a menudo más que informar sobre lo que ocurre, explica lo que le gustaría que pasase-, a mi modo de ver, ha sido decisivo para comprender la sorpresa experimentada por la mayor parte de ciudadanos con los resultados.
Ya he leído diferentes referencias por parte de los medios a que “hay que hacer autocrítica” y una “reflexión profunda sobre cuál es nuestro grado de responsabilidad”. Es lo mismo que dicen los políticos las noches electorales adversas a sus intereses y que normalmente olvidan al día siguiente.
Al menos Arthur O. Sulzberger Jr., editor de “The New York Times”, escribió una carta de disculpa a los lectores el viernes pasado prometiendo que el periódico“reflexionaría” en cuanto a la cobertura que dio en las elecciones americanas, en la que se propone volver a dedicarse a informar sobre los EEUU y el mundo con “honestidad”… ¡¡¡Una forma como otra de admitir que hasta ahora no siempre han sido honestos con el periodismo que hacen!!!
En cuanto a las encuestas, imagino que mucha gente no está dispuesta a declarar que piensa votar a un candidato xenófobo, machista y/o misógino, a menudo maleducado y agresivo, favorable a la pena de muerte y a mantener y aumentar la facilidad de acceso a las armas por parte de cualquiera que las quiera comprar. Seguro que hay variables mucho más complejas, pero esta, modestamente, me parece de sentido común.
¡A partir de aquí, el tratamiento interesado de los resultados (erróneos) de las encuestas por parte de la prensa lleva a terminar definiendo una realidad que, como se ha visto, no es “la realidad”! Lo mismo que pasó con el Brexit, con las últimas elecciones españolas y en tantos otros casos: ¿Cuántos encuestados reconocerán que piensan votar a un candidato, en este caso Rajoy, salpicado hasta el cuello en casos de corrupción?
Bueno, la democracia -como el capitalismo que la amenaza, este más obsoleto- presenta muchas limitaciones, pero todavía no parece que tengamos nada mejor. Por lo tanto, ahora toca aceptar el resultado lo que, lógicamente, provoca que muchos tengan que “reflexionar”.
Personalmente, no soy consciente de conocer a ningún americano republicano y aún menos votante de Trump. Pensando en mis amigos americanos, no me extraña que muchos hayan tenido la tentación de emigrar a Canadá. País poco presente en los noticiarios, con una extraordinaria calidad de vida -¡si obviamos los inviernos polares, por supuesto!- rico -en recursos naturales e industrialmente hablando- con buenas universidades y centros de investigación y con un Estado del bienestar de tipo escandinavo.
Este hecho, y la muerte esta semana pasada de un canadiense que emigró a los Estados Unidos, vuelven a hacerme presente aquel país, cosa nada difícil porque mantengo relación con muchos amigos de allí o que viven allí.
Tengo muy buen recuerdo de los años que viví en Montreal y de mi relación con esta ciudad que sigo visitando a menudo.
Vivía en 3252 Avenue Ridgewood, en una especie de buhardilla bajo tejado de pizarra. El termómetro que había en el exterior de una de las ventanas había marcado +40 grados Celsius los meses de julio y, el mismo termómetro, -40 grados en febrero. No en vano Leonard Cohen se refería a su ciudad, Montreal, como aquella donde “los hombres llevaban abrigo incluso en verano”.
¡¡¡Ciertamente, había cortos periodos de calor y de canícula, pero el frío predominaba claramente hasta llegar a ser, por momentos, inhumano!!!
Tanto cuando vivía, como las veces que he ido acompañado después, me ha tocado muchas veces mostrar la ciudad a familiares y amigos. Cuando yo vivía en Montreal solo había dos líneas de metro, totalmente insuficientes para cubrir la superficie de la ciudad, unas 5 veces la de Barcelona, y con una longitud de 50 Km y una anchura máxima de unos 16 Km. Si no te movías en coche difícilmente podías completar una ruta turística en los pocos días de los que disponían los visitantes. Actualmente las líneas de metro se han multiplicado, pero yo me acostumbré a recorrer la ciudad en coche para poder visitar los diferentes barrios: Centre-Ville, Outremont, Vieux-Montreal, Westmount, Côte-des-Neiges…
Yo vivía en el límite del barrio Côte des Neiges con Westmount, separados por una pared de montaña del Mont Royal. El barrio Côte des Neiges era grande y variado. La calle Ridgewood, aunque fronteriza, era todavía parte de este barrio multiétnico, pero, al contrario que el anglófono Westmount, el francés era el idioma mayoritario.
