La Navidad es especial. Mucha gente dice estar cansada de ella ya que con los años, muertes, divorcios, enfermedades, rupturas familiares y situaciones difíciles, le confieren un carácter triste.
Mi padre murió el pasado 28 de agosto y ésta será la primera Navidad sin él. Es especial y triste, pero por encima de todo me domina un sentimiento positivo. En el fondo es el mismo de cada día, intentar ser mejor y desde la dimensión espiritual y de la definición que hago de mí mismo como “creyente descreído que se esfuerza por creer más”, también el mismo: intentar avanzar.
El alud de sentimientos que envuelven estos días -sinceros, o expresados con voluntad sincera de serlo o fingidos, en proporciones variables- hace que hoy, día de Navidad, la reflexión vital no se pueda desligar de los mismos. Nada me obliga a llevar a cabo tal ejercicio, lo hago porque lo creo necesario…
La historia nos dice que hace 2.014 años nació Jesucristo en Belén. A partir de aquí y hasta estos días repletos de luces de Navidad y un consumo desenfrenado, pasando por la Misa del Gallo como un producto más de consumo reconfortante, la razón nos puede llevar a cualquier lado. La razón: mi gran activo y el mayor enemigo de todos para según qué. También para vivir el amor y los sentimientos. Quiero dejar a la razón de lado por un instante y centrarme en los sentimientos. Navidad, tradicionalmente, es día de tregua cuando hay guerra…
Ayer por la noche fui con un amigo del colegio a la Catedral de Barcelona a ver el canto de la Sibila. Un amigo ateo o agnóstico (lo ignoro) para el cual la Navidad tiene escaso significado. Ello no impidió que viviéramos la emoción de unas voces humanas cantando maravillosamente a Dios en la magnífica caja acústica gótica que es la Catedral de Barcelona.
La modernidad conlleva que los sentimientos, las emociones y el sentido de la transcendencia pasen a gran velocidad por el filtro de la razón. No es un hecho nuevo pero se ha intensificado. Sin ir más lejos, el estado de enamoramiento por ejemplo, irracional como es, acaba pasando tarde o pronto por la razón. Esto no es nuevo. La cuestión es, ¿qué queda después? Lo que ha hecho la modernidad ha sido acortar la duración de los diferentes “estados irracionales“ filtrándolos cada vez más y más rápidamente.
Cuando digo que hoy hace 2.014 años que Jesús nació en Belén y que fue concebido por obra y gracia de Dios, a la mayoría se les pondrá en marcha el motor de la razón y las reacciones pueden ser infinitas. Cuando la razón choca con una dura roca, no se para. Se intensifica, se potencia y se multiplica.
Por lo tanto, dejo de lado la razón y deliberadamente no entro en la veracidad del alud de expresiones que se prodigan estos días ( ¡¡mientras escribo entran sin cesar Whatsapps deseándome lo mejor!!) y me quedo con los sentimientos.
Me quedo con el bonito recuerdo de mi padre y lo feliz que fue con sus nietos. Me quedo con el sentimiento de tener unos hijos y una familia sana y buena.
Me quedo con dos chats de amigos que tras bromas y comentarios irónicos, esconden un sinfín de emociones. Me quedo con la magia de cómo treinta compañeros de colegio después de cuarenta años y de haber seguido caminos diversos y dispares, nos seguimos emocionando con nuestros intercambios, seguimos apreciando el valor de la amistad y detectamos que más allá de la razón hay algo profundo.
Me quedo también con otro clat de amigos y en este caso -más allá del activismo político, que fue la causa de que nos encontráramos-, con la convivencia continuada durante treinta años y con la amistad que mantenemos como un tesoro y que con el paso del tiempo –ya lejos prácticamente todos de la actividad pública- valoramos cada día más.
Si alguien mira el histórico de blog verá que no todo es “un camino de rosas” en el mundo en el que vivimos y lo sé. Y si alguien piensa que hoy quiero pasar por alto este hecho porque es Navidad, lo comprendo, pero lo que pretendo es ir más allá. Pretendo “congelar” el filtro de la razón y expreso sentimientos tan certeros como lo son otros que hoy no salen de mi fuero interno expresar.
No pretendo compararme con San Agustín, que durante años y años buscó la fe a través de la razón (y cabe decir que la razón no fue ajena al hecho de que la encontrara, pero este no es el tema hoy). Me refiero a su capacidad de pensar. Pero sí que me gustaría llegar a la fe. Haber vivido la fe de mi padre tan cerca siempre me provocó sana envidia.
¿Por qué? (¡la razón de nuevo!) ¿Por miedo? ¿Por la ansiedad que puede provocar la incertidumbre del más allá? ¿Una concesión “sentimentaloide” a la emoción? ¿Falta de luces? ¡¡Qué más da!!
Jesús me atrae por su filosofía y su mensaje de amor, por su tolerancia con pecadores y fariseos. Su capacidad de amar y de “poner la otra mejilla”. ¡¡Un gran hombre!! Como Siddhartha Gautama, Confucio, Mahoma, etc.… ¿Es el Dios Jesús? ¡¡Y qué sé yo!! Soy un creyente descreído que se esfuerza por creer más.
En el fondo, creo en el amor y en su fuerza reparadora. A pesar de todo lo que vivimos tengo esperanza y confianza en el ser humano. Y me emociona emocionarme.
Hoy es Navidad. Jesús ha nacido. La gente está contenta, triste o melancólica. Pero muchos viven, vivimos, emociones de forma especial. Desde donde escribo veo luces de Navidad. Las que he puesto yo mismo y otras. Los amigos, conocidos y gente cercana no paran de enviar mensajes de paz y amor. Estaré con gente que quiero, físicamente con familiares y virtualmente con amigos. Es un día especial que no tengo ganas de pasar por el filtro de la razón.
Josep Maria, m’agrada la teva reflexió al voltant del Nadal i el que representa per nosaltres. Comparteixo.