Ridgewood, que termina en un callejón sin salida, comienza en la avenida Côte-des-Neiges. Muchas veces había girado Côte-des-Neiges a la derecha desde Ridgewood, en dirección sur, hasta llegar a The Boulevard, la puerta de entrada a Westmount. Al llegar a Avenue Westmount, la cogía a la izquierda y atravesadas 4 o 5 calles, pasado el King George Park (conocido por los vecinos como Murray Park) giraba a la izquierda por la calle Belmont hasta llegar al numero 599, correspondiente a la casa donde nació -de hecho nació en el hospital Royal Victoria, en el mismo barrio- y vivió parte de su juventud, Leonard Cohen.
Una casa victoriana en el barrio más lujoso de Montreal. Barrio de judíos anglófonos en el que difícilmente se oye hablar francés, lengua que Cohen conocía.
Es bastante absurdo pretender comparar Montreal con Barcelona, ya que no tienen nada que ver. A pesar de ello se podría decir que Westmount es a Montreal lo que Pedralbes es a Barcelona. Recuerdo que una vez una amiga canadiense me hizo darme cuenta de que Pedralbes, al igual que Westmount, se encuentran en la parte montaña de la ciudad y desde los dos barrios se ven bonitas vistas del mar en Barcelona y del río Saint Laurent en Montreal, el río que menciona Cohen en la canción “Suzanne”. Tienen también en común las casas más lujosas de las respectivas ciudades.
En Montreal, las comunidades anglófona y francófona se ignoran pacíficamente. Conviven poco pero formalmente se respetan. Diferente es cuando hablan los unos de los otros en la intimidad…
La mezcla que conocemos en Cataluña del castellano y el catalán es inexistente en Montreal. Les anglais y los québécois son como el agua y el aceite: no se mezclan. Hay dos ciudades en una. Hay barrios, universidades, periódicos, zonas de diversión, tiendas, restaurantes, en definitiva mundos, anglófono y francófono, separados. Con pocos puntos de contacto. La Corporación estatal Radio Canada, emite todo en francés y en inglés, como si RTVE emitiera toda la programación en catalán y en castellano.
La vinculación de Leonard Cohen con Montreal era estrecha. Es la ciudad de su familia, judíos provenientes de Lituania y Polonia, de la escuela hebraica del barrio a la que fue, de la universidad -estudió en la prestigiosa McGill University- y de los primeros poemas. De la sinagoga Shaar Hashomayim que presidía su abuelo y del descubrimiento de la poesía de Whitman y Lorca. Montreal es -como he apuntado- el paisaje del primer éxito musical de Cohen, “Suzanne”, y en Montreal ha querido ser enterrado, precisamente en el cementerio judío de Shaar Hashomayim, junto a la sinagoga de la que su abuelo fue rabino, a poco más de medio kilómetro de la casa donde nació.
Me gusta Leonard Cohen, pero mentiría si dijera que he sido un gran seguidor del poeta mal llamado cantautor. Me gusta en clave montrealesa.
Cuando nació, ser de la minoría anglófona era casi sinónimo de ser rico. La mayoría francófona estaba lejos de las élites, protegida y dominada por la Iglesia católica. Cohen era un judío entre católicos, un anglófono en la segunda ciudad de habla francesa del mundo después de París.
En Québec, la “Révolution tranquille”, coincidente con el mayo del 68 francés, permitió que los primeros francófonos con formación universitaria cogieran el ascensor social a partir de hacerse con el poder del Estado, es decir, de ocupar la Administración Pública y ganar las elecciones, ¡por supuesto! Este y no otro es el origen del nacionalismo quebécois moderno, desatado a partir del famoso “Vive le Québec libre” dicho por el General de Gaulle desde el balcón del Ayuntamiento de Montreal.
Durante aquella época, Cohen vivía en la isla griega de Hydra, donde conoció a su musa noruega Marianne, inspiradora entre otros del gran tema “So Long Marianne”.
La emergencia progresiva de una burguesía francófona y acomodada -que en nuestros días es importante y explica en gran parte la pérdida de intensidad de las reivindicaciones independentistas motivadas para salir de la miseria propia de la vieja francofonía canadiense- es patente en barrios como Outremont -donde convive una de las comunidades de judíos ultra ortodoxos, de origen ucraniano, más importante del mundo, con una mayoría de nuevos yuppies francófonos- o en el transformado Plateau-Mont-Royal, barrio francófono bohemio y en parte snob.
Leonard Cohen eligió precisamente el Plateau-Mont-Royal para establecer su residencia definitiva en Montreal, lo que no deja de ser en principio sorprendente. Siempre a riesgo de ser muy poco preciso, ir de Westmount al Plateau, podría ser como cambiar la Avenida Pearson, por la calle Verdi. Un anglófono que había dejado el país cuando la mayoría francófona era todavía irrelevante en términos de poder político, económico y social y que volvió en plena “Révolution tranquille” (pero no exenta de cierta tensión en ese momento) y se instaló en un bario emblemático del independentismo québécois.
La casa de Cohen en Montreal está en el número 28 de la Rue Vallières, frente al Parque Portugal -estos días ya se ha hablado de rebautizarlo con el nombre del cantautor- y junto al Main Street, la calle que divide la ciudad entre oeste (rico) y este (más humilde), la Rue Saint Laurent que atraviesa los 16 Km que tiene la isla de Montreal de norte a sur, junto al río en los dos extremos.
El inmueble está en el lado este, en un barrio conocido también como Little Portugal por estar habitado por una de las grandes olas migratorias llegadas a Montreal a mediados del siglo XX, en este caso los portugueses, que con los griegos y los italianos se instalaron en el este de la ciudad. Hay que decir que estos tres colectivos siempre han sido mayoritariamente anglófonos: emigrar a América del Norte para acabar hablando francés, era extraño.
Dos calles al norte y dos al oeste hay un local emblemático de Montreal, frecuentado por Cohen, el dinner Beautys Luncheonette, en la esquina de las calles Mont Royal y Saint Urbain. Local regentado por una familia judía huída del holocausto nazi, famoso por el brunch de los domingos, en el que he visto gente haciendo cola en la calle con temperaturas de -15, -20 grados, entrañable para mí por muchos motivos, y en el que una vez coincidí con Leonard Cohen sentado en la barra.
Parece ser que era más fácil encontrarlo en el Main Deli Steak House, famoso por el Montreal-style smoked meat, que yo también frecuentaba, pero en el que nunca lo vi.
Montreal, americano, más firmemente canadiense hoy que hace unos años, québécois y universal, es una ciudad, una sociedad, difícil de explicar y de entender.
Cohen vivía en Los Angeles, pero siempre volvía a Montreal. Durante años probablemente porque vivía su madre. Pero también porque al fin y al cabo se sentía atado a la ciudad en la que nació y donde finalmente ha querido que lo enterraran.
Ya que mi pequeño homenaje ha sido más a una ciudad y a unos países que me acogieron y a los que debo mucho, más que al gran Leonard Cohen, termino el post reproduciendo la traducción al catalán de su poema “Tower of Song”, hecha por el poeta y amigo Marcel Riera en el que algún día además de por su obra -ya galardonada con el premio Carles Riba de poesía- se le reconocerá por el esfuerzo de traducir al catalán y editar a insignes poetas de todo el mundo.
La Torre de la Cançó
Els meus amics no hi són, tinc el cabell gris,
pateixo als llocs on jugant m’havíeu vist,
estimo com un boig però no me’n surto, no,
només pago el lloguer diari a la Torre de la Cançó.
Li vaig dir a Hank Williams: “Et sents molt sol allà?”
Hank Williams encara ha de contestar,
però de nit tus sense aturador
cent pisos més enlaire a la Torre de la Cançó.
Vaig néixer així, no vaig escollir,
amb el do d’una veu d’or em van parir
i vint-i-set àngels des del Paradís Major
em van lligar a la taula de la Torre de la Cançó.
Ja pots clavar les agulles a la nina del vudú
que em sap greu, noia, no m’hi assemblo en absolut,
sóc prop de la finestra on és forta la claror,
no deixen que una dona et mati a la Torre de la Cançó.
Ja pots dir que m’he tornat agre, però tingues la seguretat
que els rics a casa dels pobres els seus canals han instal·lat
i un poderós judici arriba, però potser no,
mira, se senten veus estranyes a la Torre de la Cançó.
Veig que estàs dreta a l’altre costat,
no sé com ha estat que el riu s’ha eixamplat,
jo t’estimava, ja fa temps,
i cremen tots els ponts que podíem haver travessat
però em sento a prop del que se’ns ha extraviat,
nosaltres mai, mai no el perdrem novament.
Ara et dic adéu, no sé quan podré tornar
perquè demà ens traslladen a la torre que hi ha allà,
però tindràs notícies meves, noia, et parlaré amb dolçor
quan ja no hi sigui i des d’una finestra a la Torre de la Cançó.
Els meus amics no hi són, tinc el cabell gris,
pateixo als llocs on jugant m’havíeu vist,
estimo com un boig però no me’n surto, no,
només pago el lloguer cada dia a la Torre de la Cançó.
Como dice Marcel Riera, Leonard Cohen se ha ido a la Torre de la Cançó (Torre de la Canción)…
Josep Maria,
a mi sí em va marcar profundament la música d’en Cohen, sobretot el de les primeres composicions. Fins i tot sento una sensació estranya pensant en la seva mort … no l’havia sentit en altres ocasions semblants …curiós: sembla que el rellotge s’accelera …
Penso, per altra banda, que el premi Nóbel d’en Dylan és una manera d’honorar a una generació de músics irrepetibles, entre altres aspectes per la qualitat literària del les seves cançons: Leonard Cohen és per a mi el millor exemple.
Gràcies Guillermo. Per a mi Cohen, per damunt de tot, era un gran poeta